Boscán, Juan

Boscán, Juan (Barcelona, ca. 1490–Perpiñán, 1542)

Poeta y traductor en llengua castellana. La historia de la literatura española ha reservado a este poeta el epíteto de compañero de Garcilaso de la Vega en la aventura de renovación italianizante de la lírica áurea española. Aun cuando en sus comienzos fue Boscán un poeta de octosílabo, muy pronto, hacia 1528 –tal y como testimonia la famosa carta del poeta a la duquesa de Soma–, una conversación con el embajador Andrea Navagero durante la celebración granadina de la boda de Carlos V iría despejando un camino que él mismo y el propio Garcilaso recorrerían en poco más de una década. De dicha carta es sobradamente conocido aquel fragmento en el que Boscán habla del nuevo comienzo del endecasílabo castellano: «Me dijo [Navagero] por qué no probaba en lengua castellana sonetos y otras artes de trovas usadas por los buenos autores de Italia. Y no solamente me lo dijo así livianamente, mas aun me rogó que lo hiciese. […] Y así comencé a tentar este género de verso, en el cual en principio hallé alguna dificultad por ser muy artificioso. […] Mas esto no bastara a hacerme pasar muy adelante si Garcilaso, con su juicio, el cual no solamente en mi opinión, mas en la de todo el mundo, ha sido tenido por regla cierta, no me confirmara en esta mi demanda». Es éste, quizá, uno de los episodios de renovación literaria mejor documentados en la historia de la poesía clásica, y en él, como en otros trabajos del poeta barcelonés, actuó conjuntamente con Garcilaso. Boscán, de hecho, fue el editor –aunque póstumo– de Las obras de Boscán y algunas de Garcilaso de la Vega repartidas en cuatro libros (Barcelona, 1543).

Mas Boscán no sólo estaba llamado a escribir conjuntamente con Garcilaso el episodio lírico referido sino que, además, imprimió en Barcelona en 1534 una traducción de Il Cortegiano de Baldassare de Castiglione, obra considerada, por muchos, como uno de los manuales de las cortes europeas del siglo XVI. El libro, editado en su lengua original en 1528, es la única traducción exenta del poeta barcelonés. Su trabajo fue seguido con atención, y leído, por Garcilaso, hasta el punto de que el traductor reconoció su deuda. Muchos críticos han considerado la traducción de Boscán como una de las cumbres de la prosa española del siglo XVI. La trascendencia de la obra y de su traducción castellana no se ciñeron al público lector de la nobleza, sino que el texto se convirtió en un referente no sólo ético sino literario de primer orden, tal y como puede observarse haciendo un sumario repaso de algunos de sus lectores españoles: Diego Hurtado de Mendoza, Luis Milán, Baltasar Gracián, Vincencio Juan de Lastanossa, Cristóbal de Villalón o Antonio Solís. Es más: la traducción de Boscán es la que ha seguido editándose hasta la actualidad, en edición crítica de Mario Pozzi (M., Cátedra, 1994).

Son muchos los estudios dedicados a esta traducción, algunos centrados en la técnica empleada, en las omisiones y correcciones del poeta barcelonés; otros, en cambio, en la teoría de la traducción expresada por su autor en el texto que hace de prólogo: la «Dedicatoria» a la señora Jerónima Palova de Almogávar. De nuevo aquí, como en tantas otras ocasiones, el nombre de Garcilaso de la Vega acompaña al de Boscán. Ambos son conscientes de que el trabajo realizado tiene importancia literaria y que se engasta, como un elemento más, en la revolución literaria iniciada en 1528. Esto no obsta para que Boscán se refiera a la traducción como una actividad literaria que, según su opinión, era «vanidad baja» y propia «de hombres de pocas letras». Son de particular interés, no obstante, otras cuestiones y, sobre todo, el grado de participación de Garcilaso en la empresa de la versión castellana de la obra de Castiglione. De hecho, fue aquél quien envió a Boscán un ejemplar de Il Cortegiano, y de su lectura entendió la necesidad de que «los hombres de nuestra nación participasen de tan buen libro». Esta declaración abre la puerta a un modo de entender la traducción no sólo como ejercicio literario (de lectura y de recepción de una obra que, por sus características, enriquece la literatura de llegada) sino, también, como una vía de difusión y de servicio a una comunidad de lectores. En la explicación de Boscán –y éste es punto en el que ha operado con minuciosidad la crítica– distingue entre «romanzar» (esto es, traducir entre lenguas romances, como el caso que le ocupa) y «traducir» (entendida esta actividad como la traslación «vertical» de una lengua clásica, el latín o el griego principalmente, al romance). El texto de Boscán, en conclusión, sigue las pautas de los prólogos y preámbulos propios de las traducciones de su época: se expresan dudas, se opta por la no literalidad absoluta, se manifiesta la insatisfacción que apela en forma de captatio benvolentiae, etc. Nada nuevo respecto de lo tantas veces leído y lo que tantas veces se repetirá, en un futuro, en la historia de la traducción.

Cuestión aparte es el texto de Garcilaso. Todo apunta a que pudo conocer la «Dedicatoria» de Boscán antes de emprender la redacción de la suya. Al autor de las Églogas le tocó el papel de la ponderación, de ahí que firme como suya una frase que ha pasado a ser célebre en la historia de las traducciones: «Siendo a mi parecer tan dificultosa cosa traducir bien un libro como hacerle de nuevo». De un modo tan simple como rotundo, el amigo eleva un parecer que no otra cosa es que teoría de la traducción: ésta, por las dificultades que entraña, en poco o nada se distingue de la escritura original.

Este tema, que será defendido y argumentado con profusión durante el último tercio del siglo XX por traductores y teorías de la traducción, es uno de los fundamentos principales del texto de Garcilaso en 1534. Por otra parte, no sólo pondera la traducción de Boscán y defiende su necesidad y la precisión de orfebre con la que su amigo ha obrado, sino que, además, asume el papel de cronista de una historia íntima, una intrahistoria, la de la traducción de Il Cortegiano, en la que se reserva un papel secundario pero no exento de importancia: «Confieso a Vuestra Merced que hube tanta envidia de veros merecer sola las gracias que se deben por este libro, que me quise meter allá entre los renglones o como pudiese. Y porque hube miedo que alguno se quisiese meter en traducir este libro o (por mejor decir) dañarle, trabajé con Boscán que sin esperar otra cosa hiciese luego imprimirle por atajar la presteza que los que escriben mal alguna cosa suelen tener en publicarla. Y aunque esta traducción me diera venganza de cualquier otra que hubiera, soy tan enemigo de cisma que aun ésta tan sin peligro me enojara. Y por esto casi por fuerza le hice que a todo correr le pasase; y él me hizo estar presente a la postrera lima, más como a hombre acogido a razón que como ayudador de ninguna enmienda». Una de las frases sustanciosas del texto, aunque no la única, es ésta: «él me hizo estar presente a la postrera lima», que abre todo un abanico de posibilidades a la hora de considerar críticamente la traducción. No es que se trate de un trabajo realizado al alimón, tampoco de una obra en la que ambos poetas pusieron el mismo esfuerzo, pero sí un texto final que es el producto del empeño conjunto de ambos.

Garcilaso revisó –él mismo lo confiesa– la versión final del texto castellano y, probablemente, introdujo sus sugerencias, brindó sus comentarios a Boscán o le planteó sus dudas e inquietudes. ¿Traducción colectiva? No, en absoluto; pero sí trabajo colectivo, en el que el traductor ofrece el resultado de su trabajo a un lector que conoce con detalle el original, maneja como el que más la lengua literaria castellana y es cualificado perito en la lengua literaria del traductor. La repercusión estética y literaria de El Cortesano, en la versión de Boscán, se hará notar sobre la literatura áurea y se erigirá en modelo de corrección idiomática. Así, Ambrosio de Morales, en su Discurso sobre la lengua castellana, escribirá: «El Cortesano no habla mejor en Italia, donde nació, que en España, donde lo mostró Boscán por extremo bien en castellano». Mucho antes y, en realidad, muy poco después de la edición española de El Cortesano, Juan de Valdés, aun confesando no haber leído la versión de Boscán, da que pensar cuando, refiriéndose a la calidad del libro castellano, asegura, casi remedando las palabras de Garcilaso: «Tengo por mayor dificultad dar buen lustre a una obra traducida de otra cualquier lengua que sea en la castellana, que en otra lengua ninguna».

 

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José Francisco Ruiz Casanova