Barrantes 1849

Vicente Barrantes: «Año cómico de 1849»

La Ilustración. Periódico Universal, 12 de mayo de 1849, 83.

Fuente: Francisco Lafarga, Carole Fillière, M.ª Jesús García Garrosa & Juan Jesús Zaro, Pensar la traducción en la España del siglo XIX, Madrid, Escolar y Mayo, 2016, 168–169.

 

Ya en nuestro artículo primero indicamos, aunque muy en resumen, que el excesivo comercio literario con la nación vecina había importado a la nuestra todos los vicios que han convertido la literatura de aquella en un innoble métier (oficio). Tal y tan inconsiderado ha sido en España como en Francia el prurito de literatear que a todos aquejara, que, cuantos hombres se han visto en la precisión de atender por algún modo a sus necesidades, se han lanzado a este terreno, comprando para ser admitidos firmas autorizadas, o traduciendo sin reflexión cuanto en otras naciones se escribía; escudados con su orgullo de ignorantes y con la pasajera valía que alcanzaran, esos mercaderes literarios han invadido la escena española, desnaturalizándola, prostituyéndola, y ocupando los dignos puestos que han sido patrimonio del talento y del verdadero saber en todas épocas. Regla general que por desgracia no admite en nuestro país más de una o dos excepciones.

Y, en verdad se diga, no ha podido menos de suceder así, cuando hemos tenido que amoldarnos a las locas exigencias de una civilización mal entendida, y peor cimentada, de una civilización que, sobre no haber nacido con nuestros padres y que por consiguiente no la hemos respirado en nuestra educación, nos ha enseñado a apasionarnos ciegamente de todo lo que atañe a países que se tienen por más civilizados. Por esto no nos atrevemos a fulminar todos los graves cargos que merecen contra los que –según la expresión de un célebre crítico– se echan muletas para ayudarse a andar, porque han nacido sin pies, o los traen trabados desde el nacer. Vivimos en unos tiempos de empirismo y apariencia: ¿qué extraño es que se hagan también sentir sus tristes efectos en la literatura? Ni nos declaramos abiertamente contra la traducción de lo que merezca tal honra. Esto sería a todas las luces una necedad, o un patriotismo muy semejante al que está en boga. Lo que nosotros rechazamos, y siempre rechazaremos con nuestras pobres fuerzas, es el ciego afán que lleva a ciertos hombres a traducirlo todo, malo o bueno, sin previo examen, sin consultar el gusto de nuestro público, y como aquel que solo anhela enriquecerse o elevarse a costa de la gloria de su patria. Nada decimos de lo que pierden sus nombres, porque nada tendrán que ver sus nombres con la posteridad.