Pedro Bazán de Mendoza: «Prólogo y observación del traductor sobre La Henriada»
Voltaire, La Henriada, poema épico francés traducido en verso español por el refugiado D. Pedro Bazán de Mendoza, Alais, Imprenta de Martín, impresor y librero, 1816, I-XCII.
Fuente: Francisco Lafarga, Carole Fillière, M.ª Jesús García Garrosa & Juan Jesús Zaro, Pensar la traducción en la España del siglo XIX, Madrid, Escolar y Mayo, 2016, 64–66.
[XLVII] Mas basta ya de observación sobre el original de La Henriada. Pasemos a su traducción, y los motivos que me han animado a emprenderla y publicarla.
[XLVIII] Siendo indisputablemente la lengua castellana por la copiosa riqueza, rotunda plenitud, grandiosa estructura y grave armonía de sus voces, frases y periodos, la más apta, quizá, de las vivas para el tono épico, he creído que, logrado algún suceso en la fiel versión de las ideas y sentimientos del autor de La Henriada, perdiendo esta poco o quizá nada por este lado, y ganando tal vez algo por el de la locución poética francesa, que no es mucho ganar, familiarizaría con alguna respectiva mejora, y haría generalísimamente conocido en mi amada patria, por medio de la traducción, uno de los excelentes ejemplares, que en pos de la Jerusalén del Tasso y del Paraíso de Milton recientemente traducido y publicado, debe concurrir, con los clásicos griego y latino siempre al frente, a formar y guiar nuestra juventud estudiosa hasta la sublime cumbre de una verdadera epopeya, de que carecemos, y a que debe aspirar nuestra literatura patria, para nivelarse, o quizá avanzarse en este altísimo género a las demás naciones que las poseen propias, puesto que en genio, imaginación, lengua y aun argumentos heroicos [XLIX] nacionales, propios para haber de arrostrar tamaña empresa, no ceden notoriamente los españoles a ningún otro pueblo del orbe. Y he aquí el primer motivo patriótico que he tenido para dar a luz este mi trabajo.
Emprendila en verso, pudiendo con incomparablemente menor dificultad darlo en prosa, por considerarme en el caso de no poder hacerlo de otra manera. No es mi ánimo agitar aquí la antigua y tal vez interminable controversia sobre la utilidad y mérito respectivo de las traducciones versificadas o prosaicas de los poetas. Si yo hubiese de decidir esta cuestión, entiendo que lo lograría fácilmente con solo fijar bien sus términos, cuya frecuente equivocación ha sido y será la turbia fuente de tantas y tan inútiles y perjudiciales disputas entre los hombres. Se hallaría entonces que la indicada no es más que de mero nombre. Los partidarios de las traducciones de poetas en prosa llaman sin duda traducción a la construcción o explicación exacta en otro idioma de las palabras de un poema, manifestando con precisa puntualidad su significado, y las ideas y sentimientos que les corresponden, que hablan al espíritu y corazón, y que bastan a instruirlos y formarlos, [L] conservando, a lo más, alguna semejanza de la locución y estilo característico del autor; lo que a la verdad no es dar traducido rigorosamente el poeta, sino el orador o disertador, faltando en tal caso el adorno y encanto de la armonía del metro, y la rima o la asonancia que hablan al oído, y atraen, deleitan y sostienen con tanta utilidad el mismo corazón y espíritu. Los de las traducciones en verso llaman, como creo que deben, verdaderamente traducción de un poeta la traslación completa de su poema a otra lengua, no solo con el significado y expresión de sus palabras, ideas y sentimientos, y aun con su carácter de estilo y lenguaje, sino también con las gracias, belleza y armonía de la versificación, en cuanto sea dable y conforme al genio de la lengua a que se traduce; para lo cual es tan indispensablemente preferible y necesario el verso como lo es la prosa para lo primero.
Pero mi empeño de versificar la traducción de La Henriada es independiente de este problema. A pesar de cuanto se alegue en contra, y de una opinión tan respetable en poesía, aunque no sé si generalmente bien entendida [LI] hasta ahora, como la de Aristóteles, yo no tengo ni tendré jamás por poema el que no esté formado en verso. Contemplo con mi autor* esencial este lenguaje a dicho poema; y nunca reconoceré por tanto como tales las inmortales fábulas del Quijote y el Telémaco, aunque tan dignas de aspirar a la corona de épicos, si las musas se dignasen dispensarla alguna vez a los genios prosadores. Palmas y laureles de otra especie, harto sagrados e inmarcesibles, tiene Minerva para ceñir dignamente las sienes de los incomparables Cervantes y Fenelones. Siendo pues el primer objeto de mi traducción ofrecer a la juventud española en su lengua uno de los modelos del poema épico, creí que dándole el de La Henriada, debía sin duda dárselo, como se lo doy, en verso endecasílabo asonantado, que con muchos graves literatos reconozco por el más natural y a propósito [LII] para varias composiciones, y con especialidad para la epopeya y la tragedia.
Respetaré, pero no me sojuzgará la autoridad de aquellos que aún miren la octava como la composición más propia y digna del tono épico. Los padres de la epopeya griega y romana no conocieron ni la octava, ni la rima, ni la asonancia, y las formaron en verso suelto. Fuese norabuena a este fin incomparablemente más feliz la prosodia de sus sabias lenguas muertas que la de las vivas; mas sin embargo uno de los más celebrados poemas épicos que conocen estas, el Paraíso perdido de Milton, está escrito en dicho verso suelto o blanco, sin que haga parte de algunas críticas harto duras de dicho poema el haberse formado en esta especie de verso.
La epopeya debe ser en gran parte dramática. Sus personajes deben obrar y hablar mucho, y el poeta poco. Es cierto que en este poema, a diferencia del trágico, los actores obran por medio de la narración del poeta. ¡Cuán sabio empero y digno de alabanza sería el artificio de aquel que para esconderse más, en vez de narrar siempre o más frecuentemente él mismo, hiciese también narrar en [LIII] gran parte recíprocamente sus hechos, y aun describir muchas veces las situaciones, a los propios actores! Esto supuesto, si a pesar del singular gusto y uso del teatro francés y de sus incomparables trágicos, los Corneilles, Racines y Voltaires, se ha juzgado ya comúnmente como impropia de la tragedia la composición rimada, por la razón de que su complicado artificio y adorno no se acuerdan bien ni corresponden al simple y natural, aunque fuerte, lenguaje de la pasión, con que deben hablar los actores, ¿por qué no se pensará lo mismo de la epopeya? ¿Se querrá acaso, para conciliarlo todo, hacer, como algunos, hablar a los personajes en una clase de verso y al poeta en otro? Semejante ensalada poética podrá ser exquisita y del gusto de muchos, pero jamás lo será del mío. Muy al contrario, creo que a esta versificación arlequina, o más bien monstruosa de un mismo poema podría con oportunidad aplicarse el et varias inducere plumas del célebre Horacio.**
Así someto mi traducción a la natural indulgencia de los sabios profesores de literatura, [LIV] que venero altamente, dirigiéndola también con la mayor voluntad a los ingenios aficionados de buena fe, que miro con consideración; pero de ningún modo al vano e intolerante orgullo de los semidoctos, que solo me dan lástima. Esta casta de sátiros o centauros literarios, la más quisquillosa sin duda y descontentadiza del mundo, afectará siempre un melindroso asquillo hacia toda traducción de poetas: no se dignará fijar sus fieras miradas, ni recrearse sino exclusivamente sobre bellezas poéticas originales, y aun torcería el hocico al ver que todo un Cicerón, tan sabio conocedor acaso del griego como de su latín, se ocupaba y hacía con gusto uso de una no más que mediana traducción de Eurípides.
* «Poema épico, en sí mismo, es una relación en verso de aventuras heroicas»: Voltaire, Ensayo sobre la poesía épica.
** In principio Lib. de art. poet. ad Pisones.