José Marchena: «Advertencia del traductor»
Montesquieu, Cartas persianas escritas en francés por Montesquieu; puestas en castellano por Don J. Marchena, Nîmes, Imprenta de P. Durand–Belle, 1818, 321–324.
Fuente: M.ª Jesús García Garrosa & Francisco Lafarga, El discurso sobre la traducción en la España del siglo XVIII. Estudio y antología, Kassel, Reichenberger, 2004, 378–379.
[323] Solo diremos dos palabras de esta versión. Distinta es en todo de la del Emilio, distinta de la de las novelas de Voltaire, distinta de la del Hipócrita. Consiste esto en que no es traducir ceñirse a poner en una lengua los pensamientos o los afectos de un autor que los ha expresado en otra. Débense convertir también en la lengua en que se vierte el estilo, las figuras; débesele dar el colorido y el claro-obscuro del autor original. Una buena versión es la solución de este problema: ¿Cómo hubieran versificado Racine, Pope, Virgilio, Teócrito, Homero en castellano? ¿Cómo hubieran escrito Wieland, Addison, Montesquieu, Voltaire, Buffon, Cicerón, Tácito, Tucídides, Demóstenes en nuestro romance? La respuesta práctica a esta cuestión ha de ser la versión de aquel de los autores que al público se diere; la solución teórica requiere un tomo entero; aquí lo único que diremos es que el profundo conocimiento de ambos idiomas, cosa tan indispensable, es todavía una mínima parte de tantas como no son menos indispensables. Añadiremos que ninguno es buen traductor sin ser excelente autor y que todavía es dable ser escritor consumado y menos que mediano intérprete. Verdad es que solamente los dechados perfectos son los que se deben traducir; pero ¿qué es del caso trasladar a otro idioma composiciones de una insulsa medianía y peor aún escritos disparatados? Lidie un escritor consumado con Corneille, con Molière, con Tucídides, con Homero mismo [324] cuerpo a cuerpo; traiga a su patria sus hermosuras todas, no le arredre ni la valentía lírica de Horacio, ni sus satíricos donaires ni la gracia y la concisa exactitud de sus epístolas; atrévase a emular la acabada perfección de la versificación de Racine y hasta la de Virgilio si fuese menester, y yo le fío que sus versiones, puliendo y acrisolando su idioma, serán composiciones clásicas, como lo son en Inglaterra la Ilíada de Pope, en Italia el Osián de Cesarotti, el Lucrecio de Marchetti, el Tácito de Davanzati y el Homero de Voss en Alemania.