Ochoa 1842

Eugenio de Ochoa: «El traductor a sus lectores»

David Hume, Historia de Inglaterra, desde la invasión de Julio César hasta el fin del reinado de Jacobo II (año de J. C. 1689) por David Hume, continuada hasta nuestros días por Smollet, Adolphus, Aikin. Traducida por D. Eugenio de Ochoa, y adornada con 32 finísimas láminas grabadas sobre acero, Barcelona, Francisco Oliva, 1842, I, VVI.

Fuente: Francisco Lafarga, Carole Fillière, M.ª Jesús García Garrosa & Juan Jesús Zaro, Pensar la traducción en la España del siglo XIX, Madrid, Escolar y Mayo, 2016, 166–167.

 

Al publicar por primera vez en nuestra lengua la Historia de Inglaterra de David Hume, me propongo dar a conocer en España un libro clásico en Europa, y presentarle a mis lectores con las anotaciones necesarias para que no ofrezca los peligros que tal vez ofrecería en una traducción servil, en la que se dejasen pasar sin réplica todas las opiniones del autor. Todavía pudiera ofrecerlos mayores una traducción hecha con el dañado intento de sostener y acreditar en nuestro país todas aquellas opiniones, aun las que son evidentemente hostiles a nuestra fe católica; y acaso conseguiré ahuyentar una tentativa tan funesta, publicando esta versión, a la que nadie podrá hacer con justicia semejante cargo. Sin duda alguna David Hume era un ingenio de primer orden, pero nació por desgracia en un siglo de incredulidad y falsa filosofía: fue uno de los corifeos de la escuela llamada filosófica, y esto, unido a sus preocupaciones de protestante, le hace incurrir en graves errores. Yo he puesto sumo conato en distinguir los descarríos de su imaginación y las diatribas hijas del espíritu de partido que lo dominaba, de aquellas severas pero justas censuras que aun los escritores más ortodoxos hacen de algunos abusos de la autoridad papal, particularmente en los tenebrosos siglos de la Edad Media. Algunos creerán que mejor hubiera sido no publicar esta historia en castellano, porque está escrita con una mente hostil a nuestras antiguas y santas creencias; pero este sistema de esconder la luz para que no se vea la crítica, me parece en realidad más funesto que el del libre examen, que en último resultado nunca es peligroso más que para el error. La religión católica, que es la verdad, nada tiene que temer de la libre discusión ni de los embates de la filosofía: ya ha apurado esta contra ella todo su arsenal, y ni uno solo de sus tiros la ha hecho titubear sobre su eterna base. Lejos de hacerle daño, esas luchas la han [VI] robustecido y dado nuevo esplendor, bien así como la violenta acción del fuego, desprendiendo de un fino mineral todos los cuerpos extraños que le oscurecen y empañan, le hace descubrir en el crisol toda su pureza.

Convencido de esta verdad, me he guardado muy bien de alterar el texto original de esta obra: únicamente me he atrevido alguna vez a suprimir tal cual expresión ociosa o mal sonante al par que demasiado atrevida contra objetos de nuestra justa veneración. […]

Confío que el público recibirá con indulgencia esta traducción, tomando en cuenta la dificultad de la obra para disculpar los defectos de su desempeño. No he perdonado afán ni diligencia para que sea fiel y correcta, y aun he procurado que reproduzca en nuestra hermosa lengua algunas de las dotes que recomiendan en la original el estilo del autor, pero conozco la debilidad de mis fuerzas y desconfío del resultado. Solo la suma bondad con que ha recibido el público otras traducciones mías, aunque de menos empeño que esta, y mi persuasión de que la lectura de la historia de un pueblo que ha llegado a tanta grandeza y prosperidad puede ser útil en España, me han alentado a acometer la ardua empresa de traducir esta voluminosa obra.