García Malo 1788

Ignacio García Malo: «Discurso preliminar»

Homero, La Ilíada de Homero, traducida del griego en verso endecasílabo castellano por D. Ignacio García Malo, Madrid, Pantaleón Aznar, 1788, I, I–xc.

Fuente: M.ª Jesús García Garrosa & Francisco Lafarga, El discurso sobre la traducción en la España del siglo XVIII. Estudio y antología, Kassel, Reichenberger, 2004, 223–225.

 

[xv] Si yo hubiese hecho la traducción de la Ilíada para mí solo o para algunos amigos, tal vez me hubiera acercado más a la armonía imitativa del texto; pero, aunque no ignoro que el traductor en prosa debe ser un fiel copiante del texto y que el traductor en verso es émulo del original, sin embargo como mi trabajo es para el público, entre cuya multitud de individuos, la mayor parte [XVI] no se contenta con las traducciones si carecen de fidelidad, me ha parecido más conveniente acercarme a lo literal en cuanto lo ha permitido la medida y colocación del verso, sujetando a veces mi imaginación, inflamada por la expresión armoniosa del texto. Esto ha sido causa de que algunos versos sean algo prosaicos o más lánguidos que otros, a lo que no ha contribuido poco la necesidad indispensable de ocupar mucho tiempo en esta traducción y la molestia de registrar con frecuencia las traducciones y comentarios, que a veces imprime cierta lasitud en el ánimo, ya por el fastidio que causa la continuación de un mismo trabajo, y ya porque no siempre estamos exentos de dolencias e indisposiciones que adormecen el espíritu y hacen que el numen poético no esté unas veces tan expedito como otras y que se le resista la viva expresión de las imágenes. Por lo mismo no hay obra larga en que no se encuentre bueno, mediocre y malo, y en la que no se verifique que aliquando bonus dormitat Homerus. A esto se añade la contraposición de los usos y costumbres modernas con las antiguas, en cuya referencia [XVII] no sentimos un deleite tan vivo, mayormente leyéndolas en nuestro idioma, porque muchas veces nos olvidamos de transportar la imaginación a los siglos en que eran cultas y comunes, lo que no sucede cuando se leen en el texto original, porque la misma lengua nos recuerda que se habla de las costumbres de los griegos y no nos parecen bajas ni groseras, como suelen parecernos leyéndolas en nuestro idioma.

Por estas y otras muchas razones que sería largo referir ninguno pierde más en las traducciones de Homero, pues todo es tan vivo y animado en sus poesías que Aristóteles dijo: Que este era el único poeta que supo inventar nombres y palabras que tuvieran vida y movimiento. La dulce, suave y armoniosa melodía de sus versos, la conglobación de epítetos graciosísimos, inimitables en cualquier otra lengua y, finalmente, otras muchas cosas admirables, oscuras y dudosas que se hallan en sus versos hacen sumamente difícil su traducción y sin disputa alguna aun el mismo Homero si hubiese traducido sus poemas en algún otro idioma [XVIII] hubiera quedado muy inferior al original, como le sucedería a un buen poeta que tradujera algunos versos suyos latinos en lengua vulgar, pues sin embargo de penetrar todo el espíritu de los primeros no hallaría expresiones tan vivas y armoniosas para trasladar su sentido y hermosura en las segundas.

Todas las lenguas tienen sus frases peculiares y su respectiva armonía (particularmente la griega y la latina) y el copiar sus primores en otra y más siendo de verso a verso es la empresa más difícil aun para los mayores ingenios, pues no es posible tasar las sílabas de unos versos con otros, ni por más cuidado que se ponga coger un verso de una lengua y mucho menos de la griega y latina, y trasplantarlo en otra con su misma cadencia, expresión y armonía como se trasplanta una mata de claveles desde un jardín a otro. El que dude de esta verdad no tiene más que hacer la prueba y hallará inmediatamente su certeza. No lo digo yo esto, pues el docto P. Isla en su prólogo a la traducción del Compendio de la historia de España lo explica difusamente y [XIX] en él encontrará todo curioso razones tan poderosas que convencen al entendimiento más obstinado. Si así se explica, tratándose de traducir la lengua francesa, cuya expresión, fuerza, frases y armonía conocía y conocen muchos perfectamente, ¿qué hubiera dicho de la lengua griega, de las poesías de Homero, de cuya inteligencia han variado y varían todos los intérpretes? […]

[XXII] Sírvanme estas reflexiones, con otras muchas que fácilmente pudiera hacer, para disculpa de los defectos de mi traducción, supliendo mi confesión ingenua la falta de mi talento y las dificultades insuperables que trae consigo no solamente la traducción del verso griego, sino la de otro más inteligible y menos escabroso, y además puede considerarse la necesidad indispensable de acomodarse al estilo más adaptado a la nación para quien se escribe: dificultad no pequeña para copiar un original tan antiguo. Por esto mismo y porque estando nosotros acostumbrados a la rima no nos llena enteramente el oído el verso blanco, especialmente en los finales, para dar alguna dulzura en mi traducción he puesto un dístico [XXIII] al fin de cada estrofa, con lo que cierran más bien y con más suavidad, aunque muchas veces me he visto precisado a dar algún giro a la expresión del texto para acomodarlo a la rima y a tomarme en estos versos más licencias poéticas que en los otros.