V. Q. 1790

V. Q.: «Carta»

Correo de Madrid n.º 320 (19 de diciembre de 1790), 2574b–2576a.

Fuente: M.ª Jesús García Garrosa & Francisco Lafarga, El discurso sobre la traducción en la España del siglo XVIII. Estudio y antología, Kassel, Reichenberger, 2004, 255–257.

 

[2574b] Es una de las desazones que me molestan el enjambre de malos traductores que, sin encomendarse a Dios ni al diablo, y sin respetar los fueros de nuestra lengua, se atreven a ultrajarla, desfigurando sus frases, substituyendo a sus castizos y propios términos otros afrancesados y resabiendo todo el estilo de expresiones ultrapirenaicas, que nunca pueden tener lugar en nuestro hermoso castellano, abundantísimo por sí, para ocurrir con elegancia a las explicaciones más enérgicas de cualquier materia. Pues, ¿con qué vergüenza, chusma de hambrientos y vanos traductores (les digo yo a mis solas) os atrevéis a profanar el idioma que debíais admirar y estudiar? Y, ya que no lo sepáis, dejad a otros el cuidado de las traducciones, creed desde luego que no se hicieron para traductorcillos literales y no envilezcáis la más sonora de las lenguas, muy respetable y delicada para [2575a] que intentéis vulnerarla.

Estos y otros desengaños les estoy continuamente deseando, irritado de ver consentida semejante polilla; porque, vamos claros señor Editor, Vm. no puede menos de haber visto algunas traducciones de las muchas de este contagio, que hasta los legos como yo no podemos leerlas y las habemos de dejar de la mano, dándose uno a Satanás al considerar que cada ejemplar de ellas es una confusión de nuestro idioma y que contribuye a la disminución de su buen gusto. ¿Qué diremos de una traducción de la vida de un príncipe, que yo he visto, y no más que en algunas de sus páginas, porque tan extranjero encontraba al traductor como al autor del original?: galicismos, impropiedades, estilo duro y forzado, sin conocerse más de castellano que las dicciones por sí solas, porque en la unión y concordancia no se advierte más lenguaje que el natural a un entendimiento que para ninguna cosa menos que para traductor puede haber nacido en este mundo. Cuánto más hubiera valido que este buen señor hubiera hecho reimprimir la obra en su mismo francés, que a lo menos así nos procuraba la abundancia y no perdía de su mérito sin que su autor tuviese el desconsuelo de ver deshecho, afeado y empobrecido su original. «Fuerte cosa es, dirá alguno de estos traductores contra natura, que si nos da la gana de traducir hayamos de ir reparando en pelillos, desistamos del empeño, perdiendo la gloria de ver tomos encabezados de nuestros apellidos y el que se diga tal traducción la hizo fulano, y además que, si este miedo nos contuviera, carecería la nación de muchas obras buenas»». Sí, señor, les respondería yo, más queremos comprar por cuatro el buen original que por dos la miserable traducción, y si ha de estar con tal plaga abundante la nación, más quiero que se halle muy escasa y si no pueden traducir libremente, sino atados a la letra, más les conviene la vocación de zapateros, sin meterse a transformar en adefesios las buenas obras extranjeras.

Yo no sé cómo se empeñan estos [2575b] infelices a emprender un oficio que solo llenan con lucimiento muy raros ingenios, como el padre Isla, el traductor de Mr. Buffon y algunos otros, que merecen esclarecido lugar entre nuestros mejores traductores. Dichosos nosotros si semejantes patricios no se multiplicasen para trasladarnos la erudición extranjera en copias que igualasen si no excediesen a sus originales, empeño muy difícil y mucho más de lo que puede figurarse cualquier autor de baratillo.

Lo mismo digo de una multitud de comedias que he visto representar en el teatro de Barcelona, traducciones unas del francés y otras del italiano, pero todas ellas pésimamente habladas, como traducidas por quien no busca el verdadero aplauso con la utilidad, sino esta circunstancia sola, dando motivo a que el teatro, que debe ser escuela del idioma, sirva para envilecerlo y alejarnos de su elegancia. Esto se consiente y tal vez por castigo del cielo, que en vez de enviarnos otra plaga, nos mortifica con esta muchedumbre de sandios y pobretes traductores, para que persigan sin ningún miramiento a las bellas letras y para que destituyan a los que en su lectura se empleen de hablar ni escribir en su vida el castellano sino el lenguaje de comunes traducciones.

Yo creo que si hubiera alguno tan simple y limitado de alcances que probase dar a luz una gramática, cuyos principios se opusieran enteramente a la verdadera de la Academia, sin ir fundado sobre otra razón que su tonto capricho, no solo no se le darían oídos sino que mirando por su bien, se le conduciría a alguna casa de locos, para averiguar su demencia y ver si podía recobrar su sano juicio; pues ahora digo yo: ¿qué diferencia habría entre este simple y los que cerrilmente traducen?; ¿qué diferencia hay de dar un precepto a convidar con el ejemplo de él?, y aun yo aseguro que el ejemplo arrastra más insensiblemente que el precepto ni las reglas, y pues si está clara la demencia del que sin disposición para ello se mete a traductor, cúrese primero si puede, esto es, adquiera un [2576a] puro lenguaje, aficionándose a nuestros autores selectos y siquiera traduzca después una biblioteca de los chinos, pero sin estos requisitos más vale santiguarse al conocer que viene la tentación de traducir y renunciarla aunque sea para coplas, porque no basta la perfecta inteligencia del idioma que se traduce, sea francés, inglés, italiano o cualquier otro, si no se maneja el nuestro con destreza y elegancia, habilidad muy difícil de adquirir y de las más lisonjeras al buen gusto. Yo, por mi parte, aseguro a Vm. que es tal mi aborrecimiento a esta mala especie de traducciones, que me quedo sin leer ciertas obras, cuyos asuntos son de mi gusto y aguardo a que alguna ocasión o el dinero me proporcione los originales aunque me costase trabajo y ayuda el entenderlos.

Bastantes con todo he visto que pudieran correr pareja con la que a Vm. cito, como varias obras del marqués de Caracciolo, pero para los aficionados es inútil el citarlas porque deben luego conocerlas y precaverse de su contagio.

Dé Vm. si gusta esta al público, que por bien empleada la diera si alguno de estos anticastellanos por efecto de leerla desmayase en la desfiguración de alguna obra extranjera, soltase la pluma e hiciese lugar a algún otro de los que habrá buenos con menos intrepidez y que, amantes de su idioma, sacrifican sus tareas para pulirlo o a lo menos continuarlo tal cual lo hablaron y escribieron nuestros abuelos.