Caamaño 1820

Juan Ángel Caamaño: «Prólogo del traductor»

Mme. de Staël, Corina o Italia por Mad. Staël-Holstein. Traducida de la octava edición, Valencia, Imprenta de Estevan, 1820, I, V-XXI.

Fuente: Francisco Lafarga, Carole Fillière, M.ª Jesús García Garrosa & Juan Jesús Zaro, Pensar la traducción en la España del siglo XIX, Madrid, Escolar y Mayo, 2016, 76–77.

 

[XVI] Prescindiendo ahora de esta cuestión [las diferencias entre literatura clásica y romántica], que es para tratada más largamente, y que solo hemos tocado por [XVII] desvanecer la impresión que la voz romántico puede causar a los que juzgan de las cosas por dictamen ajeno, y no por su propio estudio, pasaremos a hablar de otras circunstancias relativas a nuestra traducción.

En el prospecto del editor se anunciaron las novelas de que había de constar la colección, no solo por dar idea, como nos pareció justo, de las obras al público, sino para evitar, obrando con la buena fe propia de cuantos se ocupan en especulaciones literarias, que algún otro se perjudicase, y nos perjudicara dedicándose a traducirlas. Sin embargo, muy lejos de realizarse nuestros deseos, mientras la estúpida ignorancia detenía la publicación de las novelas anunciadas, [XVIII] vimos anunciar y darse a luz el primer tomo de Corina, con evidente intención de inutilizar nuestro trabajo, y comprometernos con nuestros subscriptores. La moderación de que presumimos no nos permite hablar de aquella traducción, ni compararla con la nuestra; al público pertenece juzgar de las dos, pero no hemos creído deber en vista de ella, decir con Horacio:

Frange, miser, calamos, vigilataque praelia dele!

Las pocas supresiones o alteraciones del texto que se verán en nuestra traducción se han fundado en motivos justísimos conocidos de cuantos han leído el original, porque escribimos para nuestros paisanos, y debemos [XIX] acomodarnos a sus costumbres. También se hallarán en algunas partes voces y sobre todo giros de frase menos atrevidos que los que usa Mad. Staël; no procede esto de haber desconocido su novedad y su belleza, sino de haberlas encontrado cierta forma demasiado germánica, si es lícito decirlo así, ajena de nuestra lengua a lo menos, mientras no se trabaje más en este estilo, y mientras los preceptistas de otra especie que los clásicos no consientan la ajustemos, sin alterar su índole, a los progresos de la literatura entre nosotros y en las demás naciones. A esto se reducen las variaciones que se hallarán en la presente traducción: hemos procurado ser escrupulosamente [XX] fieles cuando la autora pinta con ingeniosa delicadeza el carácter de sus héroes; cuando describe con valiente pluma las ruinas de Roma, la erupción del Vesubio y las costumbres venecianas; cuando con incomparable ternura presenta su heroína en los días de la ausencia, de los celos y de la despedida postrera; en fin, hemos cuidado de conservar, como dicen nuestros vecinos, su fisonomía, en una obra en que acaso se ha retratado a sí misma, no solo en el carácter, sino en sus facciones vigorosas, en sus negros ojos y su negro cabello, y en su tez algo tomada del sol del mediodía.

Y por último, para no dejar nada por hacer en obsequio de los señores [XXI] subscriptores que nos favorecen, hemos añadido a esta colección otra novela de la misma autora (Delfina o La opinión), a fin de que reúnan las dos obras que en su clase han merecido más aprecio de todos los sabios de la Europa.