Melchor de Sas: «Discurso preliminar»
Torquato Tasso, El Godofredo o La Jerusalén restaurada, poema épico del Sr. Torquato Taso. Traducido del italiano a verso castellano, Barcelona, Imprenta de Tomás Gorchs, 1817, I, XXI–XLVII.
Fuente: Francisco Lafarga, Carole Fillière, M.ª Jesús García Garrosa & Juan Jesús Zaro, Pensar la traducción en la España del siglo XIX, Madrid, Escolar y Mayo, 2016, 71–73.
[XXXIV] Ni menos hay necesidad de hacer la apología de un poema [XXXV] que ha merecido el que varios hombres ilustres se hayan ocupado en censurarle, y que después de tantos años se halla tan extendido y apreciado por los buenos conocedores, y verdaderos sabios, preciándose todos estos de que la Jerusalén del Tasso sea una de las obras selectas que contribuyen a adornar sus estantes. ¡Cuántas ediciones y reimpresiones no se han hecho! ¡Cuántas traducciones en diferentes idiomas! En francés solamente se han hecho siete u ocho, y de ellas algunas en verso, aunque no tan apreciadas como las que están en prosa, cuando debiera suceder lo contrario.
Esto consiste en que el verso, y más en una obra de esta especie, no admite un estilo medio, y es no poco difícil que en una composición [XXXVI] tan dilatada no decaiga con frecuencia el sublime que toda ella exige, o bien que por quererse elevar no toque en el defecto de un estilo hinchado, pomposo, y campanudo, que tanto se opone al de la epopeya, la cual encubre menos este defecto que la tragedia y la oda.
Todo el secreto del sublime consiste en decir grandes cosas en pocas palabras muy sencillas. Esto no es decir que sea susceptible de expresiones triviales ni que admita palabras comunes; todo lo contrario: estas le harían decaer, y formarían un estilo bajo y arrastrado. Ahí está la gran dificultad; saber unir la sublimidad y sencillez sin rozarse en uno de aquellos dos extremos, y finalmente no perder de vista lo que constituye el verdadero sublime. […]
[XXXVII] De lo dicho se infiere cuán dificultoso será traducir un poema tan largo que reclama todas estas circunstancias; y cuánto más fácil será desempeñarlas en prosa donde con más libertad requiere no tanta exactitud en ellas; porque el estilo medio que admite la prosa en el verso sería insufrible, siendo indispensable hacer muy buenos versos, o ningunos, porque la poesía no admite medio entre lo muy bueno y lo muy malo. […]
Empero traducir en prosa un poema épico es no solo desnudarle de uno de sus mayores adornos y más graciosos de que está engalanado, sino degradarle haciéndole degenerar en novela. En vano los poetas prosaicos (permítaseme por ahora esta impropiedad) alegarán infinitas razones que no convencen; en vano apelarán a presentar por ejemplares al Quijote y Telémaco y muchos poemas dramáticos [xxxviii] en prosa. […]
[XL] Confieso que por una parte la gran dificultad de salir con una traducción buena en verso (ya que no cabe medianía) y por otra la pena que me daba de ver estropeada tan bella obra con traducirla en prosa, me tenían del todo perplejo e irresoluto; pero considerando que es lástima esté nuestra nación en lo general privada de tan preciosa lectura, y mengua suya que en la dilatada serie de 234 años una obra tan clásica como esta permaneciese sin haberse hecho alguna traducción de ella, teniendo el español un lenguaje poético tan hermoso, y con tanta analogía con el italiano, no pude resistir a los terribles impulsos de emprender su versión al castellano; y teniendo presente que a los atrevidos ayuda la fortuna, comencé este trabajo, después de haberlo consultado con amigos que lo entienden, más bien por ensayarme y ver si sería capaz de ello, que con ánimo de continuarle decididamente; y habiendo traducido en este ensayo todo el primer canto, le hice ver a mis amigos que son bien capaces de aconsejarme en esta materia, y como no les disgustase, me animaron a que le siguiera.
Así que en virtud de esto y para estimular a que algún grande poeta tome por su cuenta este largo trabajo, aunque mi versión en tal caso [XLI] quedase oscurecida, he traducido todo el poema procurando ceñirme al original cuanto he podido, ora porque su estilo es muy sostenido, bello y propio de la epopeya, y cuanto más literal sea la versión tanto más debe aproximarse a imitarle; y ora porque quisiera en nuestro idioma presentarle tal cual es en el original sin disfrazar en nada el genio y carácter del poeta; y únicamente me he permitido alguna vez la licencia de pasar en claro uno o dos versos, porque al Tasso solo le servían de redondear su octava, repitiendo lo que acababa de decir sin añadir más fuerza.
He puesto, pues, el mayor cuidado en no desfigurar las cosas que el autor dijo, y aun del modo que las dijo; y nada obsta el que haya quien quiera llamar la traducción servil y baja por lo que tiene de literal. Regularmente suelen ser estos los que quieren disculpar sus traducciones libres, porque tal vez no son capaces de hacerlas de otro modo; y con decir que su traducción es libre, creen hallarse autorizados para levantar mil testimonios al poeta original, diciendo cosas que ni a soñarlas llegó el otro.
No por esto aprobaremos aquellas traducciones tan nimiamente literales que lleguen a enervar las expresiones del autor; rara vez sucederá que no se halle equivalente o muy parecida [XLII] en nuestro idioma sin desfigurarla de su primitivo carácter. […]
Una cosa es imitar el estilo del autor y otra identificarse con él: ni esto es posible, porque cada uno tiene el suyo; y no es menos maravillosa la suma variedad que se observa en los estilos que la que se nota en los rostros.* Entre las diversas naciones cada una tiene el suyo peculiar y diferente del de las otras; y a esto contribuyen el idioma, el clima y el gobierno; pues según éste son las costumbres y educación sobre las cuales se forma.
[XLIII] La especie de verso que he adaptado es la más propia para el poema heroico, no siendo las octavas, cuya hermosura, majestad y resonancia las hacen muy idóneas para tan elevados asuntos; pero con ingenuidad confieso que me infundió respeto lo arduo de la empresa, y el recelo además de que debiendo emplear mucho más tiempo, me faltase la accidental quietud de que disfruto en mi inestable militar carrera, y habiendo de interrumpir el trabajo, a faltarme llegara la constancia.**
Pero el verso suelto no deja de tener sus bellezas siempre que su ritmo sea exacto y variado; que se busquen las palabras propias del estilo, que se les dé valor por el modo de colocarlas, evitando toda construcción prosaica, [XLIV] y que haya claridad y precisión en las frases que explican las ideas. Como el lector no se halla distraído por el placer que causa el consonante, está más libre para atender a cualquiera de estos defectos, y por consiguiente su composición no es tan fácil como algunos piensan. Pero es, como digo, después de la octava el género más a propósito para la epopeya; por eso se le llama verso heroico, y no hagamos caso de que digan que es un verso insípido, o más bien una prosa rimada. El que diga esto, ¿qué ideas tendrá formadas del lenguaje poético y el estilo de la prosa? Homero y Virgilio, el padre de la epopeya y el Cisne de Mantua, no compusieron en otra especie, y no obstante nuestra consonancia jamás llegaremos a la hermosura de aquellos.
* Luzán, Arte Poética, cap. 19.
** Este discurso se finalizó el año de 1807 como toda la traducción; y habiendo empleado en ella cerca de dos años, no se atrevió el traductor, como allí lo dice, a emprender la versión en octavas, por prever los turbulentos tiempos que nos esperaban y bien a nuestra costa hemos experimentado. ¡Predicción ominosa si al concebirse se hubiera publicado!