Catalán al castellano, traducción desde el

Traducción desde el catalán al castellano

La traducción de obras catalanas al castellano en la Edad Media no es un fenómeno anterior al siglo XIV, encuentra su momento culminante a partir de la segunda década del siglo XV, con la entronización de la casa de Trastámara en la Corona de Aragón, y se prolonga, a partir de la introducción de la imprenta, a lo largo del siglo XVI. Se trata, además, de un fenómeno en el que es posible distinguir claramente entre dos tipos de textos: por una parte, la traducción de obras originales catalanas de muy distinto carácter; por otra, la traducción al castellano de traducciones catalanas de textos latinos y en otras lenguas romances (francés, italiano, occitano). Habría que añadir que la cronología o las motivaciones de traducción están a menudo condicionadas por el carácter de los textos (científicos, históricos, literarios, religiosos o morales). Precisamente entre las traducciones de textos más antiguos cabe contar obras históricas y tratados religiosos, morales y científicos producidos entre los reinados de Jaime I a Jaime II (en la misma época se producen algunas traducciones, en sentido inverso, de obras morales y legales del entorno de Alfonso X del castellano al catalán).

Así sucede con textos teológicos de dos autores a caballo entre los siglos XIII y XIV, Arnau de Vilanova y, sobre todo, Ramon Llull: obras literarias mayores como el Llibre d’amic e amat, el Llibre del gentil e dels tres savis (anterior a 1378) o el Llibre de meravelles (s. XV), y también –aunque la versión castellana se da por perdida– el Llibre de l’orde de cavalleria, cuyo prólogo ya había sido imitado por el infante Juan Manuel en el Libro del caballero e del escudero. Llull conocerá nuevas traducciones al castellano en los siglos siguientes: el Desconhort fue vertido por Nicolau de Pacs (Desconsuelo) en 1540, en 1663 Alonso de Zepeda tradujo el Árbol de la ciencia, mientras que Blanquerna y el Libro del amigo y del amado se publicaron, sin nombre de traductor, en Palma de Mallorca (1749).

De aquella época tiene también relevancia la versión castellana dels Dits de savis e filòsofs que Jafudà Bonsenyor dedicó a Jaime II, incluida en el Cancionero de Juan Fernández de Híjar junto con otras traducciones de textos morales en catalán (así, el Flors de virtuts anónimo, traducción de un original italiano, y la versión catalana de la epístola De cura rei familiaris del pseudo san Bernardo).

La historiografía catalana del siglo XIII se integró, a través de la traducción, en compilaciones históricas: Juan Fernández de Heredia adaptó al aragonés el Llibre del rei En Jaume en su Crónica de los conqueridores; el Llibre del rei En Pere o Crónica de Bernat Desclot, vertido al castellano, se engarza con una versión castellana del anónimo Llibre dels reis en el manuscrito 1814 de la B. Nacional de España. En 1616 se publicó una nueva versión de la Crònica, debida a Rafael Cervera. A fines del siglo XVI se tradujo la crónica de Ramon Muntaner mientras que del Llibre dels feyts de Jaime I se conservan traducciones de los siglos XVII y XVIII.

El interés histórico se completa con el interés por textos normativos: de ahí la traducción al castellano de las Ordinacions sobre la administración real de Pedro III (a su vez traducción de las Leges palatinae de Jaime III de Mallorca, redactadas en latín).

En los últimos decenios del siglo XIV, en una época de esplendor de la traducción y de la divulgación escolástica, destaca la vasta obra del franciscano Francesc Eiximenis, de quien existen al menos cuatro traducciones castellanas del Llibre dels ángels a lo largo del siglo XV (algunas relacionadas con la más alta aristocracia del reino de Castilla) hasta llegar a la imprenta incunable (Burgos, 1490) y posterior (Burgos, 1516). Otro texto del mismo autor, el Llibre de les dones, se publicó con el título de Carro de las donas en Valladolid (1542) una traducción anónima, atribuida durante mucho tiempo a Alonso de Salvatierra. Una de sus partes, el Tractat de contemplació, fue incluida por García de Cisneros incluyó en castellano en su Ejercitatorio de la vida espiritual. También se tradujo íntegramente su Vita Christi; una de las versiones se imprimió en Granada en 1496. Pertenece asimismo a fines del siglo XIV, pero con carácter distinto (con doble lectura política y escatológica), el Viatge al Purgatori de sant Patrici de Ramon de Perellós, conservado en manuscritos castellanos de la primera mitad del siglo XVI; más tarde (1627) Juan Pérez de Montalbán llevó a cabo una nueva traducción, aunque a través de una versión latina.

A finales del siglo XIV, el citado J. Fernández de Heredia es un caso aparte. Sus compilaciones históricas y morales en aragonés se alimentan de la traducción, a menudo a partir de textos catalanes originales o traducidos. Además del ya citado Llibre de Jaime I, de su escritorio o su entorno salieron también traducciones, a partir de una fuente catalana, de Valerio Máximo, Salustio, Juan de Gales, Geoffrey de Monmouth, Aitón de Gorigos o Marco Polo. Sin conexión con Heredia, hay que tener también en cuenta el aragonés como lengua de llegada de versiones de clásicos procedentes del catalán en el siglo XV, como sucede probablemente con un compendio cuatrocentista de la Ética de Aristóteles y con certeza con dos obras de Cicerón como el De officiis y el De amicitia. Uno de los textos catalanes con mayor difusión en castellano es La consolación de la Filosofía de Boecio, a partir de la traducción catalana de Pere Saplana y de la revisión de esta debida a Antoni Ginebreda. Una de ellas (a partir de Saplana) es anterior a 1436; la de Ginebreda se conserva en manuscritos y tuvo una rica vida impresa, quizá a partir de traducciones castellanas independientes (1488, 1497, 1499, 1511).

Entre las traducciones catalanas de textos clásicos vertidas al castellano en la época de los primeros Trastámaras de Aragón (Fernando I y Alfonso el Magnánimo) destacan, por ejemplo, traducciones de dos versiones distintas de Valerio Máximo, la anónima ya citada, vertida al aragonés, y la de Antoni Canals (1395) que tradujo al castellano Juan Alfonso de Zamora en el primer cuarto del siglo XV. Otro autor antiguo que pasó masivamente del catalán al castellano es Séneca. Sus Tragedias en castellano, derivadas de la traducción original catalana de fines del siglo XIV, se conservan en siete manuscritos cuatrocentistas; las Epístolas a Lucilio traducen un texto catalán también del XIV, a su vez derivado de una versión francesa; el pseudosenequiano Liber de moribus se tradujo del catalán a mediados del siglo XV. En cuanto a Ovidio, las Heroidas en traducción de Guillem Nicolau (1390) conocieron una versión castellana anónima que conserva las glosas originales perdidas del traductor y que influyó sobre el Bursario de J. Rodríguez del Padrón. El mismo camino siguió un texto patrístico fundamental como La ciudad de Dios de san Agustín: a partir de la versión francesa de Raoul de Presles, con el comentario de Thomas Waleys, se tradujo al catalán hacia 1385, y al castellano antes de 1434 en el entorno de Juan II (el único manuscrito conservado fue ordenado por la reina María de Castilla)

En este mismo contexto hay que situar otras traducciones de textos clásicos (como el Opus agriculturae de Paladio en aragonés, a partir de la traducción catalana de Ferrer Saiol) o los Paradoxa de Cicerón en una versión anónima, distinta de la de Ferran Valentí, y también algunas importantes obras enciclopédicas romances y algunos frutos del primer Humanismo. Entre las primeras, destacan sin duda la versión del occitano Breviari d’amors de Matfre Ermengaud, del siglo XIII, a partir de una traducción catalana anónima del XIV, y el Libro de las maravillas del mundo de Jean de Mandeville, a partir de un texto catalán perdido. Entre las segundas, descuella Petrarca por la versión de la epístola XII, 2 de las Familiares, conocida como Letra de reales costumbres, vertida a través del catalán, y por la de la XVII, 3 de las Seniles (la muy difundida historia de Griselda) que, a partir de la traducción de Bernat Metge de hacia 1388, Juan Timoneda versionó en su Patrañuelo (1567).

Las cortes Trastámara ofrecen también el contexto del único caso conocido de autotraducción de uno a otro romance, que merece mención aparte. En 1421, Enrique de Villena tradujo al castellano su obra catalana Los dotze treballs d’Hèrcules (1417), que tuvo una rica vida manuscrita e impresa en las dos lenguas. Escrita en catalán en los años de residencia de Villena en el entorno del joven Alfonso el Magnánimo, el autor la tradujo al castellano al afincarse en tierras de Castilla y dar un giro a su orientación cultural y lingüística. La imprenta castellana incunable y de los primeros decenios del siglo XVI conoció la traducción de la versión del Flor de virtuts de Francesc de Sant Climent (Zaragoza, 1491?), de textos religiosos como la Vida de la sacratíssima verge Maria de Miquel Peres (Sevilla, 1516 y 1517) o el llamado Gamaliel, en traducción castellana de Juan de Molina (1522 y otras), y de textos científicos como el Llunari de Bernat de Granollacs (Zaragoza, 1492) o el Llibre de manescalia de Manuel Dies (Zaragoza, 1495 y otras). La literatura sentimental y caballeresca produjo una versión castellana de la Historia de París y Viana (1524) traducida de un modelo catalán perdido (quizá basado en otro italiano). Pero la traducción más relevante de esta clase de textos en esta época es la anónima del Tirant lo Blanc, impresa en 1511 en Valladolid, en el taller de Diego de Gumiel, que ya había editado el original catalán en Barcelona en 1497. Resulta relevante, en este caso, el anonimato del texto –se suprimieron el nombre de Joanot Martorell y la dedicatoria del original– y su adecuación a los patrones editoriales de los libros de caballería castellanos; esta traducción fue determinante, sobre todo por su mención en el Quijote, para la supervivencia de la obra. Otros clásicos catalanes gozaron de una rica vida sobre todo impresa.

En el ámbito de la poesía, la obra de Ausiàs March (1400–1459) tuvo en el siglo XVI dos traductores, Baltasar de Romaní y J. de Montemayor, cuyas versiones se han reimpreso hasta la actualidad. El primero dio una edición bilingüe aunque parcial (solo 46 de los 128 poemas), en una versión considerada poco feliz, pues el traductor imitó a Petrarca para alejarse del estilo del autor (Valencia, 1539); la misma traducción se imprimió sin el original en Sevilla (1553). También en Valencia (1560) se publicó la traducción de 97 poemas por Montemayor, reeditados en 1562 (Zaragoza) y 1579 (Madrid). Otras traducciones de March sólo se han conservado en forma de manuscrito; uno de ellos, anónimo y custodiado en la B. Nacional de España, se remonta a finales del XVI. En una copia de la traducción de 1539, conservada en la Real Biblioteca de Madrid y perteneciente a Francisco de Quevedo, se hallaron en sus márgenes seis traducciones realizadas por éste, que no llegaron a publicarse.

Tras esa época de esplendor, hubo que esperar hasta mediados del siglo XIX para hallar nuevas traducciones, directamente relacionadas con la revalorización literaria que el romanticismo catalán llevó a cabo de sus clásicos medievales. Así, versiones de las crónicas de Jaime I, Pedro III y Ramon Muntaner se publicaron en 1848, 1850 y 1860, respectivamente, y en 1852 se reeditó la traducción anteriormente citada del Desconhort de Pacs. En 1862 Narciso Ramírez editó en Barcelona la traducción de Amor, firmeza y porfía del poeta barroco Francesc Fontanella (1622–1682/1683), según la versión de Magí Pers i Ramona, titulada El robo de Fílis, y en 1880 la de Carlos Borromeo de unos textos de Francesc Vicenç García (1582–1623), conocido como el rector de Vallfogona, con el título Anécdotas y cuentos. En1858 (M., P. Montero) José Francisco Vich publicó la traducción de Baladas escritas en mallorquín del poeta romántico Tomàs Aguiló (1812–1884).

A finales de los 70 aparecieron traducciones de los autores catalanes más representativos del siglo XIX: Jacint Verdaguer (1845–1902), Narcís  Oller (1846–1930) y Àngel Guimerà (1845–1924). De 1878 es la primera traducción de La Atlántida de Verdaguer realizada en prosa por Melcior de Palau (B., J. Jepús), con varias reediciones. Al año siguiente aparecieron los Idilios y cantos místicos, traducidos por José María Carulla (M., Pérez Dubrull), que publicó también la primera versión de la Llegenda de Montserrat, de la que aparecieron siete cantos en la revista La Civilización, y en 1881 en forma de libro (M., Pérez Dubrull, como 2.ª ed.). De 1884 es la versión de La Atlántida por Francisco Díaz Carmona (M., Tipografía Gutemberg), y de 1887 es la considerada única autotraducción del poeta catalán: Lo somni de Sant Joan/El sueño de San Juan (B., Librería y Tipografía Católica). En 1889 esta misma obra fue traducida en verso por Juan Francisco Muñoz y Pabón (Jerez, El Guadalete) y reeditada el año siguiente (Sevilla, El Obrero de Nazaret). En cuanto a la producción en prosa, el Diario de un peregrino a Tierra Santa fue traducido en 1892 por Constantí Llombart (Valencia, P. Aguilar). Tres años después aparecieron dos ediciones de En defensa propia, traducida por Joan Moles (B., L’Avenç). En 1898, uno de los títulos más representativos del poeta, Canigó, fue versionado por el historiador Jerónimo López de Ayala y Álvarez de Toledo (M., Fortanet). La primera antología de su obra poética, Florilegio de poesías religiosas, traducida por Juan Laguía Lliteras, se publicó en 1921 (B., E. Subirana).

En cuanto a N. Oller, en 1886 Felipe B. Navarro publicó un volumen de nueve relatos (B., Daniel Cortezo, «Arte y Letras»); de 1897 es El esgaña–pobres, según la versión de Rafael Altamira (B., J. Gili), y de 1899 un conjunto de relatos, Perfiles y brochazos, traducidos por M. Morera i Galícia, en la misma editorial. Las dos últimas novelas de Oller, La bogeria y Pilar Prim, fueron traducidas alrededor de 1915 (M., Biblioteca Patria) y en 1916 (M., Renacimiento). Por lo que respecta a Guimerà, Enrique Gaspar tradujo Mar y cielo (1891) y Judit de Welp (1892) para la Imprenta de José Rodríguez (Madrid), mientras que José Echegaray hizo lo propio con María Rosa (M., Prensa Popular, 1919), Tierra baja (M., F. Fiscovich, 1896) y La hija del mar (M., R. Velasco, 1900). Otras versiones pertenecen a Lluís Via, Jesús de Nazareth (B., s. i., 1895); Pablo Parellada, La Basilia (B., M. Galve, 1896) y El padre Juanico (R. Velasco, 1898); Juan de Zulueta, La loca (1898), mientras que Luis Ruiz de Velasco tradujo La pecadora (1903), y Luis López Ballesteros versionó Andrónica (1905) y La Miralta (1906), todas ellas publicadas por R. Velasco. Por otro lado, E. Marquina tradujo Jesús que vuelve (M., Biblioteca Hispana, 1917) y Rey y monje (M., Reus, 1922), mientras que su hermano Rafael hizo lo propio con La reina joven (R. Velasco, 1912).

En el marco del Modernisme la literatura catalana se hizo presente en revistas madrileñas como La Lectura, Alma Española, Helios, La República de las Letras o Renacimiento, al mismo tiempo que algunas de sus figuras eran traducidas con prontitud. De Víctor Català (seudónimo de Caterina Albert, 1869–1966) se publicaron en 1907 la traducción de Solitud/Soledad a cargo de Francisco Javier Garriga (B., Montaner y Simón) y Vida trágica por Ángel Guerra (M., Biblioteca Patria). Tres años más tarde, Miquel Domenje tradujo con el título La enjuta varias narraciones de la escritora (B., E. Domenech). En 1921, R. Marquina dio otra selección de cuentos, Dramas rurales (M., Renovación) y La madre ballena (M., Sáez Hermanos) y entre 1928 y 1929 la periodista M.ª Luz Morales tradujo los relatos publicados en el periódico El Sol, en el que colaboraba.

De Santiago Rusiñol (1861–1931) se tradujeron narraciones como El pueblo gris por Gregorio Martínez Sierra (M., Tipografía de Archivos, 1904), Hojas de la vida por Eduard López Chavarri (M., Viuda de Rodríguez Serra, 1904), El catalán de La Mancha por Lluís Capdevila (B., A. López, 1926) y La niña gorda por Arturo Mori (M., Biblioteca Nueva, 1929). Obtuvo, sin embargo, mayor fortuna con el teatro: Miguel Sarmiento tradujo El jardín abandonado (B., L’Avenç, 1902) y Joaquín Dicenta, El místico (M., Sociedad de Autores Españoles, 1904), mientras que Martínez Sierra, con quien Rusiñol compartió la autoría de algunas obras, tradujo La madre y Cigarras y hormigas (Tipografía de Archivos, 1908), El patio azul (M., Los Contemporáneos, 1909) y El indiano (M., Renacimiento, 1912). También se tradujeron varias obras teatrales de Ignasi Iglésias (1871–1928) como La madre eterna por José Jerique y Rafael Roca, Las urracas por Antonio Palomero y Los viejos por J. Jurado (las tres publicadas en M., R. Velasco, 1905), y E. Díez–Canedo tradujo junto a J. Maragall, La muerte de Isidro Nonell (M., El Banquete, 1905) de Eugeni d’Ors (1881–1954), e incorporó en Imágenes (París, Ollendorff, s. a.) versiones poéticas de Maragall, Víctor Català y J. Carner.

En los años de entreguerras, R. Marquina tradujo la novela caballeresca Curial e Güelfa (M., Calpe, 1920); Las multitudes (Calpe, 1921) de Raimon Casellas (1855–1910), y La bien plantada (Calpe, 1920) o El valle de Josafat (M., Atenea, 1921) de E. d’Ors, que dio en castellano su Oceanografía del tedio (M., Jiménez y Molina, 1921), mientras que Lluís Guarner dio una Antología lírica (M., Fernando Fé, 1921) y Flores del calvario (M., Hernando, 1936) de Verdaguer. Bajo la dirección de Ernesto Giménez Caballero, La Gaceta Literaria dio a conocer algunas muestras de la vanguardia poética catalana. De Tomàs Garcés (1901–1993), presentado como el «Lorca catalán», J. Ortega Costa tradujo la recopilación La rosa y el laurel (1927), con un prólogo de Melchor Fernández Almagro. Otro caso es el del escritor Josep M. Folch i Torres (1880–1950), creador de «Biblioteca Gentil», una colección de novela rosa, de la cual se tradujeron novelas suyas como Aquella palabra, El camino de la felicidad, Una flor junto al camino y Alma adentro, realizadas por Juan Gutiérrez Gili y publicadas entre 1925 y 1926 por la editorial de Luis Gili (Barcelona).

El desenlace de la Guerra Civil con la implantación de la dictadura franquista representó un largo paréntesis, con la prohibición tácita de publicar libros en catalán hasta 1946 y con el serio resquebrajamiento de las relaciones entre la cultura catalana y española, que no empezó a recuperarse hasta los primeros 50. En el exilio americano, se dieron las primeras traducciones: Agustí Bartra tradujo su obra L’arbre de foc/El árbol de fuego, que apareció en Santo Domingo, el mismo año en que J. Carner hizo lo propio con Nabí en México; en 1941 se publicó en La Habana la antología poética El alma de Cataluña, a cargo de J. Conangla Fontanilles; en 1943 en Buenos Aires, Josafat, El adiós de la alumna y La santa mujer de Prudenci Bertrana (1867–1941), y una nueva traducción en Buenos Aires de Terra baixa de Guimerà, a cargo de Francesc Madrid. En España, en 1942 se publicó una traducción de El sueño de Bernat Metge a cargo de Ramon Miquel i Planas, y se divulgaron otras traducciones de autores medievales, como la recopilación de Martí de Riquer (1946) de las versiones de A. March por Romaní, Montemayor y Quevedo. En 1950 Riquer cuidó también de la reimpresión de las ediciones de 1749 del Libro del amigo y del amado y El desconsuelo de R. Llull.

En otro orden de cosas, puede considerarse el fenómeno de la autotraducción en Sebastià Juan Arbó (1902–1984) o Josep Pla (1897–1981), este de forma más puntual. Del primero se publicaron Tierras del Ebro (B., L. Miracle, 1940), Caminos de noche (B., J. Janés, 1947) y Tino Costa (B., Áncora, 1948), entre otras. De Pla, Vida de Manolo (B., Destino, 1947), y asimismo las traducciones de Zoe Godoy de Cosas del mar y de la Costa Brava (B., Juventud) e Historia del Ampurdán, en 1957. A raíz de los congresos de Poesía (1952–1954), organizados en Segovia, Salamanca y Santiago, se publicaron la Antología de poetas catalanes contemporáneos, a cargo de Paulina Crusat (M., Rialp, 1952), y la edición bilingüe Salvaje corazón de C. Riba, con traducción de Rafael Santos Torroella (Salamanca, U. de Salamanca, 1953), responsable también de una antología bilingüe de la Obra poética de Riba (M., Ínsula, 1956), editada el mismo año en que Enrique Badosa publicó en Rialp una Antología lírica de Salvador Espriu (1913–1985). Badosa se hizo cargo también en 1963 de la primera antología poética al castellano de J. V. Foix, publicada por la misma editorial.

Posteriormente aparecieron la Antología poética de la lengua catalana con versiones de Félix Ros (M., Editora Nacional, 1965); el volumen bilingüe Poetas catalanes contemporáneos a cargo de José Agustín Goytisolo (B., Seix Barral, 1968) y Ocho siglos de poesía catalana con traducciones de José Batlló y José Corredor–Matheos (M., Alianza, 1969), que dieron a conocer también antologías poéticas de Pere Quart (1899–1986), Clementina Arderiu (1889–1976), Joan Salvat–Papasseit (1894–1924), Joan Perucho (1920–2003) o Espriu. Destaca asimismo la traducción de la narrativa de Josep M.ª Espinàs (1927): Todos son iguales (B., Destino, 1958; por E. Badosa) y Combate en la noche (B., Destino 1961), y la de Vida privada de J. M. de Sagarra, a cargo de Goytisolo (B., Aymà, 1965), mientras que Fernando Gutiérrez tradujo una Antología de los cuentos (B., Polígrafa, 1969) de Pere Calders (1912–1995) , C. Martí Farreras, una antología poética de J. M. de Sagarra (Polígrafa, 1973), y Jaume Ferran versionó otra antología de Carner (1977).

Una vez iniciado el proceso de democratización del conjunto de las instituciones políticas y culturales españolas, las nuevas circunstancias históricas favorecieron algunos proyectos ambiciosos de fuerte calado intelectual y social. Pueden señalarse iniciativas editoriales como las colecciones «Marca Hispánica» (B., Edicions del Mall, 1985–1987) y «Biblioteca de Cultura Catalana» (1986–1988), creada por Alianza y Enciclopedia Catalana. La primera, dirigida por J. A. Goytisolo, pretendía traducir una selección canónica de autores catalanes. El mismo Goytisolo realizó las traducciones de Del juego y del fuego de C. Riba, Alguien me ha llamado de Joan Vinyoli (1914–1984), Nabí de J. Carner, Las acacias salvajes de Marià Manent, Toda la poesía de Bartomeu Rosselló–Pòrcel (1913–1938) y obras de Salvat–Papasseit; Juan Ramón Masoliver tradujo a A. March y Jordi de Sant Jordi, así como Primera historia de Esther de Espriu, mientras que José Batlló lo hizo de Vacaciones pagadas de Pere Quart, y Julia Goytisolo de Ariadna en el laberinto grotesco, conjunto de relatos de Espriu. En cuanto a la «Biblioteca de Cultura Catalana» publicó un total de diecinueve títulos, entre los cuales se hallan tres autores medievales (Llull, Bernat Metge y Jaume Roig), un ochocentista (N. Oller) y varios contemporáneos (Víctor Català, J. Pla, Llorenç Villalonga, J. V. Foix, S. Espriu, J. Perucho, P. Calders y G. Ferrater).

Al margen de las citadas colecciones, pueden mencionarse las traducciones de La muerte de una dama de Ll. Villalonga (1897–1980) por Jaume Vidal Alcover (Palma, Alcover, 1963), de algunas novelas policíacas de M. de Pedrolo como Morderse la cola a cargo de José Batlló (B., J. Batlló, 1976) u Hombres y No (B., Aymà, 1966), su obra teatral más representativa, en versión de José Corredor. Cabe destacar también las traducciones de Mercè Rodoreda (1908–1983) –Aloma, La plaza del Diamante, La calle de las Camelias, Espejo roto–, a cargo de Enrique Sordo, J. Batlló, J. F. Vidal–Jové o P. Gimferrer. También las de Montserrat Roig (1946–1991), como la realizada por J. A. Goytisolo de La voz melodiosa (B., Plaza & Janés, 1987). En otro orden, P. Gimferrer tradujo en 1968 (M., Cuadernos para el Diálogo) el teatro de Joan Brossa (1919–1998), mientras que Edicions del Mall editó la obra completa (poesía y narrativa) de Espriu en siete volúmenes (1980–1985) con aportaciones de Ramon Pinyol y A. Sánchez Robayna. Complementariamente, Gimferrer, J. A. Goytisolo y J. M.ª Valverde versionaron en Mujeres y días (B., Seix Barral, 1979), la obra poética de G. Ferrater, y Á. Crespo tradujo la poesía de Maragall (B., Planeta, 1993).

Jorge Herralde, director de editorial Anagrama, apostó por una treintena de narradores catalanes, con más de sesenta títulos, especialmente de las últimas promociones: Jesús Moncada (1941–2005), Miquel de Palol (1953), Ll. M. Todó (1950), Sergi Pàmies (1960) o Quim Monzó (1952), entre cuyas obras, traducidas por Joaquim Jordà, Marcelo Cohen, Javier Cercas y por él mismo, destaca uno de sus mayores logros, El porqué de las cosas (B., Anagrama, 1994).

A partir de los años 80, la literatura infantil y juvenil catalana ha conseguido una notable presencia en el mercado español con la traducción de obras de Josep Vallverdú (1923), Joaquim Carbó (1932), Emili Teixidor (1934), Jordi Sierra i Fabra (1947), Josep Albanell (1945), Gemma Lienas (1951) y Maite Carranza (1958). También las de Andreu Martín (1949), que comparte y fusiona su dedicación a la novela juvenil con el género policíaco, en el que descuella el personaje de Flanaghan, creado con Jaume Ribera, protagonista de varias novelas editadas en castellano por Anaya (Madrid).

En los albores del siglo XX se han realizado nuevas traducciones de los clásicos medievales, en edición bilingüe, merced a la iniciativa de la editorial Barcino. En 2005 se firmó un acuerdo de colaboración con Dvd Ediciones para publicar traducciones de los clásicos catalanes y que cuenta con la colaboración, entre otros, de José M.ª Micó, quien ya tradujo anteriormente una antología poética de A. March (2004) y cuidó de la traducción de Poesía de Jordi de Sant Jordi. En 2006 Llull fue traducido por Eduardo Moga (El libro del amigo y del amado) y B. Metge por Jorge Carrión (El Sueño); de esta obra se hizo también una edición bilingüe por Júlia Butiñà (M., Atenea, 2007). Otros clásicos traducidos han sido: Joan Roís de Corella (1435–1497) con una selección de Prosa profana por Vicent Martines (M., Gredos, 2001) y Tirant el Blanco por Vicent Muñoz Puelles (Alzira, Algar, 2005). En lo concerniente a la literatura contemporánea, Calders ha sido traducido en México: Explicación de islas conocidas y Aquí descansa Nevares (2004). De J. Brossa puede mencionarse la traducción de su obra poética, La piedra abierta, por Alfonso Alegre (B., Galaxia Gutenberg, 2003) y de su producción escénica, Posteatro y Teatro Brossa, por Carlos Vitale, ambas editadas en 2001 por Ñaque (Ciudad Real). En las últimas décadas han proliferado las traducciones de otros autores teatrales: Josep M. Benet i Jornet (1940), Albert Boadella (1943), Lluïsa Cunillé (1961), Sergi Belbel (1963) y Jordi Galceran (1964), como reflejo de la proyección exterior actual de la literatura dramática catalana.

 

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Chiara CHIEREGATO, Enric GALLÉN & Josep PUJOL