Juan Eugenio Hartzenbusch: «Prólogo» (1871–1872)
Dante Alighieri: La Divina Comedia. Traducción de Cayetano Rossell, Barcelona, Montaner y Simón, 1914, V–XXVII.
[XXVI] La obra de uno, declarado Altísimo, debería pasar de una lengua a otra, conservándosele la forma en que fue dado a luz, esto es, en verso; mas en las [XXVII] traducciones versificadas, sujetas a rigurosas leyes, donde a veces no cabe todo el pensamiento original, se suele o tiene que omitir algo: dejan, por tanto, que desear, y por esto se escriben, se aceptan y son necesarias traducciones en prosa, y más en nuestra lengua, donde una sola versión cabal de la Divina Comedia, bella y exacta hasta donde el idioma, el ingenio y las trabas de la rima lo permiten, principada a imprimir, no ha continuado, y nos falta (y es falta bien de sentir) todavía. Mientras no nos den el lienzo magnífico, bien será contentarnos con la estampa modesta: el claro obscuro suplirá el colorido, y la línea por la pincelada. Traducciones en prosa hay de los poemas de Homero y Virgilio, de Lucrecio y Lucano, del Tasso, Milton, Klopstock y Goethe, y hasta de Anacreonte y Horacio: razón será que también las tengamos del Dante Alighieri.