Tirant lo Blanch
Novela compuesta hacia 1460–1464 por Joanot Martorell (Valencia, 1410–1465). Una y otro ocupan un puesto de excepción en las letras europeas del siglo XV, pues se trata de una de las piezas más sobresalientes de la narrativa caballeresca de fines del Medioevo. Se conservan dos impresiones incunables del original en lengua catalana (Valencia, Nicolás Spindeler, 1490, y Barcelona, Diego de Gumiel, 1497), hecho insólito en este tipo de ficciones, que sugiere el singular atractivo ejercido sobre los lectores de la época, a pesar de su notable extensión. Con toda seguridad, la traducción castellana impresa en 1511, en el taller vallisoletano de Gumiel, pretendía repetir ese mismo éxito popular en la Corona de Castilla. Durante el periodo que transcurre entre 1502 y 1512, cuando Diego de Gumiel, tras su periplo por tierras catalanas, se instaló en Valladolid atraído por los lazos laborales que le unían al monasterio de Santa María del Prado, el responsable último de la edición barcelonesa del Tirant trabajaba simultáneamente en otros textos que nada tienen que ver con los impresos religiosos cotidianos.
Los cinco libros del esforzado e invencible cavallero Tirante el Blanco de Roca Salada es un volumen en donde no consta ni el nombre del autor –ni, por supuesto, del traductor (aunque se haya sugerido que pudiera ser el propio impresor)–, con una división interna de la que carecía el original, con un grabado que representa un caballero jinete blandiendo su espada, con un prólogo inicial que ofrece notables diferencias a su fuente y con otro intercalado entre el «segundo» y el «tercer» libro, totalmente nuevo. La versión castellana del texto valenciano es, desde un punto de vista lingüístico, bastante acertada, aunque advirtamos que la adaptación no siempre se caracteriza por su fidelidad extremada, especialmente visible en algunas supresiones, que fuerzan una capitulación diversa a la que muestran los incunables. Las razones que propician estas características parecen obvias: el Tirante se instala en un nuevo modelo genérico, ajeno a su concepción literaria y editorial original. Y esto es así porque durante el período que media entre la edición de 1490 y su renacimiento en 1511 el mercado de impresores peninsulares se había transformado vertiginosamente e iniciaba su especialización hacia un sector de lectores menos culto, que leía en español y que quedaba fuera del ámbito de acción de las importantes compañías francesas e italianas, que copaban casi por completo el negocio de los clásicos grecorromanos y de los textos litúrgicos en latín.
La traducción fue incorporada por los lectores de la primera mitad del siglo XVI a una nómina desigual en donde cabían, entre otras, aquellas ficciones en folio que denominamos libros de caballerías. La mayoría de estas primeras ediciones no son obras originales sino traducciones; incluso en los casos de textos como los que inician el ciclo de Palmerín (Palmerín de Olivia y Primaleón), atribuidos a Francisco Vázquez, se presentan como textos anónimos, muy cercanos al imaginario historicista medieval tan propio de las letras caballerescas. En parte resulta lógico, pues todavía no se había desarrollado ni la conciencia de autoría para este género ni había transcurrido tiempo suficiente para que los creadores se apropiaran o se adaptaran a la nueva corriente.
La acogida dada al Tirante castellano fue, a primera vista, poco favorable, pues, a diferencia de la inmensa mayoría de textos caballerescos que vieron la luz durante la primera mitad del siglo XVI, no se conoce ninguna impresión posterior a la vallisoletana, de la que se conservan solo dos ejemplares (uno en la Biblioteca de Catalunya, en Barcelona, y otro en la biblioteca del Cigarral del Carmen de Toledo, antaño perteneciente a la colección Massó, en Vigo). Las explicaciones temáticas y estilísticas confirman de manera adecuada esta tibieza, pues a pesar de la intervención de Diego de Gumiel para remozar la novela, los lectores quizá descubrieron muy pronto que las proezas de aquel protagonista –y sobre todo la estructura, los temas y tópicos de este libro– en poco o nada se parecían a las de sus competidores, que ganaron esta batalla.
Si reorientamos nuestros pasos hacia los testimonios conservados de esos mismos lectores deduciremos que el hecho de que la nómina no resulte muy numerosa tal vez corresponda de manera ajustada al eco y difusión del Tirant/Tirante por los reinos hispánicos. Son escasas las huellas hasta el escrutinio de la biblioteca del hidalgo manchego que articuló Cervantes en el capítulo sexto de la primera parte del Quijote (1605). Sin duda resultan de muy escaso interés para valorar la apreciación de aquellas personas que pudieron deleitarse con la novela de Martorell o con la traslación de las aventuras por él redactadas. Esta situación contrasta con la de los libros de caballerías capitaneados por Amadís de Gaula, convertidos en objetos de disputa, de elogio y, sobre todo, de vituperio entre moralistas, religiosos y ciertos hombres de letras durante el siglo XVI. También contrasta con el prolongado éxito del que gozó el original en tierras italianas, merced a la traducción de Lelio Manfredi, con una trayectoria revalidada en las imprentas venecianas en 1538, 1566 y 1611; las primeras traducciones francesas fueron obra del conde de Caylus, impresas a partir del segundo cuarto del siglo XVIII.
A la vista de los escasos ecos conservados, la fortuna de la novela por tierras de lengua española probablemente hubiera ido menguando hasta desaparecer de la memoria sin la intervención de Cervantes, como sucede con la difusión del texto original, sobre el que cae un olvido absoluto, sorprendente si aceptásemos el éxito de sus dos ediciones incunables. De hecho, el silencio de los lectores de la segunda mitad del siglo XVI demuestra que o bien desconocieron el texto de Martorell y su versión anónima castellana o bien lo estimaron poco, en una secuencia temporal que apunta también hacia el progresivo declive de la redacción, impresión y consumo de los textos caballerescos extensos. La cálida acogida literaria de Tirante el Blanco –y, por extensión, de Tirant lo Blanch– ha aparecido ligada durante más de tres siglos a los elogios que se le tributaron en el escrutinio del capítulo sexto de la primera parte del Quijote. Así, el gusto de Alonso Quijano y el recuerdo de Cervantes se unieron de forma peculiar y singular para rescatar la edición vallisoletana de la novela: el primero por albergarla entre los ejemplares de su biblioteca; el segundo por seleccionarla como argumento privilegiado de la tertulia literaria entre el barbero y el cura. Buena parte de la crítica cervantina, desde la magna edición de Diego Clemencín (1833–1839), ha coincidido en calificar este diálogo como el «pasaje más oscuro» del Quijote, pues no existe consenso sobre el sentido del enjuiciamiento al autor del Tirante, cuando se afirma que «Con todo eso, os digo que merecía el que le compuso, pues no hizo tantas necedades de industria, que le echaran a galeras por todos los días de su vida».
Hasta el siglo XX Tirant lo Blanch no adquirió un reconocimiento unánime como obra maestra de la narrativa caballeresca peninsular al tiempo que empezó a gozar de una mayor difusión. Desde la publicación de las ediciones de Martín de Riquer del texto original (1947) y de la versión castellana de 1511 (Barcelona, Asociación de Bibliófilos de Barcelona, 1947–1949, 3 vols.), el protagonismo de la novela en ambos contextos culturales ha ido progresando ininterrumpidamente, hasta llegar a nuestros días, de tal forma que su recepción ha pasado de la alusión crítica –que hasta mediados de siglo XX se reducía, en la mayoría de ocasiones, a la rememoración de los ecos cervantinos y de los mejores logros de la crítica decimonónica– a la de objetivo privilegiado de lectura e investigación.
La traducción anónima impresa por Gumiel ha conocido variadas ediciones, la mayoría ellas de la mano de M. de Riquer (M., Espasa–Calpe, 1974–1975, 5 vols., o B., Planeta, 1990); en fechas más recientes fue editada por Vicent J. Escartí (Valencia, Tirant lo Blanch, 2005). Las únicas traducciones contemporáneas a la lengua española han sido las de Joan F. Vidal Jové (M., Alianza, 1969), con prólogo de Mario Vargas Llosa, que ha gozado de abundantes reimpresiones, y la adaptación de Joan Enric Pellicer (Alcira, Algar, 2005), de escasa difusión.
Bibliografía
Rafael Beltrán, «Tirant lo Blanc», de Joanot Martorell, Madrid, Síntesis, 2006.
Vicent Martines, El «Tirant» poliglota. Estudi sobre el «Tirant lo Blanch» a partir de les seues traduccions espanyola, italiana i francesa dels segles XVI–XVIII, Barcelona, Curial–Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 1997.
Rafael M. Mérida Jiménez, La aventura de «Tirant lo Blanch» y de «Tirante el Blanco» por tierras hispánicas, Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 2006.
Rafael M. Mérida Jiménez & Rubén D. Builes, «Tirante el Blanco» (Valladolid, Diego de Gumiel, 1511). Guía de lectura caballeresca, Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 2001.
Martín de Riquer, «Tirant lo Blanc», novela de historia y de ficción, Barcelona, Quaderns Crema, 1992.
Rafael M. Mérida Jiménez