Plinio el Viejo

Plinio el Viejo (Como, 23–Estabia [hoy Castellammare di Stabia], 79)

Naturalista latino, llamado Gayo Plinio Segundo. Según los escasos datos biográficos que se poseen, ejerció ocasionalmente de abogado, fue procurador en Hispania y otras provincias, y comandante de la flota del Miseno. Su única obra conservada es la Historia natural, en treinta y siete libros, una de las producciones más extensas de la literatura latina, aunque consta que compuso otras muchas, de corte histórico (sobre las guerras de Germania y la propia Roma), biográfico, oratorio y gramatical. Por datos del propio autor se sabe que concibió la obra con un carácter enciclopédico y que perseguí ser útil e instructiva, más que agradar. Desde muy pronto Plinio fue considerado una autoridad y su Historia natural un libro científico de referencia. Alrededor de doscientos manuscritos han transmitido la obra de Plinio hasta la Edad Media; en esta época las primeras referencias importantes aparecen en san Isidoro de Sevilla, que lo empleó como fuente indirecta en las Etimologías. Más tarde es mencionado por varios autores –J. Salisbury, R. Bacon y A. Magno, entre otros– y circula en resúmenes de distintos contenidos, en particular de carácter astronómico–astrológico (en los lapidarios surgidos en el círculo de Carlomagno o en la corte de Alfonso X). También se utilizó el texto de Plinio en enciclopedias medievales, como las de Tomás de Cantimpré, Vincent de Beauvais y Juan Gil de Zamora. En el Renacimiento la obra de Plinio fue objeto de enorme difusión gracias a la imprenta. En muchas ocasiones, la dificultad del texto llevó a los editores a añadir glosas y comentarios. También en el Renacimiento se realiza la primera traducción al italiano por C. Landino en 1476.

En España la difusión de la Historia natural se relaciona con centros universitarios importantes, como Alcalá de Henares, Salamanca, Valencia y Sevilla, con su vínculo con el Nuevo Mundo, donde Plinio había de desempeñar también un papel importante. En Alcalá, en 1524 se publicó la Glossa litteralis a los dos primeros libros de la Historia; su autor, Francisco López de Villalobos mencionaba en ella una traducción de Plinio al castellano, que considera, sin mencionar a su autor, copiada de la italiana, e innecesaria. En 1544–1545 Fernando Núñez de Guzmán, el Pinciano, publicó un trabajo filológico sobre la Historia natural, basándose en dos manuscritos españoles. Entre los trabajos sobre el texto de Plinio figuran, en el ámbito valenciano, las Annotationes históricas y de crítica textual de Juan Andrés Estrany (hacia 1530), inédita hasta fechas recientes. Del libro II se conservan las de Pedro Juan Oliver y otras de Jerónimo Muñoz. Del prólogo se conoce un comentario breve de Lucio Flaminio (1504) y otro del portugués Martiño de Figueredo (1529). Hay referencias y restos de las anotaciones de Pedro Chacón, unas notas manuscritas de Arias Montano, previas a sus explicaciones de las especies botánicas de la Biblia. Referencias a Plinio y a su obra se encuentran en otros humanistas de la época, como J. Ginés de Sepúlveda, Pedro Mexía, Antonio Torquemada, Marineo Sículo o Elio Antonio de Nebrija. Además, hay citas, no siempre directas, en obras literarias como las de Juan de Mena, en La Celestina y, ya en el siglo XVI, en el Lazarillo de Tormes, en el teatro escolar latino del jesuita Pedro Pablo de Acevedo y en las Cartas filológicas de F. Cascales.

La Historia natural tuvo una repercusión considerable en el campo científico: en la Agricultura de Gabriel Alonso de Herrera (1513), en la Filosofía natural del médico Juan de Jarava, en tratados de botánica, medicina, geografía, en varios libros de cronistas y científicos de Indias (Fernández de Oviedo, Nicolas Monardes, López de Gómara, José de Acosta, Francisco Hernández). A éste se debe la traducción al castellano de la Historia natural, a la que siguió la realizada por Jerónimo Gómez de la Huerta. Ambos tenían el perfil ideal para realizarla por su doble condición de humanistas y científicos, médicos respectivamente de Felipe II y Felipe IV.

La traducción de Hernández estaba, al parecer, concluida en 1576, aunque no llegó a publicarse en su época (se editó en México, UNAM, 1966; y más tarde, con prólogos de G. Somolinos d’Ardois y M.ª C. Nogués, en M., Visor, 1998). Se conservan de ella los veinticinco primeros libros. De la lectura de la dedicatoria y del prólogo se extraen datos de interés: su conciencia de ser el primero en realizar la traducción de Plinio, un reconocimiento a la figura de Erasmo y, sobre todo, la idea de la importancia científica de la obra. Se sitúa como traductor de un texto científico lleno de dificultades y, por esa razón, advierte de su propósito de no traducir la terminología técnica, sino de limitarse a transcribirla y a comentarla. Desde su perspectiva científica, busca ante todo ofrecer un texto claro en castellano. En sus comentarios, con el título de «El intérprete», se observa lo que constituye sin duda alguna su aportación más original e importante: la incorporación del Nuevo Mundo en las referencias a su naturaleza, sus productos o sus nombres.

Jerónimo Gómez de la Huerta publicó en 1599, en Madrid, un volumen con la traducción y comentario de los libros VII y XVIII, y en 1603 del libro IX. La versión completa no apareció hasta 1624–1629 en Madrid (ed. facsimilar, M., Instituto Geológico y Minero de España, 1982). Se trata de una versión ajustada al texto, sin omisiones ni tergiversaciones. Una nota del traductor sobre su propio trabajo («yo he procurado traducir la obra de Plinio con su breve estilo palabra por palabra y juntamente sentido por sentido») muestra que captó correctamente el estilo conciso de Plinio, y que adaptó a él sus particulares tendencias a la expresión ampulosa. El comentario, muy documentado, se reserva para pasajes que llevan el título de Anotaciones. Ni en la traducción de Hernández ni en la de Gómez de la Huerta hay referencias al texto latino empleado, aunque hay evidencias de que utilizaron textos distintos.

El nombre de Plinio, aunque con menor peso en el mundo científico, tuvo amplio reconocimiento entre los autores del Siglo de Oro: Lope de Vega ensalzó la traducción de Huerta, de la que Cervantes pudo haber sacado algunos episodios para sus obras; también citan a Plinio Quevedo, Gracián, Calderón de la Barca y sor Juana Inés de la Cruz. En el siglo XVIII, el Teatro crítico del padre Feijoo contiene un número elevado de menciones de Plinio, aludido como autoridad, como simple fuente de documentación e incluso como objeto de crítica abierta. Su coetáneo Gregorio Mayans tiende a acercarse a Plinio como filólogo, utilizándolo también como fuente documental. Otras muestras de reconocimiento a la obra de Plinio en la prosa de la Ilustración ocurren en el Discurso sobre la educación popular de Pedro Rodríguez Campomanes y en las obras de Jovellanos.

En el terreno de la filología, en el siglo XIX y, sobre todo, en el XX, se reemprendió la traducción de la Historia natural con una versión de los libros III y IV por Miguel Cortés y López, publicada en el Diccionario geográfico–histórico de la España antigua (Madrid, Imprenta Real, 1835). La traducción al catalán de los dos primeros libros ofrece ya un trabajo filológico, con introducción y notas de Marçal Olivar (B., Fundació Bernat Metge, 1925). Los libros de mayor interés para la historia de España fueron traducidos y anotados por Antonio García Bellido (La España del siglo primero de nuestra era según P. Mela y C. Plinio; M., Espasa–Calpe, 1947) y, posteriormente, dentro del proyecto de Fontes Hispaniae Antiquae, por Virgilio Bejarano (B., Instituto de Paleografía y Prehistoria, 1987).

A partir de mediados de siglo, comenzaron las reediciones de las traducciones clásicas de Plinio, de Hernández y de Huerta, promovidas inicialmente por instituciones públicas, como la Universidad Nacional de México o el Instituto Geológico y Minero de España.

Por otra parte, se han realizado traducciones de libros individuales y de temas monográficos. De los libros I al XI hay traducción anotada en la «Biblioteca Clásica Gredos» (Madrid), en tres volúmenes (1995, 1998, 2003), en una edición en la que han intervenido Guy Serbat, M.ª Luisa Arribas, Encarnación del Barrio, Antonio Fontán, Ignacio García Arribas, Luis Alfonso Hernández Miguel y Ana M.ª Moure Casas; por su parte, de los libros VIII–XI y XXVIII–XXXII existe traducción anotada por Josefa Cantó, Isabel Gómez Santamaría, Susana González Marín y Eusebia Tarriño en Cátedra (Madrid, 2002). Además, hay ediciones de textos de Historia del Arte por Esperanza Torrego (M., Visor, 1988), Lapidario por Avelino Domínguez García e Hipólito B. Riesco (M., Alianza, 1993), El cielo según Plinio el Viejo con textos de Gianfranco Ravasi, Elèmire Zolla, Chiara Frugoni y Pier L. Bassignana, traducción del italiano por Romana Baena y del texto latino por A. M.ª Moure Casas (M., Siruela, 2000), quien también se ha ocupado de la versión de El cosmos (Gredos, 2011); en catalán se ha publicado el Llibre del vi por Mònica Miró (B., Entrecomes, 2015).

 

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Ana M.ª Moure Casas
[Actualización por Francisco Lafarga]