Garcilaso de la Vega: «A la muy magnífica señora Dª Palova de Almogávar» (1534).
Fuente: Baldassarre Castiglione, El Cortesano. Traducción de Juan Boscán, estudio preliminar de Marcelino Menéndez Pelayo, Madrid, 1942, pp. 5–8 (Anejos de la RFE, 25).
Si no hubiera sabido antes de agora dónde llega el juicio de Vuestra merced, bastárame para entenderlo ver que os parecía bien este libro. Mas ya estábades tan adelante en mi opinión, que pareciéndome este libro bien hasta aquí por muchas causas, la principal por donde ahora me lo parece es porque le habéis aprobado, de tal manera que podemos decir que le habéis hecho, pues por vuestra causa le alcanzamos a tener en lengua que le entendemos. Porque no solamente no pensé acabar con Boscán que le tradujese, mas nunca me osé poner en decírselo, según le veía siempre aborrecerse con los que romanzan libros, aunque él a esto no lo llama romanzar, ni yo tampoco; mas aunque lo fuera, creo que no se excusara de ello mandándolo vuestra merced. Estoy muy satisfecho de mí, porque antes que el libro viniese a vuestras manos, ya yo le tenía en tanto como entonces debía; porque si ahora después que os parece bien empezara a conocerle, creyera que me llevaba el juicio de vuestra opinión. Pero ya no hay que sospechar en esto, sino tener por cierto que es libro que merece andar en vuestras manos para que luego se le parezca donde anduvo, y pueda después andar por el mundo sin peligro. Porque una de las cosas de que mayor necesidad hay, doquiera que hay hombres y damas principales, es de hacer no solamente todas las cosas que en aquella su manera de vivir acrecientan el punto y el valor de las personas, mas aun de guardarse de todas las que pueden abajarle. Lo uno y lo otro se trata en este libro tan sabia y tan cortesanamente que no me parece que hay qué desear en él sino verlo cumplido todo en algún hombre, y también iba a decir en alguna dama, si no me acordara que estábades en el mundo para pedirme cuenta de las palabras ociosas. Demás de todo esto, puédese considerar en este libro, que como las cosas muy acertadas siempre se extienden a más de lo que prometen, de tal manera escribió el conde Castellón lo que debía hacer un singular cortesano, que casi no dejó estado a quien no avisase de su oficio.
En esto se puede ver lo que perdiéramos en no tenerle; y también tengo por muy principal el beneficio que se hace a la lengua castellana en poner en ella cosas que merezcan ser leídas; porque yo no sé qué desventura ha sido siempre la nuestra, que apenas ha nadie escrito en nuestra lengua sino lo que se pudiera muy bien excusar, aunque esto sería malo de probar con los que traen entre las manos estos libros que matan hombres.
Y supo vuestra merced muy bien escoger persona por cuyo medio hiciésedes este bien a todos, que siendo a mi parecer tan dificultosa cosa traducir bien un libro como hacerle de nuevo, dióse Boscán en esto tan buena maña, que cada vez que me pongo a leer este su libro o (por mejor decir) vuestro, no me parece que le hay escrito en otra lengua. Y si alguna vez se me acuerda del que he visto y leído, luego el pensamiento se me vuelve al que tengo entre las manos. Guardó una cosa en la lengua castellana que muy pocos la han alcanzado, que fue huir de la afectación sin dar consigo en ninguna sequedad, y con gran limpieza de estilo usó de términos muy cortesanos y muy admitidos de los buenos oídos, y no nuevos ni al parecer desusados de la gente. Fue, además de esto, muy fiel traductor, porque no se ató al rigor de la letra, como hacen algunos, sino a la verdad de las sentencias, y por diferentes caminos puso en esta lengua toda la fuerza y el ornamento de la otra, y así lo dejó todo tan en su punto como lo halló, y hallólo tal que con poco trabajo podrían los defensores de este libro responder a los que quisiesen tachar alguna cosa de él. No hablo en los hombres de tan tiernos y delicados oídos que entre mil cosas buenas que tendrá este libro les ofenderá una o dos que no serán tan buenas como las otras, que de estos tales no puedo creer sino que aquellas dos les agradan y las otras les ofenden, y podríalo probar con muchas cosas que ellos fuera de esto aprueban.
Mas no es de perder tiempo con éstos, sino remitirlos a quien les habla y les responde dentro en ellos mismos, y volverme a los que con alguna apariencia de razón podrían en un lugar desear satisfacción de algo que les ofendiese, y es que allí donde se trata de todas las maneras que puede haber de decir donaires y cosas bien dichas a propósito de hacer reír y de hablar delgadamente, hay algunas puestas por ejemplo, que parece que no llegan al punto de las otras, ni merecen ser tenidas por muy buenas de un hombre que tan avisadamente trató las otras partes; y de aquí podrían inferir una sospecha de no tan buen juicio ni tanta fineza del autor como le damos. Lo que a esto se puede responder es que la intención del autor fue poner diversas maneras de hablar graciosamente y de decir donaires, y porque mejor pudiésemos conocer la diferencia y el linaje de cada una de aquellas maneras, púsonos ejemplo de todas, y discurriendo por tantas suertes de hablar, no podía haber tantas cosas bien dichas en cada una de estas, que alguna de las que daba por ejemplo no fuesen algo más bajas que otras. Y por tales creo yo que las tuvo sin engañarse punto en ellas, un autor tan discreto y tan avisado como éste. Así que ya en esto se ve que él está fuera de culpa: yo sólo habré de quedar con una, que es haberme alargado más de lo que era menester. Mas enójanme las sinrazones y hácenme que las haga con una carta tan larga a quien no me tiene culpa. Confieso a vuestra merced que hube tanta envidia de veros merecer sola las gracias que se deben por este libro, que me quise meter allá entre los renglones o como pudiese. Y porque hube miedo que alguno se quisiese meter en traducir este libro, o por mejor decir, dañarle, trabajé con Boscán que sin esperar otra cosa hiciese luego imprimirle por atajar la presteza que los que escriben mal alguna cosa suelen tener en publicarla. Y aunque esta traducción me diera venganza de cualquier otra que hubiera, soy tan enemigo de cisma, que aun ésta tan sin peligro me enojara. Y por esto casi por fuerza le hice que a todo correr le pasase, y él me hizo estar presente a la postrera lima, más como a hombre acogido a razón que como ayudador de ninguna enmienda. Suplico a vuestra merced que, pues este libro está debajo de vuestro amparo, que no pierda nada por esta poca de parte que yo de él tomo, pues en pago de esto, os le doy escrito de mejor letra, donde se lea vuestro nombre y vuestras obras.