Iriarte 1787

Tomás de Iriarte: «Discurso preliminar»

Horacio, Arte Poética de Horacio, o Epístola a los Pisones, traducida en verso castellano en Colección de obras en verso y prosa de D. Tomás de Iriarte, Madrid, Imprenta de Benito Cano, 1787, IV, I–LII.

Fuente: M.ª Jesús García Garrosa & Francisco Lafarga, El discurso sobre la traducción en la España del siglo XVIII. Estudio y antología, Kassel, Reichenberger, 2004, 165–168.

 

[I] Muchos han comparado la traducción con el comercio; pero acaso serán pocos los que hayan penetrado toda la propiedad y exactitud que esta comparación encierra. Yo he considerado que así como el comercio más útil y estimable es el que introduce en el estado los géneros simples y de primera necesidad, así también la traducción más provechosa y loable es aquella que enriquece nuestro idioma con los buenos libros elementales de las artes y las ciencias. En la poesía está generalmente reputado por tal el del Arte Poética de Horacio; y aunque este insigne filósofo y poeta le escribió, no como un resumen completo de reglas coordinadas, sino como una mera epístola instructiva dirigida al cónsul Lucio Pisón y a sus dos hijos, ha sido y será siempre un tratado de los más apreciables que la antigüedad nos ha dejado para guiarnos, no solo en la poesía, sino también en todas las artes que requieren una acertada crítica, un [II] gusto delicado, y un fundamental y sólido conocimiento de la verdad, de la sencillez, de la unidad, del decoro y de la consecuencia, caracteres que distinguen las obras de los grandes ingenios. […]

2. Las excelencias del Arte Poética de Horacio se hallan reconocidas y elogiadas por literatos de distintos [III] siglos y naciones, a excepción de Julio César Escalígero, que, llamándola arte enseñada sin arte, criticó muchos lugares de ella, acaso porque la Poética que él había compuesto le parecía superior a todas, cegándole el amor propio y la envidia. La importancia de la versión de aquella epístola en idioma y verso castellano me incitó a emprender esta tarea; aunque debiera haberme disuadido del intento la suma dificultad de penetrar bien el sentido del original, y de expresar la fuerza de él con versos inteligibles, algo correctos, y ligados a la dura ley del consonante. Pudiera también haberme retraído de mi propósito la consideración de que ya tenemos en nuestra lengua algunas traducciones de esta obra hechas en verso, siendo las principales y más conocidas las que en distintos tiempos escribieron el licenciado Vicente Espinel, y el jesuita catalán Joseph Morell. Pero el atento examen de ambas me confirmó aún más en la idea de que necesitábamos todavía conocer mejor a Horacio.

[IV] 3. Ni el deseo de censurar por capricho a estos dos autores, ni el de ensalzar mi versión son los que me mueven a criticar aquí, aunque no muy individualmente, los palpables defectos en que ambos incurrieron, sino el anhelo de que, desengañado el público literario de la imperfección de aquellas traducciones, conozca no ha sido ocioso ni temerario el proyecto mío de trasladar otra vez al castellano una obra todavía mal entendida, y mal interpretada; y que si por mi parte he cometido faltas, o padecido equivocaciones, he procurado a lo menos evitar aquellas mismas en que Espinel y Morell se deslizaron. Acaso como yo he escarmentado en cabeza de los dos mencionados traductores, escarmentará en la mía el que en adelante emprenda ser nuevo traductor de Horacio.

4. La traducción de Vicente Espinel, publicada en Madrid año de 1591 y reimpresa en 1768, al principio del primer tomo de la colección de poesías castellanas intitulada Parnaso Español, está hecha en verso suelto sin [v] consonante ni asonante, y por consiguiente sin aquella armonía que, deleitando el oído, da a los preceptos una agradable cadencia que los encomienda más fácilmente a la memoria; y sin disculpa que pueda indultar al autor de cualquiera expresión violenta que haya usado, pues, evitada la dificultad del consonante, ¿qué excusa puede quedar al verso arrastrado, al duro, al redundante, al diminuto, al flojo, o al obscuro? Los defectos capitales de Espinel se reducen a dos clases: unos nacen de mala inteligencia del texto latino; otros, de poco acierto en el uso de la versificación castellana. […]

[XIX] 6. Después de estos ligeros apuntamientos, a que no me atrevo a dar el título de crítica formal y completa, pero que bastan para muestra de los descuidos que afean la traducción de Vicente Espinel, no me es fácil [xx] desentenderme del exagerado elogio que de ella se hace en el primer tomo del citado Parnaso Español. Allí se la califica de perfecta, excelente, y felizmente ajustada a su original; se asegura que nada hay en ella superfluo ni voluntariamente injerido; que en el verso libre se conserva el vigor y nativa gracia del original, adquiriendo nueva fuerza y brío en la frase castellana; y en fin, que la versificación es llena, fluida y sonora. Los juiciosos inteligentes cotejarán este elogio con la censura que arriba queda estampada, y a menos que acierten a vindicar a Espinel de los justos cargos que contra su traducción resultan, mal podrán conformarse con las alabanzas insertas en el Parnaso Español. Lo que más novedad debe causar es que al principio del tomo III de aquella colección, hablando de esta obra de Espinel, se interpole con los aplausos que de ella se repiten, una cláusula en que se asegura haber sido aquel poeta excesivamente dilatado en la versión. La justicia y la verdad exigen se le vindique de este defecto que [XXI] sin razón se le imputa; y para ello bastará considerar que el original del Arte Poética de Horacio tiene 477 versos, y la traducción de Espinel 818, no saliendo siquiera cada verso latino por dos castellanos. Quien dijese que su interpretación es unas veces obscura, otras diminuta, y muchas errónea, diría una proposición bien fácil de probar; pero quien la gradúe de prolija, sin duda no ha reflexionado que la lengua latina es mucho más concisa y enérgica que la castellana; que el verso hexámetro latino tiene más sílabas que el endecasílabo italiano y nuestro; y que cualquiera traducción, aun estando escrita en prosa, debe ordinariamente ser en la totalidad más difusa que el original, pues los pensamientos que en éste suelen expresarse con claridad y fuerza en breves palabras, quedan tal vez confusos o enervados en aquélla, cuando no se desentrañan y corroboran con mayor copia de voces. Por esto nadie se admirará de que la traducción de Morell tenga 936 versos, ni yo me avergonzaré de confesar que [XXII] los de la mía llegan a 1065, aunque muchos de ellos no son de once sílabas, sino de siete.

7. La versión del Arte Poética de Horacio escrita en versos pareados por el jesuita catalán Joseph Morell, e impresa al final del tomo de sus Poesías selectas en Tarragona año de 1684, lleva tal cual ventaja a la de Vicente Espinel, ya porque aquel traductor, por lo general, entendió mejor que éste el verdadero sentido de muchos preceptos de Horacio, ya porque usa más artificio en los versos castellanos, teniendo algunos de ellos bastante felicidad en los consonantes; o ya finalmente porque explica con notas oportunas varios lugares de los más obscuros del original. Pero aunque el total de esta traducción excede indisputablemente a la de Espinel, si se observa con individualidad el pormenor de ella, y se compara con el Arte del mismo Horacio, aparecerán ciertos defectos que la deslucen. Y para poder hacer aquí algún examen metódico de los más principales, convendrá dividirlos [XXIII] en tres clases: defectos de interpretación, defectos de lenguaje, y defectos de versificación. […]

[XLII] 14. Necesitándose, pues, en España una versión de la obra más útil que escribió aquel gran poeta, gran filósofo y gran crítico, no se graduará de inútil u ociosa la tarea que he emprendido, restándome únicamente informar al lector de lo que en ella he procurado observar, deseoso del acierto.

15. Mi primer cuidado ha sido tener presentes cuantas ediciones de Horacio he podido adquirir, unas con solo el texto […] [XLIII] y otras ilustradas con notas y comentarios de diversos eruditos. […] No guiándome [XLIV] sólo por mi propio discurso, sino consultando en los lugares obscuros o dudosos, las anotaciones de estos sabios, he adoptado siempre aquella lección y aquel sentido en que conviene la mayor parte de los comentadores, y que parecen más consiguientes, naturales, o verosímiles.

16. Pretendo aclarar la inteligencia de muchos versos intrincados del original con añadir algunas palabras, excusando así (cuando me ha sido posible) unas prolijas notas que serían necesarias para descifrar todo lo que Horacio quiso decir. […]

[XLVI] 17. Observando este propio método, con el fin de que en el contexto de la misma traducción se hallen resueltas algunas dificultades que ocurran, no he tenido reparo en emplear a veces dos versos enteros solo para explicar una o dos palabras de Horacio. […]

18. Para dar mayor claridad y fuerza a la expresión, añado frecuentemente [xlvii] al original algunos epítetos, conjunciones, adverbios, &c; pero procuro no inventarlos de capricho, sino sacarlos, si es posible, de la misma idea del autor, siguiendo su mente y estilo. […]

19. Y si por la necesidad de usar esta licencia en los lugares en que lo exige la ley del metro, o por el deseo de elucidar los conceptos de Horacio, adaptándolos al genio de nuestra [XLVIII] lengua, se nota algunas veces que mi traducción se extiende más de lo que el original requiere, en otras se advertirá que he logrado acomodar un verso latino de aquel autor (que, cuando menos, tiene de trece a dieciséis sílabas) en otro castellano que solo tiene once. […]

20. Pero ya sea que de intento me explaye más en algunos versos por evitar la obscuridad (defecto en que puede incurrir muy a menudo quien traduce a un poeta difícil como Horacio) o que haya aspirado otras veces a imitar la brevedad y precisión de su estilo, es tan varia y profunda la doctrina que encierra esta Epístola a los Pisones, tanta [XLIX] la discordia de los comentadores sobre su genuina inteligencia, tan frecuentes las alusiones a la fábula y a la historia, y, en fin, tan diversas las costumbres romanas que cita, de las que hoy se usan, que creería haber dejado mi traducción incompleta, y tal vez incomprensible en ciertos puntos, si no añadiese al fin de ella algunas Notas y Observaciones que la ilustrasen. Absténgome de repetir allí difusamente las infinitas controversias de los glosadores e intérpretes.[…] Solo me he propuesto dar una sucinta noticia de lo más necesario para la exposición de algunos textos importantes, y apuntar las razones en que se fundan ciertos modos de traducir que a primera vista pudieran parecer arrojados o no conformes al original. Pero muchas de [L] aquellas Notas y Observaciones, aunque breves, son absolutamente indispensables para los lectores que no contentándose con leer rápidamente esta obra, quieran penetrar el alma de ella, y meditar sus máximas con algún conocimiento y madurez. […]

[LI] 22. Por lo que mira a la primera circunstancia que, según observa Horacio, deben tener los buenos escritos, que es la utilidad y la enseñanza, me queda [lii] la satisfacción de haber elegido una obra de las más provechosas e instructivas que en la literatura se conocen; pero en cuanto al segundo requisito, que es la dulzura y deleite, ni me atreveré a blasonar igualmente de haber conseguido el acierto, pues con bastante confusión mía he conocido, al trasladar a nuestro idioma esta epístola, lo que va de la poesía latina a la castellana, y lo que va de Horacio a su traductor.