Lillo

La traducción de la prosa griega en el siglo XIX

Antonio Lillo (Universidad de Murcia)

 

Precedentes, marco político-cultural y colecciones de traducciones

La publicación de traducciones de textos griegos en prosa durante el siglo XIX es tan irregular y tan convulsa como el mismo siglo, pero es también heredera de los planteamientos que tradicionalmente se han hecho de la cultura clásica en España y del grado en el que se consideraba la cultura española continuadora de la Antigüedad grecolatina. Precisamente en ese hecho radica la diferencia entre las distintas naciones de Europa a la hora de relacionarse con la cultura clásica. Tras la caída de Constantinopla en 1453 y la afluencia masiva de exiliados griegos que contribuyeron a difundir el interés por la cultura clásica en Occidente, en Italia tiene lugar la fundación de academias al estilo de la Academia de Platón. Así en el siglo XV funciona la Accademia Platonica de Florencia, dirigida por Marsilio Ficino. También aparece otro círculo en torno a Antonio Beccadelli, llamado el Panormita, seguido por Giovanni Pontano, por el que toma el nombre de Accademia Pontaniana, que sigue en la actualidad, aunque con diferentes cierres y refundaciones. A partir del siglo XVI se crean instituciones similares en Francia e Inglaterra, además de en Italia, como es el caso de la Accademia dei Lincei, en 1603 en Roma. Ya en el Romanticismo Giacomo Leopardi, con una vasta producción poética, escribe unas Operette morali, con un título evocador de Plutarco y con influencia de Luciano al tratarse de diálogos basados en la mitología griega, pero también presenta su Inno a Nettuno, supuesta traducción de un pretendido anónimo autor griego, o el poeta decadente Gabriele D’Annunzio, que compone una evocación lírica del mundo helénico en Maia. Laus Vitae, un poema de 8.400 versos, publicado en 1903, pero inspirado en un viaje en el yate «Fantasia» a Grecia en 1895, libro primero de su obra Laudi del cielo, del mare, della terra e degli eroi. En este libro D’Annunzio se encarna en la figura de Ulises en su periplo hacia las fuentes clásicas de la cultura occidental, influido por la filosofía de Nietzsche. Con ello queda de manifiesto hasta qué punto la cultura y el pensamiento clásicos constituían un referente de primer orden en la cultura italiana.

En Francia hay que señalar de manera relevante a Guillaume Budé y su labor en la enseñanza del griego y en demostrar su importancia para el estudio de las letras para la sociedad, además de subrayar el papel de la cultura griega en el cristianismo. Henri Estienne, autor del monumental Thesaurus Graecae Linguae, publica en 1565 su Conformité du langage français avec le grec, obra en la que intenta poner a la par más que en conexión el francés con el griego. El cardenal Richelieu funda la Académie Française en 1632, que es fundamental para el establecimiento de las tres unidades aristotélicas, de acción, tiempo y lugar, reglas literarias que constituyen un criterio estético de aplicación regular en el teatro francés, pero no en el teatro clásico español. Hay que señalar también el papel didáctico de los jesuitas en lo que atañe al griego a partir de este siglo con el establecimiento de un canon de autores, junto con la influencia del jansenismo, que favorecía más las obras de tipo didáctico y moral. Y en el siglo XVIII la situación de prestigio del estudio del griego continúa, con su enseñanza por parte de los jesuitas principalmente, hasta que con la Revolución francesa la educación pasa a ser considerada una cuestión central para la República, con la vuelta a los valores humanísticos grecolatinos. En el siglo XIX se vuelve al interés por la cultura clásica, que se manifiesta en la poesía en mayor medida, pero también en la novela, de manera que, utilizando el concepto que establece Bajtin, se puede hablar de una relación dialógica con la cultura clásica.

Por lo que respecta a Alemania, desde finales del siglo XVIII y la primera parte del XIX surge un movimiento cultural, el Weimarer Klassizismus y el período romántico, coincidiendo con el desarrollo gradual de la sociedad burguesa, en donde la recepción de la Antigüedad, más la griega que la romana, tiene como resultado el surgimiento de los estudios clásicos y el desarrollo de un neohumanismo que impregnará la educación, con la consiguiente reforma educativa. Hay que mencionar a Johann Wolfgang von Goethe, Wilhelm von Humboldt o Johann Joachim Winckelmann entre otros, que convierten también a Alemania en un referente cultural para Europa. Para Humboldt la afinidad entre la cultura alemana y la de la antigua Grecia representará el progreso en el arte y la ciencia y Georg Wilhelm Friedrich Hegel señala que en esta época se va a intentar tender un puente que facilite el contacto directo con el legado griego, de modo que los griegos se convertirían en el paradigma de lo que los alemanes deben ser. Por ello Goethe hace que Fausto, en la segunda parte de la obra homónima, se una a Helena y van a ser los alemanes los protectores del Peloponeso, en especial de Esparta y de Helena (Goethe, Fausto vv. 9466–9481), como metáfora de esta vinculación entre las dos culturas, la griega y la alemana. La consecuencia de ello es la aparición de una pléyade de helenistas que abarcará todas las facetas de estudio del mundo griego, lengua, literatura, pensamiento, edición de textos con sus correspondientes traducciones, etc.

La situación de Inglaterra es diferente, ya que el mundo clásico es visto con admiración, pero, a la vez, como algo diferente. Frente a Alemania, donde la cultura griega se había convertido en consustancial a la alemana, en el siglo XIX el mundo griego era considerado como distante. No obstante, hay publicaciones sobre las antigüedades de Atenas y de Grecia en general, y sobre todo la llegada de los mármoles del Partenón tuvo un gran impacto social y cultural. Pero, pese a ese planteamiento diferente del de las naciones vecinas, son numerosas las traducciones de textos griegos en el siglo XIX, de Homero, Heródoto, Tucídides, Jenofonte, Isócrates, Demóstenes, Teofrasto, Polibio, Plutarco, Esopo, Luciano, Heliodoro, Aquiles Tacio o Longo.

En España la situación es bastante distinta, ya que no se ha pretendido nunca establecer ese nexo tan fuerte con el mundo clásico grecorromano, de manera que la cultura española fuera la heredera de la antigua Grecia o Roma, al estilo de Italia, Francia o Alemania. Pero, además, se ha prestado atención al latín y bastante menos al griego. Como señalan Di Camillo (1989: 65–66) y López Grigera (2007: 197–198), el interés se ha centrado en la utilización del español a imitación del latín clásico, latinizar el español tanto en vocabulario como en sintaxis. Se publican traducciones de obras griegas que van a ser objeto de continuas reimpresiones, pero prestando especial atención a las versiones latinas de las mismas, como es el caso de la de Tucídides o de las de Jenofonte de Diego Gracián de Alderete. Por esta causa el interés por el griego se mantiene en precario en siglos sucesivos, a pesar de que en el XVIII los esfuerzos del conde de Campomanes en la implantación de los estudios de griego tuvieran especial éxito, además del problema que representó el casi monopolio de los jesuitas en la enseñanza de las lenguas clásicas en esta época y las consecuencias de su expulsión posterior. A ello se unen personajes como Jovellanos y Feijoo, que se sirven del criterio de «utilidad» del estudio del francés frente al del latín y griego. Pero en 1845, con el Plan Pidal, se establece de manera reglada el estudio de la lengua griega en la segunda enseñanza y en las Facultades como obligatoria, incluso en las de Medicina y Jurisprudencia, «que podrá hacerse en cualquiera de los años de la carrera». En la Ley Moyano de 1857 se mantiene lo establecido anteriormente, con la especificación de que en la segunda enseñanza se estudien «rudimentos de lengua griega» y en las Facultades de Filosofía y Letras y en las de Medicina se estudie «lengua y literatura griega», pero ya no en la de Derecho, donde se exige «literatura latina» solamente. No obstante, la situación no es tan favorable para los estudios del griego, ya que los problemas económicos obligan pocos años después a retocar los planes con la supresión de la asignatura de griego en la segunda enseñanza y su reducción en la Universidad.

Esta situación es la existente en el siglo XIX y que justifica esa irregularidad en la publicación de traducciones en este siglo. Pero hay que señalar la importancia de la aparición de la «Biblioteca Clásica» de Luis Navarro en 1877, que va a incorporar tanto traducciones antiguas como algunas nuevas a esta colección. Hay que mencionar también la «Biblioteca Filosófica», promovida por Patricio de Azcárate, en la que publicó las traducciones de las obras de Platón en once volúmenes, entre 1871 y 1872, y las de Aristóteles en diez, entre 1873 y 1875. Por último conviene citar la publicación entre 1842 y 1844 de las obras de Hipócrates en cuatro volúmenes, traducidas a partir de la edición francesa de Émile Littré, por Tomás Santero y Ramón Esteban Ferrando, que hay que enmarcar dentro del interés por los textos médicos que dará lugar a la publicación de otra colección, esta no de textos clásicos, sino exclusivamente dedicada a la medicina española, «Biblioteca escojida (sic) de Medicina y Cirugía», en siete volúmenes, publicada en Madrid entre 1842 y 1852.

 

Historiografía

Pasamos, pues, ya a analizar las traducciones de los prosistas griegos publicadas en el siglo XIX. Y para ello comenzamos con las de los historiadores, Heródoto, Tucídides, Jenofonte y Polibio, apartado en el que incluimos a Plutarco, aunque su obra no es exactamente de tipo histórico al estilo de la de los autores precedentes, además de abarcar otros campos, para acabar con Flavio Josefo, Apiano y Arriano.

La primera traducción de Heródoto al español es la del jesuita Bartolomé Pou. Se publicó en Madrid en 1846 y en 1878 se incorporó a la «Biblioteca Clásica» (vols. 6 y 7), pero la traducción estaba acabada en 1794. El texto original de Pou fue objeto de numerosas correcciones de todo tipo, transcripciones de los nombres propios, usos de coloquialismos, mallorquinismos e italianismos o cuestiones meramente de estilo, con más o menos acierto (Font Jaume & Llabrés Ripoll 2010). Ha sido la única traducción al español de la obra completa hasta la de María Rosa Lida (1949). Muy crítico es Fernández Galiano (1952: 225–226), quien la considera «amena, correcta, cuidada, si se exceptúan algunos errores de bulto […] pero a veces se amplifica, retuerce y se desarticula de tal modo la frase de Heródoto, que más parece una hermosa paráfrasis que una versión fiel y exacta». La traducción de Pou sigue de cerca la traducción latina de Lorenzo Valla, publicada en Venecia en 1474, y fácilmente se comprueba, por ejemplo, al examinar la transcripción latina de los topónimos y nombres propios griegos, además de pasajes concretos, pero también sería interesante ver en qué medida conoce también la famosa traducción francesa de Pierre–Henri Larcher, de 1786.

Tampoco Tucídides es objeto de traducción en este siglo, ya que su Historia de la guerra del Peloponeso aparece en la colección «Biblioteca Clásica» en 1889 (vols. 120 y 123), pero es –según se expresa en la misma portada– la que Diego Gracián de Alderete publicó en Salamanca en 1564: Historia de la guerra del Peloponeso escrita por Tucídides, traducida del griego por Diego Gracián y enmendada la traducción. Es también la única publicada en español durante el siglo XIX y buena parte del XX. En esta colección aparece como «enmendada». Es evidente que ha sido parcialmente adaptada a los usos lingüísticos de la época, pero no revisada en los errores que presenta.1

Del tercer historiador, Jenofonte, tenemos como más antigua publicada en este siglo la traducción de la Apología de Sócrates por Jenofonte (Almería, Hermanos Álvarez, 1871), por Antonio González Garbín. Este mismo texto aparece de nuevo en un volumen posterior, integrado en 1889 en la «Biblioteca Andaluza»: La Antígona de Sófocles, la Apología de Sócrates, las poetisas de Lesbos. El texto que sigue es el de Jean–François Thurot (Apologie de Socrate, París, 1806), cuya lectura recomienda por ser un «interesante y concienzudo trabajo». En cuanto al estilo de la traducción, no sigue el de la francesa, sino que es un tanto libre y amanerado, buscando la grandilocuencia y con tendencia a añadir epítetos que no están en el texto.

En 1882 se incluyen en la «Biblioteca Clásica» las traducciones de la Anábasis y de la Ciropedia de Gracián de Alderete (vols. 46 y 48 respectivamente), publicadas en 1552 y revisadas por Casimiro Flórez Canseco para la edición de la Imprenta Real de 1781. Menéndez Pelayo (1952–1953: II, 190) dedica palabras elogiosas a estas traducciones, al igual que Apráiz (1874: 124), y no cabe duda de que su estilo es elegante, si bien debió resultar algo anticuado para el siglo XIX. No obstante, al igual que ocurre con su traducción de Tucídides y a falta de un estudio pormenorizado, da la sensación de que la traducción de la Ciropedia depende quizá demasiado de la traducción que había hecho al latín Francesco Filelfo un siglo antes. Y lo mismo cabe decir de la de la Anábasis, pero ahora en relación con la de Rómulo Amaseo, de 1533. Da la impresión de que la traducción al español intenta asemejarse al texto de la versión latina, lo que de alguna manera indica hasta qué punto el latín es el ideal a la hora de hablar español, de latinizar el español, lo que precisamente también se mantiene en la adaptación que hace de la misma Flórez Canseco en el XVIII.

La traducción de las Helénicas aparece en la misma colección en 1888 (tomo 119), realizada por Enrique Soms y Castelín, profesor de griego en Salamanca y luego en la Universidad Central. En su prólogo señala que esta obra nunca antes se había traducido al español. Su estilo es elegante, si bien al final del mismo, de manera sorprendente, señala que «Al terminar estas líneas, réstanos únicamente manifestar que hemos seguido los textos más modernos y apreciados (principalmente el de Reiske), de los que podemos decir no hemos discrepado más que en alguno de los lugares más controvertidos y oscuros», sin que hayamos podido hallar tal edición, que, por otra parte, habría que situar en el siglo XVIII, pese a ser numerosas las aparecidas en el XIX, además de alguna traducción al latín.

Las Historias de Polibio fueron traducidas al español por Ambrosio Rui Bamba con el título de Historia de Polybio Melagopolitano (Madrid, Imprenta Real, 1789) en tres volúmenes. Ese mismo texto fue incorporado y reimprimido en la «Biblioteca Clásica» (tomos 71, 72 y 74) en 1884. En opinión de Menéndez Pelayo:

La traducción está hecha con ciencia y conciencia, y si el estilo peca a veces de duro, arrastrado e indigesto, ha de advertirse que cual es el original tal sale la copia, y que no siendo Polibio notable por la facilidad de su narración, por la armonía de sus períodos ni por la elegancia de su estilo, sino por la verdad de sus narraciones y por su sabiduría moral y política, mal puede exigirse del traductor que enmiende y corrija los defectos intrínsecos del autor traducido. (1952–1953: IV, 178)

Nos adherimos al juicio valorativo, al que añadiremos que en la introducción señala Rui Bamba que ha seguido la «edición hecha en Lipsia por Juan Pablo Krauss 1764». Esa edición no existe, si bien constan unas Animadversiones ad Graecos auctores, de Johann Jakob Reiske, cuyo tomo IV, dedicado a Polibio, está publicado en Leipzig en 1763, pero se trata de comentarios al texto de Polibio, no la edición del texto. A falta de un análisis más pormenorizado de esta traducción, nos da la impresión de que Rui Bamba sigue el texto de Isaac Casaubon, publicado en Fráncfort en 1619, del que ha consultado su traducción latina, a la vez que conoce también la traducción francesa de Vincent Thuillier, con comentarios de Jean–Charles Folard, publicada en París en 1727.

A continuación, y siguiendo el hilo cronológico de los textos de tipo histórico, aunque no es propiamente un historiador hay que hablar de Plutarco, de sus Vidas paralelas, cuya recepción en España ha sido tratada extensamente por Pérez Jiménez (2014). Antonio Ranz Romanillos las tradujo en cinco tomos entre 1821 y 1830 (Madrid, Imprenta Nacional), y fueron incluidas en la «Biblioteca Clásica» (1879–1890, tomos 21, 22, 23, 24 y 28), con reediciones en este mismo siglo. Esta traducción tuvo gran difusión, ya que fue impresa posteriormente en Francia en español. Sigue la edición inglesa de August Bryan, de 1727, con traducción latina, pero, como señala Lasso de la Vega (1962: 508–509), «teniendo constantemente a la vista» tanto esta versión latina como la francesa de André Dacier (en la ed. de 1762), a la que «sigue bastante fielmente». En cualquier caso, se trata de una traducción de calidad estimable por el uso que hace de la lengua, aunque dentro del estilo propio del siglo XIX.

Lasso de la Vega (1962: 509) menciona también una Vida de Teseo, traducida del original griego de Plutarco, por Josef M…, (Madrid, Imprenta Nacional, 1821), la cual ha sido estudiada posteriormente con detalle por Asencio Sánchez (2010).  Lasso de la Vega se hace eco de las suposiciones de Menéndez Pelayo sobre su posible autor, que identifica como Marchena, aunque también apunta la posibilidad de que se pueda tratar de José Musso Valiente. Menéndez Pelayo informa igualmente de la existencia de pasajes traducidos de algunas Vidas de Plutarco en el manuscrito de la Academia de la Historia que contiene la España Antigua de Ambrosio Rui Bamba. El autor de la traducción fue un exaltado liberal, que redacta un prólogo con tintes de panfleto político, para lo cual se sirve de la Vida de Teseo. La utilización de Plutarco en esta época sigue la línea que surge tras la Revolución francesa, en la que se describe la vida de personajes emblemáticos a modo de ejemplo, como es el caso de la obra de Pierre Blanchard El Plutarco de la juventud (1804), traducido del francés de la obra homónima de 1803, o de un anónimo El Plutarco de la Revolución francesa (Valencia, 1808), traducción al español del original inglés de L. G. Stewarton, The Revolutionary Plutarch (Londres, 1804). Probablemente esa utilización sesgada de las Vidas de Plutarco como pretexto político para exponer la vida de otros personajes de manera similar a como lo hace Plutarco, pero ahora con una narración llena de carga ideológica, sería la causa de que Ranz Romanillos emprendiera la tarea de realizar una traducción del texto original de las Vidas, dado que hasta entonces se carecía de una buena versión en español de las mismas.

Pasamos ahora a las traducciones de las Moralia de Plutarco, que, a diferencia de las Vidas, han sido objeto de menor atención en este siglo. En primer lugar, hay que mencionar a Enrique Ataide y Portugal, que publica en 1803 en dos tomos Primera parte de los pensamientos morales de Plutarco y Segunda parte de los pensamientos morales de Plutarco (Madrid, Oficina de Aznar). La obra presenta reflexiones e historias breves extraídos de las obras de Plutarco a partir de un original francés que no se menciona, pero que no es otro que Pensées morales de Plutarque, recuillies et traduites par P.–Ch. Levesque (París, 1794), del que traduce al pie de la letra hasta la metodología seguida en relación con los textos de Plutarco que menciona, expuesta por Levesque en una nota al comienzo de la obra, al indicar que no sigue fielmente el texto griego, sino que es un resumen de los contenidos de los pasajes, a modo de prontuario: «En la traduccion de los Pensamientos escogidos de Plutarco, no me he sujetado á toda la precisión que hubiera guardado si hubiera emprehendido la traduccion de sus obras, ó de alguno de sus tratados. Era menester dar sus ideas, mas bien que sus expresiones; pero si me he tomado alguna libertad, ha sido con mucho cuidado». La finalidad es de estas traducciones es, por tanto, la de servir de mera información o de ayuda como material erudito para fines diversos. Y el mismo año de 1803 publica sus Apotegmas de los lacedemonios, extraídos de Plutarco, y seguidos de los pensamientos del mismo Autor sobre la Superstición (Madrid, Aznar), igualmente traducción servil de los Apophthegmes des Lacédémoniens, extraits de Plutarque; suivis des pensées du même auteur sur la superstition, obra también de Levesque (París, 1794).

En 1878, la imprenta de C. Motteroz publica en París Los preceptos del matrimonio de Plutarco, traducidos por Lorenzo Elizaga: Los preceptos del matrimonio, traducidos del griego al francés por el Dr. L. Seraine. Seguidos de un ensayo sobre el ideal del amor del matrimonio y de la familia. Como se indica en la portada, se trata de la versión de la edición francesa de Louis Seraine (1852), que incluía también el mencionado ensayo. Y, por último, en el límite entre dos siglos, en 1900, aparece una traducción de la obra de Plutarco con el título Preceptos acerca del matrimonio, realizada por Guillermo Unda y publicada en Quito. Diremos que es una traducción que sigue el texto griego, pero de manera bastante libre.

Continuando con los historiadores, Flavio Josefo cuenta con dos traducciones en este siglo. La primera es de Manuel Ortiz de la Vega, pseudónimo de Fernando Patxot, quien publicó una especie de enciclopedia, titulada Los héroes y las grandezas de la Tierra. Anales del mundo, formación, revoluciones y guerras de todos los imperios desde la creación hasta nuestros días. Completado el conjunto, hasta el día de la terminación de la obra (Madrid, Librería de Cuesta–Barcelona, Imprenta Cervantes, 1854–1856, 8 vols.). En el volumen I de esta colección, incluyó una Historia del pueblo hebreo desde el principio del mundo, versión comentada de las Antigüedades judías, intercalando los comentarios en el propio texto de Josefo, de manera que podía constituir un material de utilidad para la prédica religiosa, obra que al parecer tuvo bastante éxito en su época, pero que desde el punto de vista de la traducción resulta irrelevante. Le sigue un Complemento de la historia del pueblo hebreo: guerra de los judíos y destrucción del templo y ciudad de Jerusalen por el hebreo Flavio Josefo, en donde, sin mencionarlo, utiliza la traducción de Juan Martín Cordero de la Guerra de los judíos (Amberes, 1557), reeditada en Madrid en 1616, 1657 y 1791. Este texto se incluyó también en 1891 en la colección «Biblioteca Clásica» (tomos 145 y 146). No es una traducción a partir del texto griego, sino de una versión latina atribuida a Rufino de Aquiles (véase Nieto Ibáñez 2015).

Apiano, historiador romano de origen griego, escribió una Historia romana, cuyo libro sexto está dedicado a Hispania, del que el canónigo valenciano Miguel Cortés López publicó una traducción, acompañada de notas, en 1852: Las guerras ibéricas de Appiano Alejandrino, traducidas del texto greco–latino de Juan Schweigewser al castellano (Valencia, José de Orga). No obstante, Abascal y Cebrián (2005: 510) indican que en la Real Academia de la Historia existe un autógrafo de esta obra de Ambrosio Rui Bamba, en la que consta esta nota: «Esta traducción no está hecha por D. Miguel Cortés y López, sino por D. Ambrosio Rui Bamba de quien es toda la letra de este manuscrito. El Sr. Cortés, sin citar al que hizo la versión, la dio a luz en Valencia año de 1852 como trabajo suyo. En el Est 19, gr. 4, nº 59 se halla el primer borrador que hizo en 1790 el citado Rui Bamba del libro VI Appiano Alejandrino cuya traducción se apropió el obispo electo de Mallorca. Madrid 10 de Febrero de 1856». La edición de Apiano (Leipzig, 1785) de Johannes Schweighäuser es bilingüe, con texto griego y versión latina. Da la impresión de que la traducción de Miguel Cortés –o de Ambrosio Rui Bamba– sigue una versión latina, pero más que la expresada en el título, nos parece que es la del monje François Bérauld (s. l., 1560): Appiani Alexandrini Hispanica & Annibalica. Latine nunc primum edita. Abascal y Cebrián (2005: 510) también mencionan en el asiento 9–3926–1 dela misma biblioteca unas Excerptas de Appiano. Noticias de las Ciudades, y Pueblos de q(u)e habla Apiano Alexandrino en su historia de la guerra de Iberia (entre 1789 y 1803, autógrafo de José Andrés Cornide de Folgueira).

De Arriano de Nicomedia Federico Baraibar y Zumárraga publicó en 1883 la Historia de las expediciones de Alejandro, incluida en la «Biblioteca Clásica» (tomo 58) y reimprimida en 1897. Es la primera traducción publicada de esta obra en español, ya que la de Vicente Mariner, titulada De la historia de las hazañas y milicia de Alexandro, rey de Macedonia (1633), ha quedado inédita. La traducción de Baraibar no es deudora de la de Mariner, ya que el planteamiento de este para la traducción es que no debe ser literal, quizá en la línea del francés Nicolas Perrot d’Ablancourt, de cuya técnica de traducción se acuñó la expresión «bellesinfidèles» al modificar las expresiones del texto original por razones de estilo. Baraibar señala que ha seguido el texto de la edición de Johann Friedrich Dübner (Arriani Anabasis et Indica ex optimo códice parisino emendavit et varietate mejus libri retulit Fr. Dübner, París, 1846). Es una edición bilingüe, ya que presenta la traducción latina, versión que parece que ha sido tenida en cuenta también por el traductor.

 

Geografía: Estrabón

Por lo que respecta a los geógrafos, no hemos encontrado publicada ninguna traducción de Estrabón, si bien en la Real Academia de la Historia (Abascal & Cebrián 2005: 511) figura un asiento con los números 9–6505–6507, correspondientes a una traducción de su Geografía, realizada por Miguel Mancheño y Olivares, entre 1892 y 1922, sin que conste la fecha. Se trata de «tres volúmenes en folio, mecanografiados en tinta azul algo desvaída ya, a doble cara, con paginación superior central mecánica, encuad. pasta moderna, letras doradas en canto 28×23 cm». No podemos dar más información, ya que no hemos visto la obra, si bien es sorprendente esta traducción, pues la producción bibliográfica de Miguel Mancheño versa sobre temas de su ciudad natal, Arcos de la Frontera, en Cádiz.

 

Oratoria

Por lo que respecta a la oratoria, Isócrates y Demóstenes cuentan con traducciones publicadas en este siglo, además de una de Esquines. En 1802 aparecen los Pensamientos morales de Isócrates, traducidos del francés al castellano por D. Enrique Ataide y Portugal (Madrid, Aznar), sin que conste mención de ese original francés, que no es otro que Pensées morales d’Isocrate (París, 1782), obra del P. Athanase Auger: se trata de una colección de pasajes de distinta extensión con pensamientos y máximas de tipo moral extraídas del corpus de Isócrates, pero sin indicar la cita exacta. Es, pues, un prontuario de utilidad diversa.

Tampoco hemos encontrado en este siglo traducciones parciales de discursos de Isócrates, sino que en 1891 se editan en dos volúmenes en la «Biblioteca Clásica» (tomos 152 y 153) las Oraciones políticas y forenses de Isócrates, traducidas y anotadas por Antonio Ranz Romanillos, obra ya publicada en 1789 (Imprenta Real) con el título Las oraciones y cartas del padre de la eloqüencia Isócrates.2 Da la impresión de que Ranz Romanillos conoce la traducción latina de Hieronymus Wolff (Basilea, 1549, aunque cita la de Ginebra, 1613) y los retoques que en ésta hace el P. Auger en su edición (París, 1782), a las que presta bastante atención, como se deduce de la lectura de su trabajo.

Demóstenes cuenta con traducciones parciales de su corpus en este siglo, reducido a unas pocas obras y en escaso número (Hernández Muñoz 2002 y 2008.) En 1820 aparece publicado el discurso Sobre la corona, pero en una traducción, si no anónima, sí al menos con un nombre críptico, J. F. V. J. D. M.: Oracion de Demostenes en defensa suya acerca de la corona (Madrid, Villalpando). Menéndez Pelayo dice de la misma que «el ignorado autor de esta versión del Discurso por la corona supo interpretar magistralmente el texto de Demóstenes, y mostró a la par su modestia, ocultando su nombre» (1952–1953: I, 88). La calidad del texto de la traducción es buena y, a falta de un cotejo detallado, da la sensación de que el traductor conocía la traducción latina de H. Wolff (1549), pero también la francesa del P. Auger (Harangues d’Eschine et de Démosthène sur la Couronne, 1768).

En 1857 se publica el discurso de Raimundo González Andrés Demóstenes considerado como hombre público (Madrid, Imprenta Nacional), en el que recrea la figura del orador dentro de su contexto histórico a lo largo de doce páginas. Y en la misma línea hay que mencionar la tesis de Francisco Rivero y Godoy, Demóstenes y Esquines (Madrid, Rivadeneyra, 1866), un estudio comparativo del discurso Contra Ctesifonte de Esquines y el de Demóstenes Sobre la corona, en donde analiza una serie de pasajes de ambas obras añadiendo su traducción correspondiente, precedido todo ello de un capítulo en el que traza un marco general de la oratoria griega precedente; se trata de un trabajo poco extenso (62 páginas), pero que pone de manifiesto el interés de la época en estos dos autores y obras, como se verá a continuación.

En 1872 se publica la traducción de una selección de discursos de Demóstenes, realizada por el político y periodista Arcadio Roda, sin vinculación con la enseñanza de las lenguas clásicas: Oraciones escogidas de Demóstenes (Madrid, J. M. Pérez). Al final del prólogo advierte que «Hemos seguido en este trabajo la sexta edición francesa de J. F. Estievenart, decano de la facultad de Letras de Dijon, comparando su texto con el de otros críticos, por lo menos en los pasajes principales y en cuanto lo han permitido los pocos libros que manejamos, y conservando algunas veces sus notas, y el todo ó parte de sus introducciones». La edición a la que se refiere es la que Jean–François Stiévenart (París, 1843) hizo de una selección de obras de Demóstenes y de Esquines, con lo que indirectamente declara que está haciendo una traducción de la versión francesa, por otra parte, muy fiel a su original francés. De hecho, las obras que traduce Roda son las mismas que Stiévenart, prescindiendo de las de Esquines.

También hay que mencionar la obra Demóstenes y Esquines (Madrid, 1881), publicada en la «Biblioteca Universal» creada por Joaquín Pi y Margall. Se trata en realidad de la traducción de dos discursos, el de Esquines Contra Ctesifonte y el de Demóstenes Sobre la corona. No aparece el autor de las traducciones, pero, como señala Castro de Castro (2017), son meras traducciones de versiones francesas: el discurso de Esquines procede de la Stiévenart antes mencionada, y el de Demóstenes está sacado de la realizada por J.–N. Jager y V.–H. Chappuyzi (París, 1836).

 

Antología de textos en prosa

Por último, aunque no se trata de una traducción, queremos mencionar la antología Autores griegos, escogidos, ordenados y anotados por Enrique Soms y Castelín. Prosistas (Madrid, Ricardo Fé, 1889), más bien una antología de textos, con libros u obras completos, pero con notas escasas y breves. Esta antología da una idea de los textos objeto de interés de la época, entre los que está, obviamente, el discurso Sobre la corona, de Demóstenes, junto con Esopo, Eliano, Diógenes Laercio, Luciano, Plutarco, Jenofonte, Tucídides, Platón, Aristóteles, Hiperides, Hipócrates, Heródoto, fragmentos del Antiguo y Nuevo Testamento, san Basilio y san Atanasio, autores que podían figurar entre los que se utilizaran en las pruebas para el acceso a cátedras universitarias. Lo que parece evidente es el interés por el discurso de Demóstenes por lo que representaba de modelo de oratoria para el discurso político de la época.

 

Medicina: corpus Hippocraticum

Pasemos a las traducciones de textos médicos y, en particular, de Hipócrates, cuyas traducciones en el siglo XIX español han estudiado García Ballester (2000) y Labiano (2009). En 1803 aparece no una traducción propiamente dicha, sino un texto que tiene como base, entre otras, el tratado hipocrático Sobre los aires, aguas y lugares, con un título pintoresco: La higiene o el arte de conservar la salud. Poema latino escrito por el doctor Geoffroy, regente de la Facultad de Medicina de la Universidad de Paris &c. Traducido al francés por el doctor Launay, miembro de muchas academias literarias, y libremente al castellano por el Dr. D. Joaquin Serrano Manzano, secretario perpetuo del Real Colegio de Medicina de Madrid, y del Real Estudio de Medicina Practica (Madrid, Imprenta Real). No merece mayor comentario. Pero el primer texto que es realmente traducción de Hipócrates en este siglo es el que publica Francisco Bonafón en 1808: Tratado de Hipócrates de los ayres, aguas y lugares. Por el doctor Coray, y traducido al castellano (Madrid, Imprenta de la calle de la Greda). Como se desprende del título, está claro que la fuente de la traducción es francesa pero, tras el cotejo con el original francés de Adiamantos Coray (París, 1800), se puede comprobar el escaso grado de fidelidad al texto griego. Este médico, cuyos conocimientos del francés no admiten duda, publicó años más tarde un Compendio de la doctrina de Hipócrates, ó Análisis razonada de sus mas principales e importantes tratados (Madrid, León Amarita, 1828), que se declara sacado de la Histoire philosophique de la Médecine de Étienne Tourtelle (1804).

Esta misma obra Sobre los aires, aguas y lugares aparecerá traducida también por Daciano Martínez Vélez, junto a De las heridas en la cabeza, Acerca de la antigua medicina, Acerca de la dieta en las enfermedades agudas, Del pronóstico y El juramento, traducciones publicadas en 1899 y 1900 en la Revista Ibero–Americana de Ciencias Médicas, fundada y dirigida por Federico Rubio y Galí, para cuya descripción remito al lector a los trabajos de García Ballester (2000) y Labiano (2009). Pero las obras de Hipócrates que cuentan con mayor predilección para su traducción son los Aforismos y los Pronósticos, al ser considerados en la época como libros de texto en los estudios de Medicina. Así, tenemos los Aforismos de Hipócrates (Madrid, Repullés, 1818), traducidos en verso por Manuel Casal y Aguado, médico y literato, que usó el anagrama Lucas Alemán. Es una obra pintoresca desde el preámbulo, dedicado «A la juventud médica cursante en las Universidades y Colegios». Este libro debió tener cierto éxito, ya que se volvió a publicar en 1843 en Barcelona.

Hay también una traducción de los Aforismos y Pronósticos de Hipócrates publicada en México por el médico Manuel Carpio, a partir de una versión latina, con la adición de la traducción de dos artículos de un Diccionario de Ciencias Médicas francés (México, Mariano Ontiveros, 1823). Se trata de un librito de sesenta y ocho páginas con un lenguaje sencillo y sin texto latino.3 En Salamanca aparece otra traducción comentada de los Aforismos de Hipócrates en dos tomos, publicada por el catedrático de Clínica interna Ignacio Montes, Exposicion de los Aforismos de Hipocrates (Vicente Blanco, 1827–1828). La obra contiene, para cada aforismo, el texto latino, su traducción al español y un amplio comentario.4

Dos años más tarde, en 1830, aparecen unos Aforismos de Hipócrates, en latin y castellano (Valencia, Cabrerizo), obra de Tomás García Suelto. Señala en el prólogo que sigue «la versión latina, que publicó Verhoofd en 1675, perfecionada diez años despues por Almelowen, y publicada por Lorry con lijeras correcciones en nuestros dias, con aprobacion y aplauso universal de los sábios que tanto se lamentaban de la poca fidelidad de las antiguas versiones». La obra, basada pues en las ediciones de  Luc Verhoofd (1675), Théodore Jansson d’Almelowen (1685) y Anne–Charles Lorry (1757), presenta el texto latino y su traducción al español; cuenta con una extensa tabla de materias, pero las notas son escasas. También constan publicados unos Pronósticos de Hipócrates, traducidos del latín al castellano por Juan Rivier y Juan Montilla (Cádiz, Imprenta de la Revista Médica, 1841), que no hemos podido ver.

En verso tenemos unos Pronósticos de Hipócrates (Madrid, Vicente de Lalama, 1842), traducidos por Ricardo López Arcilla, que aparece en la portada de la obra como «bachiller en Medicina y Cirugía del Colegio Nacional de San Carlos de Madrid». No hay ninguna indicación ni sobre el texto del que se parte ni sobre los criterios de versificación. Este procedimiento de versificar se retoma unos años después en los Pronósticos de Hipócrates, traducidos y comentados en prosa por Don Mariano González de Sámano y puestos en verso castellano por Don Ricardo López Arcilla (Barcelona, Luis Tasso, 1852), en donde presenta el texto latino de cada pronóstico, la traducción de González de Sámano, la traducción en verso de López Arcilla y un comentario.

Entre 1842 y 1844 aparece en cuatro tomos la Colección completa de las obras del grande Hipócrates, traducidas por Tomás Santero y Ramón Esteban Ferrando (Madrid, Establecimiento Tipográfico). Como se indica en el título, se trata de la traducción de los cuatro primeros tomos de las obras completas de Hipócrates según la edición de Émile Littré (París, 1839–1861), prescindiendo del texto griego. Con todo, resulta un proyecto inacabado, ya que la obra de Littré está formada por nueve tomos. En 1843 aparece otra traducción de los Aforismos y Pronósticos de Hipócrates, en latin y castellano, con algunas notas al fin del tratado, por D. C. Bosch y Canalís (Valencia, Benito Monfort). Simplemente presenta los textos en latín y su traducción al español, con dos páginas de notas y una de fe de erratas.

Ya cerca de mediados de siglo tenemos los Aforismos y Pronósticos de Hipocrates, traducidos al castellano segun el texto latino de Parisset, y ordenados metódicamente bajo un nuevo sistema (Madrid, Gómez Fuentenebro, 1847), obra de José de Arce y Luque, médico en varios hospitales de Madrid.  La obra, con notas y retratos, contiene también máximas y aforismos médicos de Cornelio Celso, Maximilian Stoll y Herman Boerhaave. En la página 13 del prólogo dice «Respecto de la presente traduccion de los Aforismos, debo advertir la he hecho con todo el esmero que me ha sido posible del texto latino de Parisset y Lorry, uno de los que están hoy reputados como clásicos». Es un texto bilingüe latín español, tomando como base el establecido por Étienne Pariset en 1813, siguiendo el de A.–Ch. Lorry (1757).

Por último, hay que mencionar Los Aforismos de Hipocrates, con la versión latina de Valles, traducidos por José Gutiérrez de la Vega (Madrid, Imprenta del Semanario Pintoresco Español y la Ilustración, 1852). Con estudios de medicina, pero sin poder ejercerla, periodista y político, José Gutiérrez de la Vega (Fradejas Rueda 1999), publica esta obra basada, como siempre, en un texto latino –en esta ocasión el de Francisco Valles (Alcalá, 1561)– dentro de la colección «Biblioteca Universal», que él mismo dirigió entre 1851 y 1853, con extensos apartados sobre la vida de Hipócrates, bibliografía y la historia de «los comentadores españoles de Hipócrates». Y el mismo año este forofo hipocratista incluye en la misma colección Los pronósticos de Hipócrates de Andrés Piquer, catedrático de Medicina de la Universidad de Valencia y amigo de Gregorio Mayans, publicados en 1757, obra a la que le añade un comentario: Los pronósticos de Hipócrates. Texto latino y castellano de Piquer; precedidos de un prólogo, de su historia bibliográfica y comentados por José Gutiérrez de la Vega.

Por último, y aunque no se trata de una traducción, mencionemos el «juguete cómico–lírico» Hipócrates y Galeno, obra de Calixto Navarro y Francisco del Castillo, con música de Enrique Nieto (Madrid, 1873), en donde, sin que se mencionen los nombres del título, se representa la peripecia del médico Castañetas. A partir de estos años decae el interés en el estudio de las obras de Hipócrates en las facultades de Medicina, por lo que ya no se registran nuevas traducciones hasta el siglo XX, pero ahora ya con un interés filológico, no médico (Labiano 2009: 93).

 

La fábula: Esopo

Un apartado que tiene un encaje difícil en los manuales de la literatura griega es el de las fábulas de Esopo, personaje legendario que se suele situar en torno al 600 a. J. C. Consideramos de interés comenzar haciendo referencia a la edición en latín que se publica en Madrid: Aesopi Phrygis, et aliorum fabulae, quorum nomina sequens pagella indicabit, iconibus in gratiam studiosae juventutis illustratae, pluribusque auctae, et diligentius quam ante hace mendatae, cum indice locuplentisimo (P. Barco López, 1802). Una nueva edición aparece publicada con diferentes grabados pocos años después (Madrid, Pedro López y Hermano, 1815). Recoge la traducción de Lorenzo Valla, de 1439. Son varias las traducciones del corpus de Esopo en este siglo, muchas de ellas de tipo escolar, por lo que solamente mencionaremos las más importantes dentro de ese nivel divulgativo. Así, las Fábulas de Esopo en griego y castellano. Traducción de Don Miguel de Silva (París y México, 1877, edición bilingüe con una segunda traducción yuxtalineal y abundantes explicaciones gramaticales de tipo escolar. La traducción es buena y muy ajustada al texto griego, aunque no indica la edición que sigue. El resto de las traducciones son ilustradas y redactadas en un tono literario y, a veces, como ocurre con la vida de Esopo, relatada a la manera de un cuento. Es el caso de Fábulas de la vida del sabio y clarísimo fabulador Isopo (Madrid, Pedro López y Hermano, 1815). Posteriormente aparecieron las Fábulas de Esopo, filósofo moral y de otros famosos autores (Barcelona, Antonio Sierra, 1844), publicadas al año siguiente por un nuevo editor (Barcelona, Juan Francisco Piferrer). El texto de estas ediciones se remonta, con alguna enmienda, a la de Fábulas de la vida del sabio y clarísimo fabulador Isopo publicada en 1787 (Madrid, Antonio Espinosa). Tenemos una versión en verso, que no merece más comentario: Fábulas de Esopo, Phedro, Iriarte y Samaniego, para el uso de las escuelas primarias (Barcelona, J. Roca y C.ª, 1844).

 

Filosofía

Pasamos ahora a la traducción de textos filosóficos. Y la primera que encontramos en este siglo es La República de Platón o Coloquios sobre la Justicia (Madrid, José Collado, 1805), con un apartado de notas en el segundo de los dos tomos de que consta la obra. El traductor es el sacerdote José Tomás y García, quien realiza una traducción sobre la base principalmente de la versión latina, excelente por otra parte, de Marsilio Ficino (Florencia, 1484), aunque también la de Jean de Serres (Ginebra, 1578), así como la francesa de Jean–Nicolas Grou (Ámsterdam, 1770), dejando en cuarto lugar el texto griego. Esta traducción se vuelve a publicar en 1886 en la colección «Biblioteca Clásica» (tomos 93 y 94).5

La primera versión de Obras completas de Platón la lleva a cabo Patricio de Azcárate en 1871, dentro de su «Biblioteca Filosófica», en once tomos. Con respecto a los criterios que ha seguido para hacer la traducción indica lo siguiente:

He tomado como base para mi trabajo la traducción en latín de Marsilio Ficin (sic), que con el original griego publicó lo Sociedad Bipontina en la ciudad de Dos–puentes, en Alemania, en el año de 1781, en doce tomos; el último de los cuales es un juicio crítico del historiador de la filosofía Diet. Tiedemann; he consultado en los casos dudosos la magnífica traducción de Cousin, y la de Chauvet y Saisset, tomando de esta última las noticias biográficas, la clasificación de los diálogos, como ménos defectuosa, los resúmenes y algunas notas. (Prólogo, I, 14)

Es evidente que el texto griego queda lejos, pero consideramos que esta traducción se encuentra más cerca de la versión francesa de Victor Cousin (1820–1827) que de la latina de Marsilio Ficino, como lo sugiere la comparación del texto francés con el español.6

Posteriormente aparece publicada la obra Cinco diálogos de Platón (el Convite, el Eutifrón, La apología de Sócrates, el Critón, el Fedón) traducidos directamente del griego, con argumentos y notas por D. Anacleto Longué y Molpeceres (Madrid, M. Tello, 1880). En el prólogo hace una detallada exposición de las ediciones del texto y de las distintas traducciones, al latín y a otras lenguas. A falta de un estudio detallado, da la impresión de que tiene ante sí el texto griego, pero no descuida la consulta de la versión latina de Marsilio Ficino.

Por último, en este siglo aparecen dos volúmenes que recogen traducciones de obras de Platón dentro de la colección «Biblioteca Económica Filosófica», fundada en 1879 por Antonio Zozaya y dirigida por él hasta 1936, con el objeto de fomentar la divulgación de la cultura mediante libros a bajo precio (Zozaya&Zozaya2016). La colección arranca precisamente con un volumen de Diálogos socráticos de Platón traducidos por Julián de Vargas (1880, con reed. en 1885), que contiene la Apología de Sócrates, Critón ó el deber y Phedro ó de la belleza. En el volumen no se da ninguna información acerca del texto que se maneja ni los criterios de traducción, aunque lo cierto es que se sigue la versión francesa de V. Cousin, al igual que había hecho P. de Azcárate, con la que obviamente tiene numerosas semejanzas. Pero, como he señalado, estamos ante una obra de carácter divulgativo sin más pretensiones. Pocos años más tarde (1885) aparecen en la misma colección (números 18 y 19) dos volúmenes de Diálogos polémicos, en esta ocasión con traducción y prólogo del propio Antonio Zozaya, que contienen El Sofista, Eutidemo, Teetetes (sic) y Menón, con una segunda edición en 1893 y una tercera en 1896. Al igual que ocurre con los Diálogos socráticos, se trata de obras con carácter divulgativo, por lo que tampoco indica ni el texto del que parte ni los criterios de traducción, que por otra parte tienen como fuente las traducciones francesas, en alguna ocasión con el texto aligerado.

Por lo que respecta a Aristóteles, no hubo el mismo interés que con Platón durante este siglo. Encontramos solamente la publicación en diez volúmenes de la traducción que hizo Patricio de Azcárate de Obras de Aristóteles en su «Biblioteca Filosófica» (1875), aunque curiosamente no incluye contribuciones tan importantes como la Poética ni la Retórica. Los volúmenes I y II contienen los tratados sobre Moral, el III está dedicado a Política, el IV y el V a Psicología, del VI al IX a Lógica y el último a Metafísica. Aunque en I da la lista de ediciones, traducciones y comentarios sobre las obras de Aristóteles, realmente ha seguido con bastante fidelidad la traducción de Jules Barthélemy–Saint–Hilaire.7

En 1885 aparece en la «Biblioteca Económica Filosófica» (tomos 23 y 24) la Política de Aristóteles, traducida por Antonio Zozaya. Como ya hemos indicado para los libros encuadrados en esta colección, no hay mención de las ediciones que sigue el traductor ni los criterios para su traducción. Con todo, la comparación con el mismo pasaje de la versión de P. de Azcárate muestra que las dos traducciones españolas de esta obra han tomado como referencia distintas traducciones francesas.8

 

Época helenística e imperial

Pasamos ahora a un último apartado sobre traducciones de textos en prosa de época helenística y romana. Para ello comenzamos con Teofrasto, natural de Ereso, en la isla de Lesbos, y sucesor de Aristóteles en el Liceo. En el siglo XIX aparece publicada la traducción de los Caracteres en una obra de conjunto con otros autores y traductores en el tomo 117 de la «Biblioteca Clásica»: Obras de moralistas griegos. Marco Aurelio, Teofrasto, Epicteto, Tabla de Cebes (1888). Entre las páginas 279 a 324 se hallan los Caracteres morales de Teofrasto, según la traducción de Ignacio López de Ayala, publicada a finales del siglo XVIII: Caracteres morales de Teofrasto. Reflexiones filosóficas sobre las costumbres de nuestro siglo, Por Mr Duclós. Traducidos los primeros del griego, y las segundas del francés al castellano (Madrid, M. Escribano, 1787). En el prólogo de esta edición el traductor indica que «Para esta traduccion no solo se ha tenido presente el texto de Casaubon , y su comentario impresos en Leon en 1617, sino el de Juan Cornelio de Paw, en Utrek , en 1738 , cuyas notas mejoran la lección de muchos pasages ó muy obscuros ó viciados». La edición de 1888 es idéntica, aunque con algunas correcciones ortográficas en cuanto al texto de Teofrasto, pero sin el original griego; mientras que la versión que sirvió de bases es la latina de Isaac Casaubon (de 1592) con los comentarios de Jan Cornelis de Pauw (Utrecht, 1737). Al igual que ocurre con todas las traducciones del XVIII, el texto en español es muy dependiente de la versión latina.

Continuamos ahora con la misma obra, el referido tomo 117 de la «Biblioteca Clásica», para ocuparnos de la Tabla de Cebes. Se trata de un texto alegórico atribuido a un filósofo pitagórico llamado Cebes de Tebas, al que se le ha relacionado con Platón y con Sócrates. No obstante, el texto parece mucho más tardío, fechándose en el siglo I d. J. C. en función de los tópicos morales que trata. La traducción que aparece aquí es la de Pedro Simón Abril, humanista del Renacimiento que enseñó griego y latín en la Universidad Sertoriana de Huesca. Esta traducción volvió a publicarse en 1778 en El Sueño de Luciano Samosatense, que es La vida de Luciano: y la Tabla de Cebes, philosopho tebano, en griego y en español (Madrid, Sancha), aumentada con notas y comentarios de Casimiro Flórez Canseco, catedrático de Griego en los Estudios Reales de Madrid, que también se han incluido en el mencionado volumen de la «Biblioteca Clásica».

Siguiendo el hilo cronológico de las obras pasamos ahora a Epicteto, filósofo griego que no dejó ninguna obra escrita, pero cuyas enseñanzas se conservan en un manual, Ἐγχειρίδιον, además de unos Discursos, editados por su discípulo Flavio Arriano, Arriano de Nicomedia, de quien nos hemos ocupado antes. En español tenemos a principio del siglo XIX una traducción del Manual de Epicteto, vertido del francés por Enrique Ataide y Portugal (Madrid, Aznar, 1802). Al igual que ocurre en obras anteriormente citadas de este traductor, no menciona la obra francesa de referencia, pero es el Manuel d’Epictète, traducido por P.–Ch. Levesque (París, 1782). Años más tarde aparece otra traducción de la misma obra: Enchîridion ó Manual de Epicteto, con el texto griego, traducido al castellano é ilustrado con algunas notas para uso de los jóvenes que se dedican a la lengua griega. Añádese al fin la traducción latina, atada en lo posible al texto griego. Por D. J. O. P. (Valencia, Benito Monfort, 1816). Las iniciales, según puede verse en el prólogo, corresponde al presbítero José Ortiz. Presenta el texto griego, su traducción al español y una traducción latina de la que dice ser autor; no es la de Wolff ni la hemos encontrado en las ediciones latinas que hemos consultado. En cuanto a la traducción al español hay que señalar que depende mucho del texto latino que presenta como traducción propia.

Con el número 14 de la «Biblioteca Económica Filosófica» vuelve a aparecer esta obra de Epicteto, aunque con el título de Máximas y traducción libre de Antonio Zozaya (Madrid, 1884; nueva ed. en 1892). Como hemos señalado anteriormente, se trata de una colección de divulgación, por lo que no indica las fuentes de los textos ni los criterios de traducción y que habitualmente son traducciones de originales en francés. En este caso la fuente es Les maximes d’Epictète, vertidas por André Dacier en 1717, en una edición corregida y aumentada por Hippolyte Tampucci (París, 1879). Más interesante es la traducción que aparece en la obra de conjunto ya mencionada antes de la «Biblioteca Clásica» (tomo 117), Obras de moralistas griegos. Marco Aurelio, Teofrasto, Epicteto, Tabla de Cebe (1888). En las páginas 325 a 387 recoge el Enchiridion de Máximas de Epicteto. Versión del griego al castellano por Antonio Brum. La obra contiene la «Vida de Epicteto» de Quevedo, así como unas «Noticias biográficas del traductor Antonio Brum», con la aclaración de que están tomadas de su Theatro moral de toda la Philosophia. En efecto, como señala Moreno García (2013), el texto de la versión de las Máximas es el mismo que aparece en su Theatro moral de la vida humana en cien emblemas; con el Enchiridion de Epicteto, y la Tabla de Cebes, philosofo platónico (Bruselas, 1672). La traducción es de gran calidad, aunque hay que señalar que depende bastante de la versión latina de H. Wolff.

Pasemos ahora a hablar del emperador romano Marco Aurelio, una de las figuras más importantes de la filosofía estoica. Sus Soliloquios (actualmente se denominan Meditaciones) aparecen publicados en el siglo XIX en dos ocasiones. La primera es en la «Biblioteca Económica Filosófica» (tomo 21): Los doce libros del emperador Marco Aurelio, traducidos del griego por Jacinto Díez de Miranda (1884; nueva ed. en 1887). La segunda, en el ya citado tomo 117 de la «Biblioteca Clásica»: Obras de moralistas griegos. Marco Aurelio, Teofrasto, Epicteto, Tabla de Cebes (1888). La primera parte de este volumen comprende los Soliloquios ó reflexiones morales del emperador Marco Aurelio traducidas del griego por Don Jacinto Díez de Miranda. Es, pues, el mismo texto que el de la otra colección, aunque aquí con notas y estudio preliminar. Con todo, la traducción de Díez de Miranda, con el título Los doce libros del emperador Marco Aurelio, data de 1785 (Madrid, Sancha). El traductor utiliza un español elegante, bastante alejado del estilo conciso y austero de Marco Aurelio, casi de apuntes personales, por lo que no refleja propiamente el texto griego. En la página XV de la introducción indica que «Antes que Merico, emprendió la suya el doctisimo Tomás Gatakero, y limada por espacio de cuarenta años, la publicó en Cambridge, año 1652 en 4ª, enriquecida de variantes, testimonios en alabanza del autor y observaciones selectas, con un copioso comentario. Esta edición magistral se repitió en Londres, años 1699 y 1707, en 4ª. De la última hemos usado nosotros, y cuidó de ella Jorge Estanhope, alumno del colegio de la Reina, en Cambridge». Sigue, pues, la edición de Thomas Gataker (Marci Antonino imperatori de rebus suis, sive de eis quae ad se pertinere censebat, libri XII, 1707), con traducción latina, que «dulcifica» el estilo del texto griego, y que sirvió de base a la versión española.9

Siguiendo un criterio cronológico tenemos que hablar ahora de Luciano de Samósata. Las traducciones de las obras de este autor se concentran en el último cuarto del siglo XIX. La primera que hemos encontrado es Menipo ó la Necromancia. Diálogo de Luciano traducido directamente del griego por Don Cristobal Vidal, Director y Catedrático del Instituto de Segunda Enseñanza de Vitoria (Vitoria, Hijos de Manteli, 1876). No se puede decir que sea una traducción de calidad, ya que omite palabras y expresiones que aparecen en el texto griego. Da la sensación de que también ha tenido presente la traducción latina Luciani Samosatensis opera ex recensioni Guilelmi Dibdorfii. Graece et Latine cum indicibus (París, 1842).

La primera traducción completa de las obras de Luciano es la que aparece en la «Biblioteca Clásica» en cuatro volúmenes, que ocupan los números 55, 128, 132 y 138 de la misma. Bajo el título genérico de Obras completas de Luciano, traducidas directamente del griego con argumentos y notas, el vol. I (1882) está preparado por Cristóbal Vidal y F.–Delgado; y los tres restantes, aparecidos en 1889–1890, se deben a Federico Baraibar y Zumárraga. C. Vidal menciona en el prólogo del vol. I la editio princeps de Florencia (1496) y distintas traducciones latinas de siglos posteriores y de otras en alemán, inglés y francés. En la traducción de El Sueño o La vida de Luciano sigue en bastantes ocasiones la que Flórez Canseco hizo de la misma en 1778, aunque modernizando la lengua: El Sueño de Luciano Samosatense, que es la vida de Luciano: y la Tabla de Cebes, philosopho thebano, en griego y español (Madrid, Sancha). En el resto del volumen ha tenido cerca la traducción de Eugène Talbot (París, 1857), a la que considera «hecha con tanta fidelidad como elegancia y buen gusto». Y en los volúmenes restantes, continuando lo indicado por C. Vidal, Federico Baraibar hace una traducción en un español elegante, aunque sigue también muy de cerca la traducción francesa de Talbot. Procede citar, asimismo, un manuscrito de la Biblioteca Nacional de España, inédito y escrito con letra caligráfica, encuadernado con el título Trabajos Literarios de Ignacio de Martinez Argote y Salgado, Marqués de Cabriñana del Monte. Tomo tercero. 1886. Diálogos de Luciano, con la traducción del Diálogo de los Dioses. Finalmente, hay que mencionar que se tiene noticia de una traducción del Diálogo de los muertos (Badajoz, 1882), obra de Francisco Franco y Lozano, por la referencia que aparece en las Obras completas de la «Biblioteca Clásica» (vol. I, 185), aunque no me ha sido posible localizarla.

De Diógenes Laercio, autor de una colección de vidas de filósofos, en el segundo cuarto del siglo XIX ha habido la reimpresión de una traducción de finales del siglo XVIII en dos tomos: Los diez libros de Diógenes Laercio sobre las vidas, opiniones y sentencias de los filósofos mas ilustres, obra de José Ortiz y Sanz (Madrid, Imprenta Real, 1792). Esta traducción se vuelve a publicar, también en dos tomos, en la «Biblioteca Clásica» (números 97 y 98): Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos mas ilustres (1887). En el prólogo se indican las ediciones consultadas, aunque señala que «la traducción se ha trabajado sobre la célebre edición Greco–Latina de Laercio dada por Enrique Westenio en Amsterdan año de 1692», que lleva por título Diogenis Laertii de vitiis, dogmatibus atque apophthegmatibus clarorum philosophorum libri X. En la traducción se percibe la influencia de la versión latina.

Pasamos ahora a hablar de Longo, autor de la novela Dafnis y Cloe. La primera traducción al español la realiza Juan Valera en 1880: Dafnis y Cloe ó las pastorales de Longo. Traduccion directa del griego, con introduccion y notas, por un aprendiz de helenista (Madrid, Fernando Fé). Aparece una nueva edición en Sevilla en 1886 y otra en Madrid en 1900. Es innegable la calidad de la prosa, pero mucho más se ha discutido la fidelidad al texto griego y ahí comienzan las críticas desde la perspectiva filológica, ya que incluso llega a alterar pasajes en función de prejuicios morales. Parece claro también, como indica Martínez (2015: 212), que esta traducción es deudora de la versión francesa de Jacques Amyot (1559) revisada por Paul–Louis Courier (1865).

Merece citarse también la publicación de la obra del patriarca de Constantinopla Juan Crisóstomo, uno de los Padres de la Iglesia de Oriente y doctor de la Iglesia Romana. Apraiz (1864: 163) indica que el escolapio Felipe Scío de San Miguel publicó «Los siete libros de San Juan Crisóstomo sobre el sacerdocio, traducidos del griego al castellano con el texto griego, Madrid, 1773, y en 1776 sin el texto. […] Posteriormente se han hecho varias ediciones, entre ellas una de la librería religiosa, Barcelona, 1863». Esta edición de 1863 está publicada por la Imprenta de Pablo Riera (Barcelona). Se trata de un libro con una breve «advertencia del traductor» para pasar inmediatamente a la traducción, sin el texto griego, traducción que sigue la latina del benedictino Bernard de Montfaucon (1718–1738).

 

Conclusiones

Como síntesis de todo este panorama parece claro que en el siglo XIX se pueden establecer dos etapas en la historia de la traducción de los textos griegos en prosa. Muchas traducciones publicadas en el siglo XVIII, o antes, tienen validez en esta época, de manera que en todo caso se recurre a la modernización parcial de la lengua o de la ortografía sin más. Pero, en un análisis más detallado, se puede decir que en la primera parte del siglo las traducciones que se publican tienen una fuerte dependencia de las versiones latinas de las respectivas obras griegas, mientras que es en la segunda mitad cuando hay una gran influencia de las traducciones francesas. Lo que no se percibe con claridad es la intención por parte de los traductores de enfrentarse a los textos griegos de manera directa para presentar una traducción personal. Al comienzo del trabajo planteamos la cuestión de la consideración de la cultura griega como patrimonio nacional del que éramos herederos. De lo expuesto se deduce que tales herederos se han sentido, aunque en épocas diferentes, franceses y alemanes, pero no ha ocurrido así en España. El interés primordial en España ha sido siempre el cultivo de la lengua «ampliándola» a partir del latín. Ello puede explicar el interés en que las traducciones de los textos griegos reflejen esa latinización del español y de ahí ese apego a las versiones latinas, lo que implica un menor interés por la profundización en el estudio de los textos griegos.

 

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  1. Para un estudio más detallado sobre esta traducción véase García Jurado (2020). El error más llamativo, y que ha sido puesto de manifiesto por muchos previamente, es el de la muerte del general espartano Brásidas, que posteriormente vuelve a aparecer vivo. Así, en Th. IV 12 (tomo I, p. 297) dice que Brásidas «cayó muerto en el mar», cuando no es así. Lasso de la Vega (1962: 497–499) señala con razón que Diego Gracián tuvo delante las traducciones de Lorenzo Valla y de Claude de Seyssel (1527), cuyo texto es un mero calco de la de Valla, sin tener en cuenta el original griego, para lo cual presenta un fragmento del discurso fúnebre de Pericles. Con relación a Th. IV 12 Valla traduce collapto <Brasida> in illud spatium, quodest inter ipsos rémiges, et proram, clypeuseius in mare decidit. De Seyssel interpreta erróneamente collapto, traducción de πεσόντοςαὐτοῦ, como quil tomba arriere entre les mathelots tout mort mais son escut cheut ebn la mer, interpretando erróneamente πεσόντος como «caer muerto», en vez de simplemente «caer», error que Gracián sigue, pero eliminando clypeus, ἄσπις, escut, sin más.

  2. En el prólogo señala que «aunque el texto que he seguido ha sido el de la edición de Ginebra del año 1613 acompañado de la traduccion Latina de Gerónimo Wolfio, que ciertamente no es el mas correcto, he cotejado y reformado mi version con el que dio poco há corregido y acompañado de otra traduccion Latina, é impreso en París en casa de Didot, el célebre Ab. Auger, á quien las traducciones Francesas de Demóstenes, de Esquines, del mismo Isócrates, y de algunas Homilías selectas de San Juan Chrisóstomo han hecho bien conocido en la República de las Letras».

  3. La justificación que da para publicar esta traducción está expresada en el prólogo: «Poco satisfecho con las traducciones de los Aforismos y Pronósticos de Hipócrates, con unas por incompletas, con otras por anticuadas, y con todas por inexactas, me puse la ocupación de hacer una nueva que libre de semejantes notas, pudiera ser útil á los profesores del arte. / Movióme también á dar este paso el deseo vivo que tengo de desterrar en lo posible un idioma, que bello y correcto en Cicerón, insinuante y mágico en Virgilio, es intolerable, fastidioso y repugnante en los colegios y universidades, donde todavía se tiene la ridicula y quijotesca pedantería, de hablar en una lengua cuyos idiotismos se ignoran».

  4. Interesante resulta la justificación de la publicación tan cuidada: «Estando prevenido en el Plan general de Estudios mandado observar por S. M. (que Dios guarde), que el Catedrático de Clínica interior, ó Clínica de perfección esplique á sus discípulos los Aforismos y pronósticos de Hipócrates, y siendo los Comentadores, que hasta el dia conocemos, antiguos en su clase con respecto á los adelantamientos que se observan en todos los ramos de la medicina, por cuya razón los Catedráticos de Clínica que deben estar al nivel de ellos, tienen precision en la mayor parte de no adoptar sus teorías, ó las razones en que se fundan para exponer estas preciosas obras de Hipócrates, he creído de mi deber en cumplimiento de lo que previene S. M. en dicho Plan, aclararlas con sencillez, y de modo que los cursantes no caminen á ciegas en el estudio de estas obras inmortales, para que asi la juventud saque lo mas puro y precioso de esta doctrina, y á su tiempo haga el buen uso de que es susceptible á la cabezera de los enfermos».

  5. El traductor expone con claridad su cometido en el prólogo (pp. 27–28): «puedo asegurar á mis lectores que les presento á Platón tal como es, sin mudar, añadir, ni quitar nada. Para conseguirlo no he perdonado fatiga, ni escusado diligencia alguna, á fin de expresar con fidelidad y con la claridad posible el sentido del autor, teniendo á la vista el texto griego, consultando siempre las versiones latinas de Ficino y Serrano, y la francesa del P. Grou, que me suministró muchas luces, y esmerándome en buscar las voces y frases castellanas que mas se conformasen con el original». Para un análisis detallado sobre esta traducción, véase la introducción de Pabón y Fernández Galiano a su traducción de La República de Platón (1969: 105–107).

  6. Sirva de ejemplo el comienzo del Protágoras. El texto de Azcárate es «¿De dónde vienes? Sócrates. ¿Pero para qué es preguntarlo? Vienes de la caza ordinaria á la que te arrastra el hermoso Alcibiades. Te confieso que el otro dia me complacía en mirarle, porque me parecía que, á pesar de ser un hombre ya formado, es muy hermoso; porque, acá entre nosotros, puede decirse que no está en su primera juventud, y la barba hace sombrear ya su semblante». Y el de Cousin es «D’ou viens–tu, Socrate? Mais faut–il le demander? C’est de ta chasse ordinaire. Tu viens de courir après le bel Alcibiade. Aussi je t’avoue que l’autre jour que je m’amusai à le regarder, il me parut encore bien beau, quoiqu’il soit déjà homme fait; car nous pouvons le dire ici entre nous, il n’est plus de la première jeunesse, et il a le menton tout couvert de barbe». Veamos el texto latino de Marsilio Ficino: «Undenam o Socrates. Anvidelicet a venatione illa ad quam honesta Alcibiadis índoles provocare te solet. Vidi eum nuper. Etiam vir in genuam speciem prae se ferre videtur. Virum in quam, cui per genas plurima lanugo iamserpit». Es evidente que Azcárate no ha tomado en consideración dicha versión.

  7. Sirva de ejemplo el comienzo de la Ética a Nicómaco en las traducciones de Barthélemy y de Azcárate respectivamente: «Tous les arts, toutes les recherches méthodiques de l’esprit, aussi bien que tous nos actes et toutes nos déterminations morales, semblent toujours avoir en vue quelque bien que nous désirons atteindre; et c’est là ce qui fait qu’on a parfaitement défini le bien quand on a dit qu’il est objet de tous les vœux» y «Todas las artes, todas las indagaciones metódicas del espíritu, lo mismo que todos nuestros actos y todas nuestras determinaciones morales, tienen al parecer siempre por mira algún bien que deseamos conseguir; y por esta razón ha sido exactamente definido el bien, cuando se ha dicho, que es el objeto de todas nuestras aspiraciones». Y lo mismo ocurre en el caso de la Política. Sirva de ejemplo también el comienzo del libro tercero: «Quand on étudie la nature et l’espèce particulière des gouvernements divers, la première des questions c’est de savoir ce qu’on entend par l’État. Dans le langage vulgaire, ce mot est fort équivoque; et tel acte pour les uns émane de l’État, qui pour les autres n’est que l’acte d’une minorité oligarchique ou d’un tyran. Pourtant l’homme politique et le législateur ont uniquement l’État en vue dans tous leurs travaux; et le gouvernement n’est qu’une certaine organisation imposée à tous les membres de l’État» y «Cuando se estudia la naturaleza particular de las diversas clases de gobiernos, la primera cuestión que ocurre es saber qué se entiende por Estado. En el lenguaje común esta palabra es muy equívoca, y el acto que según unos emana del Estado, otros le consideran como el acto de una minoría oligárquica ó de un tirano. Sin embargo, el político y el legislador no tienen en cuenta otra cosa que el Estado en todos sus trabajos; y el gobierno no es más que cierta organización impuesta á todos los miembros del Estado». Pero no sólo traduce a Barthélemy–Saint–Hilaire, sino que Apraiz (1874: 145) señala también una fuente para alguna otra obra, a la vez que enumera las obras de Aristóteles que no incluye en su publicación, además de la Poética y la Retórica.

  8. Así, vemos que Zozaya presenta la siguiente traducción: «Lo primero que debe hacer el escritor político, al tratar de las diferentes clases de gobierno, de sus especies y de sus diferencias, es determinar claramente el concepto del Estado. Esta palabra es hoy muy equívoca, y actos que para unos emanan del Estado son para otros los de un tirano ó los de una minoría oligárquica. El Estado: tal es el gran objeto de las meditaciones de los legisladores y de los políticos, porque la Constitución no es sino la regla política de los habitantes de un pueblo». Merece la pena comparar esa traducción con la que en 1797 publicó Jean–François Champagne, reeditada en 1843: «Celui qui traite des gouvernements, de leurs espèces et de leurs différences, doit fixer d’abord avec précision l’idée attachée au mot de Cité. Aujourd’hui surtout, on n’est pas d’accord sur son acception; ainsi les uns prétendent que tels actes de gouvernement sont l’expression de la volonté de la cité, les autres soutiennent qu’ils ne sont point le voeu de la cité, mais celui d’une minorité oligarchique ou d’un tyran. La cité: tel est donc le grand objet des méditations des hommes d’État et des législateurs, car la constitution n’est que la règle politique des habitants de la cité».

  9. La edición con la que hemos hecho el cotejo es Marci Antonino imperatori de rebus suis, sive de eis quae ad se pertinere censebat, libri XII, Locos haud paucis repurgati, supleti, restituti: Versione insuper Latina nova; lectionibis ítem variis, Locisq; parallelis ad marginem adjectis; Ac Commentario perpetuo, explicati atqe illustrati; Studio operaqe Thomae Gatakeri Londinatis (Cambridge, Thomas Buck, 1652).