Plauto, Tito Macio

Plauto, Tito Macio (Sársina, ca. 254 a. C.–Roma, 184 a. C.)

Comediógrafo latino. Nacido en Sársina, pueblo de la Umbría, se trasladó pronto a Roma, donde, después de unos comienzos difíciles y oscuros, cosechó importantes éxitos como comediógrafo. De las más de ciento treinta comedias que después de su muerte se le atribuían, se conservan veintiuna. Todas ellas pertenecen al tipo de las llamadas fabulae palliatae, comedias de ambiente griego, que son adaptaciones de obras griegas, aunque sometidas a importantes modificaciones por el cómico latino. Su meta fundamental fue entretener y hacer reír al público, lo que consiguió plenamente.

Las primeras traducciones de Plauto al castellano fueron obra de los humanistas del siglo XVI y reflejo del interés que su lengua y teatro despertaban en los ambientes escolares e intelectuales de la época. La primera fue el Amphytrion (Zaragoza, 1515) de Francisco López de Villalobos, médico de Fernando el Católico y Carlos I. Se trata de una versión fiel, pensada para facilitar a los estudiantes el conocimiento de un autor difícil como era Plauto, aunque esto no excluye ciertas modificaciones (supresión del prólogo y algunos monólogos, adición de una escena final con la reconciliación de Anfitrión y Alcmena, etc.), encaminadas, según el autor, a facilitar la lectura de la obra, aunque motivadas también por consideraciones morales y destinadas, especialmente, a salvar la censura eclesiástica, precaución a la que Villalobos en su calidad de judío converso se sentía especialmente obligado.

Características muy diferentes tiene la segunda versión de una comedia plautina, también el Anfitrión, de Fernán Pérez de Oliva, rector de la Universidad de Salamanca, que lleva por título Muestra de la lengua castellana en el nascimiento de Hércules o Comedia de Amphytrion (Sevilla, 1525). Más que de una traducción e, incluso, de una traducción libre, se trata de una recreación o imitación, producto del deseo renacentista de dignificar y enriquecer la lengua castellana según el modelo de la latina. Lo que Oliva pretendía era mostrar a su sobrino, Ambrosio de Morales, a quien iba dirigida la obra, ejemplos prácticos de buen uso de la lengua castellana que le permitieran dominar su lengua materna sin recurrir a las arideces de los tratados gramaticales. En consecuencia, Oliva se muestra más preocupado por el estilo y la retórica que por los valores dramáticos de la traducción. Aunque se mantiene la trama del original, las modificaciones tanto en la estructura general como en el desarrollo de las escenas individuales son muy importantes. También en esta versión las consideraciones o prevenciones morales desempeñan un papel destacado y explican numerosos cambios, tendentes a rebajar la dignidad de los dioses antiguos y a disimular o desacreditar su indecorosa conducta.

A la traducción de Oliva le siguió otro Amphitrion anónimo (Toledo, 1554), que resulta una refundición de las dos anteriores. Su autor se basó principalmente en la versión de Villalobos y tomó de Oliva sólo las escenas que éste había añadido al original y aportaban, por tanto, algún elemento nuevo en la comedia. Aunque a veces sustituye alguna palabra de estas versiones, en general mantiene su texto prácticamente intacto. En 1555 se publicó en Amberes una traducción anónima de dos comedias plautinas, El milite glorioso y Menechmos, atribuida a Juan de Verzosa. Es una versión que pretende ser fiel al texto latino, pero no tanto a la letra como al sentido, pues su autor, consciente de los inconvenientes de una traducción literal, intenta adaptarla a las características de la lengua y cultura de su época, lo que le lleva a introducir una serie de pequeñas modificaciones necesarias para tal fin. Su lenguaje y estilo han merecido los elogios de los estudiosos.

Aunque suelen incluirse entre las traducciones, y así las designa su propio autor, hay que considerar más bien arreglos con vistas a la representación el Amphitrión y Los Menennos de Juan Timoneda (Valencia, 1559). A juicio de los críticos, el Amphitrión de Timoneda no sería más que una adaptación para la escena de la traducción de Villalobos, mientras que en Los Menennos seguiría de cerca la versión anónima de Amberes. Sin embargo, aun sin poder excluirse que Timoneda hubiera utilizado dichas traducciones (lo que parece demostrado en el caso del Amphitrión), pudo haber manejado otras fuentes, como alguna versión italiana, e incluso haber recurrido al original latino, aunque se discute el nivel de conocimiento del latín que Timoneda tenía. En todo caso, Timoneda revela en su adaptación un buen sentido del teatro: agiliza la acción, abrevia o suprime los largos monólogos, potencia el papel de algunos personajes cómicos y añade chistes, bromas y numerosas alusiones a costumbres y lugares familiares a los espectadores.

Tras un largo paréntesis de más de dos siglos, fruto de la oposición eclesiástica al estudio de los cómicos latinos y, especialmente, de su exclusión del plan de estudios de la Compañía de Jesús, la traducción de Plauto se reanudó en el siglo XIX con versiones ocasionales de alguna comedia, cuyo propósito principal era popularizar el conocimiento del teatro clásico. Entre ellas destacan: la Aulularia o Ollueraria, en verso, de M. Zorita (1810), inédita, de la que se conserva un manuscrito en la Biblioteca Nacional de España; la versión (inconclusa) en verso de Rudens de Andrés Bello (1849); el Anfitrión de Salvatore Costanzo (M., Mellado, 1858); La botijuela, arreglo de la Aulularia de Ramón Emeterio Betances (Nueva York, 1863); Los cautivos de Marcelino Menéndez Pelayo (M., Fortanet, 1879); la Aulularia y Los cautivos de Antonio González Garbín (Granada, V. Sabatel, 1878 y 1880 respectivamente); así como La de la canastilla (versión de Cistellaria), de Antonio Jimeno Caridad (Zamora, Calamita, 1896).

En el siglo XX y especialmente en su segunda mitad, las traducciones de Plauto en España se multiplican. Ya a principios de siglo Eutasto Fernández Álvarez presenta en la Universidad de Madrid, Facultad de Filosofía y Letras, como material para su tesis doctoral (inédita), la traducción del Trinummus (1918) y, poco después, José Velasco y García publica en cinco tomos catorce de las veintiuna comedias plautinas (I: Anfitrión, La asinaria, Aulularia; II: Los cautivos, Las Baquis, El gorgojo; III: Los Menecmos, Casina, La cistellaria; IV: Epidico, El persa, Stico; V: Pseudolo, Los tres Numos (Valencia, Prometeo, ca. 1923–1927) y por las mismas fechas aparece la traducción de Mostellaria, Persa, Asinaria y Stichus de Agustín Bravo Riesco (Salamanca, Calatrava, 1927). La primera traducción completa de las comedias plautinas en castellano es la de Pedro Antonio Martín Robles (M., Hernando, 1932–1945). A ella le siguen la de Marçal Olivar (B., Planeta, 1974), la de Juan Román Bravo (M., Cátedra, 1989–1995) y la de Mercedes González–Haba (M., Gredos, 1992–2002). Al mismo tiempo se incrementa el número de traducciones parciales o de comedias aisladas, incremento que se hace especialmente significativo a finales del siglo pasado y comienzos del actual, al calor del interés despertado por la lectura y representación de Plauto en ambientes escolares.

El éxito de Plauto en los escenarios explica el elevado número de versiones escénicas aparecidas en los últimos años. Destacaremos la «versión representable» de Los gemelos de Alfredo Marquerie (M., Aguilar, 1966), la versión rítmica del Pseudolus de Agustín García Calvo (M., Cuadernos para el Diálogo, 1971), El gorgojo de José Luis Sánchez Matas (M., Ediciones Clásicas, 1992), llevado a los escenarios por G. C. Sammartano, Cásina de Andrés Pociña y Aurora López (Ediciones Clásicas, 1996), las versiones de Anfitrión, Cásina y Miles Gloriosus de Alonso de Santos (M., UNED, 2002), estrenadas bajo dirección del autor en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, donde siguen representándose periódicamente con gran éxito adaptaciones de comedias plautinas, como Los gemelos (Menaechmi), en versión de Miguel Murillo (2009) y de Florián Recio (2013) o La comedia del fantasma (Mostellaria) de M. Murillo (2018).

Entre las numerosísimas versiones destinadas al teatro escolar destacaremos las cinco de Ricardo Martín, Beatriz Martín y Raúl Doval, Anfitrión, Asinaria, Cásina, Gemelos y Miles Gloriosus (M., Ediciones Clásicas, 1995–1997), a las que se ha sumado recientemente la Mostellaria de R. Martín (Oviedo, KRK, 2018), y las adaptaciones escénicas de Pedro Sáenz Almeida: Aulularia y Pséudolo (Ediciones Clásicas, 1995 y 1998), Cistellaria o La comedia de la cestita, en verso (Sevilla, Signatura, 2002), El soldado fanfarrón (Sevilla, Instituto de Teatro Grecolatino de Andalucía, 2003), Asinaria o La comedia de los burritos (M., Atela, 2007).

En cuanto a las traducciones en otras lenguas peninsulares, en catalán tenemos la traducción completa de M. Olivar (B., Fundació Bernat Metge, 1934–1960), a la que se han sumado en los últimos años numerosas traducciones de comedias individuales. Entre ellas señalaremos: Amfitrió (1999) y El persa (2003) de Enric de Comas i Parer (Madrid, Clásicas, 1999), La comèdia dels ases (2007) de Antonio Cobos, La comédia de l’olla de Joan Lluís Llinás y Joan Lacomba (1999) y Els captius de Maite Torroja (2003), todas ellas en Ediciones Clásicas; Els bessons y El soldat fanfarró de Esther Artigas (Martorell, Adesiara, 2012 y 2018 respectivamente), así como El vodevil del fantasma de Joan Carbonell (2004) y Psèudolus, de Paco Carbajo (2013), ambas aparecidas en La Magrana (Barcelona).

En gallego existe la traducción de Aulularia (A comedia da oliña) de A. Iglesia Alvariño (Vigo, Galaxia, 1962), Anfitrión, Asinaria y Aulularia de Mercedes Boado y María Xesús Frei (Santiago de Compostela, Xunta de Galicia, 1991 y 2001), Estico y Persa de Francisco J. Feijoo Lorenzo y de Julio Ángel Parada Yáñez respectivamente (Santiago de Compostela, Lea, 1999) y A comedia do gurgullo  de Celso Parada (Santiago de Compostela, Xunta de Galicia, 2003). En euskera hay una traducción de la Aulularia por Antonio María Labayen (Bilbao, Lapikoa, 1969).

 

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José Román Bravo