Virués 1821

Joaquín de Virués y Espínola: «Prólogo del traductor»

Voltaire, La Enriada en verso castellano, Madrid, Imprenta de D. Miguel de Burgos, 1821, I–XX.

Fuente: M.ª Jesús García Garrosa & Francisco Lafarga, El discurso sobre la traducción en la España del siglo XVIII. Estudio y antología, Kassel, Reichenberger, 2004, 388–389.

 

[II] Cuando muchos años ha, en los intervalos de descanso de las tareas de nuestra obligación, trasladábamos a nuestra hermosa lengua esta obra maestra de un autor insigne, era nuestro principal y casi exclusivo objeto el probarnos a vencer la dificultad que él mismo reconocía y ponderaba en la empresa de traducir bien en verso a un gran poeta. De consiguiente se extendían entonces nuestras esperanzas, cuando más, a que esta traducción, sin dejar de ser exactísimamente ajustada al original, no pecase contra la lengua castellana, no careciera de la perspicuidad de estilo que brilla en aquel, ni dejase de presentarse adornada de una versificación fluida y armoniosa. […]

[XI] Por lo demás, no cree el traductor de la Enriada que le incumbe de ningún modo el refutar y mucho menos el defender (tratándose de sucesos y personajes tan conocidos), algunas opiniones del autor poco ajustadas a la sana crítica de los sabios españoles. […]

[XII] Ahora pudiéramos también disculpar, quizá oportunamente, nuestros desaciertos, explicando la dificultad de la empresa; y decir igualmente las razones por que alguna vez hemos omitido u ampliado algunas, aunque pocas y breves, frases del original. Pero, de la dificultad de traducir en verso a un buen poeta, está ya todo dicho en muchos libros que a nadie han persuadido: este triunfo está reservado a la experiencia propia. Pruébese el crítico y se admirará [XIII] de lo arduo del intento; muéstrese al público y se convencerá de lo inglorioso de él; estudie, en fin, los tristes ejemplos que nos han dejado los Mesas, los Velascos, los Leones mismos, y nos absolverá.* Uno de los innumerables comentadores de la Enriada refiere que cierto verso de ella se dio a traducir en latín a varios literatos, entre ellos al ilustre Fontenelle, y que todos lo dejaron por imposible. De este verso que dice así: Tel brille au second rang qui s’eclipse au premier, admirable en francés y bárbaro traducido literalmente a cualquier otra lengua, cita el académico comentador hasta siete traducciones latinas […] [XIV] y concluye que para traducir este verso «es indispensable sustituirle otra frase y quizá otra metáfora». ¡Y esto en la dúctil, enérgica y rapidísima lengua de Horacio! Basta, pues, en cuanto a la dificultad.

Por lo tocante a las razones que se han tenido para omitir o ampliar alguna rara frase del texto, el lector inteligente y bien intencionado no ha menester oírlas, y el que no lo es, ni quiere ni puede entenderlas. El canto 1º, traducido más literalmente que los otros, ha resultado también el menos numeroso de todos en español, sin serlo en francés. Este ejemplo bastará para probar la diferencia del tono y armonía rítmica de las dos lenguas; pero para decidir la preferencia, deben examinarse prolijamente los lugares [xv] más brillantes de todo el poema, en particular del canto VII. Con esta ocasión debemos declarar aquí que toda expresión que pueda parecer exagerada sobre la del texto, debe atribuirse a la libertad indispensable para traducir en verso a un gran poeta, y no a otra causa alguna independiente del genio peculiar del autor, que es lo que se ha querido trasladar a una lengua tan superior como lo es la nuestra en energía, ya que no en exactitud, a la francesa. […]

[XVI] Los lectores versados en la poesía española conocerán toda la razón con que se ha adoptado el romance endecasílabo con asonante para esta traducción y son también los únicos que pueden quilatear exactamente el mérito de su aparente facilidad. A los demás lectores toca solo recrearse con la fluidez de su cadencia, sin duda más melodiosa que armónica, pero única propia para una obra larga, grave, narrativa, escénica y variada. Antes de decidirnos a emplear esta clase de versificación, previos otros ensayos, y examinadas muchas consideraciones en pro y en contra, nos fijamos en el principio de que el objeto esencial de todo poema en [sic, por es] ser leído y entendido no solo con la menor fatiga posible, sino con un interés dulce y sostenido que lo retenga en manos del lector hasta haberlo concluido, con resolución de volverlo a empezar, y aun de encomendar a la memoria sus versos más notables. Así, si nuestra traducción no llena este objeto, confesamos desde ahora haberla errado crasamente; pero, también desde [xvii] ahora declaramos que si el lector que la desdeñase acierta a ser apasionado de los antedichos taraceadores o versistas de viejo, nuestro intento ha sido justamente merecer su desaprobación. Por lo demás, no es dudable que la sombra de Monsieur de Voltaire acepte gustosa, como un obsequio de la lengua castellana, el mismo metro que el delicado Iriarte dedicó a Virgilio, ya que por desgracia no pueda consagrarle el mismo traductor.

* Sea lícito al traductor de la Enriada observar aquí con placer que la Andalucía ha producido los tres mejores traductores españoles de grandes poetas: fray Luis de León, don Juan de Jáuregui y don Francisco Javier de Burgos.