Montoro 1877

Rafael Montoro: «Análisis y ensayos. Reseña de Les étrangères. Poésies traduites de diverses littératures, par H. Fred. Amiel, París, Sandoz y Fischbacher»

Revista Contemporánea X (agosto de 1877), 506–509.

Fuente: Francisco Lafarga, Carole Fillière, M.ª Jesús García Garrosa & Juan Jesús Zaro, Pensar la traducción en la España del siglo XIX, Madrid, Escolar y Mayo, 2016, 223–225.

 

No hace mucho tiempo que en esta sección de la Revista, al ocuparnos de la excelente versión poética de las Geórgicas de Virgilio que dejó inédita el Sr. Pérez del Camino, expusimos francamente nuestra opinión sobre la conveniencia de traducir en verso las poesías. De nuevo se nos presenta ahora ocasión de tratar este importante asunto. El erudito y diligente literato M. Amiel se ha servido remitir a esta redacción un ejemplar de la obra en que, guiado por un excelente propósito, ha ofrecido al público francés, vertidas escrupulosamente a su lengua, algunas de las composiciones líricas que expresan, a su juicio, la inspiración, genio y carácter de los distintos pueblos, y aún de las diversas épocas de la historia. La recta intención que le ha movido es sin duda la de poner al espíritu de su raza en fecunda comunicación de ideas y pasiones con las que pueblan extrañas tierras, sirviéndose para ello del arte en su más elevada manifestación, que es la poesía. […]

Los cantos de los grandes poetas, inspirados en sentimientos universales y necesarios, superiores a toda diversidad, comunes de toda la especie, sin más excepción que la de los tipos rudimentarios que nos presentan las poblaciones salvajes, pueden ejercer y ejercen seguramente sobre las almas, en toda la extensión del mundo civilizado, una influencia tan profunda como legítima. […]

[507] Mas hay que tener en cuenta al hablar de la traducción en verso de las poesías dos circunstancias, sin las cuales apenas se concibe. Tiene toda literatura obras en que predomina un sentido nacional y particular sobre el universal humano, y otras en que acontece precisamente lo contrario. Fijémonos, por ejemplo, en las comedias de Calderón. Nadie puede negar las bellezas de A secreto agravio, secreta venganza, y sin embargo, nadie negará tampoco que es la menos a propósito para agradar fuera de España. Recuerda Hegel en su Estética un ensayo que se hizo en Alemania para poner en escena aquella obra de nuestro insigne dramaturgo, y dice que fracasó por completo. Distinta suerte cupo a El médico de su honra, previa una acertada refundición. Explícase este hecho, según el mismo pensador, teniendo en cuenta que los españoles desplegamos sutil rigor y refinada lógica al tratar del honor, con lo que herimos cruel y profundamente a la imaginación y sensibilidad de gentes de distinta raza. La vida es sueño tiene otro carácter: el elemento universal humano, que nadie como Shakespeare supo llevar continuamente al teatro, domina también a la concepción calderoniana, superior, en mi juicio, a cuanto encierra la moderna dramática, no obstante el parecer contrario de respetables críticos que han de descubrir y consignar en todo la superioridad del insigne autor de Hamlet y Otelo. En la comedia puede verse lo que decimos mejor aún que en la tragedia o el drama propiamente dicho, pues las peculiaridades de carácter y costumbres dan a las obras cómicas un sello especialísimo, del cual pudiera decirse retóricamente que tiene horror al extranjero. Otro tanto es de observar en la lírica, aunque a primera vista parezca lo contrario. Cierto que este género poético es eminentemente subjetivo, porque el alma del poeta lírico se expresa libremente en sus composiciones, que son como trasuntos y espejos en que su individualidad se reconoce y mira. No es tal, sin embargo, esta individualidad de poeta lírico que consista en las singularidades, extravagancias y modos particulares de ser que se notan en el carácter de la persona, sino en aquello que tiene de más íntimo y profundo, por donde se ven y consideran en sus poesías aquellos que las leen, y acierta él a hablar por todos cuanto imagina que habla por su cuenta. Si otra cosa fuera, no lloraríamos con Leopardi, ni sintiéramos con Byron y Espronceda duda, dolor, rebeldía, desesperación. […]

[508] ¿Síguese de aquí que son muchas las probabilidades de traducir en verso, con éxito dichoso, las composiciones líricas? Las hay, ciertamente: mas, en nuestro juicio, no tantas como por ventura imagina M. Amiel. Muchas son las poesías líricas cuyo valor consiste principalmente en la forma, entendida íntegramente y no como mera versificación. Sabido es que en esto de la forma importa bastante el material, y éste, en el caso al que nos referimos, es la lengua. […] Por donde venimos a parar en que la versión poética de una composición deja mucho que pedir cuando a la señalada originalidad de su autor conviene juntar la notable desemejanza que existe entre la lengua en que se escribió y aquella en que ha de verterse. Para este orden de consideraciones tiene mucha importancia lo siguiente. En los orígenes de toda literatura hay composiciones sumamente imperfectas, porque lo eran la lengua, cultura y métrica que presidieron a su formación. […] Este encanto no se conserva en las versiones poéticas que se hacen en lenguas ricas y cultas de pueblos adelantados. El traductor necesita entonces un esfuerzo parecido al de aquel que se propusiera hacer una larga jornada acomodando su estatura a la de un niño de pocos años.

Por otra parte, el hombre necesita remontarse por grados desde la familia a las esferas intermedias de la sociedad, y de estas a la patria, al Estado, para que pueda subir así, en continuada ascensión hasta reconocerse amorosamente en el seno de la humanidad. El poeta lírico que expresa lo íntimo del alma, se queda muchas veces en alguno de los grados ya dichos. […] Para casos tales debe renunciarse a la versión poética. Tradúzcanse en prosa estas obras, para recreo y enseñanza del docto, que así las apreciará como únicamente le es dable, si no conoce la lengua en que fueron escritas; pero no se quiera reproducir la especialidad de un poeta en distintas u opuestas condiciones.

Puede afirmarse, generalmente hablando, que para traducir bien en verso a un poeta, se necesita tanta inspiración como él, e íntima [509] afinidad de tendencias y gustos. Por eso andan tan escasas las versiones poéticas de universal renombre, y se aplauden tanto las que algo valen.