González Delgado

La traducción del teatro griego en el siglo XIX1

 Ramiro González Delgado (Universidad de Extremadura)

 

Introducción

En los últimos años del siglo XVIII y, sobre todo en el siglo XIX, comienzan a publicarse por primera vez en nuestro país traducciones de obras teatrales completas de los grandes autores de la época clásica griega (los trágicos Esquilo, Sófocles y Eurípides y el comediógrafo Aristófanes, todos ellos del siglo V a. C.). Terminado el siglo XIX, todavía no podemos leer en castellano todas las piezas conservadas de dichos autores, a diferencia de lo que ocurre en otros países europeos, aunque solo tendremos que esperar unas primeras décadas del siglo XX. Frente a otros géneros literarios griegos como la épica o la poesía, las grandes obras teatrales griegas fueron vertidas tardíamente a lengua castellana y todas ellas tuvieron lugar durante la Edad de Plata de la Literatura española. Su contenido, especialmente los argumentos trágicos, ya eran bien conocidos desde hacía unas centurias, pero las traducciones, unidas a las peculiares situaciones históricas de nuestro país (educativas, socio–culturales, religiosas, económicas), tardaron en llegar. También debemos tener en cuenta el diferente concepto de traducción que habría en cada época.

Hasta comienzos del siglo XVI no aparecen en Europa las editio princeps de las obras de nuestros cuatro autores, en Venecia, en la imprenta de Aldo Manucio: Aristófanes (1498), Sófocles (1502), Eurípides (1503) y Esquilo (1518). A partir de ahí comienza el camino para las traducciones, tanto al latín como a lenguas vernáculas. En nuestro país, la corriente humanística del siglo XVI produjo en los ambientes elevados una tendencia a imitar el teatro clásico, principalmente a través de tres manifestaciones: la comedia humanística en latín, el teatro de colegio y las versiones y refundiciones de textos dramáticos grecolatinos (versiones de Sánchez de las Brozas, Simón Abril y Boscán no han llegado hasta nosotros; se conocen traducciones de pequeños fragmentos realizadas por fray Luis de León, Francisco Cascales o Pedro de Valencia –la de este último inédita hasta 1997–, pero estos textos parciales no permiten dar una visión global de la obra).

La decadencia de los estudios humanísticos en el siglo XVII afectó especialmente al griego; no obstante, Vicente Mariner había traducido ya tragedias griegas, pero al latín y ninguna fue publicada (Díaz–Regañón, 1955: 111–112).

En el siglo XVIII se preferían las versiones a las traducciones por la influencia francesa de Corneille y Voltaire, que opinaban que los argumentos de las tragedias clásicas no lograrían el aplauso en el teatro moderno al exigir el público de la época dramas más artificiosos y con incidentes más variados. De esta manera, se opta por retocar los argumentos y llevar a cabo recreaciones más que traducciones: al menos, se contribuyó a un mejor conocimiento de los héroes y heroínas de la Antigüedad. A propósito de las traducciones de autores grecolatinos, ya a finales del siglo XVIII, Pellicer y Saforcada da pocas noticias de los principales autores teatrales griegos. Así, no menciona ni a Esquilo ni a Sófocles. De Eurípides cita una Medea (Barcelona, 1599), traducida por Pedro Simón Abril, que, aunque no la maneja, señala que refiere esta impresión Luis Velázquez en Orígenes de la poesía castellana (Pellicer y Saforcada, 1778: 147). De Aristófanes solamente refiere un Pluto del mismo traductor, señalando que Tomás Tamayo, a quien copia Nicolás Antonio, atribuye a Abril otras traducciones, pero «no explica si eran impresas o manuscritas» (Pellicer y Saforcada 1778: 153).2 Da la casualidad de que estas obras nadie las ha visto… y ni el propio Pellicer, ni Menéndez Pelayo (1952: I 26), ni quienes le precedieron han logrado localizar.

Con anterioridad al siglo XIX se puede afirmar que no existía ninguna traducción castellana del teatro griego, salvo Edipo Tirano (1793) y Pluto (1794) vertidas por Pedro Estala (una tragedia y una comedia; parece que Estala tenía el proyecto de verter al castellano todo el teatro griego).3 Se documentan algunas recreaciones de argumentos trágicos, que no pueden ser consideradas traducciones y que en algunas ocasiones han pasado como tal (La venganza de Agamenón. Tragedia cuyo argumento es de Sóphocles, poeta griego de Hernán Pérez de Oliva, publicada en 1528, imitación en prosa para el ámbito universitario de la Electra de Sófocles y que se siguió editando hasta fines del siglo XVIII; Agamenón vengado de Vicente García de la Huerta, de 1779, que pone en verso la de Pérez de Oliva; Hécuba triste de Pérez de Oliva, imitación de la Hécuba de Eurípides, publicada póstumamente en Córdoba en 1586 y también editada en Madrid en 1772; un Filoctetes del jesuita José Arnal, de 1764, versión de la obra de Sófocles para uso escolar).

Al finalizar el siglo XIX sólo se contaba con la traducción de las obras completas de dos de los cuatro autores: de Esquilo, Brieva Salvatierra publicó sus tragedias completas en 1880, y de Aristófanes, Baráibar Zumárraga dio en tres volúmenes sus comedias entre 1880 y 1882. Hubo que esperar al XX para tener las obras completas de Eurípides (1909–1910) y Sófocles (1921). Por todo ello, podemos señalar que, más que una división en siglos, las traducciones del teatro griego al castellano se enmarcan en lo que se ha denominado Edad de Plata de la literatura española (González Delgado & González González 2010: 177). Además, a estas traducciones de obras completas hay que sumar unas pocas traducciones de piezas sueltas. Pasamos por tanto a revisar la situación de las traducciones de las tragedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides y de las comedias de Aristófanes en la España del siglo XIX.

 

Esquilo

Es a finales del siglo XIX cuando aparecen las primeras traducciones castellanas de Esquilo. Hasta entonces fue el gran trágico olvidado en nuestra literatura. Según Wartelle (1978), antes de ser traducido al español, Esquilo completo podía leerse en latín, inglés, francés, alemán, italiano, griego moderno, polaco y sueco. Lo curioso es que en España se publica la traducción de sus obras completas antes de que lo haga alguna traducción de sus tragedias individuales. Así, Brieva Salvatierra publica su traducción de las siete tragedias completas de Esquilo (1880), antes de que vean la luz las traducciones de tragedias individuales de Marcelino Menéndez Pelayo (Los siete contra Tebas y Prometeo encadenado en 1883) y, ya en el ocaso del siglo XIX, las de Artur Masriera Colomer (Prometeu encadenat y Els perses en 1898), primeras traducciones de Esquilo en lengua catalana.

El catedrático de la Universidad de Granada Fernando Segundo Brieva Salvatierra publicó en 1880 Las siete tragedias de Eschylo puestas del griego en lengua castellana con notas y una introducción (en la «Biblioteca Clásica»). Esta obra merece el aplauso tanto por ser la primera traducción de una tragedia esquílea (no de una, sino de las siete conservadas),4 como por la calidad de la traducción. Brieva sigue el texto griego de la edición de C. H. Weise (Leipzig, 1843), pues, como él mismo señala, las notas y variantes textuales del editor se distinguen por lo juiciosas y fundadas, calificándola de ejemplar y correctísima; sin embargo, conoce bien otras ediciones, traducciones y comentarios, como se desprende de la introducción y las notas que acompañan a su texto.5 La traducción castellana, en prosa, destaca por el uso de grafías y sintaxis arcaicas. Brieva ha sabido captar el estilo de Esquilo, tanto en metáforas como en imágenes, y no quiso verse encorsetado con el uso del verso, habitual en estas traducciones.6 Acertadas expresiones como «el afilado rizo del fuego» (πυρὸς ἀμφήκης βόστρυχος) o «vocean las ondas marinas» (βοᾷ δὲ πόντιος κλύδων, referido a Océano), y neologismos como «igniespirante» (πύρπνοον) muestran su exquisitez y finura a la hora de traducir, de ahí que haya tardado casi un siglo en ser reemplazada.7 La traducción va precedida de una amplia y erudita introducción, centrada en la vida de Esquilo, los orígenes de la tragedia griega y su desarrollo, las características del teatro esquileo (su comparación con el de Calderón) y un análisis de cada obra, citando las tragedias perdidas (según el catálogo de F. H. L. Ahrens). Las numerosas notas explican contenido histórico, cultural, mitológico… pero también en ellas Brieva justifica su traducción en determinados pasajes oscuros o variantes textuales.

Marcelino Menéndez Pelayo publica en 1883 la traducción de Los siete sobre Tebas y Prometeo encadenado en Odas, Epístolas y Tragedias (Madrid, Imprenta de A. Pérez Dubrull).8 A pesar de ver la luz tres años después de que se publicasen en castellano las tragedias de Esquilo completas, estas traducciones ya estaban acabadas cuando apareció la de Brieva Salvatierra. De hecho, la historia de esta traducción es curiosa (García Jurado & Hualde Pascual 1998: 43–52): a mediados de 1878 Juan Valera propuso al polígrafo santanderino traducir en verso por vez primera al castellano todo el teatro de Esquilo. De las siete tragedias completas, se reparten –dos cada uno– las tragedias que no forman trilogía, para luego traducir ambos la Orestía. Menéndez Pelayo, entusiasmado, pronto realiza las asignadas (comienza por Prometeo, que lo termina en un mes; Los siete aparece fechada un año después, en julio de 1879). Valera, que ni siquiera había comenzado con las suyas, le propone que vierta al castellano todas las tragedias de Esquilo y que él le redactará un prólogo. Sin embargo, el proyecto no tuvo continuidad, especialmente por la aparición de la excelente traducción en prosa de Brieva Salvatierra.

Es la primera vez que Esquilo aparece puesto en verso castellano. El metro mayoritariamente elegido es el endecasílabo libre (combinado en las partes corales con heptasílabos en Los siete y con una mayor variedad métrica en Prometeo: estrofas sáficas, endecasílabos solos o combinados con heptasílabos, y pentasílabos: tiradas de versos, en mi opinión, poco acertadas para este género). Se echa en falta una introducción a los textos que comente la edición griega utilizada, la consulta de versiones en otras lenguas o algún comentario del texto original o de la traducción; tampoco aparece ninguna nota explicativa. Da la sensación de que este trabajo se pudo haber pospuesto para cuando se completase todo el proyecto, pero lo cierto es que, con posterioridad, las dos tragedias vieron la luz sin introducción ni notas. Tan sólo Los siete va dedicada «A la memoria del insigne escritor montañés D. Amós de Escalante». La traducción tiene aciertos (versos sonoros, estilo elevado y equilibrio formal, epítetos), pero también fallos (omite algunos sintagmas o versos, usa expresiones poco adecuadas o giros extraños). El encorsetamiento métrico, o la excesiva literalidad en algunos casos, pueden explicar algunas de estas deficiencias, pero en otros casos el resultado es poco afortunado (sirva de ejemplo: «Has venido a la tierra ferri–madre?», Pr. 301–302: […] τὴν σιδηρομήτορα | ἐλθεῖν ἐς αἶαν; […]; la cursiva es nuestra).

Esquilo también suena en catalán: Artur Masriera i Colomer tradujo en verso Prometheu encadenat (Barcelona, L’Avenç, 1898; la introducción está fechada en 1896) y Els Perses (L’Avenç, 1898; también publicada en la revista Catalònia).9 Emplea, como Menéndez Pelayo, el endecasílabo libre, pero lo extiende a todas las partes de la obra, sin distinguir las partes corales. Estas traducciones se enmarcan en un contexto no sólo de normalización del uso culto del catalán, sino también de renovación de la dramaturgia catalana, pues fueron concebidas para su representación escénica (Mussarra 2014: 44, Malé 2003: 236). A pesar de sus imperfecciones (presentan algunos fallos sintácticos y morfológicos debidos a la deficitaria formación en lengua griega de Masriera),10 tienen un valor cultural importante al ser las primeras versiones de Esquilo en catalán y participar en la renovación de la lengua catalana. La traducción presenta unas tímidas notas a pie de página. En la introducción («Noticia d’Aeschyl i ses obres») que precede a su Prometeo, señala que ha seguido el texto original de la edición de Glasgow de 1746, que venía acompañada de una traducción latina. Esta obra contaba ya con siglo y medio de antigüedad y, aunque no se citan, el texto griego es el editado por Willem Canter en 1580 y la versión latina es la de Thomas Stanley de 1663 (Mussarra 2014: 52). No obstante, cita otras ediciones (Schütz, de Pawn, Dindorf y Brunck) y traducciones francesas del siglo XVIII (de La Porte du Theil y Lefranc de Pompignan), así como escolios y comentarios. Aunque no cita las traducciones castellanas, en el caso del Prometeo es evidente que conocía la de Menéndez Pelayo.

Como los tres traductores vierten Prometeo encadenado, si comparamos el comienzo de la primera intervención de Prometeo (Pr. 88–113) apreciamos la traducción literal en prosa y el estilo elevado empleado por Brieva; el intento por respetar el orden de las palabras en griego, aunque por necesidades métricas tiene que mover sintagmas de posición (v. 90) de Menéndez Pelayo, con poco acierto –por diferentes motivos– en la traducción de los epítetos ταχύπτεροι (‘voladores’), παμμῆτόρ (‘omniparente’), πανόπτην (‘que en tu lumbre lo penetras todo’)11 y de los genitivos ποταμῶν y ἡλίου (convertidos en vocativos); y la libre adaptación, también por motivos métricos, de Masriera Colomer, con algunas adiciones, omisiones (ἀνήριθμον γέλασμα) e interpretaciones ‘onades sense nombre’ (ποντίων τε κυμάτων) y ‘sol vivissim’ (κύκλον ἡλίου), con genitivos convertidos en vocativos, al igual que hizo Menéndez Pelayo. No contamos con más traducciones de Esquilo en el siglo XIX.

 

Sófocles

De los grandes trágicos griegos, es Sófocles el único que cuenta con una traducción española antes del siglo XIX: Edipo Tirano de Pedro Estala (1793).12 Sin embargo, es de los tres el autor que presenta un panorama más desolador, en lo que a traducciones publicadas se refiere, en la España del siglo XIX: dos tragedias al castellano (Filoctetes y Antígona) y una al catalán (Edip Rei). Si comparamos la situación de nuestro país con la de otras lenguas lenguas europeas, como la francesa, la italiana o la inglesa (González Delgado & González González 2010: 184–186), nuestro panorama es lamentable.13 De hecho, hubo que esperar a 1921 para poder leer las tragedias completas de Sófocles, en la versión de José Alemany. Sin embargo, contamos con varios intentos que no han terminado triunfando. De forma fragmentaria, Francisco Cascales, en una de sus Cartas philológicas de 1634 (década II, epístola VII, «Acerca del uso antiguo y moderno de los coches») traduce catorce versos de Electra (vv. 743–756). A finales del siglo XVIII, o posiblemente en los primeros años del XIX, se documentan las traducciones de Pedro Montengón que, a pesar de su importante valor historiográfico, no tuvieron ninguna repercusión literaria al permanecer manuscritas y no ver la luz hasta 1992, casi dos siglos más tarde. El autor tradujo en verso, de modo aceptable, tres tragedias acompañadas de una introducción: Edipo Rey, Electra y Filoctetes. No se deben confundir éstas con las publicadas en Nápoles en 1820 en un primer y único tomo de sus Tragedias, que incluye versiones de Antígona de V. Alfieri y Edipo de Séneca. Hay todavía versiones de tragedias de Sófocles del siglo XIX que permanecen inéditas: así, las tres que se conservan en la Biblioteca Menéndez Pelayo de Santander, a las que dedicaremos futuros estudios: Antigone traducida por Graciliano Afonso,14 Edipo Rey de Emeterio Suaña y Castellet15 y Ayante de José Musso y Valiente.16 No sabemos nada de las realizadas por el traductor de Esquilo, Brieva y Salvatierra, ya que, según su amigo Menéndez Pelayo (1953b: 215), «ha interpretado también en prosa todo Sófocles» y estas traducciones se iban a publicar en la «Biblioteca Clásica». En dicha colección, no aparece y, cuando lo hace, no es su versión, sino la de Alemany Bolufer. Por tanto, a día de hoy están perdidas. También debemos anotar el intento que hubo en 1858, por parte del aragonés Rafael José de Crespo, de verter el Edipo Rey de Sófocles: sólo llegó a escribir 34 versos antes de que la muerte le sorprendiera. Junto a estos versos, dejó escrito un prólogo de cinco páginas centrado en el personaje de Edipo (Arévalo Martín 2004).17 y la adecuación del argumento a las profundas convicciones morales del propio autor». Para Crespo, en calidad de magistrado, Edipo ignora el parricidio y el incesto, aunque es culpable de cometer los crímenes en la encrucijada y Layo y Yocasta son culpables de haber intentado acabar con la vida de su hijo recién nacido.] Menéndez Pelayo (1952: I, 360) comenta la posibilidad de que José Antonio Conde tradujera toda la Electra de Sófocles, pero, salvo un verso, no nos ha llegado nada.

A pesar de todos estos proyectos traductológicos, que tuvieron distinta fortuna, la obra de Sófocles no era desconocida por el público de la época, ya que sus argumentos trágicos fueron utilizados en varias adaptaciones (que no pueden ser consideradas traducciones) que constituyeron importantes hitos literarios nacionales, como La venganza de Agamenón (1528) de Hernán Pérez de Oliva, imitación en prosa de la Electra que se siguió editando hasta finales del siglo XVIII y que fue puesta en verso bajo el título Agamenón vengado (1779) por Vicente García de la Huerta;18 Filoctetes (1764) de José Arnal, versión libre para ser representada; o Edipo (1829) de Francisco Martínez de la Rosa que, aunque aparecía en la edición de Barcelona (J. F. Piferrer) sin nombre del autor, es la misma versión que había publicado ese mismo año en París (J. Didot): se representó en Madrid en 1832 y tuvo varias reimpresiones a lo largo del siglo XIX.19 Tampoco hay que olvidar los importantes fragmentos de Sófocles que aparecieron en crestomatías y antologías escolares de la época, como las de Bergnes de las Casas o Lázaro Bardón, cuyas Lectiones graecae contenían pasajes de Áyax, Antígona, Edipo Rey y Filoctetes (doscientos versos en total).20

La primera traducción de Sófocles publicada en el siglo XIX en España es la catalana de Enric Franco, colaborador de Lo Gay Saber. «Edipo Rey. Traducció de Sófocles» apareció en varias entregas de esta revista en 1878.21 Ya al comienzo Franco señala en nota que Manel Morros, doctor en Filosofía y Letras, le ha ayudado a realizar esta aceptable traducción. La va a hacer en prosa, acompañada con notas de tipo histórico–cultural, apreciaciones léxicas y literarias, en las que se incluyen varias referencias a autores grecolatinos y modernos (Racine, Voltaire, Shakespeare). Estas anotaciones, abundantes en las primeras entregas, van disminuyendo en las siguientes. Aunque no indica la edición griega manejada, sabemos, por una nota, que manejó varias, agrupadas en «novas» y «vellas».

El catedrático de la Universidad de Granada Antonio González Garbín publica Antígona, tragedia de Sófocles ahora por primera vez traducida directamente del griego al castellano (Almería, Tipografía de La Provincia, 1883). Esta obra fue recopilada años más tarde, junto a otras obras ya conocidas del autor, en Estudios de literatura clásica. La Antígona de Sófocles. La apología de Sócrates. Las poetisas de Lesbos (Madrid, 1889, en la colección «Biblioteca Andaluza»). La traducción va precedida del prólogo «Sófocles y su tragedia Antígona», en el que presenta la obra, el autor y los personajes, clasificando la pieza como una tragedia política, contraria a la tiranía. Justifica su traducción señalando que las siete tragedias de Sófocles han sido publicadas en todas las lenguas europeas y el castellano sólo cuenta con dos versiones de Electra (Pérez de Oliva y García de la Huerta), un Edipo Rey (Pedro Estala), un reciente Filoctetes (Lasso de la Vega) y algún fragmento de las restantes, por eso «creemos que será recibida con benevolencia, esta primera imperfecta traslación (directa del griego) a nuestra lengua de tan hermosa tragedia, tenida por algunos como la primera y más preciosa de Sófocles» (xx).22 En la dedicatoria a su hija Garbín manifiesta que consideraba su Antígona imperfecta porque estaba vertida en prosa. La traducción va acompañada de diversas notas explicativas relativas a mitología, costumbres y cultura griegas o paralelismos entre Antígona y pensamientos y obras de otros autores de la Antigüedad. Aunque dice que traduce directamente del griego, no menciona la edición que empleó. Como peculiaridades de su traducción, señalamos que se prefieren los teónimos latinos23 y, cuando el traductor no encuentra la palabra que considera más adecuada, opta por diversas soluciones: transcribir la forma griega en cursiva (v. 1038, electron para referirse a la aleación de oro y plata, ámbar), acompañar la traducción de la forma original (v. 1106, “fatalidad (ἀνάγκη)”); enfatizar la expresión con la cursiva (v. 1081, καθήγνισαν, han celebrado los funerales; v. 514, δυσσεβῆ τιμᾷν χάριν, honras impías; v. 74, πανουργήσασα, santamente criminal).24

El escritor y periodista Ángel Lasso de la Vega publicó en Madrid en 1886 un Filoctetes de Sófocles que forma volumen con las sátiras de Juvenal para la «Colección de los mejores autores antiguos y modernos, nacionales y extranjeros» de la Biblioteca Universal. Resulta extraña la unión de estos dos autores formando un volumen, por lo que quizás pudo tener un uso escolar o, simplemente, por ser fruto del mismo traductor. La tragedia va precedida de un prólogo en el que se resalta la superioridad de Sófocles y de Edipo Rey, «su obra más perfecta y acabada», y destaca los tres grandes caracteres dramáticos de la pieza que traduce. El autor no indica la edición griega utilizada. El texto presenta escasas y superfluas acotaciones, carece de notas explicativas y aparece dividido en catorce escenas (no hay actos); la traducción está en endecasílabos y, sin ser una maravilla, no es tan mala como podíamos esperar si tenemos en cuenta la que publicó de los líricos griegos (González González & González Delgado 2005: 199–201), por lo que tal vez manejó alguna versión extranjera.25

 

Eurípides

La situación de las traducciones de las tragedias de Eurípides con anterioridad al siglo XIX en España es lamentable, pues no se conoce ninguna, y al terminar el siglo tampoco se disponía de una traducción íntegra de las tragedias, a diferencia de lo que ocurría, por ejemplo, en Francia, Italia o Inglaterra,26 aunque hay indicios de algunas ya en el siglo XVI.27 En el siglo XIX conviene destacar el pasaje de Hécuba (vv. 484–582: el relato de Taltibio sobre el sacrificio de Polixena) traducido por Jenaro Alenda y publicado en la Revista de Instrucción Pública del 27 de noviembre de 1858 (Menéndez Pelayo 1952: I, 69; González Delgado 2006: 705–706). La publicación de este fragmento parece ser el punto de partida para la aparición de traducciones completas de Eurípides, que es el trágico griego del que más obras se han conservado: dieciocho tragedias y un drama satírico, frente a las siete conocidas de cada uno de los otros dos trágicos.

En 1865 se publicó en Madrid (Imprenta de Tello) un primer tomo (que no tuvo continuidad) titulado Biblioteca de dramáticos griegos. Tragedias de Eurípides, en el que Eduardo de Mier traduce nueve tragedias de Eurípides: Hécuba, Orestes, Troyanas, Hipólito, Alcestes, Hércules Furioso, Fenicias, Medea y Electra. A juzgar por el título, y por lo que Mier cuenta en el prólogo, el plan original del traductor era verter al castellano las obras de los trágicos griegos, aunque dicho propósito terminó reducido a Eurípides, cuyas obras completas acabaron viendo la luz en la «Biblioteca Clásica» de la editorial Hernando en 1909–1910.

La traducción de estas tragedias está en prosa y su autor no da indicación de la edición griega de la que se sirvió (probablemente la de J. A. Hartung, que cita en alguna ocasión), pero maneja una selecta bibliografía de la época.28 Hay anotaciones que analizan términos griegos o comentan y explican determinados pasajes; la mayoría son de tipo histórico y cultural. La traducción se lee bien y es aceptable, aunque el análisis intertextual detecta pequeños cambios (por ejemplo, introduce texto que no aparece en el original para hacerlo más comprensible), adaptaciones y omisiones. Prefiere, como es habitual en la época, los teónimos latinos y no sigue una norma clara en la transcripción de los nombres griegos (Hypólito, Pitheo/Teseo). Sabemos que, al menos, pudo corroborar algunos pasajes con dos traducciones francesas y una alemana (González González & González Delgado 2007: 109). Cada tragedia viene acompañada de un preámbulo, además de una introducción general titulada «Ojeada general histórico–crítica sobre la tragedia de Eurípides».

La traducción de Lo Ciclop por Josep Roca i Roca apareció en 1868 en la revista Lo Gay Saber y representa la primera traducción de este drama satírico en España y la primera traducción de un texto trágico griego al catalán. Viene firmada con las iniciales de su traductor, J. R. R., y se presentó en cinco entregas.29 La obra, que está en prosa, es bastante fiel al texto original, no cuenta con introducción y tiene muy pocas anotaciones, por lo que no sabemos la edición utilizada ni tenemos ningún comentario del traductor.

El Cíclope, drama satírico (Vitoria, Viuda de Iturbe e Hijos, 1880) es una traducción realizada en prosa por Federico Baráibar Zumárraga, quien señala que es «primera versión del griego en castellano» (indudablemente, sabe de la existencia de la catalana). La obra va dedicada a Menéndez Pelayo y la traducción, bastante correcta, aparece directamente, sin ninguna introducción, prólogo o presentación. Después de la traducción, vienen seguidas las cuarenta notas al texto, con aclaraciones mitológicas y culturales en las que presenta abundantes citas literarias de varios autores grecolatinos (los griegos en traducción y los latinos en texto original) y españoles. Gracias a ellas sabemos que siguió la edición de Didot (París, 1843), aunque manejó otras ediciones.30 En alguna cita introduce el texto griego para comentarlo, como, por ejemplo, cuando señala que ἀκούει δ’οὐδὲν οὐδεὶς οὐδενός (Cyc. 120) es una «enérgica perífrasis», o cuando señala que prefiere traducir Οὖτιν (Cyc. 549) por Ninguno en lugar de por Nadie.

Enric Franco publicó en Lo Gay Saber en diez entregas a lo largo de 1880 su versión de Ifigenia à Taurida.31 Está en prosa y, aunque no presenta ninguna introducción, el traductor anota bastante el texto (a diferencia del Edipo, cuyas notas aparecían al pie de columna, aquí se recogen todas juntas al final de la traducción) con información cultural y con referencias literarias similares o explicativas de otros autores grecolatinos y alguno moderno (Chateaubriand). Es significativo, para la presentación espacio–temporal, la acotación que realiza al comienzo del texto: «La escena passa à Taurida, dins lo vestíbul del temple de Diana, bastit sobre la platja del mar. Los versos 107, 236, 253 y 1196 demostran que las onas s’estrellan al peu del temple. La acció comensa al matí, com aixis ho indican los versos 42 y 65 del prólech». Por la indicación de los versos, sabemos que ha manejado una edición original, aunque no la indique, y en nota cita las antiguas ediciones de Markland, Seidler y Mathiae. Como dato curioso, en las numerosas anotaciones al texto, unas indican al final «nota del traductor» –la nota viene con letra– y otras no dicen nada –estas notas se presentan con número–, por lo que sospechamos que dichas referencias estarían copiadas de ediciones, traducciones, comentarios o estudios. La traducción es correcta, aunque se toma alguna libertad y adapta para un mejor entendimiento del texto; como es habitual en la época, emplea los teónimos latinos.

En la «Colección de los mejores autores antiguos y modernos, nacionales y extranjeros» de la Biblioteca Universal apareció en 1898 un tomo con el título Eurípides, Tragedias (Madrid, Hernando y Compañía), que incluye la traducción de Alcestis y Medea y de unos fragmentos de Fenicias. Esta traducción es anónima, pero es un plagio, con algunas variaciones, de la realizada por Mier. Como el editor señala en el prólogo: «Hemos procurado apartarnos lo menos posible de la magnífica traducción castellana del poeta griego, publicada hace años por el distinguido literato D. Eduardo de Mier. Es lástima que no haya visto la luz pública más que un tomo de la versión de los dramáticos griegos que se proponía darnos a conocer el Sr. Mier». Esta apropiación no es un caso aislado. Años después, hacia 1929, la colección «Las cien mejores obras de la literatura universal» de la Compañía Iberoamericana de Publicaciones incluye un volumen con Medea e Hipólito de Eurípides, que resulta una copia casi literal de la traducción de Mier (González González & González Delgado 2007: 110).

 

Aristófanes

Aunque cambiemos la tragedia por la comedia, el género corre la misma suerte. Con anterioridad al siglo XIX, poco podemos decir de las traducciones españolas de Aristófanes. Como ya señaló Menéndez Pelayo (1953b: 212): «Hablar sólo de los traductores de Aristófanes no daría materia ni para media página». Nosotros hablaremos algo más, pero podríamos dedicar casi dicho espacio para tratar de las traducciones anteriores al siglo XIX.32 La primera traducción propiamente dicha de una comedia aristofánica dataría de finales del XVIII: Pluto de Pedro Estala (Madrid: Sancha, 1794).33 Entre las traducciones inéditas, Menéndez Pelayo (1952: I, 360–361) comenta que tal vez José Antonio Conde tradujera Lisístrata de Aristófanes de forma completa, aunque tan solo reproduce unos versos que cita el autor y señala que, de esta obra, «se ha perdido hasta el recuerdo».

En la España del siglo XIX Aristófanes contó con la traducción íntegra de sus once comedias por Federico Baráibar en castellano, con un adelanto de Las Nubes unos años antes. Este traductor,34 ya mencionado por haberse ocupado de El Cíclope de Eurípides, publicó en 1874 su traducción Comedias escogidas de Aristófanes (Vitoria, Hijos de Manteli), aunque únicamente contiene Las Nubes. La traducción va dedicada al marqués de Urquijo, benefactor de las Escuelas de Llodio, pues como señala Baráibar, esta comedia «se ocupa del importantísimo problema de la educación de la juventud». La obra contiene un prólogo de Fermín Herrán, en el que se desvela el proyecto inicial del traductor, consistente en hacer una colección sobre teatro cómico, en el que se incluirían obras de varios ámbitos culturales (de Plauto, Molière, Felice Romani, Bretón de los Herreros, Frederic Soler y Teixeira de Vasconcellos). El prologuista trata asimismo del teatro griego, la comedia aristofánica y Las Nubes, recurriendo a una bibliografía selecta. Lo que ha llamado nuestra atención es que cita en dicho prólogo, con unas ambiguas palabras, la posibilidad de la existencia de otra traducción en prosa desconocida de una parte de esta misma obra (o tal vez se refiera a lo ya traducido por Baráibar). Así, señala, a propósito de que el autor emplea la prosa, cuando él prefiere el verso:

la ha hecho el Sr. Baráibar en prosa, pudiendo ser de este modo más fiel, más exacto, más preciso, siquiera no tan agradable como si la hubiera hecho en verso a lo que debía haberle animado las circunstancias de hallarse ya traducida, parte al menos, en prosa castellana y de ser él tan excelente versificador. Lástima es que no lo haya hecho en rima… (p. XIV).

La traducción es aceptable y viene precedida de una «Advertencia del traductor» en la que alude al contexto histórico en que se representó la obra y nos dice que sigue la edición de Brunck (Londres, 1823). También, da cuenta de «expresiones y pasajes que, traducidos literalmente, ofenderían la delicadeza y el pudor de los oídos menos castos, hemos obviado este inconveniente por medio de un rodeo, poniendo en una nota la traducción literal en latín, tomándola de la que acompaña a la citada edición de Brunck» (p. 6). Así, por ejemplo, traduce «y duerme profundamente», anotando a pie de página «verum pedit», fiel traducción latina de ἀλλὰ πέρδεται («y hasta pedorrea») que nada tiene que ver con la castellana.

En la editorial Hernando (colección «Biblioteca Clásica») aparecieron tres volúmenes de Comedias de Aristófanes (1880–1882) por F. Baráibar. El primero contiene Los Acarnienses, Los Caballeros y Las Nubes;35 el segundo, Las Avispas, La Paz, Las Aves y Lisístrata; el tercero, Las fiestas de Ceres y Proserpina [Tesmoforias], Las Ranas, Las Junteras y Pluto. Menéndez Pelayo prologa esta obra con su ensayo «Cuatro palabras. Acerca del teatro griego en España»,36 en el que repasa lo poco que hay de tragedia y comedia griega en nuestro país hasta la época. Viene a continuación una interesante introducción, de veinte páginas, encabezada por unos versos del prologuista sobre Aristófanes, en la que detalla aspectos de la vida y obra del autor y de la comedia griega en general. Por la bibliografía que cita, sabemos que tuvo a su alcance la traducción francesa de Poyard, además de la edición de Brunck con su traducción latina, así como la más reciente de la Bibliotheca Graeca corregida por Dindorf y publicada en Didot en 1867. También apunta que ha tenido a la vista las de Boissonade (1826) y Bergck (1867). Para las abundantes notas con las que acompaña la traducción, ha tenido en cuenta los escolios griegos, procurando apartarse «de todo cuanto pudiera parecer de mera erudición». Sobre su modo de proceder, él mismo confiesa, al final de esta introducción, lo que ya habíamos visto en Las Nubes:

Hemos procurado ceñirnos todo lo posible a la letra, adecentando a menudo con el velo de las perífrasis sus obscenas desnudeces, y poniendo al pie la interpretación latina de Brunck, excepto en aquellos pasajes, poco frecuentes por fortuna dadas las costumbres griegas, en que lo nefando del vicio nos ha obligado a suprimirlos o a dejarlos en el idioma original.

Vemos, por tanto, la censura que ejerce sobre la obra y va a suavizar expresiones del cómico, prefiriendo dejar en latín (tal y como aparecía en la traducción latina de la edición de Brunck y ya había hecho en Las Nubes) aquellos pasajes más escabrosos y que podrían ofender la sensibilidad del lector.37

Es la primera traducción íntegra de Aristófanes en España y, desde entonces, ha sido muy reeditada. Cada comedia viene precedida de una «Noticia preliminar» que presenta la obra y el contexto histórico en el que se representó. Su traducción es bastante fiel al texto, salvo esos contenidos indecorosos, de mal gusto o sexuales que omite o pasa por ellos de puntillas, manteniendo la traducción latina para que los eruditos no perdieran la esencia cómica de estos pasajes. El texto, por tanto, no deja de ser hijo de su tiempo, de la educación elitista y del ambiente puritano y religioso del momento.

Enric Franco, que ya había publicado versiones de Sófocles y Eurípides en la revista Lo Gay Saber, utiliza el mismo medio para dar a conocer la de Els Cavallers de Aristófanes en nueve entregas, repartidas entre 1882 y 1883. Una lectura intertextual permite apuntar que Franco tuvo a mano la traducción de Baráibar a la hora de realizar la suya. No hay indicaciones de la edición griega utilizada ni presenta introducción; la traducción, quizá la menos ajustada de todas, va acompañada de abundantes notas que vienen al final del texto, después de cada entrega.38

 

Conclusiones

En las últimas décadas del siglo XIX había una preocupación para que nuestra literatura contara con las obras de los grandes autores teatrales griegos. Menéndez Pelayo no sólo tradujo, sino que fomentó y animó a otros autores (como Baráibar o Mier) a trasladar a la lengua patria estas obras, gracias también a la existencia de la «Biblioteca Clásica» de la editorial Hernando (en donde van apareciendo las traducciones íntegras de nuestros autores). También en las versiones catalanas debemos ver en Francesch Pelay Briz, fundador y director de Lo Gay Saber, el agitador y promotor de dichas traducciones. Los eruditos e ilustrados del momento eran conscientes del retraso que, en tema de traducciones, tenía nuestro país con respecto a otros países europeos de nuestro entorno, especialmente Francia, Inglaterra e Italia. Así también lo hemos constatado.39

Lo cierto es que una traducción está condicionada por la época en que se genera (hay diferentes modos de traducir e influyen los gustos literarios del momento) y por el traductor que lleva a cabo la tarea (su comprensión y análisis del texto, su conocimiento de ambas lenguas y su talento literario). Por eso, hay traducciones que «envejecen» mejor que otras. Las traducciones muy retóricas y las que no son fieles al texto original no suelen tener una larga trayectoria. En nuestro caso, la de las tragedias de Esquilo por Brieva Salvatierra, al utilizar una ortografía arcaica, no debería tenerla; sin embargo, al ser una excelente traducción, y también la única, propició al texto una larga vida, incluso actualizando las grafías. Lo mismo podríamos decir de la traducción de las comedias de Aristófanes por Baráibar, a pesar de esa censura señalada y las notas en latín a pie de página. A su pervivencia también ayudó el haber sido traducciones de la obra íntegra de un autor, el haber sido publicadas en una colección de prestigio como la «Biblioteca Clásica» y el haber sido las únicas en décadas. No tuvieron una larga trayectoria, por ejemplo, las realizadas en verso por Menéndez Pelayo o Lasso de la Vega. Tampoco las catalanas, cuya difusión en un principio se vería favorecida por haber aparecido publicadas en una revista, pero cayendo en el olvido conforme pasaban los años (y sobre todo apareciendo en entregas en varios números).

Por otro lado, muchas de estas traducciones, especialmente las individuales, han pasado inadvertidas para la crítica. Así, de las traducciones publicadas en el siglo XIX, Díaz–Regañón (1955: 235–255) solo cita las de Esquilo de Brieva Salvatierra y Menéndez Pelayo, y las de Eurípides de Mier. Nada dice de las catalanas, de la Antígona de González Garbín, de Lasso de la Vega (al que lleva al siglo XX), del drama satírico de Baráibar o de la anónima de Sófocles de la Biblioteca Universal.

La precaria situación de las traducciones de los trágicos a comienzos del siglo XX, en concreto la de Sófocles, ya salta a la prensa. Así, en una crónica publicada en la revista El Teatro en agosto de 1902, se decía:

 El proyecto [Edipo tirano] ofrece, como primera dificultad, para los que no estamos en el secreto, en no tener a mano una traducción española bien hecha de alguna de las siete tragedias de Sófocles que han llegado hasta nosotros. […] ¿Por ventura se tiene ya una traducción directa hecha ahora por algún literato ilustre? ¿O acaso se prepara –y esto es lo más verosímil– una versión de cualquiera de las traducciones francesas con que cuenta entre nuestros vecinos, el teatro de Sófocles? Si esto fuese como digo, si lo que se intenta dar en el Español es una versión à la diable de una traducción francesa, bien se está San Pedro en Roma y el autor de las Trachinianas en las excelentes ediciones de Brunck o de Didot, en donde pueden saborear las bellezas del trágico ateniense los entusiastas de la literatura helénica. Es mejor dejar en paz a Sófocles que traer aquí su grotesca caricatura (págs. 2–3).

Todavía hay que esperar dos décadas más para que todo el teatro griego se pueda leer en castellano en solventes traducciones, con la aparición de las obras completas de Eurípides (1909–1910) y de Sófocles (1921) en la «Biblioteca Clásica».

 

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  1. Este trabajo se ha realizado en el marco del proyecto de investigación Portal digital de Historia de la Traducción en España, PGC2018-095447-B-I00 (MCIU/AEI/FEDER, UE).
  2. Abril tradujo otras obras latinas y griegas; entre estas últimas, Fábulas de Esopo al latín y al romance, obras de Aristóteles, Aftonio y Platón. Pellicer y Saforcada (1778) cita treinta y seis traductores de autores clásicos.
  3. Sobre estas traducciones, véase Hernando (1975: 188–189) y Arenas Cruz (2003: 453–457). Esta última señala: «No hay ningún indicio de las traducciones que hizo de Homero y de otros poetas y dramaturgos griegos» (453). Además de Edipo y Pluto, tradujo Los cinco libros sobre las opiniones de los filósofos (1793) de Plutarco.
  4. El mismo autor cita una traducción de Prometeo en prosa publicada ese mismo año (1880) en la Revista Científica y Literaria del periódico La Fe, aunque está realizada sobre una versión francesa.
  5. Recurre a los trabajos de Stantely, Bothe, Schütz, Butler, Blomfield, Wellauer, Boissonade, Ahrens, Brunk, Burgess, Scholefield, Hermann, Weil, Dindorf, etc.
  6. Díaz–Regañón (1955: 252) dice que esta traducción es «muy fiel y elegante»; en González González & González Delgado (2007: 76–84) se profundiza más en el análisis de la misma y se la califica de excelente, superando la realizada por Menéndez Pelayo, publicada con posterioridad.
  7. De hecho, su traducción se siguió reeditando durante todo el siglo XX, especialmente una vez que vencieron los derechos de autor y su obra pasó a dominio público. Todavía se puede encontrar en la actualidad (a ella recurre en 2018 Forgotten Books, disponible en Amazon).
  8. En 1906 aparece una segunda edición, con prólogo de Juan Valera. Sobre estas traducciones, Díaz–Regañón (1955: 250–252), González González & González Delgado (2007: 73–76), González Delgado & González González (2010: 182–183).
  9. En cuatro entregas de la revista, entre los nº 3 y 6 (25 de marzo–15 de mayo de 1898), pp. 47–51, 71–74, 91–94 y 106–112. Estas versiones catalanas no son citadas por Díaz–Regañón (1955). El traductor publicó años después un estudio sobre «Esquilo y su teatro» (Masriera Colomer 1912: 199 ss.).
  10. Mussarra (2014) da cuenta de varios errores de comprensión del texto original y señala que algunas inexactitudes, más que a una falta de conocimientos, se deben a una manera de trabajar apresurada y poco cuidada.
  11. Véase la sutileza de Brieva Salvatierra, al traducir estos epítetos como ‘alígeras’, ‘madre común’ y ‘omnividente’, respectivamente.
  12. Esta traducción en verso, con estilo elegante, del Edipo Rey de Sófocles viene acompañada de un interesante preliminar titulado Discurso sobre la tragedia y sobre la comedia antigua y moderna. Díaz–Regañón (1955: 154) señala que el empleo de versos hexasílabos en los coros da «un tono pueril a la pieza con detrimento de la dignidad trágica». Sobre la traducción apunta que «es, en general, muy fiel, pero a la versificación le falta nervio y resulta prosaica». Hernando (1975: 229) dice que es una traducción «bastante exacta, en lenguaje sencillo sin grandes afectaciones, en versos ágiles generalmente, que sólo de vez en cuando sacrifican el tenor literal del griego a las reglas del endecasílabo». Elogioso es también Menéndez Pelayo (1952: II 44–47); por su parte, Arenas Cruz (2003: 454) señala que sus traducciones habrían sido realizadas en sus años de juventud y recuperadas luego gracias al patrocinio de Miguel de Manuel, bibliotecario primero de los Reales Estudios de San Isidro.
  13. A principios del siglo XIX, los ingleses contaban con tres traducciones completas diferentes de Sófocles (en 1729 por Adams, en 1759 por Francklin y en 1788 por Potter, además de las individuales, que comienzan con una Electra a mediados del XVII), los franceses con dos (en 1762 por Dupuy y en 1788 por Rochefort; las individuales se inician en 1537, con Electra) y los italianos con una (en 1813 por Bellotti), aunque ya todas podían leerse en italiano desde mediados del siglo XVIII (la mayoría con múltiples versiones, al menos siete, en el caso de Edipo Rey); además, es en Venecia donde se imprimen por primera vez, en 1502, las tragedias de Sófocles en griego (por Aldo Manuzio) y pocos años después aparecen ya traducciones italianas de algunas de estas obras (la primera será Antígona en 1533 por Alamanni).
  14. Este autor ya había publicado en Puerto Rico una traducción de Anacreonte. El manuscrito (M. 185) es un cuaderno de 49 folios, fechado el 10 de abril de 1855. Esta tragedia es citada por Menéndez Pelayo, pero no le dedica ningún comentario. Tampoco Díaz–Regañón, que se limita a anotar la ficha bibliográfica del manuscrito.
  15. El manuscrito (M. 14) contiene portada más 162 hojas autógrafas de Menéndez Pelayo, que lo cita (1953b: 215). También señala que este catedrático del instituto San Isidro de Madrid se ocupa de otras tragedias de las que nada sabemos.
  16. El manuscrito contiene una traducción en prosa y otra en verso, ambas incompletas, de esta obra. Véase Díaz–Regañón (1955: 237–249), que describe el esfuerzo de Musso y su corrector, Félix José Reinoso, por llegar a la máxima literalidad, afanándose incluso por conseguir el mismo número de palabras empleadas por Sófocles. Menéndez Pelayo (1953b: 215) toma la noticia de que tradujo en verso el Ayax flagelífero por la biografía publicada en la Revista de Madrid por Fermín de la Puente y Apecechea con motivo de su muerte (1838).
  17. Probablemente el resultado final fuera una adaptación de la obra, ya que, entre las modificaciones que pretendía estaba, según Arévalo Martín (2004: 429): «la eliminación de todos los elementos que hacían inverosímil la trama original […
  18. Sobre estas recreaciones de la Electra, véase Bañuls, Crespo & Morenilla (2006). La de Pérez de Oliva fue reeditada en varias ocasiones en el siglo XVI. Se trata de una adaptación de Electra por un autor renacentista, empeñado en dignificar el castellano. El resultado es una obra alejada del original que, si bien mantiene la disposición y el orden escénico, suprime parte de los diálogos e introduce considerables modificaciones. Para Menéndez Pelayo (1953a: IV 71 ss. y 1953b: 213) es una: «traducción libre, o más bien imitación de la Electra de Sófocles, en prosa elegante y noble, pero algo fría. Basta compararla con el original para ver cuán recortada e infielmente traducida está. La parte lírica, sobre todo, ha sufrido espantosas mutilaciones. Añádase a esto los rasgos ampulosos y declamatorios que de su cosecha pone el traductor, y se tendrá idea de La venganza de Agamenón, digna de vivir sólo por la hermosura de lengua, y por ser la primera muestra del teatro griego entre nosotros»; véase también Díaz–Regañón (1955: 21–27) y Ansino (2004). Respecto a la adaptación de García de la Huerta, véase González Delgado (2010: 2390–2391); ya Díaz–Regañón la consideraba una «lamentable refundición» y señalaba sus muchos defectos.
  19. González González & González Delgado (2007: 90–93); Menéndez Pelayo (1942: 285) reprochó a Martínez de la Rosa el haber prescindido, como todas las versiones modernas, de la segunda parte, Edipo en Colono, pero admite que se trata de la mejor versión en lengua castellana.
  20. También aparecen Esquilo y Eurípides. La documentación de estas obras escolares es difícil, pues sufren continuas adiciones y supresiones. Así, por ejemplo, en la de Bardón Sófocles aparece en la publicada en Madrid en 1856 en las páginas 302–311, mientras que en la de 1859, lo hace entre las páginas 421–429; Filoctetes aparece, o no. Díaz–Regañón (1955: 255–256) no tiene en cuenta esta problemática y señala los pasajes que se toman de los autores trágicos según su edición consultada.
  21. Nueve entregas, entre los números 1 y 13 (pp. 11–12, 43–44, 58–60, 91–92, 122–124, 138–140, 155–156, 182–183 y 203–204).
  22. González Garbín desconocía, por tanto, la traducción inédita de Graciliano Afonso.
  23. Aparecen Júpiter, Baco, Marte, Plutón, Proserpina, Trivia; sin embargo, Afrodita (p. 86).
  24. Otras veces denomina «Trivia diosa» a Hécate, que aparece en el texto original con el epíteto ἐνοδίαν (v. 1199), o traduce τὸν ἀγαθὸν Κρέοντα (v. 31) por «generoso Creonte», tal vez sin percibir su ironía.
  25. La siguiente publicación de una tragedia sofoclea pertenece ya al siglo XX: la Electra trilingüe de la Academia Calasancia (González Delgado 2010), con texto griego original, la traducción castellana en prosa de José Alemany Bolufer, la recreación en verso de García de la Huerta y la catalana en verso de José Franquesa Gomis. Sófocles será el último de los grandes trágicos griegos en tener vertidas al castellano sus siete tragedias completas (en 1921), cuarenta años más tarde que las de Esquilo y once años después de Eurípides. Este hecho puede deberse a que, como hemos visto, muchas de las tragedias de Sófocles, las más conocidas, ya habían sido traducidas (o versionadas) de modo independiente.
  26. En Francia, varias tragedias habían sido ya publicadas desde mediados del siglo XVI y, a finales del siglo XIX, podían leer a Eurípides en seis versiones francesas diferentes: las de Prévost (1782), Artaud (1842), Pessonneaux (1874), Humber (s/d), Histin (1884) y Leconte de Lisle (1884). Esta última traducción fue vertida por Germán Gómez de la Mata al español y publicada en cuatro volúmenes (Obras completas, Valencia, Prometeo, 1920). Los italianos podían leerlas íntegras en su lengua desde mediados del siglo XVIII (en la monumental edición del P. Carmeli, Padua, 1743–1754) y los ingleses en la edición de Paley de 1864 (González Delgado & González González 2010: 192).
  27. En nuestro país, parece que en el siglo XVI Juan Boscán había compuesto una «tragedia de Eurípides, autor griego», que no llegó a imprimirse y no sabemos cuál pudo haber sido (Menéndez Pelayo 1953b: 215). Al igual que la Electra de Sófocles, Hernán Pérez de Oliva compuso una Hécuba triste (1586), imitación de la Hécuba, aunque más libre y menos ajustada al original. Según Menéndez Pelayo (1953b: 216): «Faltan la escena entre Hécuba y Agamenón, los vaticinios de Polimnéstor, todo el papel de Taltibio y mucha parte de los coros. El plan está asimismo algo variado, intercalándose el episodio de Polidoro antes de acabar la historia de Polixena». No se ha localizado una supuesta edición de 1599 de una Medea traducida en prosa (se decía que muy literal) por Pedro Simón Abril, acompañada de texto griego, probablemente para uso escolar, ni un Hipólito de Esteban Manuel de Villegas (Menéndez Pelayo 1953b: 216; 1953a: IV 380; Díaz–Regañón 1955: 18–21, 115). Da la sensación de que serían adaptaciones de los argumentos trágicos más que traducciones propiamente dichas. Han quedado traducciones de algunos pasajes. Así, podemos señalar dos fragmentos vertidos por fray Luis de León de la Andrómaca, que figuran en las ediciones de sus Poesías: el primero en tercetos, «No truxo esposa a Troya cosa buena»; y el segundo en cuartetos, «O no nacer jamás escojo y quiero»; Andr. 103–155 y 768–789, respectivamente (véase Díaz–Regañón 1955: 14–17), y otro de Bacantes (734–758) por Pedro de Valencia, inserto en su Discurso acerca de los cuentos de las brujas, obra que permaneció inédita hasta 1997.
  28. Se trataría de Euripides restitutus sive Scriptorum Euripidis ingeniisque censura, quam faciens fabulas quae exstant explanavit examinavitque (Hamburgo, 1843–1844); maneja, entre otros, los trabajos de Duruy, Thirwall, Druman, Baumgarten, Levesque, Murgrave, Boeck, Walckenaer, Jacob y Lefrank.
  29. Entre los números 5 (1 de mayo) y 9 (1 de julio) de 1868, en las pp. 37–38, 45–46, 53–54, 62–63 y 69.
  30. Señala (p. 51): «En otras ediciones se lee (v. 360) δασυμάλλῳ ἐν αἰγίδι καινόμενα (cortados sobre una peluda piel de cabra) en vez de δασυμάλλῳ ἐν αἰγίδι κλινομένῳ (tendido sobre una peluda piel de cabra) que trae el texto que seguimos». Justifica a continuación esta decisión. Las grafías griegas presentan algún problema tipográfico que se explicaría por la falta de caracteres (ψ por la última ῳ).
  31. Entre los números 7 (1 de abril) y 22 (15 de noviembre) de 1880, en las pp. 87–88, 106–107, 132–134, 156–157, 177–178, 185–186, 195–196, 209–211, 243–245 y 254–257.
  32. Ya hemos comentado que del perdido Pluto de Pedro Simón Abril no se sabe nada. Antes de esta obra, según Apraiz (1874: 112), Miguel Cabedo publicó en París en 1547 una traducción al latín. Lo cierto es que fue un autor comentado en nuestras universidades en el siglo XVI (Vives, Vergara, Palmireno, el Brocense); a finales del XVIII, con el resurgir helénico con Carlos III, parece que el catedrático Ambrosio Rui Bamba, traductor de Polibio (1789), lo explicaba en sus clases y Casimiro Flórez Canseco recomendaba su lectura, omitiendo los pasajes obscenos (Hernando 1975: 224, 346).
  33. Señala Menéndez Pelayo (1953b: 219) que, tanto este discurso como el que precede a su traducción de Edipo, «fueron leídos por Estala en su cátedra de Historia literaria de San Isidro. Se fija mucho en el carácter democrático de la comedia antigua y en la censura moral que entrañaba». Arenas Cruz (2003: 456–457) da cuenta de una anónima reseña elogiosa que en 1794 apareció en el Memorial Literario.
  34. Emplea un verso relativamente frecuente en el género nacional, el romance octosilábico, al considerar que ni la prosa ni el endecasílabo eran aptos para la comedia, e intenta ser lo más fiel posible, anotando expresiones con doble sentido y todas aquellas partes dudosas o problemáticas que ayudan al mejor entendimiento del texto. Hernando (1975: 229) la considera de «espléndida calidad». Menéndez Pelayo lo criticó por eliminar o dejar en latín los pasajes indecorosos (algo habitual en las traducciones del género, presente, por ejemplo, en los traductores franceses –también lo hará Baráibar a quien el polígrafo santanderino prologa su traducción–) y cree que no ha puesto tanto esmero en ella como lo hizo en su Edipo. Viene precedida de un interesante discurso preliminar sobre la comedia antigua y moderna. Además de este drama satírico y de las comedias de Aristófanes, también tradujo al castellano a otros autores griegos (Arriano, Historia de las expediciones de Alejandro, 1883; Luciano de Samosata, Obras completas, 1882–1889; Homero, La Odisea, 1886; Poetas líricos griegos, 1898), así como latinos, franceses (Maupassant, Bola de sebo, 1913), italianos (Manzoni, Tragedias, poesías y obras varias, 1891; Goldoni, El avaro, 1878; Novelas italianas, 1893; poesías de Leopardi) y catalanes (Joaquim Rubió y Ors, Gutenberg, 1887). No debemos olvidar sus Traducciones del hebreo, griego, latín, euskaro, portugués, catalán, gallego, italiano, francés y provenzal (1886).
  35. Hay alguna revisión mínima con respecto a la ya publicada.
  36. Este estudio, fechado en Santander el 4 de enero de 1880, está recogido en Menéndez Pelayo (1953b: 211–225).
  37. González González (2010: 425–426) señala que, en esos pasajes obscenos, Baráibar se aproxima al francés Artaud y muestra lo alejada que estaba la traducción en dichos pasajes. Ya antes Pedro Estala, en su traducción del Pluto, hizo lo mismo, eliminando o poniendo en latín semejante contenido.
  38. Del número 2 (15 de enero de 1882) al 21 (1 de abril de 1883), en las pp. 17–18, 28–29, 39–40, 150–151, 153–154, 161–164, 173–177, 195–198 y 209–212. Aparece a comienzos de 1882 para luego dejar las entregas vacías durante unos cuantos números de la revista y retomarse ya en los últimos. Hay varios meses en que Lo Gay Saber no se publica (de octubre a enero) y, al final, deja de ser quincenal para convertirse en mensual en los números del año 1883. Da la sensación que la revista resistió y aparecieron los últimos números para que se publicaran los textos que estaban pendientes (uno de ellos, esta traducción), pues cada entrega ofrece más texto del que era habitual. De no haber cesado la publicación de la revista en mayo de 1883, es posible que hubieran aparecido más traducciones.
  39. En Gil Fernández (1997) podemos rastrear varios motivos de este retraso, entre los que destacamos el caso especial del estudio de la lengua griega, la penuria bibliográfica, la censura de la Inquisición (y la autocensura autoral), la política restrictiva en lo referente al comercio librero y la industria editorial, la falta de mecenazgo, el precio de los libros, etc. Respecto a la influencia que todas estas traducciones renovadas de los trágicos griegos tuvieron en la escena española, véase Morenilla (2006).