Rodríguez Morzo 1771

Pedro Rodríguez Morzo: «Prólogo del traductor»

Claude–François Nonnotte, Los errores históricos y dogmáticos de Voltaire, impugnados en particular por Mr. el Abad Nonote, y traducidos al español por el R. P. M. Fr. Pedro Rodríguez Morzo, Padre de la Provincia de Castilla del Real Orden de la Merced, predicador de Su Majestad, Madrid, Imprenta de Pedro Marín, 1771, 18 pp. sin numerar.

Fuente: M.ª Jesús García Garrosa & Francisco Lafarga, El discurso sobre la traducción en la España del siglo XVIII. Estudio y antología, Kassel, Reichenberger, 2004, 145–149.

 

[8] Sobre el método que observo en la traducción tenía no poco que decir. En otra ocasión insinué la suma dificultad de agradar a todos en punto de traducciones, en las que se tropieza con tanta variedad de dictámenes sobre su acierto o legitimidad, cuantos son los lectores de las obras traducida. Unos asquean toda versión que no esté acomodada a su estilo. El apasionado por el laconismo mira con ceño cuanto se acerca al difuso o asiático. El inclinado al sublime no solo desdeña el familiar o ínfimo, sino también el medio o templado. El figurista y poético blasfeman del sencillo y literal o demostrativo. Esta, que podemos llamar dolencia [9] general de la crítica para toda suerte de escritos es menos justa y racional en las obras de traducción, en las que el traductor se ve precisado a ser copiante del estilo original del autor y a ser un Proteo de estilos, si se extiende a dar versiones de obras y autores diferentes. A lo dicho se añade el que son bien pocos de semejantes censores los que se tomen el trabajo de cotejar y enterarse del estilo nativo del autor de quien se hace la traducción; de donde dimana que le achaquen defectos que el copiante no puede tal vez disimular sin refundir el estilo de nuevo y, con inevitable peligro de desfigurarle enteramente, haciendo un comentario o una paráfrasis en vez de una versión.

Otros ejercen su ceñuda crítica estremeciéndose al oír una sola voz que no ajuste a la delicadeza o entonación de su melindroso oído. Estos tales, como si fuesen maestros de melodía, se indignan contra la mínima destemplanza en un solo punto o coma y sin permitir jamás aun en las composiciones dilatadas el uso de una sola falsa. Norabuena, que todos rígidamente observen [10] el compás para que no se escuche el desconcierto de una sola voz, que por alto o bajo desdiga de la composición armoniosa y arreglada al unísono de la fe, de las buenas costumbres y regalías; pero armarse de saña contra unos tildes o jotas y herir con vara de hierro a todo aquel que profiere o usa de alguna voz menos culta o peinada es en buenos términos tomar más bien el empleo de cómitre que de censor. En las obras que no se ordenan al pulimento de la lengua sino a la ilustración del entendimiento y manutención del cristianismo se debe observar la templanza del lenguaje o estilo, y deben descartarse las voces pomposas y afectadas, so pena de incurrir en un purismo o extremada hinchazón, sin otro fruto que el de engalanar los períodos de las cláusulas, que era lo que tanto tiempo ha afeaba san Agustín. No haya solecismos, voces bárbaras y no importa mucho que los colores brillantes de la retórica no asomen mucho en las obras instructivas y dogmáticas.

[11] Otros hay que muerden con una lima áspera cuanto puede rozarse o tener algún aire del idioma que se traduce, y al punto fallan que la obra traducida, por ejemplo la francesa, abunda en galicismos. La verificación de este achaque sería un borrón inexcusable y bastante por sí solo para desterrar semejantes traducciones del manejo de los rudos y aun de los literatos. Pero para hacer semejante graduación se necesita entresacar las pruebas convincentes de tal mezcla y promiscuidad de idiomas. Dos o tres vocecillas tomadas de nuestros vecinos extranjeros no son bastantes para prueba del delito de galicismo, pues a ser así sería preciso demandar y desterrar casi todas las obras traducidas en el corriente siglo. Ya prescribieron algunas voces por la adopción común que hicieron de ellas los eruditos, bien por su mayor energía o por la escasez accidental en nuestro idioma, o bien porque en alguna ocasión adorna mucho a un ramillete la colocación oportuna de alguna flor extraña. Por otro tanto dijo discretamente el ilustre reverendísimo Feijoo, que así como [12] dice aquel adagio español: Nadie diga de esta agua no beberé, tampoco nadie debe decir absolutamente: De esta voz nunca usaré.

Repito mi anterior e ingenua confesión de no haber consumido mucho tiempo en la penetración cabal posesión del idioma francés; y sólo puse la precisa atención para imponerme en una regular inteligencia suya, no dudando se me escondan los primores que alcanzan otros más domiciliados o aplicados a su perfecta posesión. Pero también diré, y sin la menor sombra de arrogancia, que aunque en las obras de mis traducciones hormigueen muchos otros defectos de instrucción y literatura, he procurado y acaso conseguido evitar todo galicismo, con un leve o casi ningún cuidado para ello, mediante mi natural aversión a los empréstitos de voces, de cuyos equivalente no solo hay copia, sino también sobra en nuestro nativo idioma.

Se hará increíble el que un crítico, que tiene obligación a saber las reglas de la crítica, me achacase el vicio de un rebosante galicismo, apoyándolo con destacar del contexto de mis libros una docena de voces en [13] las que no se encuentra casi la menor sospecha del delito. Por ejemplo, para dar una idea del soñado desorden de la gali–hispano–parla (frase del notador) elige por pruebas conducentes y que demuestran como en miniatura la promiscuidad que hago de los dos idiomas: lo primero, el que dije ridiculeza por ridiculez. Pero se debe advertir que este descuido (si lo es) fue de la impresión, pues en dos ocasiones usé en el mismo libro de la voz ridiculez. Mas concedamos que fuese puesta con toda advertencia. ¿Deberá por esto imputarse de galicismo? Y en vista de tales fruslerías, no nos será lícito valernos para la respuesta de la voz extranjera sycophanta (esto es, notador de menudencias) y en vista de tal ridiculez aplicar al censor aquello de

Tu es ille vir:

De te fabula narratur.

En el segundo cargo de los galicismos me pone el uso de la voz asomar en lugar de [14] mostrar o manifestar. Pudiera decir no poco sobre la propiedad de este verbo castizo y castellano, con uso corriente de todos. Pero, ¿dónde asoma el galicismo, aun cuando esta voz no tuviese el manejo tan arraigado?

Pasemos al tercer reparo, que se reduce a que me valgo de la voz cantón, debiendo decir distrito o región. O no hay bagatelas en el mundo o deben ser estas las más famosas. Yo digo que semejantes reparos son del número de los de assi umbra, vel de lana caprina.

Recorramos el siguiente escrúpulo y es que digo imputar por reconvenir. La voz imputar nada tiene de originaria de Francia, es del todo latina y de esta la tomaron y usan los españoles, como también los franceses, cuyos idiomas saben todos ser dialectos del latino.

Otro defecto se me señala en que digo Gaulias por Galias o Francia antigua. Siempre oí hablar de gaulos y, por consiguiente, de Gaulias. En el Diccionario de Moreri puede verse la etimología e inteligencia del significado de estas voces. Pero cuando la exactitud se redujese a decir Galias en [15] vez de Gaulias, ¿sería galicismo el trastorno o inversión?

En el siguiente reparo confieso me cogió el notador en el más neto galicismo: refiero dos estrofas o versos franceses, que se cantaban en cierta iglesia de Francia, y por parecerme breves y muy expresivos para el caso a que se traen no los trasladé al castellano, valiéndome de la frecuente y universal costumbre de insertar algún verso o sentencia latina en la misma locución española; sin que por esto a nadie se le moteje del hablar hispano–latino.

Acaso parecerá más fundado el concepto del galicismo achacado por haber puesto Saint Barthélemy (pero le puse rayado) en vez de San Bartolomé, como me previene y alumbra el notador. Confieso que la ignorancia del significado de esta voz trivialísima sería el cúmulo de la ignorancia más crasa del idioma francés, cuando es palpable la alusión y analogía con el de la voz correspondiente castellana. Pero no del significado de esta, porque sirviendo aquella voz proporcionalmente por sí sola para [16] significar lo que nosotros cuando decimos: Mala la hubiste, francés, en aquello de Roncesvalles, no parece ajustada expresión la de significar una grande escena, diciendo: Fue un día de San Bartolomé.

El último galicismo está en la voz parodiar, esto es, satirizar festivamente, pero ni la raíz ni la adaptación son francesas; y así, cuando más, su uso será latino o grequizado y sin el menor derecho para juzgarle como robado del diccionario gálico.

Concluyo con decir que hasta las erratas y descuidos de la pluma se hacen pasar por galicismos. V. g. escribióse Valero por Valerio y al punto se tachó de contrabando. Se descuidó el impresor y aun el corrector en poner un diptongo al acusativo quem y se me hizo cargo de este sobrante o defecto. Pero acabemos de lidiar con semejantes notadores, que podemos decir que andan en busca de lagartijas y quienes por haber encontrado tales bagatelas se consideran autorizados para decidir como oráculos y hablar en tono que desdice de las leyes de la educación, religiosidad y aun de [17] la mediana instrucción en las materias de las censuras.

Mucho pudiera añadir sobre el intolerable abuso de los críticos que a título de tales exceden las barreras de la templanza y moderación; y solo sirve de consuelo y satisfacción el que una obra de tanta variedad de sucesos, de pasajes históricos, dogmáticos y políticos, de tantos lugares de la Sagrada Escritura como en ella se refieren y contraen no haya tenido el diente adunco o canino que morder sino en las menudencias o quisquillas de unas pocas voces, que siendo calificadas con el uso, ofenden solamente al oído melifluo o escrupuloso de un académico que no hace alto en las utilidades que esta casta de leyendas puede producir en el día.