Mariner de Alagón, Vicente (Valencia, último tercio del siglo XVI–Madrid, 1642)
Humanista y traductor en lengua latina y castellana, uno de los autores áureos españoles de dedicación más plena a las lenguas clásicas, sobre todo a la griega. Se calcula que su obra ronda las 140.000 páginas, y aun cuando se dude de tal capacidad de trabajo y de la posibilidad, casi física y, sobre todo, temporal, de realizar tan ingente obra, lo cierto es que todavía hoy el grueso de la misma sigue sin haber conocido imprenta. Fue materia de uno de los primeros estudios bibliográficos de Menéndez Pelayo, y el autor al que dedica más páginas en su Biblioteca de traductores españoles. La formación de Mariner en Valencia está documentada textualmente; pronto tuvo fama su facilidad para las lenguas griega y latina, tanto en el ámbito de la traducción como en el de la creación original, aun cuando ninguno de sus méritos se viese recompensado con un mecenazgo o cargo, más allá de su puesto como bibliotecario de El Escorial. Y aunque el reconocimiento le llegó más de los poetas contemporáneos (Lope de Vega, Quevedo, Villamediana) o de eruditos como Nicolás Antonio, lo cierto es que la labor de Mariner no se resintió ante tal aislamiento: disponía, para su trabajo, de uno de los mejores fondos bibliográficos de España, y de ello obtuvo provecho. Hubo de pasar más de un siglo, hasta 1768, para que Juan de Iriarte animara a José Rodríguez de Castro a comprar los manuscritos (treinta y tres volúmenes) y los catalogara para la Biblioteca Real. Actualmente éstos y cuatro más que no vio Iriarte se conservan en la Biblioteca Nacional de España. Al parecer ya en tiempos de Iriarte no pudo ser encontrado un manuscrito que contenía los cinco primeros libros de la Ilíada en latín y los comentarios, en traducción latina, de Eustacio.
La actividad traductora de Mariner comprende versiones del griego al latín (Homero, Hesíodo, Píndaro, Sófocles, Eurípides, Teócrito, Hipócrates y Euclides); del griego al castellano (Aristóteles, Arriano Griego, Filóstrato, epigramas de la Antología griega, entre otros); del catalán al castellano, así como también al latín, de la poesía de Ausiàs March; la traducción latina en hexámetros hecha a partir del poema en castellano Fábula de Faetón (228 octavas reales) de Juan de Tassis, conde de Villamediana; y la traducción del portugués al castellano de un soneto de Camões. De esta enumeración se desprende que Mariner no fue un traductor al uso, que vertía las obras clásicas a las lenguas romances, pues sus lenguas de destino fueron el castellano y el latín; por otra parte, sus traducciones no son una mera acumulación, un reflejo o compulsión de la abundancia, sino que reúne en sus libros toda una suerte de teoría de la traducción –y de observaciones filológicas– que hacen de él una de las columnas filológicas más importantes y menos estudiadas del Siglo de Oro español.
Sus conocimientos van más allá del trabajo manuscrito y nunca impreso que realizara; es conocida su correspondencia con Justo Lipsio, Heinsio y otros humanistas extranjeros. Entre los documentos que se conservan, Menéndez Pelayo rescató una «especie de catálogo, programa, memorial de quejas y cartel de desafío» en que Mariner describía con todo detalle y un punto extremo de confianza, cuál iba a ser su labor: «Ruego a todos los que dicen que saben las tres lenguas, me den licencia para que me vea con ellos, y si ellos hacen lo que yo haré, con mejor modo y con más exceso, sabrán más, y si no, es cierto que sabrán menos». Y lo que dice que puede hacer es escribir sobre cualquier tema en versos latinos, utilizar diecinueve tipos de versos latinos distintos, «traduciré de repente cualquiera soneto o cualquiera otra cosa de romance, en verso latino de tres y cuatro maneras, y si se da algún tiempo, lo verteré de treinta y más maneras»; «tomaré cualquiera texto griego en prosa o en verso y lo repetiré en lengua latina muy elegante, o en romance». Pero no acaba ahí la demostración de las capacidades de Mariner: a su voluminosa obra traducida, al programa que plasma todas sus capacidades, debe sumarse la declaración acerca de las lenguas que domina o dice dominar, o estar estudiando: hebreo, francés, italiano (además, por supuesto de catalán, castellano, latín y griego), y dice más: «Tengo apetito y deseo para saber la arábiga, arménica, inglesa y germánica».
Algunos estudios han querido insinuar, sin más pruebas que la sospechosa fecundidad de Mariner, la imposibilidad material que de realizar tales y tantas obras se desprende a simple vista; pero recientes estudios de algunas de sus traducciones, así como el hecho de que de algunas de las obras traducidas por Mariner exista únicamente la versión del helenista valenciano parecen conducir más hacia la conclusión de que Mariner debe ocupar, por méritos propios, un destacadísimo lugar dentro de la historia de las traducciones áureas españolas, aun cuando abrume pensar en la ingente labor de lectura, edición e investigación que espera para ser abordada.
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José Francisco Ruiz Casanova