Astrana Marín 1927

Luis Astrana Marín: «Las versiones en verso»

El Imparcial (23 de octubre de 1927).

Fuente: Raúl de Toro Santos & Pablo Cancelo López (eds.), Teoría y práctica de la traducción en la prensa periódica española (1900–1965), Soria, Diputación Provincial de Soria, 2008, 113–116 (Vertere. Monográficos de la revista Hermēneus 10).

 

El tema de las traducciones en verso, que no es lo mismo que poéticas, tiene siempre actualidad. Henos ante un volumen de poetas vertidos en verso, intitulado Goethe, Shakespeare, Shelley, etc. El traductor, D. Anselmo Gómez, a juzgar por su dedicatoria sencilla –lo que más apreciamos–, no confiaba mucho en que nos íbamos a ocupar de él. Sin embargo, era infundado el temor. No conocemos, a decir verdad, al Sr. Gómez, mas no debe sigilarse un libro que revela notable esfuerzo.

Verter cien poesías de distintos idiomas y verterlas en verso castellano, no parecerá empresa despreciable, antes merecerá alabanzas, si contiene siquiera algunos metros dignos de estimación. Traducir bien a un poeta en prosa es trabajo de ciencia idiomática, a pesar de que el literato y el artista requieran el mejor consorcio. Traducir bien a un poeta en verso es imposible –con toda la Filología de un Scaligero (¡a quien no le gustaba Homero!), de un Lipsio o de un Casaubon–, sin ser, además un poeta.

Dígolo porque, si el poeta –como suele suceder–, no es, al tiempo, filólogo, o, a lo menos, no domina el habla de que vierte, su labor apenas ofrecerá el mísero mérito de una amplificación exornada de excrecencias inútiles, o de una paráfrasis ajena al pensamiento original.

De donde, por lo mismo que resulta sumamente difícil hallar un poeta a la vez gran literato y filólogo, es casi imposible descubrir una buena versión en verso. Chapman mismo no nos emociona en este orden. Cervantes acertó (como siempre) al hablar de los «tapices del revés». Y, en el mejor de los casos, no es que parezcan del revés, sino que parezcan tapices. Cuando el divino fray Luis de León –la mejor lira después de David– traduce al Bembo, queda por debajo del mediocre Bembo.

Leo, pues, las versiones de poetas con desconfianza. No me satisfacen. En la más de las ocasiones los tornan enfadosos. Hay una cosa eternamente intraducible, que es el ritmo. Prefiero las versiones en prosa que conserven el movimiento del original y empleen el mismo color, las mismas palabras, iguales adjetivos, la metáfora pura trasladada sin violencia.

Empero divídense las opiniones sobre el modo de traducir las obras poéticas. Para madame de Staël (y es juiciosísimo el reparo), la poesía traducida en prosa est un canevas dont on a ôté la broderie. Por el contrario, Barbey d’Aurevilly recomienda las versiones en prosa. A notre sens, escribe, il n’y a que le mot à mot de la traduction interlinéaire, qui donne l’idée juste de l’œuvre poétique qu’on veut faire juger à ceux–là qui ne savent pas la langue dans laquelle cette œuvre a été pensée. Procédé grossier et barbare, disent les académies, mais loyal et le seul que rechercheront toujours les artistes profonds, les vrais connaisseurs, qui savent reconstituer une poésie avec les mots qui l’ont exprimée, comme on imagine l’effet d’ensemble du collier dont on tient les perles défilées dans la main.

A esto se podrá argüir con Philarète Chasles: La traduction littéraire est plus trompeuse que l’infidélité: elle prétend être vraie, et elle ment. Elle prétend conserver vivante l’œuvre même et elle pousse à vos pieds une ossification misérable, un débris.

Como se ve, hay para todos los gustos (el mío va con Barbey), y yo he dejado esas citas en su francés natal, porque todos lo entienden y para que mejor se entienda. Aquella frase de: «en latín, para mayor claridad» ¿Quién duda que lo es… para los que saben latín?

Por ello, el que quiera leer a un poeta, léalo en su idioma, o agradezca el trabajo y angustias del traductor, mal pagado y menos apreciado. Corre entre sedicentes literatos la desvergonzada ignorancia de creer fácil dominar un idioma extranjero, cuando muchos desconocen el propio.

Otro día insistiremos sobra la tragedia del traductor. Supongamos que vierte un soneto del inglés, en que cada endecasílabo viene casi a duplicar el número de sílabas en castellano. ¿Habrá posibilidad de ajuste? Porque si, para ser fiel en las palabras, transforma los endecasílabos en alejandrinos, queda completamente desbaratado el ritmo original. Luego, ¿cómo conservar la rima? Alrededor de la rima flota un secreto hálito, dificilísimo y aun diré imposible de reproducir.

Por ello, la mejor versión del libro objeto de las presentes líneas es un soneto del portugués Rodrigues Lobo, a causa de la afinidad entre el portugués y el español. Naturalmente, la afinidad pasa a todas las lenguas romanas; y así el Sr. Gómez ha podido presentar buenas reproducciones e interpretaciones de Pedro de A. Caminha, André Chénier, Niccolò Tommaseo y el Poliziano. Otra cosa son los poetas ingleses y alemanes, en particular los primeros. Con todo, hallo bien sentidas y expresadas una canción de Shelley «La golondrina viajera», y «La hija del molinero» del tierno Tennyson, y «El viento en los juncos» de Yeats, aunque en el último verso de ésta el autor ha introducido un arcaísmo reprobable. Asimismo se lee con placer «La princesa», de J. Elroy Flecker, pudo suprimirse la composición de Roberto Browning, y ya que figuran Beaumont y Fletcher, haber recogido algo de Marlowe y Ben Jonson desconocidos en castellano. También debieron salir del libro las Máximas de Marco Aurelio, entre otras razones, porque aparecen en rima, que no se conocía cuando se redactaron. Más nos compensa bastante de estos lunares la versión del «Anhelo», de Esmooz Lang, trabajada a conciencia y con un aire clásico muy a propósito.

El Sr. Gómez hace preceder su versión de un proemio enderezado a mostrar que es verdadera poesía y como se la conoce. Lo constituyen unas páginas bellamente escritas, saturadas de doctrina buena, en que defiende la sensibilidad y el sentimiento como características del poeta, sin las cuales no hay poesía que valga el nombre. Respecto de los poemas escribe: «Sólo una ignorancia supina o una ineptitud para sentirlos, puede tenerlos en menosprecio y justificar la tesis de que la poesía es una realidad inaccesible para el rebaño». «Quien la desprecia, no puede tener mucho respeto a si mismo ni a ninguna otra cosa», dice Hazlitt en sus disertaciones sobre los poetas ingleses. Ese desprecio es la actitud de la animalidad contra la sensibilidad. Y luego añade: «Todo lo que en la vida es digno de recuerdo, es su poesía».

Confiesa el autor sus preferencias por la poesía concentrada y su poco entusiasmo por la fogosa. Y aún se manifiesta un tanto duro con la generalidad de la obra de Espronceda y de Byron.

Es cuestión de temperamento. La poesía morbosa tiene, en efecto, pocos partidarios; empero Espronceda y Byron fueron indudablemente excelentísimos poetas, quiera o no el Sr. Gómez; quien, por su parte, reconoce que existe un vigor sano «tan alejado de la violencia como del sentimentalismo blandengue».

Pues, a nada que medite en esa sugestión, verá claro que precisamente el «furor» bien entendido es el alma de la poesía y su verdadera «inspiración». Por eso Virgilio es poeta superior a Ovidio y el Dante a Petrarca. Unos son líricos y los otros, además de líricos, épicos y dramáticos. Y filósofos a la vez que historiadores.

Fuera de alguna aseveración suelta que debió eludirse; de alguna referencia desdeñosa, como cuando alude a «cierto sucesor de D. Rodrigo el de las Ruinas» (el famoso poeta, arqueólogo y juez de testamentos no tuvo «don»); En fin, aparte algún dejo de egolatría, que inducen al Sr. Gómez a citarse a sí propio, su introducción es acertada, pulcra, rebosante de sensibilidad y espíritu poético.

En la colección consagra el mayor espacio a los poetas ingleses; siguen los alemanes, los franceses, italianos y portugueses, las máximas de Hafiz y de Omar y un par de anónimos. Una breve reseña biográfica de cada autor échase de menos. Y también convendrá advertir que, en general, la forma no es todo lo moderna que –por las últimas conquistas métricas– hay que exigir hoy.

Mayor estudio habría requerido señalar las distintas escuelas y las influencias ejercidas. En el volumen figura, por ejemplo, un soneto de Matteo Maria Boiardo:

He visto el sol salir una mañana…

pintiparado a aquel famoso de Shakespeare: Full many a glorious have I seen…