Clarín, Leopoldo Alas

Clarín, Leopoldo Alas (Zamora, 1852–Oviedo, 1901)

Escritor, periodista, crítico literario y traductor en lengua castellana, faceta en la que es menos conocido, a pesar de haber dedicado varios períodos de su formación y su carrera a diversos aspectos de esa actividad. Este hecho no puede extrañar en un autor que llegó a escribir, en un momento muy avanzado ya de su producción crítica: «Se ha de notar que hablo más de escritores extranjeros que de los españoles, y entre ellos de muchos franceses. […] En otra ocasión, tocará la vez a los compatriotas, o a los italianos, o a los tudescos, o a los ingleses». Diciendo esto, resumía las áreas lingüísticas dentro de las cuales se ejercieron, directa o indirectamente, las actividades relacionadas con la traducción del bien llamado «provinciano universal». Nacido en una familia donde se atendió a la formación lingüística de los hijos (el primogénito Genaro Alas fue también traductor del inglés y del alemán) se sabe que, desde sus años juveniles, Leopoldo Alas se cuidó de adquirir no sólo los conocimientos clásicos de griego y de latín, sino también los modernos de francés, italiano y también alemán.

En el primero de esos idiomas, había de ejercer la mayoría de sus actividades de traductor, empezando por una empresa de notable ambición en el aprendiz adolescente de 1870: un intento de traducción de la obra teatral completa de Racine. El ensayo no fue más allá de un acto y medio de La Tebaida, pero el prólogo demuestra que la traducción fue un modo de afirmar y afianzar sus conocimientos lingüísticos y literarios. Lo notable es que aquel primer ensayo se aplicara a un texto en verso, característica que iba a ser la de la totalidad de los escasos textos breves traducidos y publicados con la firma de Alas. Dicha preferencia por textos poéticos se explica no sólo por aficiones líricas sino también porque éstos ofrecen la posibilidad de seleccionar piezas breves, lo que resulta compatible con la apremiante labor periodística o novelesca. Tal fue el caso de La leyenda de los siglos. La Paternidad de V. Hugo (publicado en la Revista Contemporánea de 30 de marzo de 1877); de El joven enfermo. Idilio de André Chénier (aparecido en la Revista Europea de 13 de mayo de 1877) o del Soneto de K. Grün, traducido del alemán, tal vez con ayuda de una versión francesa, y publicado en la Revista de Asturias de 25 de abril de 1879.

Ahora bien, lo poco que tradujo y publicó Alas con su firma, mucho antes de lanzarse a la traducción de Travail de Zola, sólo abarca una parte de su tarea de traductor, enmarcada en la estrategia de divulgación militante de los años 80. Del mismo modo que consideraba oportuno el surgimiento de la escuela naturalista en las letras, creía conveniente poner al público español en contacto con los textos más significativos de la literatura moderna europea. Siguiendo esa pauta, escribió varios prólogos, algunos anónimos, a novelas traducidas, entre otros, por Tomás Tuero, amigo y condiscípulo de la nueva escuela literaria. Tal es el caso de las versiones de Nana y Teresa Raquin de Zola, publicadas por el editor Alfredo de Carlos (Madrid, 1880 y 1882, respectivamente) y, sobre todo, de Numa Roumestan de A. Daudet (por el mismo editor en 1881), cuyo prólogo, anónimo, incluye la traducción por L. Alas de un artículo de Zola, con modificaciones intencionadas: el prologuista traduce con soltura el texto original, pero censura un largo fragmento en el cual Zola denuncia aspectos negativos de Daudet. Se notará, además, en el caso de Nana, y como posible modo de disimular su probable participación en la tarea non sancta de ayudar al siempre premioso Tuero, el tono fingidamente distanciado de unos comentarios publicados en un Palique firmado por Clarín: «La traducción española es raramente excepcional: no es mala. Los traductores han demostrado que comprenden el estilo de Zola, el carácter de su inspiración, y por esto han sabido vencer muchas de las dificultades que la versión de Nana ofrecía. Enhorabuena al editor y a los traductores» (La Publicidad de 14 de agosto de 1880).

Así se aplicaban a un texto propio criterios que llegarán a definir, a lo largo de la labor crítica, una verdadera teoría de la traducción moderna, plasmada en la traducción y el prólogo de Trabajo. Lo más fácil será, en un principio, la reiteración de los ataques a malos traductores como el conocido Pina Domínguez (Gil Blas de 18 de mayo de 1882) o como el truchimán autor de una versión de la comedia Alix de O. Feuillet (La Unión de noviembre de 1878). La causticidad de los comentarios no anula la pertinencia de las observaciones, de las que hay numerosas muestras desde los primeros artículos dedicados a la traducción de textos científicos o literarios, como fueron, por ejemplo, los comentarios a «Una traducción de Faust, con un prólogo de D. J. Valera» (La Unión de 5 de enero de 1879), u otros a una traducción «sin tropiezos» de los Estudios literarios de Macaulay (La Unión de 23 de julio de 1879).

Ello explica que Alas haya podido intervenir no sólo como crítico sino también como consejero, y en algunos casos como fomentador de iniciativas editoriales más o menos sostenidas, como fue, en los primeros tiempos, la «Biblioteca recreativa contemporánea» de A. de Carlos, al igual que la creación sugerida al editor Lasanta de una «Biblioteca anglo–alemana», editora de Los héroes de Carlyle, en traducción de Julián G. Orbón, amigo y protegido del crítico. Hasta en los últimos tiempos, Clarín se cuidó de señalar a los editores el interés de tal o cual publicación. Por ahí se verá que Alas, siguiendo en esto a su maestro Zola, fue siempre muy consciente tanto de los intereses económicos editoriales como de las condiciones financieras de la profesión de traductor, ya se trate del que ejerce el oficio «sin más preparación literaria y científica que el hambre que le pica» (La Unión de 23 de julio de 1879) o del intérprete protegido por un contrato, como el firmado entre el editor Maucci y L. Alas, en su último avatar de traductor, reconocido y retribuido, de Travail (1901).

En el prólogo a la obra, pasa revista a los problemas de transferencia lingüística, lexicografía, estilística, sin olvidar los aspectos financieros, ni los estrictamente técnicos, como el envío de originales y pruebas de imprenta corregidas, todo ello dentro del plazo exigido por la publicación, en aquel caso simultánea, del original y de la traducción. El texto mismo de Trabajo permite observar hasta dónde consiguió compaginar las normas de exactitud y respeto definidas en el prólogo con la tentación, no siempre vencida, de modular la ideología zolesca en función de los propios criterios, o de suavizar algunos aspectos que se suponen de difícil aceptación para el público receptor. Ello no impide que el texto clariniano, por sus aportaciones teóricas y por la ejemplaridad global de la empresa, haya señalado un hito importante en la historia española de la traducción. Otro de sus textos más recordados sobre traducción es el titulado «Las traducciones», incluido en Nueva campaña (1885-1886), en el que se ocupa de diferenciar entre los traductores mediocres a los que había criticado  Cervantes y aquellos excelentes, que se ocupan de desarrollar una «empresa muy ardua y que exige, a más de facultades rarísimas, virtudes no menos raras, como la modestia, la resignación y la fe».

 

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Simone Saillard (†)