Juan Valera: «Manfredo. Poema dramático de Lord Byron, traducido en verso directamente del inglés al castellano por don José Alcalá Galiano y Fernández de las Peñas, Madrid, 1861»
En Estudios críticos sobre literatura, política y costumbres de nuestros días, Madrid, Librería de A. Durán, 1864, I, 238–246.
[238] La lengua y la literatura inglesas son mucho menos conocidas en España y en toda Europa que las de los franceses, nuestros vecinos. Entre España e Inglaterra hay cortísimo comercio de ideas. En aquella isla miran nuestro moderno desenvolvimiento intelectual con un profundo e injustísimo desdén, que en España les pagaríamos con usura, si por medio de las traducciones y de los encomios que hacen de los libros ingleses los críticos y literatos franceses no se hubieran popularizado entre nosotros algunos autores de primer orden.
Walter Scott, Gibbon y el mismo lord Byron, son tal vez los tres autores ingleses modernos que más se leen en España: pero se leen en francés, y más comúnmente traducidos al castellano de alguna traducción francesa; de suerte que la hermosura de la forma y la elegancia y el brío de la dicción, que en la poesía, sobre todo, importan muchísimo, no pueden ser apreciados.
Nuestra lengua, por otra parte, a pesar de su sonoridad, [239] magnificencia y riqueza, es poco flexible, consta de palabras muy largas las más, y se presta difícilmente a traducciones fieles en verso. Nuestras traducciones de los poetas extranjeros suelen ser o prosaicas y sin el espíritu poético del original, o paráfrasis e imitaciones amplificadas más bien que traducciones.
Pocos, muy pocos traductores de poetas extranjeros han tenido buen éxito en España, y bien se puede afirmar que el Aminta de Tasso, traducción de Jáuregui, es aún el más bello modelo de traducción que poseemos. Nuestros traductores de poetas griegos valen poquísimo, salvo Hermosilla, cuya Ilíada, por más que digan sus detractores que no la han leído, es obra muy estimable, superior a la inglesa de Pope y a todas las francesas, e inferior sólo a la alemana de Voss y a la italiana de Monti. De poetas latinos hemos tenido algunos regulares traductores. Horacio ha hallado en Burgos un digno intérprete, y las Églogas de Virgilio, de Nemesiano y de Calpurnio, en D. Juan Gualberto González. Pero de los demás poetas latinos, ni aun de aquellos que por ser españoles nos pertenecen y nos honran, tenemos una tolerable traducción. Lucano, Silio Itálico, Séneca, Marcial y Prudencio, no han hallado quien los traslade de un modo digno a nuestra lengua vernácula. La misma Eneida, tan admirada de nuestros clasicistas, no puede leerse en castellano, si bien tenemos la esperanza de que el Sr. Ventura de la Vega termine la bellísima traducción que de ella está haciendo.
Si de los poetas latinos y griegos hay tan poco bien [240] traducido, no es de maravillar que de las modernas literaturas haya menos y peor traducido aún, salvo raras y honrosas excepciones, entre las cuales conviene enumerar La Campana de Schiller por el Sr. Hartzenbusch, el Macbeth de Shakespeare por Villalta, La Jerusalén del Tasso por Pezuela y algunas canciones de Heine perfectamente traducidas por D. Eulogio Florentino Sanz.
En vista, pues, de las pocas traducciones buenas en verso, que posee nuestra lengua, nos parece que es empresa digna de todo aplauso y muy útil la del que hace alguna de estas traducciones, sobre todo de lenguas tan enérgicas y concisas como la inglesa.
Las razones que dejamos apuntadas nos predisponen a mirar desde luego con benevolencia el trabajo que el Sr. D. José Alcalá Galiano acaba de dar a la estampa; la traducción, en nuestro entender bastante exacta, del Manfredo de Byron. Los cortos años del traductor se alegan aquí como mérito, mas no como disculpa, porque no la necesita. Todos los defectos que en esta traducción pueden hallarse, se hallan también en otras traducciones del inglés, en verso, hechas por autores de nota y muy celebradas. Las de Villalta, quien no sólo tradujo el Macbeth, sino asimismo gran parte del Otelo, adolecen de cierta extrañeza exótica, imprescindible si ha de conservarse la índole del original; las traducciones de El paraíso perdido de Milton por Escoiquiz y Jovellanos, son frías y prosaicas, la primera principalmente; el célebre ditirambo de Dryden, que puso en verso D. Eugenio de Tapia, es [241] una larga paráfrasis; y hasta la bellísima traducción que hizo de El cementerio de la aldea de Gray el señor Hevia, es también algo difusa. Todo lo cual demuestra a las claras que traducir poesía del inglés al castellano es harto difícil, y que es imposible a veces, cuando se pretende hacerlo con sujeción perfecta al original y por no menos conciso estilo. Esta dificultad y aun esta imposibilidad suben de punto, como observa muy bien el Sr. D. Antonio Alcalá Galiano (en un breve prólogo que autoriza el primer trabajo que de su nieto ha visto en un tomo la luz pública, y de que vamos a hablar), si el poeta inglés que se traduce no es de los latinizados como Dryden, Pope y aun el mismo Milton, sino de aquellos en quienes predomina más el carácter peculiar de la lengua inglesa, como Coleridge, Shelley o Byron.