Biblia (Antiguo Testamento y Nuevo Testamento)

Biblia (Antiguo Testamento y Nuevo Testamento)

Durante la Edad Media la Biblia se leyó en latín, tanto en el ámbito litúrgico como en el escolástico. A partir del reinado de Alfonso X (1252–1284) comenzaron a proliferar en Castilla las traducciones en romance, más o menos completas. Un acicate de primer orden en este empeño traductor lo supuso la consolidación de la historiografía, tanto nacional como universal. Aunque la mayor parte de esas versiones se remontan a épocas anteriores, en su mayoría se nos han transmitido en códices del siglo XV. Al menos una docena se han podido identificar hasta ahora, de las que la Biblioteca de El Escorial conserva un buen número. Por otra parte, fragmentos sueltos y datos históricos avisan de la existencia de otras versiones hoy desaparecidas.

Se han de señalar en primer lugar los manuscritos que transmiten versiones prealfonsinas conservadas en la Biblioteca de El Escorial (Esc. I.I.8, I.I.6, I.I.2), hechas a partir de la Vulgata. A partir de la segunda mitad del siglo XIII y durante el XIV comenzaron a aparecer versiones del Antiguo Testamento hechas directamente del hebreo, el Salterio de Herman el Alemán (B. de El Escorial I.I.8) y las primeras versiones completas: la Biblia hebrea romanceada antigua (B. de Évora cxxiv 1/2, y B. de El Escorial Esc. I.I.5 y I.I.7), la Biblia romanceada judeo–cristiana, revisión de la anterior (Esc I.I.4 y B. de la Academia de la Historia 87), la Biblia hebrea romanceada preferrariense (Esc I.I.3 y el ms. de la Biblioteca de Ajuda en Lisboa), la Biblia hebrea romanceada moderna del siglo XV (Esc J.II.19 y H.I.10). También al siglo XV pertenece la Biblia romanceada que representa el culmen de todas estas versiones, la Biblia de Alba (1420–1433), traducida del hebreo y del latín por el rabino Mosé Arragel de Guadalajara. Es, en realidad, una versión glosada en la que el traductor judío expone la tradición hermenéutica rabínica. Existen otras versiones fragmentarias de libros del Antiguo Testamento, como las conservadas en la B. de El Escorial (Esc I.II.19, I.I.7, I.I.5, II.4), en la B. de Évora (cxxiv 2–3), en la B. Nacional de España (ms. 10288) y en la B. de la Academia de la Historia; también la versión del Libro de Ester (Universidad de Salamanca, ms. 2015), de algunos Salmos (catedral de Córdoba ms. 167), del Libro de Job (B. Nacional de España ms. 10138) de Pero López de Ayala y la adaptación del Libro de los Macabeos de Pedro Núñez de Osma (B. Nacional de España ms. 1518).

Por otra parte, los comentarios bíblicos, postillas y glosas incluyen también una versión del texto del Antiguo Testamento. Las más famosas de todas son las de Nicolás de Lira. Del mismo tipo–comentario es la denominada Biblia de Osuna (B. Nacional de España, ms. 10232). Al catalán se hizo, al parecer, una versión de la Biblia por Jaume de Montjuïc por encargo del rey Alfonso II (1287), hoy perdida. Ésta, como otras posteriores, mal documentadas, se hicieron a partir de la Vulgata y con la ayuda de biblias en provenzal o francés. Ya en siglo XV el valenciano Bonifaci Ferrer llevó a cabo una versión completa (impresa en Valencia en 1478), destruida por la Inquisición; el Salterio, en traducción de Joan Roís de Corella, se hizo en Venecia en 1490. En la actualidad está en marcha un proyecto de edición de la biblia medieval catalana (B., Associació Bíblica Catalana–Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 2004) de la que ha aparecido un primer volumen. Por otro lado, el uso documental del texto bíblico en la naciente historiografía medieval se apoyó en traducciones preexistentes, como las mencionadas más arriba. La Fazienda de Ultramar, así como la General estoria y la Estoria de Espanya, éstas bajo el patrocinio de Alfonso X, ofrecen los textos más completos y significativos.

El Siglo de Oro –ante la prohibición de traducir la Biblia en lengua vulgar, que empezó a fraguarse en la Edad Media, la Inquisición impuso y Trento sancionó– no produjo versiones vernáculas completas del Antiguo ni del Nuevo Testamento ni las imprimió (la Biblia de Juan de Robles, de 1572, quedó inédita), en contraste con la gran empresa editorial de la Políglota Complutense y de la Antuerpiense o Regia. Circularon, al parecer, algunos libros sapienciales en romance, cuya lectura prohibió el Índice de 1559. Con todo, los hebraístas del momento se empeñaron en traducir y comentar libros del Antiguo Testamento, aun a riesgo de ser denunciados al Tribunal del Santo Oficio. El Cantar fue traducido en verso por Arias Montano; fray Luis de León también lo tradujo (la versión poética es de dudosa atribución) y comentó, así como el Libro de Job. Ambas versiones permanecieron inéditas hasta finales del siglo XVIII, aunque circularon en manuscrito. Tradujo también fray Luis numerosos Salmos. En esta operación le acompañaron otros muchos autores espirituales –católicos y protestantes– del momento, desde Juan de Valdés (1541) a Juan de Valdivielso (1623); Alfonso Ramón tradujo el Libro de los Proverbios (1629).

Frente a esta anómala situación de la versión bíblica en el Siglo de Oro en España, resalta la fecunda labor llevada a cabo a este respecto por frailes que escaparon al rigor de la ortodoxia inquisitorial y publicaron fuera de España las primeras biblias completas en castellano. Salieron así a la luz las versiones de Casiodoro de Reina (Basilea, 1567–1569; la llamada Biblia del Oso) y de Cipriano de Valera (Ámsterdam, 1602), apoyada en la de aquél. Ésta ha continuado siendo el texto base de lectura de los protestantes de lengua castellana hasta nuestros días y se ha reeditado sin cesar. Por su parte, el judío Abraham Usque publicó su traducción castellana del Antiguo Testamento en Ferrara (1553).

A partir del decreto inquisitorial de 1782, que autorizaba las versiones en lengua vulgar con cautelas, y dejando aparte libros sueltos traducidos a lo largo de los siglos XVIII y XIX, las versiones modernas del Antiguo y Nuevo Testamento en castellano arrancan de la llevada a cabo por Felipe Scío de San Miguel (Valencia, José y Tomás de Orga, 1790–1793) a partir de la Vulgata. Esta versión, refundida por Félix Torres Amat sirviéndose de una versión inédita de José Miguel Petisco (1823–1825), fue el texto bíblico en uso en España hasta los años 1940, cuando aparecieron las dos versiones directas del hebreo, la de Eloíno Nácar (Antiguo Testamento) y Alberto Colunga (Nuevo Testamento) de 1944, y la de José María Bover (Nuevo Testamento) y Francisco Cantera (Antiguo Testamento) de 1947, que se han seguido reeditando.

A partir de las dos últimas mencionadas comenzaron a aparecer numerosas versiones. Se cuentan no menos de una veintena a partir, sobre todo, del renacimiento de los estudios bíblicos que tuvo lugar en los años 60, versiones directas casi siempre del hebreo y del griego. Numerosas editoriales incluyen la Biblia en sus fondos: Planeta, Cantábrica, Casa de la Biblia–Círculo de Lectores, Regina, Montaner y Simón, Vasco Americana, Plaza & Janés, Alfaguara, Ediciones Paulinas, Desclée de Brouwer, Verbo Divino, Herder y otras más. Aparte de la Biblia de Jerusalén, llevada a cabo por un equipo dirigido por José Ángel Ubieta (Bilbao, Desclée de Brouwer, 1973), quizá el esfuerzo más significativo en ese sentido ha sido el liderado por el jesuita Luis Alonso Schökel y sus colaboradores en la serie preparatoria «Los libros sagrados» de traducción y breve comentario (M., Cristiandad, 1970), que culminó en la edición de la Nueva Biblia Española (1975), revisada y reeditada como Biblia del peregrino (Bilbao, EGA–Mensajero, 1995). Últimamente, en 2010, apareció la Sagrada Biblia: versión oficial de la Conferencia Episcopal Española.

Por su parte Cataluña se adelantó con la impresión en 1477–1478 de la versión de Bonifaci Ferrer, mencionada más arriba. Se sucedieron luego versiones solo parciales, por lo que hubo que esperar hasta el siglo XX para tener versiones completas. Empresa importante supuso la versión inacabada del Foment de Pietat Catalana (Barcelona, 1928–1935), así como la completa de la Fundació Bíblica Catalana (Barcelona, 1927–1948) y, sobre todo, La Bíblia, versió dels textos originals i comentari, de los monjes de Montserrat (1928–1982), publicada también en editio minor (1960–1969, 1970). Otras versiones: la Bíblia de Catalunya, también de la Fundació Bíblica Catalana (B., Alpha, 1968) y la Bíblia Catalana Interconfesional de la Associació Bíblica de Catalunya (Barcelona, 2005).

La versión al euskera arrancó del siglo XVIII con Génesis–Éxodo de Pedro de Urte (Oxford, 1894). La primera completa fue la de José Antonio Uriarte (Londres, 1859–1865); otras varias han aparecido también en los diversos dialectos. La más importante era hasta el presente la versión de Raimundo de Olabide (Bilbao, Yesu’ren Biotzaren Deya, 1958). La han seguido entre otras: Humeen Biblia por Jaime Kerexeta (Estella, Verbo Divino, 1969), Bible Saindua (Bilbao, Enciclopedia Vasca, 1972), Haurraren Biblia (EVerbo Divino, 1975). De las traducciones gallegas modernas se pueden mencionar Sagrá Biblia en galego, de Manuel Casado Nieto, en tres volúmenes (A Coruña, Fundación Pedro Barrié de la Maza, 1982–1984); y la versión colectiva A Biblia (Vigo, Sept, 1989–1992).

Dejando de lado la participación de judíos en las versiones romanceadas enumeradas, a partir de la expulsión (1492) la diáspora sefardí procuró proveerse de versiones de su Tanach (Antiguo Testamento) en ladino o judeo–español y en caracteres hebreos. La mencionada Biblia de Ferrara (1553), editada todavía en caracteres latinos, puede considerarse su inicio. Fue la Biblia canónica de los sefardíes de la diáspora occidental. Prescindiendo de versiones parciales, como el Salterio (Constantinopla, 1540) y el Pentateuco (Venecia, 1497; Constantinopla, 1546), existen las versiones completas de la Biblia hebrea editadas por Manasseh Ben Israel (Amsterdam, 1627), Abraham ben Isaac Assa (Constantinopla, 1739–1745) e Israel ben Hayim (Viena, 1814), así como las ediciones de biblias en ladino (Schauffler, Thompson), hechas por las sociedades bíblicas cristianas. Por su parte, el gran comentario Me’am Loez (Constantinopla, 1730–1733) supone una versión completa del texto hebreo.

 

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Gregorio del Olmo Lete