Enrique-Arias

Las traducciones de la Biblia en la Edad Media

Andrés EnriqueArias (Universitat de les Illes Balears)

 

Introducción

Las traducciones de la Biblia producidas en la Edad Media en los reinos de la península ibérica tuvieron un desarrollo desigual en las diferentes lenguas y territorios. Si consideramos estas tradiciones situándolas de mayor a menor de acuerdo con la cantidad de textos conservados, en primer lugar se sitúa la castellana, luego la catalana y muy lejos de ambas la gallega y portuguesa; por otro lado no tenemos constancia de la existencia de traducciones antiguas de la Biblia al asturleonés y al aragonés, ni tampoco al vasco, pues esta lengua no comienza a tener cultivo escrito hasta después de la Edad Media. Para ilustrar la disparidad de cada una de las tradiciones en lo que respecta a cantidad de textos conservados nos puede servir el guiarnos por el inventario de manuscritos bíblicos medievales de la península que compiló Avenoza (2009a: 55–58). La autora, que hace un listado casi exhaustivo de todos los códices conocidos en el momento de redactar su trabajo, incluye veinte manuscritos castellanos y trece catalanes frente a solamente cuatro gallego–portugueses, lo cual nos da una buena idea de la cantidad relativa de textos en cada una de las tradiciones.

Por otro lado, ninguna de las traducciones bíblicas hechas en la Edad Media llegó a tener una repercusión comparable a las biblias creadas posteriormente en el contexto de la Reforma protestante, como la de Reina–Valera en castellano, la Biblia de Lutero en alemán o la King James en inglés. En la Edad Media el traducir la Biblia a las lenguas vulgares no era una actividad que contara con el apoyo de la Iglesia católica, que había adoptado la Vulgata como versión oficial y miraba con desconfianza o incluso abierta hostilidad cualquier actividad de traducción a las lenguas vernáculas. Además, a diferencia de las biblias surgidas en el contexto de la Reforma, los códices con material bíblico producidos en la Península en época medieval fueron concebidos como material de consulta copiado en ricos códices destinados a las bibliotecas privadas de grandes señores y no como medios para la evangelización de los fieles; de ahí que se hicieran muy pocas copias y tuvieran una circulación restringida. A pesar de su escasa difusión, no obstante, las biblias producidas en la Iberia medieval constituyen un corpus de traducciones de volumen considerable y que encierra muchos aspectos de interés para la historia de la traducción.

En las páginas que siguen, daremos una visión general de la traducción bíblica a los vernáculos ibéricos en la Edad Media. Como límite temporal estableceremos el final del siglo XV, lo cual deja fuera a las biblias judeoespañolas posteriores a la Expulsión de 1492, como la Biblia de Ferrara y el Pentateuco de Constantinopla, así como las biblias de la Reforma, como la Biblia de Casiodoro de la Reina revisada por Cipriano de Valera.1 Asimismo, nos ceñiremos a traducciones de segmentos extensos de libros bíblicos, tanto de la Biblia hebrea como de los libros deuterocanónicos y del Nuevo Testamento de la Biblia cristiana; en consecuencia no consideraremos los textos que transmiten contenidos bíblicos de manera más difusa, como puedan ser los pasajes citados en comentarios bíblicos y sermones, en las recreaciones literarias de temas bíblicos, o en las versiones de los Salmos contenidas en los Libros de horas o en los Salmos penitenciales.

 

Las biblias castellanas

Como ya hemos señalado, la tradición castellana es la más nutrida en número de textos en el ámbito peninsular.  Para visiones de conjunto de las versiones castellanas medievales existen los trabajos de Pueyo Mena (2008), Enrique–Arias (2011) o Avenoza (2011, 2012), así como los materiales en el sitio web del proyecto Biblia Medieval (Enrique–Arias & Pueyo Mena 2008) que incluye las transcripciones completas de todas las biblias conservadas. Al respecto de estas traducciones, se ha señalado repetidamente su singularidad dentro del contexto europeo premoderno (véase Enrique–Arias 2011). La principal característica diferencial es que en Castilla se traducen casi en exclusiva los libros del Antiguo Testamento a partir del original hebreo, al revés de lo que ocurre en Europa donde predominan las traducciones del Nuevo Testamento (y más en concreto de los cuatro Evangelios) a partir de la Vulgata latina. Otra diferencia es el alto número de traducciones, pues en Castilla existen hasta nueve versiones diferentes de amplias secciones de la Biblia.

La actividad de traducción bíblica en la Castilla medieval es fundamentalmente una manifestación de la curiosidad intelectual de las clases dirigentes castellanas. Esta sed de conocimiento, dirigida principalmente hacia el Antiguo Testamento, tiene especial desarrollo en dos momentos históricos bien definidos. En el siglo XIII se traduce la Biblia como parte del proceso de desarrollo del castellano escrito; este proceso culmina con el programa de traducciones al vernáculo castellano representado por las grandes producciones en prosa promovidas por el rey Alfonso X; más tarde, en el XV, se realizan traducciones destinadas a las colecciones particulares de nobles cristianos que desean ver satisfecho su afán de erudición.

Los primeros fragmentos bíblicos extensos que conservamos son los contenidos en La fazienda de ultramar [= Fazienda], un itinerario de Tierra Santa donde se insertan numerosos pasajes traducidos directamente del hebreo que podrían haber sido producidos a finales del siglo XII o principios del XIII (Sánchez–Prieto Borja 2002: 495). Dado que la materia bíblica en este manuscrito es fragmentaria y se presenta entremezclada con elementos extrabíblicos, podemos decir que la primera Biblia castellana propiamente dicha es la reflejada en los códices de la Biblioteca del Escorial I.i.2 [= E2], I.i.6 [= E6] e I.i.8 [= E8], que permiten reconstruir la llamada Biblia prealfonsí. Se trata de un texto prácticamente completo de la Biblia en romance a partir del latín cuyo original remontaría a mediados del siglo XIII (Enrique–Arias 2010) pero del que desconocemos casi todo. Sabemos que la lengua refleja el vernáculo de Castilla oriental, pero no hay constancia de traductor, promotor o destinatarios.

Apenas dos décadas después, durante la década de 1270, se continuó la labor de traducción bíblica con versiones al castellano de la Vulgata para la General Estoria [= GE] promovida por Alfonso X. Se trata de un intento inacabado de componer una historia universal en castellano que presumiblemente hubiera contado con siete partes que reflejaban las siete Edades del Hombre, pero del que se completaron solamente cinco más algunos materiales previos para la sexta parte (Sánchez–Prieto Borja 2009). En la General Estoria la Biblia es el hilo conductor alrededor del cual se van articulando los contenidos de otras fuentes; en consecuencia, la obra contiene una traducción completa del Antiguo Testamento según la Vulgata. En algunos libros, como por ejemplo en los históricos, el texto bíblico está entreverado de otras fuentes e interrumpido por largas digresiones de material extrabíblico, pero en los libros proféticos y sapienciales el texto de Jerónimo se traduce con bastante literalidad.

El momento de mayor intensidad en la actividad de traducción bíblica estaría situado a comienzos del siglo XV, cuando el creciente interés entre los intelectuales por acceder a textos en su versión original da lugar a la realización de la gran mayoría de las biblias castellanas que han llegado hasta nosotros: los códices de El Escorial I.i.3 [= E3], I.i.4 [= E4] I.i.5 [= E5] I.i.7 [= E7] I.ii.19 [= E19], el códice Bodleian Canon. Ital. 177 de la Biblioteca de la Universidad de Oxford [= Oxford], la Biblia de Arragel –también llamada Biblia de Alba– de la Biblioteca del Palacio de Liria en Madrid [= Arragel], y las biblias contenidas en los códices Real Academia de la Historia ms. 87 [= Ac87], Biblioteca Nacional de España 10.288 [= BNM], Biblioteca de Ajuda 52–xii–1 [= Ajuda], Biblioteca Pública de Évora cxxiv/1–2 [= Évora] y los Evangelios y epístolas paulinas traducidos por Martín de Lucena para el marqués de Santillana [= Lucena]. Hay además otros textos que incluyen fragmentos bíblicos significativos, como las Bienandanzas y fortunas de Lope García Salazar (incluye Génesis 1–9 y Eclesiastés), el libro de Job de Pero López de Ayala, o el libro de Esther conservado en el códice 2.015 de la Universidad de Salamanca.

Además de la nómina de textos conservados que hemos expuesto tenemos indicios de la existencia de ejemplares desaparecidos, ya sea a través de menciones a la quema de biblias secuestradas por la Inquisición, o por el hallazgo en archivos inquisitoriales de pequeños fragmentos de biblias destruidas que fueron recicladas como cubiertas y material de encuadernación (Avenoza 2018). Todo ello nos indica que existieron más manuscritos bíblicos de los que nos han llegado; ahora bien, los fragmentos descubiertos recientemente se limitan a reproducir el mismo texto que ya se había transmitido en otros códices conocidos.

Precisamente uno de los problemas que suscita el estudio de los romanceamientos del XV es el de establecer cuántas traducciones diferentes hay en los manuscritos completos o fragmentarios de la época.  Pueyo–Mena & Enrique–Arias (2013) abordaron la cuestión mediante un análisis exhaustivo de la manera de traducir varias expresiones del original hebreo en los once códices cuatrocentistas conservados. El estudio comparativo permite concluir que en los códices analizados se preservan solamente seis traducciones diferentes del siglo XV hechas a partir del hebreo. De estas cuatro son biblias completas: la del códice E3, la Biblia completa que supone la combinación de la traducción contenida en los códices E7 y E5, la Biblia que denominamos Biblia del marqués de Santillana (y que es una combinación de partes del códice E4 y del códice completo de BNE), y la Biblia de Arragel. Hay además dos biblias fragmentarias: el Pentateuco de E19 y los Profetas anteriores contenidos en el códice de Oxford.

Pocos son los datos históricos que nos permiten identificar de forma concreta los promotores, traductores y público destinatario que corrresponden a las traducciones que han llegado hasta nosotros. En el caso de la mayoría de las traducciones hechas en el XV, como sucede con los manuscritos E3 o E19, sabemos que los traductores son judíos por una serie de indicios: rasgos hebraizantes de la traducción, incorporación de exégesis judía o de formas lingüísticas particulares de los judíos o mantenimiento de elementos de división y disposición del texto hebreo. Sabemos también que los destinatarios de dichas traducciones no eran judíos, sino nobles castellanos cristianos, no solo por las adaptaciones evidentes de topónimos o antropónimos para lectores cristianos, o por el uso en la escritura del alfabeto latino y no de la tradicional aljamía hebraica, sino también porque los códices presentan escudos nobiliarios (E3, E4), colofones (Évora), y otros rasgos materiales que así nos lo indican: el programa iconográfico, la colocación de libros siguiendo el orden de la Vulgata, la inclusión de libros deuterocanónicos traducidos del latín que no tienen sentido en el mundo religioso judío, o la presentación en paralelo del texto latino de la Vulgata y de prólogos de San Jerónimo. Y lo que es aún más revelador, en dos de las traducciones, la Biblia del marqués de Santillana y la Biblia de Arragel, conocemos las identidades tanto de los traductores que las llevaron a cabo (el converso Martín de Lucena y el rabino Mosé Arragel de Guadalajara, respectivamente) como de los destinatarios cristianos que encargaron la realización de dichas traducciones (el marqués de Santillana y don Luis de Guzmán).

El caso de la Biblia de Arragel es único por varios motivos. Para empezar, es la única traducción bíblica medieval al castellano en que contamos con un prólogo del traductor donde se ofrecen todos los detalles sobre el diseño y el desarrollo final del proyecto. En él se transcribe la correspondencia entre Luis de Guzmán, maestre de la Orden de Calatrava, y el rabino Mosé Arragel, en que el maestre encarga la creación de una Biblia en romance, con iluminaciones y comentarios, traducida directamente del hebreo; la razón es que el maestre no se fía de la calidad de las traducciones existentes. El rabino en un principio declina la propuesta alegando que por ser judío no puede incluir iluminaciones, y además expresando su temor de ofender a los cristianos con sus interpretaciones de las escrituras.2 El maestre insiste prometiendo recompensar al rabino y diciéndole que nada debe temer por expresar las opiniones de los judíos pues en realidad su deseo es que el comentario contraste la doctrina de las dos confesiones. Para ello encarga a su primo el franciscano Arias de Encina, junto con el arcediano de la catedral de Toledo, D. Vasco de Guzmán, y el dominico Juan de Zamora que asesoren a Arragel acerca de la doctrina cristiana. La Biblia resultante, realizada entre 1422 y 1430, es un caso único de colaboración de judíos y cristianos en una empresa de este tipo en el ámbito medieval, aparte de ser la bíblica rabínica más antigua en una lengua vernácula europea.

Como ya hemos señalado, las traducciones medievales de la Biblia al castellano fueron en unos casos hechas desde la Vulgata latina y en otros desde la Biblia hebrea. En términos generales, en las traducciones del XIII predominan las que están hechas a partir del latín y entre las del XV, que son muchas más, las traducciones del hebreo son mayoría. Como es de esperar, la fuente que se emplea como modelo es un aspecto que moldea la lengua de la traducción bíblica, no solamente por la esperable transferencia de calcos sintácticos o préstamos léxicos del original, sino también por la diferente forma de transmisión del texto latino y el hebreo y por la cultura de la traducción que acompaña a los que se acercan a uno u otro modelo.

En el caso de las traducciones hechas a partir de la Vulgata tenemos que considerar los problemas de transmisión. Al ser un texto de tanta difusión a lo largo de toda la Edad Media, las múltiples copias que se hacían iban incorporando un gran número de variantes, así como añadidos, omisiones y deturpaciones varias. Existen ya numerosos estudios en donde se cotejan partes de la Biblia prealfonsí y la General Estoria con el aparato crítico de la Vulgata de los Benedictinos (VV. AA. 1926–1995). La conclusión es que los traductores del siglo XIII emplearon biblias del tipo llamado sorbónico o «Biblia de París», que en la mencionada edición crítica está representada por tres manuscritos de la familia Ω, de mediados del siglo XIII (Enrique–Arias 2010, Sánchez–Prieto Borja 2009).

Por lo que respecta a las biblias castellanas del XV, que es el periodo en que se produce la gran mayoría de las traducciones, la lengua de origen normalmente es el hebreo y los traductores son judíos o conversos que producen versiones para un público cristiano. Estas biblias se caracterizan por transmitir la tradición judía en la traducción del texto sagrado, con la presencia de hebraísmos y la incorporación de lecturas con un fondo exegético judío. En efecto, en estas biblias encontramos numerosos pasajes en los que los traductores emplean con intención clarificadora lecturas que a veces pueden alejarse considerablemente del significado literal del texto hebreo. Por ejemplo, en la descripción del país de Javilá (Gen 2:12) Arragel traduce «el oro de aquella tierra es bien puríssimo» donde el original hebreo dice uzahab ha’areŝ hahiv’ tob (es decir, «el oro de aquella tierra es bueno»). El «puríssimo» de la versión de Arragel se debe a la explicación del comentarista judío francés del siglo XIII David Kimhi, quien dice al respecto del pasaje en cuestión que «esa tierra de Javilá produce un oro de calidad superior, el mejor y más puro de los metales preciosos». El empleo de la exégesis rabínica para modificar el contenido del original en las traducciones del hebreo es uno de los aspectos de estos textos que todavía no se ha estudiado a fondo.

Al mismo tiempo algunas de estas biblias, y en particular las de Arragel y la del marqués de Santillana, reflejan un evidente intento de adaptarse tanto al público cristiano al que se dirigen como al ambiente cultural pre–humanista de renovación lingüística latinizante característico del siglo XV. Es un hecho conocido que en las lenguas europeas las traducciones han sido a menudo la vía de entrada de innovaciones lingüísticas; en el caso particular de la Castilla del siglo XV nos encontramos en un momento de relatinización de la lengua con la incorporación de numerosos cultismos. Pueyo–Mena & Enrique–Arias (2015) estudiaron el uso de formas cultas y otras innovaciones léxicas y morfológicas en las cuatro biblias medievales completas traducidas a partir de la Biblia hebrea en el siglo XV. Los resultados muestran que mientras la Biblia de Arragel y la Biblia del marqués de Santillana se muestran inmersas en la tendencia de principios del siglo XV hacia el uso de cultismos y estructuras latinizantes, los textos más tradicionales, como la Biblia E3, prefieren las soluciones vernáculas. La Biblia E5/E7, por otro lado, queda a medio camino respecto del resto de las versiones, haciendo uso por lo general de opciones tradicionales en la línea de E3, pero incorporando igualmente voces cultas aunque en menor medida que las Biblias de Santillana y de Arragel.

 

Las biblias catalanas y portuguesas

El corpus de traducciones de la Biblia existentes en catalán, siendo menor que el de las castellanas, es ciertamente sustancial (para visiones panorámicas véase Avenoza 2012, Casanellas 2020). A diferencia de los romanceamientos castellanos, las traducciones catalanas son principalmente versiones de la Vulgata hechas por cristianos para el uso de cristianos, si bien hay noticias de la existencia de versiones hechas directamente del hebreo y posiblemente destinadas a un público judío. Entre las versiones medievales destaca la conocida como Bíblia del segle XIV, conservada en cinco manuscritos principales que reúnen una Biblia completa con Nuevo y Antiguo Testamento hecha a partir de la Vulgata: el manuscrito de la Bibliothèque Nationale de France (esp. 2, 3 i 4) conocido como Peiresc, que ha transmitido una Biblia completa en tres volúmenes, los manuscritos Egerton y Colbert (British Library Egerton 1526 y Bibliothèque Nationale de France esp. 5, respectivamente)  que contienen el primer volumen del Antiguo Testamento (de Génesis a Salmos), el manuscrito de la Biblioteca Colombina de Sevilla que transmite los libros de los Reyes 1 y 2 y Crónicas 1 y 2, y el Marmoutier, en que se ha copiado el Nuevo Testamento. Partes de estos manuscritos a veces representan diferentes versiones, como es el caso del Éxodo y gran parte del Levítico del ms. Egerton, que han sido copiados de una versión independiente de la transmitida por los otros códices o, más singularmente, el manuscrito de Sevilla en que se ha copiado una versión de Crónicas 1 traducida directamente del hebreo y completamente diferente de las de los demás códices. En cualquier caso, la Bíblia del segle XIV es en esencia una traducción de la Vulgata para el uso de cristianos; no obstante, la existencia de lecturas esporádicas que son solo explicables por la influencia del hebreo y de la tradición rabínica sugiere que seguramente se dio la intervención de conversos que estaban familiarizados con la lengua y las costumbres de los hebreos (cf. Casanellas 2006, 357; 2014a). Existen además diez testimonios manuscritos de Salterios más o menos completos traducidos entre finales del siglo xiii y finales del siglo xv así como los Evangelios del Palau del siglo XV.

Ya a finales del siglo XV se sitúa la primera edición impresa de la Biblia en la península, que apareció en Valencia en 1477–1478. Se trata de la versión conocida como Biblia del siglo XV o Biblia valenciana, atribuida al cartujo Bonifaci Ferrer, hermano de san Vicente Ferrer. Esta obra tiene enorme valor, pues es el único incunable conocido de una Biblia vernácula iberorrománica; desgraciadamente la edición fue destruida por iniciativa de la Inquisición y el único ejemplar que sobrevivió se quemó en un incendio en Estocolmo en 1697, por lo que, a día de hoy, solo se han conservado algunos pequeños fragmentos. Existe no obstante una versión revisada de los Salmos que se imprimió separadamente en Barcelona en 1480.

Por otro lado, el corpus de traducciones bíblicas medievales gallego–portuguesas es ciertamente escaso, sin que podamos contar con siquiera una traducción completa de los cánones cristianos o judíos de la Biblia. Apenas nos han llegado unos pocos textos fragmentarios y referencias dispersas a traducciones perdidas (para estados de la cuestión véase Santiago–Otero y Reinhardt 2001: 41–49, Nascimento 2008, Avenoza 2009b, Alves 2017). De los diversos manuscritos e incunables producidos por el scriptorium judío en Lisboa en la segunda mitad del siglo XV no sobrevive ninguna traducción de la Biblia del hebreo al gallego–portugués.

Los únicos textos bíblicos medievales gallego–portugueses han sido transmitidos de manera indirecta en obras historiográficas. En todos los casos los pocos textos existentes son traducciones cristianas fragmentarias, ya sea hechas directamente de la Vulgata latina o bien integradas en una fuente intermedia. Tenemos por un lado los fragmentos conservados de las versiones gallega y portuguesa de la General Estoria, y por otro los pasajes del Antiguo Testamento insertados en una traducción gallego–portuguesa de partes seleccionadas de la Historia escolástica de Coméstor, complementada con otros materiales del Antiguo Testamento traducidos directamente de la Vulgata Latina, como es el caso del libro de Job y el de Jonás, que conforman conjuntamente los textos documentados en dos fuentes, la Bíblia historial de Alcobaça y la Bíblia de Lamego.

Al igual que hemos señalado para las biblias castellanas, también nos han llegado diversas noticias y fragmentos de biblias catalanas y portuguesas desaparecidas. Riera i Sans (2013) y Casanellas (2016) han descubierto un buen número de fragmentos de biblias catalanas usadas como material de encuadernación en los archivos inquisitoriales. Respecto del corpus portugués existen noticias de fragmentos y manuscritos desaparecidos (Avenoza 2009b: 9–12). La labor de organización y estudio de estos materiales puede contribuir a completar nuestro conocimiento de la traducción bíblica en estas lenguas.

 

Conclusión

Las Biblias medievales compuestas en la península ibérica constituyen un amplio corpus textual que contiene datos de gran interés para el estudio de una amplia gama de aspectos –muchos de ellos apenas explorados– relacionados con la práctica de la traducción en la Iberia medieval. En parcular destacan las biblicas castellanas por el número y antigüedad de las traducciones existentes y por la colaboración entre los cristianos que encargaron estas biblias y fueron sus principales destinatarios y los judíos que participaron en su creación. Es de esperar que la disponibilidad de las versiones en línea de estos importantes textos, así como los demás recursos asociados en www.bibliamedieval.es, enriquecerá nuestra comprensión de este capítulo único de la cultura hispánica medieval.

 

Bibliografía

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  1. Véase el capítulo de Natalio Fernández Marcos sobre «Las traducciones de la Biblia en los Siglos de Oro», en esta misma obra.
  2. Sobre «La traducción de las letras hebreas en la Edad Media» véase el capítulo de Mariano Gómez Aranda, en esta misma obra.