Cruz Cano y Olmedilla, Ramón de la (Madrid, 1731–Madrid, 1794)
Dramaturgo y traductor en lengua castellana. Comenzó su carrera teatral en 1757 con el sainete La enferma de mal de boda, arreglo del Amour médecin de Molière, y la zarzuela Quien complace a la deidad, acierta a sacrificar, y compaginó toda su vida su actividad de funcionario con un sueldo más que digno y la de dramaturgo, dedicándose a escribir incansablemente para los coliseos madrileños, e incluso a trabajar con los actores supervisando los ensayos. Dejó más de 550 obras, entre sainetes, zarzuelas, comedias, loas y fines de fiesta. En 1765 fue admitido en la Arcadia de Roma, donde tomó el nombre poético de Larisio Dianeo, y fue nombrado correspondiente honorario de la Academia de Buenas Letras de Sevilla. Pese a su éxito, le costó conseguir los fondos para publicar los diez volúmenes de su Teatro o colección de sainetes y demás obras dramáticas (M., Imprenta Real, 1786–1791), que contienen sesenta y seis obras: cuarenta y seis sainetes, diez comedias, ocho zarzuelas, una loa y una tragedia burlesca. Esta ingente producción, que algún estudioso ha calificado de «teatro alimentario», ofrece una calidad desigual: sobresalen obras excelentes y, por encima de todo, un deseo de renovación del teatro breve. Gracias a su talento, a lo que aprendió de autores extranjeros y a su visión teatral, Cruz consiguió pasar del entremés tradicional a un tipo de obra capaz de reflejar la sociedad de su tiempo, y de basar la comicidad en la parodia, la crítica de costumbres y la originalidad.
Como traductor, su trabajo ofrece también una doble faceta: en algunos casos firmó sus traducciones como tales y, en otros, las ocultó. Así, en el prólogo de su Teatro, asume con orgullo haber realizado traducciones «estudiadas», que suelen ser siempre de teatro mayor, como las de Beaumarchais, Apostolo Zeno o Mestastasio, y constan sus versiones de zarzuelas italianas, el Bayaceto de Nicolas Pradon, La escocesa de Voltaire o un temprano Hamleto a partir de la traducción de Jean–François Ducis. Según los cálculos de M. Coulon, de sus 340 sainetes, al menos 62 no son originales, lo que representa un 19% de su producción. En la lista enviada a Sempere y Guarinos para su Ensayo, Cruz señaló algunos de sus sainetes como obras «que sólo tienen el pensamiento tomado de otras»: son 37 de los 191 sainetes citados. Si bien aún quedan por encontrar fuentes a las que reconoce haber imitado, varios investigadores han hallado otras adaptaciones que él no había citado. La mayoría de los originales son petites pièces, comedias en un acto, que, en los teatros franceses, completaban las sesiones tras la obra en cinco actos, y sus autores son Boissy, Carmontelle, Dancourt, Dominique y Romagnesi, Favart, Marivaux, Legrand, Molière, Pannard, Regnard. A veces, sólo se apropia de una idea o una situación, aunque es muy frecuente encontrar pasajes prácticamente calcados de la obra original, el mismo número de personajes con las mismas interrelaciones e incluso textos apenas retocados.
Puesto que se sabe que conocía tanto el francés como el italiano, las alteraciones de sus traducciones y adaptaciones no se deben a contrasentidos o errores lingüísticos, sino a su propia voluntad. El método solía ser siempre el mismo: versificación en romance octosilábico, reducción de algunas escenas y adecuación a la cultura de recepción. Para esta naturalización, Cruz españolizaba todos los referentes (topónimos, antropónimos, usos y costumbres, etc.), suprimía o añadía personajes, e incluso complicaba la trama: por lo tanto, no se trata sólo de reducir, sino de adaptar un texto a una nueva realidad. Si se añade a esto la ausencia de galicismos y de torpezas traductoras, resulta fácil entender cómo muchas de sus fuentes no se detectaron hasta el siglo XX. Hay en su producción y en la selección de sus fuentes a lo largo de su vida una intención muy clara: no se trata sólo de escribir para estrenar, sino de ir elevando los recursos cómicos en un evidente desarrollo hacia la comedia. Cruz siempre aspiró a ser considerado en el mundo literario, y sufrió toda su vida el rechazo de los ilustrados –Moratín padre, Nifo, Tomás de Iriarte o Samaniego– por cultivar un género que despreciaban, aunque tal vez estuvieran envidiosos de su éxito. A las críticas, incluidas las que le acusaban de copiar a los autores extranjeros, contestó con arrogancia, afirmando que «de muchos poetas franceses e italianos he tomado los argumentos, escenas y pensamientos que me han agradado, y los he adaptado al teatro español como me ha parecido». En suma, fue tan buen traductor y adaptador como autor, si es que cabe distinguirlos.
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