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Lenguas, enseñanza y traducción en los Siglos de Oro

Luis Pablo Núñez (Universidad de Granada)

 

Lenguas, didáctica, aprendizaje

Los cambios de mentalidad y la floración artística y económica sucedidos desde mediados del siglo XIV en Italia y principios del XV en buena parte de Europa tuvieron repercusiones sobre las lenguas: el desarrollo del comercio y la interrelación política entre los nuevos estados europeos a través de políticas matrimoniales, embajadas y guerras provocaron la necesidad de estudio de las lenguas vernáculas de otras regiones. Durante el llamado Renacimiento, la expansión del imperio fuera de las fronteras peninsulares bajo los reinados de Carlos V y Felipe II difundió la lengua española por los Países Bajos y regiones de Italia, la cual se vio reforzada por el papado del español Alejandro VI (1492–1503) y también por la diplomacia, la fuerza militar o el comercio, haciendo que el aprendizaje del español fuera en muchas ocasiones una necesidad.

Diferentes edictos legislativos promovieron el uso de las lenguas vulgares como refuerzo de las administraciones locales: en el territorio de la actual España, mediante las medidas de los Reyes Católicos y las obras de Nebrija; en Francia, mediante una serie de edictos que apartaron el latín y otras lenguas y dialectos regionales del ámbito administrativo y judicial a favor del francés de la isla de Francia («en langage maternel francoys et non autrement»): primero con el edicto de Moulins (1490) y la disposición de Luis XII (1510), que obligaban a usar la lengua materna en todos los interrogatorios judiciales, luego con el edicto de Villers–Cotterêts (1539). La Reforma de Lutero difundió por su parte el uso del alemán en Centroeuropa.

Paralelamente, la pérdida gradual del conocimiento de las lenguas clásicas provocó que estas debieran aprenderse en un ámbito académico; salvo en ámbitos eclesiásticos y otros privados muy concretos, el latín no era una lengua de comunicación cotidiana, si bien seguiría siendo la lengua común de cultura (Auroux 2000: I, 655, 661–664; Burke 2014: 37). Aunque pueda aparecer incongruente, la renovación de los estudios humanísticos promovió la sistematización gramatical de las lenguas vulgares como medio con que aprender las clásicas; la creación de las primeras gramáticas vernáculas también les dio prestigio. Posteriormente, a medida que el latín dejaba de ser la lengua preponderante en los impresos y las vernáculas tomaban su lugar, se hacían más necesarias las traducciones entre ellas.

La metodología para enseñar y aprender las lenguas vulgares siguió las pautas empleadas para el latín y el griego, copiando incluso la división en partes de la oración y la descripción gramatical en casos (Caravolas 1995). Sin embargo, si el corpus usado para aprender latín o griego eran los textos clásicos de autoridades como Platón, César o Cicerón, para las lenguas vernáculas se enfocó en los usos cotidianos, en la comunicación oral (Loonen 1990, Sánchez Pérez 1992, Joby 2015): se enseñaban a viva voz, las clases consistían en estudiar la pronunciación y conjugación de verbos, la memorización de vocabulario, la lectura de diálogos en la lengua meta sobre situaciones prácticas (búsqueda de alojamiento, regateos en compraventa) y la traducción a la nativa, usando muchas veces modelos textuales específicos como cartas comerciales. El uso de la literatura y de refranes y proverbios era un complemento tanto del aprendizaje de lenguas clásicas como de las vulgares, pues mostraban aspectos éticos.

La distinción entre el alumno de una lengua vernácula y al alumno de una lengua clásica se basaba, pues, en el distinto uso al que se destinará la lengua y en el distinto tipo de usuario: la enseñanza de la lengua vulgar se dirigía al comerciante, al soldado, al viajero y, también, mediante algunos manuales dirigidos específicamente a ellos, a los cortesanos.

Los modos de aprendizaje de una segunda lengua también eran distintos: se podía recurrir a un tutor particular y tener el maestro en casa, normalmente nativo, ocasionalmente religioso, como en el caso de cortesanos y aristócratas (Montaigne, Milton);1 sin embargo, el uso de manuales impresos para el autoaprendizaje privado y su manejo en viajes fue la opción más difundida, de aquí que siempre solieran incluir apartados con nociones de pronunciación e incluso transcripciones de pronunciación figurada (véase Bruña Cuevas 2016, Pablo Núñez 2020). Cuando estos manuales no cubrían la necesidad, se adaptaban materiales preexistentes o se realizaban nuevos de manera particular (como hizo Landucci, 1562, al componer vocabularios manuscritos bilingües con español e italiano, francés y vasco para uso propio adaptando la columna de voces de Nebrija).

No todas las lenguas vernáculas tenían el mismo peso a nivel internacional: en 1578, John Florio escribía en First fruites que el inglés era «a language that wyl do you good in England, but passe Dover, it is woorth nothing» (Gallagher 2019). Las lenguas vulgares más estudiadas en los siglos XVI–XVII fueron el italiano, el español y el francés (Burke 2014: 36–43): como se señala en la «Epístola del traductor» de las Elegantes sentencias de muchos sabios príncipes, reyes y philósophos griegos y latinos, en tres lenguas, español, ytaliano y francés (Amberes, 1555) de Nicolo Liburnio, «antiguamente solíanse preciar mucho tres lenguas, que fueron la hebrea, griega, y latina, agora de las de nuestros tiempos vino a otras tres la contienda, que son estas». A lo largo del siglo XVII se incorporaría también, en ámbitos cortesanos de Centroeuropa, el alemán, como señala la portadilla interior del Das Newe Sprachbuch de Juan Ángel de Sumarán (Múnich, 1621): «Guía de la nobleza, con la qual se puede fácil y seguramente allegar a la conocencia y perfectión de las quatro más famosas y principales lenguas que en Europa se hablan, a saber español, francés, italiano, y alemán». Pero ya obras del siglo XVI, como la gramática francesa de Sotomayor (1565), iban dirigidas específicamente a cortesanos: «La cour de gentislhommes et de dames qui accompagnent Isabel de Valois et les membres de la cour espagnole qui veulent entrer en contact avec la cour française». En cortes como Nápoles o Bruselas era común el plurilingüismo.

La mayor o menor difusión de cada lengua vernácula estaba determinada por su fuerza política, económica y su cercanía o lejanía geográfica, pero también por el prestigio cultural. Si en el caso del español predominaban fundamentalmente los dos primeros aspectos, en el caso del italiano lo superaban el primero y el último. Por esto el italiano, en su dialecto toscano, fue la más aprendida y difundida sin duda alguna (Bingen 1987 y 1994, Lawrence 2005, Sáez Rivera 2008a). En buena medida fue así por su literatura, modelo de imitación, con Dante, Boccaccio y Petrarca ascendidos casi al mismo nivel de las autoridades grecolatinas, pero también por las políticas matrimoniales de las casas reales europeas, aliadas con las cortes italianas de los Medici, Sforza, etc.

Contaba con un gran prestigio en el ámbito cortesano: se sabe que Carlos V lo hablaba, que Isabel I de Inglaterra escribía cartas en italiano y que Francisco I de Francia lo usaba en sus conversaciones con el escultor y orfebre Benvenuto Cellini (Auroux 2000: I, 701). Felipe II lo estudiaba, junto con francés y latín, ya desde los nueve años. Se ha conservado incluso una breve gramática manuscrita para uso de Juana de Austria, esposa de Francisco de Medici. También en la corte imperial vienesa de Fernando II de Habsburgo y de su hijo Fernando III era una lengua de uso frecuente en la esfera familiar y cortesana (Burke 2014: 38).

Esta gran difusión explica la existencia de gramáticas italianas en la mayor parte de lenguas europeas y su uso como interlengua, es decir, el aprendizaje de una nueva lengua, como el español, a partir de otra ya conocida (el italiano), como se ha demostrado a través de los errores de interferencia en multitud de obras o como testimonian títulos del tipo L’art d’enseigner la langue francoise par le moyen de l’italienne, ou la langue italienne par la francoise, Florencia, 1677, de Michele Berti.2 Por esto, con frecuencia los maestros de lenguas eran autores de gramáticas tanto italianas como españolas, como Claude Lancelot: Nouvelle methode pour apprendre facilement et en peu de temps la langue italienne y Nouvelle methode pour apprendre facilement et en peu de temps la langue espagnole (ambas de 1660). De aquí que sea necesario conocer no solo los diccionarios y gramáticas del español, sino también los de otras lenguas, pues fueron usados paralelamente y a veces se copiaron mediante traducciones indirectas.

Aunque el neerlandés no era una lengua muy extendida geográficamente, los Países Bajos eran un potente foco económico y a través de sus imprentas llegaron al resto de Europa un gran número de obras traducidas a otras lenguas, como español, francés o latín, en ocasiones como ediciones bilingües o plurilingües. Allí también se concentraba una abundante cantidad de traductores–intérpretes (farautes, trujamanes) que acompañaban a los comerciantes y ayudaban en las transacciones o escribían cartas dirigidas a cualquier parte de Europa, como Venecia, Núremberg, Lion, Medina del Campo, Burgos, lugares de feria. En la pequeña Babel que era Amberes antes de 1585, los comerciantes, agrupados por nacionalidades: la «nación» española, la italiana, la inglesa, la portuguesa, la alemana, la escandinava (danesa),

soir et matin ils vont à heure certaine à la Bourse des Angloys, et là […] par le moyen des truchements de chascune langue (desquels y en a grand nombre), ils traictent sur l’achat et vente de toute sorte et espece de marchandise; et après un peu plus tard, ils vont à la nouvelle Bourse, qui est la place principale, et là l’espace de plus d’une heure, et par les mesmes interpretes des langues, ils parlent des deposts et des changes […]. De sorte que c’est un cas merveilleux de voir un tel meslange d’hommes […] et plus encore d’ouir une telle varieté de langages, et si differents l’un de l’autre […] en une seule ville. («Discours sur les marchands d’Anvers» en Description de touts les Païs–Bas, Amberes, 1582: 181, 179)

Durante el siglo XVII el mundo se hará más amplio y, a medida que se expande el comercio, se entablan contactos con nuevas regiones y lenguas: se llega a las Indias Orientales y Occidentales, se viaja hasta Constantinopla, a Rusia, pero, a pesar de los avances, siguen dándose carencias comunicativas. Fuera de Europa, el latín seguirá siendo la lengua de traducción.

 

Libros impresos y manuscritos

La llegada de la imprenta no apartó los materiales manuscritos, especialmente en el caso de la enseñanza de lenguas. Estos fueron con seguridad de uso corriente en el ámbito privado para la enseñanza–aprendizaje y la traducción, para la realización de borradores, esbozos y recopilaciones específicas sobre aspectos léxicos y gramaticales tomados de fuentes variadas.

Muchos de estos materiales se han perdido y solo excepcionalmente se han conservado en archivos y bibliotecas. Sería el caso de ciertas gramáticas, proyectos de vocabularios, parciales, fragmentarios o inacabados, que se han conservado bien como hojas sueltas en volúmenes facticios, bien como apéndices en ciertas obras impresas, bien como textos que no llegaron a la imprenta por otra serie de cuestiones (como la gramática francesa en español de Baltasar Pérez del Castillo). El Diálogo de la lengua de Juan de Valdés (ca. 1535), por ejemplo, quedó manuscrito y solo fue publicado en el siglo XVIII.

Del mismo modo, debido al coste de los impresos o la dificultad de conseguir ejemplares impresos en otros países, fue frecuente la circulación de copias manuscritas de impresos ya publicados o resúmenes de estos, como el de la gramática francesa de Pierre Paul Billet (posterior a 1673) que se conserva en la Biblioteca Nacional de España y reutilizaciones continuas de materiales de autores previos en otros posteriores –una constante durante los Siglos de Oro–, cuando no directamente adaptaciones o plagios.

Por otro lado, el papel de los impresores fue importante. Los grandes centros de impresión de la época promovieron la difusión de la lengua y literatura españolas, apoyadas en las circunstancias políticas y económicas de una Península floreciente tras la llegada del oro americano. Las imprentas de los Países Bajos españoles lanzaron ediciones plurilingües (con español, francés, neerlandés, alemán) y las difundieron por Europa por su posición geográfica estratégica.

En Amberes, impresores como Cristóbal Plantino, Martín Nucio, Steelsio o Jan de Laet difundieron la literatura española. Nucio imprimió durante sus años de actividad (1540–1558) la poesía de Boscán y Garcilaso, Santillana, Manrique, Mena y los cancioneros de romances. Bartolomé Gravio, impresor jurado de la Universidad de Lovaina desde 1546, encargaba a los extranjeros residentes en la ciudad sus obras, de aquí que surgieran a veces como anónimas. De la misma manera, ciudades como Lion o Ruán imprimieron un porcentaje de sus obras para el intercambio de ejemplares o venta en España mediante acuerdos con impresores y libreros castellanos. En Venecia, Gabriel Giolito de Ferrari y Melchior Sessa publicaron muchas traducciones del español al italiano y viceversa (Bognolo 2012). En Viena, aunque la importancia del italiano fue mayor, se publicaron también treinta y cinco títulos diferentes en español durante el siglo XVII (Messner 2000).

 

Traducción y aprendizaje de lenguas vernáculas

La traducción fue una práctica común en el aprendizaje de las lenguas vernáculas durante los Siglos de Oro. Se sabe que los poemas de Petrarca fueron usados en la Inglaterra isabelina para la enseñanza entre las clases aristocráticas. Otros ejercicios consistían en traducir sin mirar a la lengua que se aprendía fragmentos de los diálogos que aparecían en los manuales políglotas con columnas paralelas, como en los de Florio o Berlaimont, hasta conseguir un discurso similar al impreso. También se descomponía la estructura sintáctica de las frases y se comparaba con la de la lengua meta. El hecho de que los diálogos estuvieran dispuestos en columnas o páginas confrontadas permitía la comparación de las estructuras en las dos o varias lenguas. Cuando un maestro estaba presente, los ejercicios de traducción eran corregidos y a través de ellos se explicaban las reglas de la gramática. La repetición, la imitación eran, pues, frecuentes. Los libros de diálogos contaron con abundantes ediciones y estas técnicas, junto con su valor pragmático al mostrar usos conversacionales, podrían explicar su éxito.

Las técnicas de traducción del latín a lengua vernácula y viceversa fueron también empleadas para las lenguas modernas: las traducciones mediadas y las dobles traducciones usando una o varias lenguas en distintas combinaciones (del latín al francés y del francés al inglés, y de este de vuelta al latín, o del español al italiano y de aquí al francés, para volver al italiano o español) se empleaban para mejorar la fluencia lingüística y el estilo. Fueron también habituales en la publicación de impresos, como en las cartas de relación de Hernán Cortés, publicadas originalmente en español, pronto traducidas a latín y de esta lengua al italiano y al francés: La preclara Narratione di Ferdinando Cortese della Nuoua Hispagna del Mare Oceano […] per il Dottore Pietro Sauorgnano […] dal iddioma Hispagniuolo in lingua latina conuersa […]dalla facondia latina al splendore della lingua volgare per Messer Nicolo Liburnio […] tradotta (Venecia, ca. 1525). Donde no se usaba el italiano en su dialecto toscano, las traducciones al latín tenían mayor presencia.

Aunque desde la aparición de El cortesano por Castiglione tenemos reflexiones sobre la labor de traducción (Ruiz Casanova 2018: 200–205), son menos las menciones expresas al uso de la traducción y de la literatura como medio didáctico; sin embargo, no cabe duda de que el empleo de textos literarios para la enseñanza de lenguas fue habitual: maestros de lenguas como Louis Douët adaptaron obras literarias como la Aminta de Tasso o el Lazarillo de Tormes e imprimieron tiradas cortas del vocabulario seleccionado para repartirlas entre sus alumnos; algunos incluso escribieron obras, como la segunda parte del Lazarillo, por Juan de Luna, en 1620, o La Diana de Monte–Mayor nuevamente compuesta por Hieronymo de Texeda: tercera parte (1627). En 1548, Hadrianus Amerotius, profesor de griego en Flandes, enseñaba también neerlandés a no nativos mediante la lectura de historias (comentadas, suponemos) escritas en flamenco durante quince minutos dos veces al día (Swiggers & Van Rooy 2017: 101).

También se usaron para la enseñanza de lenguas las ediciones bilingües de literatura con páginas o columnas confrontadas, abundantes desde principios del siglo XVI: los Dialoghi di Massimo Troiano, tradotti nella lingva castigliana da M. Giouanni Miranda; & hora insieme posti in luce, nell’uno e nell’altro idioma, à benefitio comune. Con […] due discorsi, co’quali si può imparare à leggere, intendere, e pronunciare la lingua spagnuola (Venecia, 1569) podrían ser un ejemplo, pero, más allá del género dialógico, habría que destacar las ediciones de la novela sentimental y otra literatura cortesana de entretenimiento, como la Cárcel de amor de Diego de San Pedro, el Tratado de amores de Arnalte y Lucenda o la Historia de Aurelio e Isabella de Juan de Flores, publicadas en los Países Bajos, Italia, Francia e Inglaterra (luego también en Alemania) en dos, tres y cuatro lenguas: de la Cárcel de amor, por ejemplo, se señalan al menos veinte ediciones españolas, catorce bilingües («en deux langages Espaignol et François pour ceulx qui vouldront apprendre l’un par l’autre») y dieciocho traducciones (al italiano desde 1513, al francés desde 1525 y al inglés hacia 1548 como The castell of love).3. La prueba de su uso en el aprendizaje de lenguas lo encontramos en algunas de estas ediciones, que, con los añadidos de notas gramaticales o de pronunciación, fueron reconvertidas en manuales. La práctica llegará hasta finales del XVII y con textos no solo literarios, sino también históricos.

La difusión de otros textos españoles por Europa serían también recursos aprovechables para la didáctica, como las traducciones del Amadís, del Marco Aurelio y del Reloj de príncipes de Antonio de Guevara, la Diana de Montemayor, las obras de fray Luis de Granada, Cervantes, la Silva de varia lección de Pedro Mexía, la novela picaresca… El Lazarillo, por ejemplo, que contó con ediciones tempranas en español ya en prensas extranjeras (1554, Amberes, y segunda parte en 1555), fue traducido al francés en 1560 (Les faits merveilleux, ensemble la vie du gentil Lazare de Tormes, Lion) y 1561 (L’histoire plaisante et facetieuse du Lazare de Tormes Espagnol, París); tuvo nuevas ediciones en 1594, 1598 y 1601, etc. y varias bilingües español–francés (en 1616, 1660). Al inglés se tradujo en 1576 (The pleasant History of Lazarillo de Tormes, a Spanyard, Londres) y se reeditó en 1586 y dos veces más en 1596. Los mismos impresores de estas traducciones publicaron también gramáticas y diccionarios de esas lenguas, como el parisino Étienne Maucroy.

Asimismo, la relación entre la literatura y la lexicografía fue grande: En Della Fabrica del mondo de Francesco Alunno (Venecia, 1548 y posteriores) encontramos algo así como unas concordancias léxicas de las obras de Dante, Petrarca, Boccaccio «& d’altri buoni auttori» con su equivalencia latina y un vocabulario al fin (aggiunto da M. Thomaso Porcacchi). Alfonso de Ulloa, secretario del embajador español en Venecia, añadió un glosario a su traducción al italiano de la Celestina (Tragicomedia de Calisto y Melibea […] Hásele añalido [sic] nueuamente una grammática, y un vocabulario en Hespañol, y en Italiano, Venecia, 1553 y 1556) y un listado de voces dificultosas con la explicación en toscano a su traducción del Orlando furioso de Ariosto (Venecia, 1553); por su parte, Francisco Delicado incluyó en la edición de Los tres libros del muy esforçado cauallero Primaleón (Venecia, 1534) varias notas sobre la pronunciación de algunos vocablos o sobre la ortografía. No fueron los únicos casos.

El ejemplo más extremo de recopilación quizá sea el de John Minsheu, quien, para su gramática de 1599 (A Spanish grammar, first collected and published by Richard Perciuale Gent. Now augmented and increased with […] annexed speeches, phrases, and prouerbes, expounded out of diuers authors, Londres, 1599) añadió, tras los comentarios gramaticales, diversos apartados bilingües español–inglés tomados de diferentes obras literarias: «Words, Phrases, Sentences and Prouerbes out of Diana of Monte Mayor in 16. printed at Antwerpe 1580 (pt. 1 y 2)»; «Words, Phrases, Sentences and Prouerbes out of Celestina in 8. printed at Antwerpe En la oficina Plantiniana Anno 1595»; «Words, Phrases, Sentences and Prouerbs out of La vida de Lázaro de Tormes in 8 printed in Antwerpe En la oficina Plantiniana, Anno M.D.XCV.»; «Words, Phrases, Sentences and Prouerbs out of Menosprecio de la Corte, or in French Mespris de la Court in 16. printed An. M.D.XCI. per Iehan de Tournes»; «Words, Phrases, Sentences and Prouerbs out of Floresta Española, in 16. Printed in Salamanca, 1592».

Los textos eran también la fuente de los diccionarios basados en autoridades, como La Crusca, Sebastián de Covarrubias y el posterior de 1726–1739 de la Real Academia Española. Está también probado que los autores de diccionarios y gramáticas usaron obras literarias para elaborarlos, extrayendo de ellas ejemplos y locuciones que luego definían (Marcos Álvarez 1992, Esteba Ramos 2005, Cazorla Vivas 2015 y 2018).

Además, en muchas ocasiones, los autores de gramáticas y diccionarios fueron asimismo traductores: el Quijote fue traducido por Lorenzo Franciosini al italiano (L’ingegnoso cittadino Don Chisciotte della Mancia 1622, 1625) y al francés por César Oudin (1614; en su nómina de traducciones figuran también la Galatea en 1611 y otras ocho obras); Noviliers Clavel, autor de una nomenclatura en tres lenguas, vertió al italiano las Novelas ejemplares. Baltasar Pérez del Castillo, autor de una gramática del francés, tradujo el Theatro del mundo de Pedro Bouistuau (1564) y Los discursos de la religión […] de los antiguos romanos y griegos (1579). Giovanni Miranda tradujo al italiano obras de fray Luis de Granada; John Thorius tradujo al inglés el Espejo y disciplina militar de Francisco de Valdés y el Tratado del consejo y de los consejeros de los príncipes de Bartolomé Felipe; Cristóbal de Las Casas, autor del Vocabulario de las dos lenguas toscana y castellana (1570), tradujo De las cosas maravillosas del mundo (1573) del latino Cayo Julio Solino del latín al español; el gramático Diego de Cisneros fue traductor de los ensayos de Montaigne (con el título Experiencias y varios discursos de Miguel de Montaña, entre 1634 y 1637), aunque no llegaron a publicarse. Los ejemplos podrían proseguir.

La enseñanza de lenguas partía de diccionarios y gramáticas, pero se complementaba con nomenclaturas, libros de diálogos y ocasionalmente refranes y proverbios, interrelacionando unas obras con otras hasta formar un método completo. La literatura era, pues, no solo un divertimento, sino también parte de la enseñanza, y las traducciones, probablemente, sustento económico de los maestros de lenguas.

 

Bibliografía

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  1. Teniendo en cuenta la diversidad de territorios que formaban la Corona hispánica en aquella época, las personas pertenecientes a la corte ejercerán también frecuentemente la labor de maestros de otras lenguas: así, Carlos V advertía a su hijo ante el matrimonio con María Tudor que «mediante que S. A. no sabe el idioma inglés, convendrá que escoja un truchimán, que podrá ser alguno de los ayudas de cámara, para hablar con él, y por fuerza aprenderá algunas palabras inglesas para saludar»; finalmente, «su alteza estuvo (…) con la reina más de una hora, hablando él en español y ella en francés: ansí se entendían, y amostróle la reina á decir buenas noches en inglés para que despidiese á los grandes del reino, de que recibieron grandísimo contentamiento» («Instructions données à Philippe sur la conduite qu’il devra tenir en Angleterre», citado por Lafuente 1888: IX, 101 y 105). Por otra parte, en el séquito de Isabel de Valois, esposa de Felipe II encontramos a Jacques Ledel, «moço de cappilla de su majestad» y luego autor de un vocabulario francés–español de 1565.
  2. Un ejemplo más está en la breve y poco conocida gramática de Claude Jaunin, L’introduction aux compliments des sept principales langues (…): Hebraïque, Grecque, Latine, Françoise, Allemande, Italienne & Espagnole (Lyon, 1630), donde, al hablar de la enseñanza de la lengua italiana, aconseja a los alemanes que hablen primeramente la francesa y luego la italiana, pues de hacerlo a la inversa se contagia la pronunciación del francés y se vuelve incorrecta: «Ie conseille aux Seigneurs Allemands, de tascher d’apprendre premierement la nostre Françoise, pour l’esgard de la contraire prononciation en plusieurs endroicts: car nous auons experimenté à l’endroict de ceux, qui sont venus d’Italie à Lyon, qu’il leur falloit monstrer, surtout, de renoncer à la prononciation Italique, pour bien prononcer la Françoise» (p. 62, cit. en Sáez Rivera 2008b). Sobre ejemplos concretos de errores en el español por interferencia con el italiano, pueden consultarse Pablo Núñez (2005) y (2009).
  3. Simón Díaz (1965: III, 2, 409–420) y Whinnom (1973: 68–69); sobre las novelas de Juan de Flores, véase Matulka (1931)