Berges, Consuelo (Ucieda, 1899–Madrid, 1988)
Traductora en lengua castellana. Se dedicó inicialmente al periodismo, primero con colaboraciones para La Región de Santander y después en distintos periódicos de Perú y Argentina, adonde viajó en 1927. Allí permaneció hasta proclamarse la República en España, momento en el que decidió regresar, no sin antes pasar tres meses en París, donde inició su contacto directo con una lengua, el francés, que ya antes había estudiado y sobre todo leído. La República le decepcionó, a ella que ya era más anarquista y anticlerical que republicana. Siguió colaborando en periódicos y, al estallar la Guerra Civil, viajó a Barcelona y desde allí a la frontera. Sin nada, con lo puesto, inició el camino del exilio. Durante cuatro años vivió en París, en la clandestinidad. Tras la invasión alemana fue repatriada y entonces comenzó su actividad como traductora, un poco por casualidad, un poco por necesidad, aunque pronto el entusiasmo por este quehacer la cautivó para siempre.
Su primera traducción fue para Espasa–Calpe: se trataba de una selección de las Memorias de Saint–Simon. Sobre los cuarenta y tres volúmenes del original volvió en repetidas ocasiones, porque el primer contacto fue para ella un auténtico descubrimiento. La última de sus traducciones de Saint–Simon vio la luz en 1985, con el título Retratos proustianos de cortesanas y otros personajes de sus memorias (B., Tusquets). Aunque no faltan en su haber traducciones de otros autores franceses menores, su dedicación estuvo centrada en la obra de algunos de los más grandes: Stendhal, Flaubert o Proust, sin olvidar nombres como el de Balzac, J.–J. Rousseau, A. Comte, R. Descartes, A. Breton y G. Bernanos. A Stendhal llegó por empatía: le conquistó su temperamento libre, el ingenio, la concisión de su palabra y el anticlericalismo de fondo. Fue la editorial Aguilar en México la que se ocupó, en 1955 y 1956, de publicar por primera vez en su colección de «obras completas» la producción de Stendhal traducida. La mayor parte de los textos de Stendhal han sido reeditados en numerosas ocasiones por Alianza. Los prólogos y estudios preliminares incluidos son reveladores del conocimiento que como auténtica stendhalista llegó a atesorar respecto al autor francés. En contraste con la prosa ceñida, escueta, de aparente sencillez por la que apostó Stendhal, y a la que Berges dedicó tantos años, el arte selectivo y musical de Flaubert se le impuso como un reto aún mayor.
Su traducción de Madame Bovary ha sido sin duda una de las más ampliamente difundidas. Las sucesivas reediciones de Alianza desde el año 1974 hasta la actualidad dan buena cuenta de ello. Curiosamente, además, ella misma afirmaba que se trataba de la traducción de la que se sentía más satisfecha, y en una nota sobre la edición dejó testimonio del modo como ella concebía el oficio de traductor, más cerca de las opiniones de Octavio Paz o Francisco Ayala que de las de Ortega y Gasset. Como el primero, entendía que «la traducción es siempre una operación literaria» y, en esa medida, «cada traducción es única». No le preocupó que su trabajo pudiese ser discutido, valoró por encima de todo alcanzar ella también una parte de aquel cielo de belleza literaria que todo gran escritor persigue y ofrecérselo a los lectores. La traducción resulta una operación que hay que hacer con buen pulso, con respeto, pero también con buenas dosis de iniciativa literaria, la misma que hubo de acompañarle cuando, para extremar la dificultad, se enfrentó a la obra de Proust.
De su mano salió la traducción de cuatro de los siete volúmenes del ciclo À la recherche du temps perdu (Sodoma y Gomorra, La prisionera, La fugitiva y El tiempo recobrado). Los otros tres habían sido traducidos antes de la guerra por Pedro Salinas, con la colaboración para el tercero de José M.ª Quiroga Pla; al proyectar Alianza la publicación de la obra completa, encargó a C. Berges los volúmenes no traducidos. Por ello, desde el momento de su aparición en 1968 y hasta inicios del siglo XXI, esta traducción será la única que circule entre los lectores españoles de la obra de Proust, y se ha seguido reeditando hasta la fecha. La de Salinas más literal, la suya más atrevida y lograda, resultado de un constante ejercicio de creación para acercar el autor al lenguaje del lector, aunque esto suponga «desmontarlo y volverlo a montar», que es además probablemente lo único que cabe con los laberínticos párrafos del novelista.
Los traductores siguen recordándola con aprecio por la creación en 1954 de la Asociación Profesional Española de Traductores e Intérpretes, por ser la primera traductora española que logró que le fueran reconocidos los derechos de traducción y por haber creado la Fundación que lleva su nombre para galardonar cada año las mejores traducciones del francés al castellano. Maneras todas ellas de reivindicar la voz y la labor de los profesionales de la traducción.
Bibliografía
Esther Benítez, «Entrevista –truncada– con Consuelo Berges (1986)», Cuadernos de Traducción e Interpretación 11–12 (1989–1991), 269–285; reimpreso en Vasos Comunicantes 29 (2004), 79–89.
Consuelo Berges, «La traducción y mi traducción de Proust», El Urogallo 11–12 (1971), 71–76.
Consuelo Berges, «Nota sobre la edición» en G. Flaubert, Madame Bovary, Madrid, Alianza, 1974, 41–49.
Inmaculada Ballano
[Actualización por Francisco Lafarga]