Jordana, Cèsar–August

Jordana, Cèsar–August (Barcelona, 1893–Santiago de Chile, 1958)

Escritor y traductor en lengua catalana. Ejerció el periodismo (en L’Opinió, La Publicitat, La Revista, La Nova Revista) y la crítica literaria, utilizando los seudónimos de Arnau Bellcaire y Candi Brossa. Escribió diversos manuales (El català i el castellà comparats y El català en vint lliçons, entre ellos), algunos con el seudónimo de Bernat Montsià. Se ganó la vida, sobre todo, como traductor y corrector. Colaboró con Pompeu Fabra y fue nombrado en tiempos de la República jefe de la Oficina de Corrección de Estilo de la Generalitat. Perteneciente a una generación heredera del Noucentisme, fue discípulo de Josep Carner, a quien admiraba como traductor y de quien heredó la anglofilia. Es autor de numerosos ensayos dedicados a novelistas ingleses y de un Resum de literatura anglesa (1934). Carles Soldevila lo definía, en 1925, como uno de los intelectuales que más exhibía un sello inglés. Según el crítico Armand Obiols, Jordana acarreaba a sus espaldas todo el peso de un siglo de novela inglesa: El món de Joan Ferrer, su obra más ambiciosa, se inspira en el mundo joyciano de Ulysses y, en menor grado, en Mrs Dalloway de Virginia Wolf, obra que tradujo en 1930. Personajes adolescentes pueblan su narrativa (El Rusio y el Pelao, 1950), caracterizada por un sutil sentido del humor, y una cierta tendencia al absurdo y a la parodia, en la línea de los autores del llamado grupo de Sabadell, en cuya editorial publicó su primera antología de cuentos. Destaca su dedicación a la literatura infantil, compartida con Carner y Carles Riba, con sus narraciones y con adaptaciones de grandes obras literarias, como Macbeth (B., Proa, 1929) o L’anell del Nibelung (B., Diana, 1926).

Su actividad de traductor para la editorial Barcino fue intensa: diez obras de Shakespeare (1928–1932), una comedia de Molière (El metge per força, 1932), los viajes de Ali–Bey (1928–1934) y L’ingenu (1927) de Voltaire. De Mark Twain publicó en la colección «Quaderns Literaris» Tom Sawyer, detectiu (1934); y de G. K. Chesterton el relato El cinc d’espases en la colección «La Novel·la Estrangera» y en La Revista (1925) el epílogo de El Napoleó de Notting Hill, fantasía medievalizante en la cual hallaría inspiración para una de sus primeras ficciones, L’incest (1927). Para Proa y la «Biblioteca Univers» tradujo obras de Thomas Hardy (Teresa dels Ubervilles, 1929), H. G. Wells (L’amor i Mr. Lewisham, 1930), V. Woolf (Mrs. Dalloway, 1930), Ch. Dickens (La batalla de la vida, 1932), W. Scott (El nan negre, 1936) o R. L. Stevenson (L’hereu de Ballantrae, 1953). En su exilio argentino, donde vivió de la traducción y de trabajos editoriales, tradujo al castellano, entre otras obras, varios ensayos de Aldous Huxley (La filosofía perenne, 1947; Mono y esencia, 1951; Adonis y el alfabeto, 1958; Esas hojas estériles, 1959) para Sudamericana (editorial donde ejerció además de asesor literario), o la biografía de Chesterton de Maisie Ward (Buenos Aires, Poseidón, 1947).

En su ensayo L’art de traduir (1938), situó el inicio de la edad de oro de las traducciones catalanas en la fundación de Editorial Catalana y de la «Biblioteca Literària» de J. Carner. Sus precisas reflexiones sobre el oficio de traducir venían motivadas por el grueso de traducciones profesionales (a diferencia de las vocacionales de las colecciones modernistas anteriores), que empezó a producirse entonces y que alcanzaría su auge a finales de los 20 y principios de los 30 con la labor de Proa, Biblioteca Univers y Barcino, entre otras editoriales. Preocupado por la normalización de la lengua catalana como instrumento apto para la creación de productos comerciales y asequibles a la masa de lectores, así como para acercar la literatura catalana a los estándares de consumo europeos y anglosajones, también cultivó la novela de género: policíaco, con El collar de la Núria (1927), y erótico, con Una mena d’amor (1931), la primera de este género en Cataluña. Su modelo lingüístico es carneriano, pero quizá por su ambición de pulcritud no logró con sus traducciones hacer vibrar el mundo literario que había detrás de los originales. Ha sido éste un aspecto, junto con su actitud no siempre cuidadosa, merecedor de no pocas críticas. Sus traducciones son, por lo general, literales y respetuosas con la obra original, pero muy desiguales: trabajaba mucho y a destajo, y de ello se resiente el resultado, alejado a veces del ideal de profesionalidad que promovía en sus reflexiones.

 

Bibliografía

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Sílvia Coll–Vinent