Escuela de Fráncfort

Escuela de Fráncfort

El grupo de filósofos congregados en torno a la Escuela de Estudios Sociológicos de Fráncfort, en particular Theodor Adorno (1903–1969), Max Horkheimer (1895–1973), Jürgen Habermas (1929), Herbert Marcuse (1898–1979), Walter Benjamin (1892–1940) y Ernst Bloch (1885–1997), mezcla de revisionismo marxista y kantismo, tuvo una acogida importante en España y supuso un fermento intelectual, un tanto postizo, que dinamizó la oposición al régimen de Franco. Ser lector de los filósofos de la escuela de Fráncfort era sinónimo de progresía intelectual y constituía un noviciado intelectual que abría las puertas al mundo de la disidencia para así hacer carrera en el activismo político. Su introductor, que dirigiría la editorial Taurus, fue el jesuita Jesús Aguirre, que se veía apoyado por la actividad de un Goethe Institut madrileño altamente politizado. Todas las obras de estos pensadores, a pesar de la censura, eran de curso legal en la universidad tardo­­franquista y a partir de entonces un «deber» de las facultades de Filosofía.

Así, por ejemplo, la Justificación de la filosofía de Th. Adorno apareció en 1964, en traducción de J. Aguirre (M., Taurus) y la Dialéctica de la Ilustración, escrita en colaboración con M. Horkheimer, de la que hay una temprana versión en Argentina (1969) por H. A. Murena, no apareció en España hasta 1994, obra de Juan José Sánchez (M., Trotta). La agresividad en la sociedad industrial avanzada y otros ensayos de H. Marcuse, traducida por Juan Ignacio Sáenz–Díez, apareció en la recién inaugurada editorial Alianza (1971). Obras de J. Habermas como Ciencia y técnica como ideología (M., Tecnos, 1984; versión de Manuel Jiménez Redondo y Manuel Garrido) y El discurso filosófico de la modernidad (Taurus, 1989; trad. por M. Jiménez Redondo), la Crítica de la razón instrumental de M. Horkheimer, en la traducción de Jacobo Muñoz (Trotta, 2002) y muchas otras siguen despertando hoy el interés de las editoriales, y quizás del público, y cosechando ediciones gracias al impulso que se les dio en los 70; todo ello a pesar del desfase ideológico que suponen. Por su parte W. Benjamin, figura marginal de la Escuela, a la que nunca perteneció, pero con la que colaboró, ha tenido un gran prestigio editorial. Sus obras más importantes se hallan traducidas al castellano y al catalán: Angelus novus (B., Edhasa, 1971; por H. A. Murena), L’obra d’art a l’època de la seva reproductibilitat tècnica (B., Edicions 62, 1983; trad. de Jaume Creus), etc. Especial interés para el traductor tiene su Die Aufgabe des Übersetzers (La tarea del traductor, publicada en Málaga, Terroba, 1918). De no menor recepción como cabeza pensante del movimiento estudiantil gozó E. Bloch, quien acompañó a los miembros de la escuela como icono del 68, de sin ser uno de ellos: ya en los años sesenta, en pleno auge del régimen, hacía su aparición Avicena y la izquierda aristotélica, en versión de Jorge Deike (M., Ciencia Nueva, 1966); su obra fundamental, El principio de esperanza, en versión de Felipe González Vicen (M., Aguilar, 1977), apareció en castellano antes incluso que en francés.

 

Bibliografía

Jose María MARDONES, «La recepeción de la Teoría crítica en España», Isegoría 1 (1990), 131-138.

 

Miguel Ángel VEGA