Jaume Tur: «Sobre la teoría de la traducción»
Thesaurus. Boletín del Instituto Caro y Cuervo 39: 2 (1974), 297–315.
[299] I. GÉNESIS DE LA TRADUCCIÓN
En contraposición a la obra original, la traducción no es ningún producto literario autónomo, sino interpretación y comunicación del modelo, por lo que todo juicio sobre el valor de la traducción estudia primariamente su relación con el original.
Por ello nos interesa ahora analizar el proceso que sigue el traductor desde la primera lectura del original hasta su traducción definitiva y buscar luego las normas que nos permitan emitir un juicio sobre la misma. El análisis de este proceso se extiende a los siguientes puntos: comprensión, interpretación y traducción del original.
A. COMPRENSIÓN DEL ORIGINAL
El traductor penetra en el texto original después de superar, aunque no sea sucesiva ni conscientemente, tres estadios: comprensión filológica, comprensión del estilo y comprensión del todo.
a) Comprensión filológica
Para traducir un texto no basta conocer las palabras, hay que conocer además las cosas a las que hacen relación. Hay que conocer por lo tanto el idioma y la cultura, es decir, la vida, la civilización, la etnografía del pueblo que se sirve de este medio de expresión. Por ello son tan importantes para el traductor los viajes por el extranjero y el contacto con pueblos y culturas. Con todo, la comprensión filológica, es decir, literal, del texto no exige un talento superior al que aporta una persona con conocimientos del idioma y con cierta experiencia, que puede adquirirse por medio de ejercicio. Sin embargo, el traductor cae a menudo en faltas debido a una comprensión errónea de palabras sueltas o bien del contexto:
aa) Errores debidos a la confusión entre palabras con igual o parecida fonética: [300]
1) Elección incorrecta entre los distintos significados de una misma palabra.
2) Confusión debida a palabras con fonética parecida.
3) Errores por confundir palabras de diversos idiomas con parecida fonética.
bb) Errores debidos a la comprensión errónea del contexto:
1) Orden erróneo de una palabra en la frase.
2) Incorporación de palabras inconvenientes dentro del sistema ideológico del autor.
3) Utilización de palabras que no cuadran con el ambiente de la obra.
La interpretación errónea del original, puede provocar una asociación de ideas incorrecta. Sin embargo, el catálogo de faltas debe ser muy extenso antes de condenar una traducción. Las faltas se pueden lamentar, pero no juegan un papel tan importante como el que se les suele atribuir; por el mismo hecho de ser generalmente corregibles, no se las puede tomar como criterio, o al menos como criterio único, para enjuiciar una traducción.
Cuando alguien no conoce el idioma extranjero, suele preguntar si la traducción es correcta, a lo que muchos críticos y en especial filólogos responden echando en cara a la traducción aquellas faltas surgidas por comprensión errónea de palabras sueltas o del contexto. De esta forma se pueden condenar traducciones magistrales que contienen faltas sorprendentes, mientras que otras traducidas con exactitud mecánica son alabadas aun falseando el espíritu de la obra.
André Gide, que trabajó veinte años traduciendo a Shakespeare, ha escrito: «en general me parece deplorable que una traducción, desde otro punto de vista extraordinaria, caiga en desgracia porque aquí y allá se hayan localizado algunos errores. […] Siempre es fácil mostrar al lector faltas evidentes, [301] que a menudo tampoco son tan importantes. Los méritos esenciales son más difíciles de apreciar y especificar».
b) Comprensión del estilo
Esta es una faceta menos laboriosa que la anterior; pero de su éxito depende en buena parte la elección del material lingüístico y, sobre todo, la conservación del acento, el plano estilístico, las asociaciones que despierta, etc. El resultado será satisfactorio o no, según el traductor se dé cuenta por ejemplo del tono irónico o trágico de un fragmento, de la función que persiguen unas frases cortas y rápidas u otras más lentas, etc.
c) Comprensión del todo
Es decir, del carácter de los personajes, de sus relaciones entre sí, de la ideología del autor, etc. Ello ayudará al traductor a someterse al rigor metódico necesario para reconstruir la obra original en su propio idioma. No basta, en efecto, comunicar al lector una serie de acontecimientos, o los motivos que los determinan, o las relaciones entre los personajes, o el ambiente en el que viven. Más importante es el orden en que se informa sobre estos hechos: el traductor que conoce la sucesión de los acontecimientos y la evolución en el carácter de los personajes no debe olvidar que el lector lo va conociendo todo según le es revelado.
B. INTERPRETACIÓN DEL ORIGINAL
Para interpretar la obra original el traductor deberá preguntarse por la intención del autor, intentando a la vez revivir el mismo ambiente en el que surgió la obra. Pero para ello el traductor sólo puede partir de los valores objetivos contenidos en el original para transmitirlos a su lengua, [302] evitando la tentación de proyectar sus problemas personales en la obra, cambiando los valores estilísticos de la misma, o introduciendo otros factores extraños al original. «La traducción –según Wilhelm von Humboldt– no puede ni debe ser un comentario. No puede encerrar oscuridad alguna surgida, bien por duda en el empleo de las palabras, bien por construcción bizca de la frase. Sin embargo, donde la traducción sugiere en vez de pronunciarse claramente, donde se permite metáforas, cuya referencia es de difícil comprensión, donde omite ideas centrales, allí el traductor cometería una injusticia introduciendo de modo arbitrario claridades que modifican el carácter del texto».
Los consejos que nos da von Humboldt son claros y cualquier traductor estará dispuesto a aceptarlos: nadie se siente de antemano dispuesto a introducir cambios en los puntos expresados, aunque luego en la práctica se olviden estas directrices. Lo que, sin embargo, no está tan claro, es que el traductor pueda reproducir siempre con extrema fidelidad los valores objetivos del original. De hecho parece que el traductor, condicionado tal vez por el ambiente en el que vive o por la formación que ha recibido, sea incapaz de interpretar objetivamente la obra original. Incluso se puede dudar si existe un sentido objetivo transportable de texto a texto, o de idioma a idioma. La concepción puramente pragmática de la verdad y de la lengua rechaza la existencia de frases sinónimas incluso en la misma lengua.
[303] Toda traducción es a la vez interpretación y comunicación. El traductor es el eslabón central de una cadena que empieza con el autor y termina en el lector de la obra traducida. Partamos por lo tanto de la obra original y aunque no sea nuestro fin estudiar la génesis de la obra literaria, bástenos constatar que la comprendemos como copia y transformación subjetiva de la realidad objetiva. Esta transformación termina en una expresión ideal y estética realizada por el autor después de elegir entre el material que le ofrece su propia lengua.
Aquí conviene destacar un punto importante que se repite en los tres eslabones de la cadena: el autor, al interpretar la realidad objetiva, lo hace influido por su ambiente que [304] determina en él cierto modo de copiar la realidad, por lo que el acto creativo se realiza en mayor o menor grado bajo un determinismo histórico: no es la realidad la que pasa a la obra del autor, sino la interpretación subjetiva de la misma. El traductor debe partir de esta subjetividad y nunca se sentirá autorizado para corregir falsas interpretaciones del autor, que se explican por la discrepancia entre la realidad y su transposición a la obra literaria.
Con ello llegamos a la segunda etapa en la que el traductor parte del texto original como material objetivo que se concretizará en la recepción subjetiva, expresada con el material idiomático y semántico de su lengua.
La concretización del texto original en la traducción está expuesta, al igual que la interpretación de la realidad objetiva por parte del autor, a cierto determinismo histórico, puesto que en mayor o menor grado el traductor comprende la obra original desde su perspectiva temporal. Sin embargo, esta subjetividad deriva ante todo de la influencia de los valores ideales y estéticos que especialmente interesan al traductor.
El proceso traductor no termina con la versión del texto original a la nueva lengua. En efecto, la traducción no es sólo interpretación sino también comunicación, que se realiza en la recepción por parte del lector. Este parte de nuevo de la realidad objetiva –el texto traducido–, que se concretiza subjetivamente, según su formación, estado de ánimo, etc. Ello significa que el traductor, para comunicar con la mayor objetividad posible el texto original, debe pensar en el lector para el que escribe.
Además, el traductor tiene que contar con la formación e información del lector al que se dirige la traducción, que no siempre será idéntica a la del lector de la obra original Este es el motivo por el que son necesarias nuevas traducciones de obras ya traducidas. […]
[306] C. TRADUCCIÓN DEL ORIGINAL
Un estudio superficial de las relaciones entre dos sistemas lingüísticos basta para mostrarnos que los valores estilísticos de dos lenguas diferentes no siempre corresponden. La disparidad entre dos lenguas se aprecia todavía con más claridad cuando ambas pertenecen a distintos sistemas lingüísticos, o cuando en la obra originaria el idioma juega un papel importante en la organización estética.
A pesar de las dificultades que de ello puedan surgir, cabe esperar del traductor una transformación legítima del original, del mismo modo que del autor exigimos una expresión artística y a la vez legítima de la realidad. Para ello el traductor tendrá que buscar aquellos sistemas comunicativos comunes a ambos idiomas con los que se puedan intercambiar idénticas informaciones.
Lo que aquí importa es el aspecto funcional de la lengua, es decir, fijar la función comunicativa de los elementos lingüísticos del idioma de partida y buscar aquellos medios que cumplan la misma función en la lengua traductora.
Interpretando la lengua como clave, la obra literaria será comunicación cifrada. Este camino nos permite establecer qué elementos son invariables –en este caso la comunicación– y cuáles pueden substituirse por medio de una nueva clave. La función del traductor consiste, pues, en descifrar la comunicación cifrada y transponerla por medio de una nueva clave a su propia lengua.
Para encontrar estos medios nuevos que se hallan en el segundo idioma, tenemos que acudir a una comparación entre ambos sistemas lingüísticos. De esta forma obtenemos: A) los medios informativos que se pueden considerar equivalentes; B) los medios informativos de la lengua original que no existen [307] en la segunda y C) los que posee la segunda lengua y que faltan en la primera, o los posee en forma latente, ya que «una lengua no es sólo una inmensa posesión afirmada en la literatura; la lengua es ante todo una vasta potencialidad, una gigantesca potencia llena de potencias inauditas». […]
Es evidente que el traductor tiene que acudir a C para compensar B; si no, la escala expresiva de su traducción sería más pobre que la original, puesto que se quedaría con la categoría A, en vez de A + C.
El fin del traductor consiste en reducir B y C, ampliando A. Este es el motivo por el que muchos traductores insisten en que la labor traductora es de gran provecho para el enriquecimiento de las potencias expresivas de su propia lengua, por lo que el traductor tiene la posibilidad de colaborar activamente en el desarrollo de su idioma. Recordemos aquí aquellas palabras de Goethe: «Al traducir hay que llegar hasta lo intraducible; sólo entonces se descubre la nación y la lengua ajenas».