Sannazaro, Iacopo

Sannazaro, Iacopo (Nápoles, 1457–Nápoles, 1530)

Escritor y humanista italiano, una de las figuras señeras del humanismo napolitano del siglo XV, con su abundante obra romance (Rime) y latina (donde descuella el poema De partu Virginis, de corte teológico, pero con la evidente fusión entre modelos clásicos y fuentes escriturarias). Se convirtió, además, en el autor de referencia para todo el petrarquismo italiano meridional. En el Nápoles del virrey Pedro de Toledo, para los poetas napolitanos (y por consiguiente para su amigo y contertulio Garcilaso de la Vega), sugirió una poesía alejada del monolingüismo petrarquista de Bembo, y caracterizada por una fuerte vinculación con los clásicos y los moldes de la poesía neolatina. Por otra parte, la Arcadia, narración bucólica que incluye también doce églogas, fijó para las literaturas europeas el modelo de la novela pastoril.

El primer problema que presenta el estudio de las traducciones castellanas de Sannazaro es el de distinguir entre traducciones e imitaciones (distinción, por cierto, que tiene más sentido para nuestras exigencias taxonómicas que dentro de la poética áurea), hasta el extremo de que la primera traducción es evidentemente la de la prosa viii de la Arcadia que ofreció Garcilaso en las narraciones de Albanio de la segunda égloga. Llegó a reprocharle su fidelidad extrema Fernando de Herrera, quien en sus églogas (en particular en Amarilis) introdujo varios pasajes de la Arcadia (prosa y verso) y del Sannazaro latino, aunque de un modo, según apunta en las Anotaciones a Garcilaso, que considera menos servil. Nos movemos entre traducción e imitación también con varios poemas sueltos, algunos recogidos en la Antología de poetas líricos italianos traducidos en verso castellano (1200–1889) de Juan Luis Estelrich (Palma, Diputación de Baleares, 1889): bien italianos, como el soneto O gelosia, d’amanti orribil freno (que se traduce e imita desde las primeras generaciones de petrarquistas hasta el Barroco extremo); bien latinos, y aquí sobresale el soneto de Quevedo Los que ciego me ven de haber llorado, construido a partir del epigrama Miraris liquidum cur non dissolvar in amnem, aunque en imitación compuesta con Petrarca.

Con estas aclaraciones a la vista, hay que aproximarse a las cuatro traducciones del De partu Virginis: la realizada por Gregorio Hernández de Velasco (Toledo, 1554; Salamanca, 1569; Madrid, 1569; Sevilla, 1580), traductor conocido de la Eneida y de las Lágrimas de San Pedro de Tansillo; la del gran poeta Francisco de Aldana, cuya traducción en dos cantos se limita al i libro (se publicó en 1591 en la Segunda parte de las Obras preparada por su hermano Cosme); la de Francisco Herrera Maldonado, traductor también de la Peregrinação de Mendes Pinto y Luciano (B. Nacional de España, códice ms. 17583 fechado en 1616, y edición madrileña de 1620, que incluye también la Lamentatio de morte Christi Domini); y finalmente la debida a un anónimo, que ha consignado su versión parcial manuscrita en las hojas de un ejemplar (B. Nacional de España, R–3235) de los Commentaria in tres libros de Virginis partu de Lázaro de Córdoba (Venecia, 1584).

No puede entenderse este tipo de ejercicio literario si se olvida el gusto típicamente renacentista de la versión del latín al romance como realce de la dignidad y potencialidades de éste: también al italiano, no hay que soslayarlo, se dieron varias traducciones del De partu, y queda por estudiar su posible influjo en las castellanas. Éstas presentan el acostumbrado grado de libertad (en lo que atañe a añadidos y supresiones) que suelen reservarse los traductores áureos. Hernández de Velasco y Herrera Maldonado añadieron a la versión del tercer libro la celebración de personajes toledanos y de las grandezas e ingenios de España, respectivamente. Aldana, por otro lado, resume o amplifica según los momentos, y compone sin ningún apoyo en el original una muy amplia sección de texto a caballo entre sus dos cantos, como demuestra el cotejo sistemático con el texto latino. En términos métricos, la preferencia por la octava real (Aldana, Hernández de Velasco) corresponde al éxito de ésta para traducciones, una opción ya muy bien arraigada en Italia; es muy apreciable, por otra parte, la polimetría de Herrera Maldonado (octava real para los diálogos, endecasílabos blancos para la parte narrativa, no sin la inserción de algún que otro fragmento lírico), que habría que estudiar de forma comparada con la presencia del mismo fenómeno en la Eneida de Hernández de Velasco o en las Metamorfosis de Pérez Sigler y Viana.

Pasando a la obra cumbre de Sannazaro, la Arcadia, se conocen cuatro traducciones áureas de ella. La única que llegó a la imprenta fue la realizada por el canónigo Diego López de Ayala y el militar Diego de Salazar, que se repartieron el trabajo ocupándose el primero de las prosas y el segundo de los poemas. Salazar ya había colaborado en la versión de López de Ayala del Filócolo de Boccaccio componiendo los versos que resumían cada cuestión amorosa. En la revisión de la versión de las églogas de la Arcadia intervino también otro clérigo toledano, Blasco de Garay, como aclaran los preliminares de la primera edición (Toledo, 1547). El manuscrito II–1331 de la Real Biblioteca (Madrid) conserva probablemente la versión primitiva, anterior a la revisión de Garay. La traducción se volvió a imprimir cuatro veces más a lo largo del siglo XVI, lo que no deja de ser curioso porque, con la excepción de la rimalmezzo de la égloga x, en la versión de las églogas sólo se emplean octosílabos, en varias composiciones. Esto le da al producto final un evidente sabor cancioneril, y parece natural relacionar, en este aspecto, la traducción con la versión de Encina de las Bucólicas de Virgilio; por otra parte, es también innegable el esfuerzo por aprovechar todas las variadas formas del arte menor para reflejar la diversidad y riqueza métrica del original.

Las traducciones de Juan Sedeño (ca. 1560), Jerónimo de Urrea (ca. 1558–1564) y del licenciado Viana (que habría que identificar con el vallisoletano Pedro Sánchez Viana o, con menor probabilidad, con el canario Antonio Viana, y fechar en 1583–1590 o a principios del siglo XVII), se conservan manuscritas en la B. Nacional de España (mss. 7716, 1469 y 7486, respectivamente), y presentan ya las églogas en metros italianos (si bien no se remedan nunca las tiradas de esdrújulos del original). Aunque, de forma general, muestran una asimilación más lineal del profundo humanismo del autor, no lograron mucha difusión, y es factible suponer que la misma fortuna de la novela pastoril española (tan próxima a la obra italiana) no debía hacer especialmente apetecible, en términos comerciales, la impresión de estas traducciones. Es también llamativo, en el caso de J. Sedeño, que su propia traducción figure en el mismo manuscrito (copiado en Italia) donde se recogen una canción y cuatro églogas del autor, que como canon de referencia tiene a Virgilio, Garcilaso y Sannazaro: la actividad del traductor se coloca así al lado de la del imitador, y la práctica de la versión se convierte en base para la creación «a la manera de». Por otra parte, es interesante observar que los tres traductores tienen una buena experiencia literaria, y que compaginan la versión de la Arcadia con la de obras claves del canon italiano y latino (el Furioso en el caso de Urrea, la Jerusalén Libertada y las Lágrimas de San Pedro de Tansillo para Sedeño; las Metamorfosis de Ovidio para P. Sánchez Viana). Quedan por apuntar ciertas sospechosas coincidencias entre las traducciones, y no sólo entre la versión impresa y la de Urrea, sino también entre las tres traducciones manuscritas.

Para el siglo XVIII no se conocen traducciones de la Arcadia ni del resto de los textos del italiano, aunque su influjo, en la fase de la recuperación de Garcilaso y de la literatura pastoril, penetró evidentemente de forma subterránea. En el siglo XIX, en cambio, se explica la falta de interés por una obra que ya a los lectores italianos les parecía demasiado amanerada y botón de muestra de una visión de la literatura que el romanticismo pretendía superar. Finalmente, ya en el siglo XX, el lector hispano dispone de la excelente traducción del poeta Julio Martínez Mesanza (M., Editora Nacional, 1982; reed. M., Cátedra, 1993, ed. de Francesco Tateo), que logra reproducir la musicalidad sintáctica de la prosa del original y renuncia al verso para las églogas.

 

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Giuseppe Mazzocchi (†)