Propercio

Propercio (Asís, ca. 50 a. C.–Roma, post 15 a. C.)

Poeta latino. Se trasladó siendo joven a Roma, donde debió de conocer el amor, que, con nombre de Cintia, canta en sus elegías, género literario que, pese a sus deudas con la literatura griega, presenta unas características muy romanas. En el primero de sus cuatro libros de Elegías, que publicó como Monobiblos (29–28 a. C.), se centra en su relación con su amada; en los restantes la presencia de ésta va decayendo, y en el cuarto (16 a. C.) se dedica casi por completo a temas romanos. Poeta del amor y poeta doctus, supo expresar como pocos los diversos y contradictorios sentimientos y situaciones que el amor conlleva, dentro de una tradición literaria en la que el helenismo ostenta un lugar de excepción. Su mirada a la vida le hizo sentir los grandes cambios que experimentan los seres y las cosas, y expresar la fugacidad de la belleza, o por mejor decir, de la hermosura, poniendo los cimientos para el desarrollo neolatino y vernáculo del tema de las ruinas. Fue conocido y valorado desde su misma época por sus contemporáneos, por Horacio, por Ovidio, por Quintiliano, Marcial o Apuleyo. Influyó de modo importante en Ovidio (Amores, Heroidas o en las mismas Metamorfosis) y hay presencias en Gracio, Germánico, Manilio, Columela, Persio, Séneca o Petronio. No es pequeño el número de sus versos que encuentran eco en Calpurnio Sículo, y aún mayor es su influencia en Silio Itálico, Lucano, Estacio, Valerio Flaco o Juvenal. Sus versos estaban en las paredes de Pompeya, y ocupan un lugar importante en los Carmina Latina epigraphica, y, de otro modo, en los gramáticos latinos. Si en el siglo III no se encuentran huellas de Propercio, salvo al final de siglo en Nemesiano, sí las hay en el IV, en Juvenco, Ausonio, Claudiano o Prudencio. También, y a caballo entre los siglos IV y V, o ya en el V, hay vestigios de cierto conocimiento de Propercio por parte de Rutilio Namaciano, Paulino de Nola, Comodiano, Sidonio Apolinar o Draconcio. En el VI se puede mencionar a Boecio y de un modo muy especial a Maximiano, continuador de la elegía latina. Venancio Fortunato cierra la lista de autores de la latinidad tardía en que pueden hallarse algunos ecos del poeta de Asís.

Prácticamente desconocido durante la Edad Media, fue redescubierto por Petrarca, y ocupó su lugar en el Humanismo, comenzando de nuevo su influencia en la poesía neolatina y en lenguas vernáculas. Se admiraba su forma de expresión, su viveza, erudición, la técnica de los poemas y el contenido de sus elegías. Con todo, las traducciones de la obra completa, con la excepción de la francesa de Michel de Marolles (1653), se hicieron bastante tarde. En España fue leído en los Siglos de Oro, y la admiración que suscitó explica su presencia. Propercio está, posiblemente, y por vez primera en el Cancionero de Ripoll, pero con seguridad en Garcilaso de la Vega. Las elegías traducidas o imitadas pertenecen, en mayor cantidad, al libro primero y segundo; un número menor, al tercero y cuarto; son deudoras muchas veces de las habidas antes en otras lenguas, que sirven de puente. Por ejemplo, entre Propercio y Garcilaso están, sin duda, aunque no solo, Petrarca o Bembo; y entre Propercio y Quevedo, además de Petrarca, Du Bellay o Marino, hay un buen número de poetas neolatinos; ejemplos claros son las recreaciones de 2,12 de L. B. Alberti, Du Bellay, Dorat, L. de Baïf o P. de Ronsard, y también de Francisco de Medina; muchas tuvo la elegía dedicada a las ruinas (4,1), o la 4,7, que se encuentra, por ejemplo, en el monólogo de Erminia, de la Gerusalemme liberata de Tasso. Muchos poetas dejan patente en sus versos los de Propercio, bien en una versión de una elegía completa, o en la imitación de pasajes más o menos amplios; cabe nombrar, desde Fernando de Herrera, Cristóbal Mosquera, el mencionado F. de Medina, Rodrigo Caro, Quevedo, Víctor Balaguer (que versionó en catalán la 2,20 en su tragedia La festa de Tibúlus) y, ya en el siglo XX, Luis Cernuda (Elegía), Gil de Biedma (Himno a la juventud), Luis Alberto de Cuenca (soneto «Pasión muerte y resurrección de Propercio», de Elsinore) o José Baena Reigal (A imitación de Propercio).

En cuanto al libro primero, la elegía 1 se halla en Herrera y Esteban M. de Villegas; la 2, en Lope; la 3, en Herrera; la 9, en Quevedo; la 12 y 16, en Cristóbal Mosquera; la 18, en Herrera; la 19, en Quevedo; del libro segundo, la elegía 1 está en Quevedo y Cadalso; la 2, en Garcilaso; la 6, en Juan de Iriarte; la 12 y 19, en Garcilaso; la 33, en Quevedo; del libro tercero, de la elegía 7 tradujo versos Lope de Vega; de la 13, Quevedo y Fernández–Galiano; la 16, de nuevo Quevedo; en cuanto al libro cuarto, Medrano, Rodrigo Caro, Juan de Verzosa o Quevedo recrean la elegía 1; Fernández Galiano traduce la 2; la 7 está en Garcilaso.

No abundan en castellano los traductores de elegías completas; excepción es F. de Medina, que tradujo la 2,12, o Lope de Vega, que vertió la 1,2 en el libro II de La Arcadia, o introdujo un buen número de versos de 3,7 en el Isidro. Quirós de los Ríos tradujo en verso castellano la «epístola» de Cornelia a Paulo (4,11) y el «Canto a Roma de Augusto» (4,1), que se publicaron en la Revista de España de 1888 y 1890. También tradujo en verso la 2,16 el escritor y farmacéutico cordobés Francisco de Borja Pavón (versión incluida, junto a otras traducciones de poetas latinos, en sus Traducciones de poetas latinos, Madrid, Tipografía de la Revista de Archivos, 1907). Igualmente, Esteban Torre tradujo en verso las elegías 2,27 y 3,2 (en La poesía de Grecia y Roma. Ejemplos y modelos de la cultura literaria moderna, Huelva, 1998; y luego en Luces y reflejos. Poemas originales y traducidos, Sevilla, Renacimiento, 2016). Más recientemente, María José Alcalde y Gabriel Laguna han traducido la 2,15 (en el n.º 6 de Exemplaria, 2002). Entre los hispanoamericanos merecen especial mención el mexicano Joaquín D. Casasús, que a principios del siglo XX debió de abordar la tarea de traducir a Propercio, traducción que deseaba leer Menéndez Pelayo; de ella solo nos han llegado las siete primeras elegías (Memorias de la Academia Mexicana 17, 1960), el colombiano Miguel Antonio Caro, que tradujo veintinueve elegías, recogidas en Flos poetarum (Bogotá, Imprenta Nacional, 1918); el argentino Claudio Soria, que dio la versión casi completa de 4,1 (en Revista de Estudios Clásicos de la U. de Cuyo de 1965), la misma que a finales del siglo XIX tradujo también parcialmente el peruano Juan de Arona (en Poesía latina. Traducciones en verso castellano; Lima, Imprenta de J. Francisco Solís, 1883), y el nicaragüense Ernesto Cardenal, que recreó la 2,1 (en Poemas; La Habana, Casa de las Américas, 1967). Más cercanas en el tiempo son las versiones poéticas de las elegías 1,3 y 4,7 de Ricardo Vigueras (revista Entorno 43, 1997), de la 4,3 de Leonor Silvestri o de la 1,4 de Pablo Ingberg (en la revista digital Buenos Aires Poetry, mayo de 2017).

Traducciones completas no aparecieron hasta comenzado el siglo XX; la primera es la muy hermosa de Germán Salinas, en el tomo II de Líricos y elegíacos latinos (M., Biblioteca Clásica, 1914); la siguieron, en ediciones bilingües, la de Joan Mínguez, con texto de Balcells (B., Fundació B. Metge, 1925), al catalán; y, al castellano, las de Antonio Tovar y María T. Belfiore (B., Alma Mater, 1963) y Bonifaz Nuño (México, UNAM, 1974). Traducciones sin texto latino son las de José Luis Cano (B., Bosch, 1984), Hugo Francisco Bauzá (M., Alianza, 1986), Antonio Ramírez de Verger (M., Gredos, 1989) y Alfonso Cuatrecasas (B., Lumen, 1990); el texto latino acompaña la traducción de Francisca Moya y A. Ruiz de Elvira (M., Cátedra, 2001). El libro primero ha sido traducido por José Luis Pérez Vega (Úbeda, Monobiblos, 1993), y editado y traducido por Santiago Álvarez Hernández y Santiago Bazzano y Mónica Paladini (Buenos Aires, Nuevohacer, 1999); en 2004, Jordi Parramón (B., Quaderns Crema) lo ha traducido al catalán.

Han vertido una selección de elegías, treinta en concreto, Aníbal Núñez (Valladolid, Balneario escrito, 1980) y Antonio Alvar en Poesía de amor en Roma (M., Akal, 1993); y Mariano Berdusán, veintisiete, entre las que no hay ninguna del libro primero, con el título Todo amor es grande (Zaragoza, Libros del Innombrable, 2004); en su Antología de la poesía latina Luis Alberto de Cuenca y A. Alvar (M., Akal, 1981) han incluido cinco elegías, mientras que la Antología de la literatura latina de José Carlos Fernández Corte y Antonio Moreno Hernández (Alianza, 2001) presenta nueve elegías, una tomada de la traducción de Alvar, y ocho de Bauzá. Algunas elegías y variaciones son traducidas por Max Turiel Ibáñez (Paiporta, RiE, 2008). No ha sido Propercio un poeta que haya contado con muchas traducciones, aunque las editadas siguen viendo la luz revisadas y renovadas, y ha contado con grandes poetas que lo han «traducido», o por mejor decir, «revivido».

 

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Francisca Moya del Baño