Lázaro Galdiano, José

Lázaro Galdiano, José (Olite, 1862–Madrid, 1947)

Financiero, mecenas, editor, bibliófilo y coleccionista de arte español. Estudió varios cursos de Derecho, Historia y Literatura en la Universidad de Valladolid. Sus primeros pasos profesionales los dio en la banca en Valencia y Barcelona. En 1882, trabajó asimismo como periodista en esta última ciudad, lo que le abrió las puertas del mundo intelectual y artístico catalán. Durante la Exposición Universal de 1888 en Barcelona conoció a Emilia Pardo Bazán y decidió fijar su residencia en Madrid para lanzar sus proyectos culturales. Para ello contó con el apoyo de la escritora, quien le introdujo en los círculos intelectuales madrileños y le secundó en sus proyectos editoriales. Guiado por unas inquietudes europeístas y regeneracionistas, fundó la revista La España Moderna (1889–1914), y la homónima editorial, cuya vida se prolongó hasta 1916 (representada por la editorial Renacimiento en sus últimos años) con un nutrido catálogo de obras extranjeras de primera plana vertidas al castellano.

A raíz de estas ambiciosas y longevas empresas, creó otras revistas más especializadas siguiendo la misma tónica modernizadora: La Nueva Ciencia Jurídica (1892), Revista Internacional (1894) y Revista de Derecho y Sociología (1895), pero sus vidas fueron efímeras debido a la minoría lectora a la que estaban destinadas. Durante toda su existencia, el editor luchó con tesón para mantener estos negocios y apostó por divulgar en España la cultura europea, de la literatura a la economía, las ciencias jurídicas o disciplinas a la sazón tan innovadoras como la pedagogía, la lingüística, la sociología, la antropología o la criminología, siempre con firmas de primera plana y relevancia internacional. Su labor como mediador cultural para la introducción de obras y autores desconocidos en España e Hispanoamérica fue de gran significación en el panorama español finisecular, tanto en sus publicaciones periódicas como librescas.

La España Moderna, a imagen de la célebre Revue des Deux Mondes, era una revista cultural, ecléctica, regeneracionista y europeizante. En el comprometido equilibrio entre erudición y creación literaria que Lázaro Galdiano deseaba mantener en la revista, apostó por esta última en un primer momento como estrategia de captación de suscriptores, aunque los trabajos ensayísticos fueron crecientes con el tiempo. La revista ejerció una importante labor de difusión de traducciones de todo tipo y ofrecía al lector un panorama rico de las estéticas, ideas y valores que circulaban allende los Pirineos. En sus primeros años predominaron la traducciones de originales literarios franceses y rusos especialmente, durante el período en que cooperó Pardo Bazán como consejera tanto de la revista como de la editorial, hasta que Marcelino Menéndez Pelayo le sucedió en tales funciones en 1894 e imprimió un sesgo más hispano a la revista evitando aquellas «traducciones bárbaras» de su predecesora. Con Unamuno como mentor, la orientación fue germanófila y ensayística a partir de 1903.

La Revista Internacional salió a la luz el 15 de enero de 1894. El propósito de este mensual, como reza su presentación, era «dar a conocer, en correctas traducciones castellanas, las obras más notables que produzca el ingenio humano de ambos mundos. Las novelas de mayor interés que vayan apareciendo, los estudios de crítica, de filosofía, de jurisprudencia, de bellas artes, historia, ciencia, etc., verán la luz en esta publicación». Cumpliendo con lo anunciado, la revista fue sacando a la luz durante su año de vida las traducciones de las obras, pero al cabo del año fue refundida en la «Sección extranjera» de La España Moderna. Todas las revistas de Lázaro Galdiano estaban al servicio de su editorial, ya que la publicación de algún extracto de los volúmenes editados, estudio o reseña servía de plataforma publicitaria y preparaba la recepción de los libros. Su catálogo se compuso de más de seiscientas obras; entre los autores que dio a conocer en España se hallan los hermanos Goncourt, É. Zola, A. Daudet, Octave Feuillet, Henri Taine, Goethe, H. Ibsen, H. Sudermann,  William  E.  Gladstone, Herbert  Spencer, Ch. Darwin, Thomas Carlyle, A. Schopenhauer, Tcheng–Ki–Tong, Nicola Framarino dei Malatesta, Gabriel de Tarde, Raffaele Garofalo, Friedrich Engels, Vladímir Korolenko, I. Turguénev, L. Tolstói, A. Chéjov, Piotr Kropotkin, Kasimier Waliszewski, Rudolf von Jhering, Ludwig Gumplowicz, John W. Burgess, Georges M. Trevelyan, R. W. Emerson.

Las traducciones de las lenguas más comúnmente conocidas (francés, inglés, italiano y alemán) solían ser directas, mientras que las nórdicas y asiáticas se basaban en previas traducciones francesas, en ocasiones «esmeradamente cotejadas con las traducciones inglesa, francesa e italiana», como ocurrió, por ejemplo, con Así habla Zaratrusta de F. Nietzsche. Todas estas publicaciones dan cuenta del precario estatuto de la traducción, actividad minusvalorada y relegada al escritor de segunda fila o al de primera que necesita redondear sus finales de mes. Parejo va el inexistente reconocimiento profesional y social del traductor del variopinto número de autores a quienes Lázaro encargó sus traducciones pese a sus rigurosas exigencias en términos de calidad y cumplimiento de plazos. Sólo en traducciones de libros y en algunos casos de nombradía figuraron en un principio los nombres de algunos traductores (así, Leopoldo Alas Clarín, Miguel de Unamuno, Adolfo Posada, Pedro Dorado, Ramiro de Maeztu, Rafael Altamira), ya que la mayoría de los traductores, en particular para las revistas, quedaron sepultados en el anonimato (es el caso de José de Caso, Antonio Paz y Melia, Luis Marco, José Casado, Teodoro Llorente, Eduardo Gómez de Baquero, Miguel Antonio Caro). Tan sólo a partir de 1904, el trabajo del traductor fue materialmente reconocido en la editorial con el estampillado de su nombre en las portadas de los libros (Luis López–Ballesteros, Edmundo González Blanco, José Sánchez–Rojas, José Fernández Prida, Demetrio Zorrilla, Francisco Lombardía, Luciano de Mantua, Eduardo Ovejero, Luis de Terán, Rafael Cansinos Assens, Domingo Barnés) aunque no siempre fue sistemático. Sus retribuciones variaron en función de la personalidad del traductor y del texto. En términos generales, los pagos que José Lázaro ofertaba por las traducciones fueron generosos y siempre puntuales. A todas luces, su labor vulgarizadora y modernizadora, dada la importante difusión de sus publicaciones periódicas y sus esmeradas ediciones, fue la más relevante del fin de siglo español.

 

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Dolores Thion Soriano–Mollá