Ortega Costa, Juan (Barcelona, 1901–Lyon, 1966)
Político y traductor en lengua castellana. Ingresó en 1929 en la carrera diplomática y tuvo como destinos Cuba, El Salvador, Paraguay, Brasil y Bélgica, puesto en el que permaneció hasta el final de la Guerra Civil. Se incorporó al equipo de apoyo del gobierno en el exilio de la Avenida Foch de París, y en 1947 fue nombrado ministro plenipotenciario de la República. Fue observador republicano en la Asamblea General de Naciones Unidas y se asentó definitivamente en Ginebra, donde dirigió una oficina de traductores en un organismo de las Naciones Unidas. Además de su labor como diplomático y como traductor de poesía, escribió textos políticos de marcada tendencia liberal en oposición al régimen. Así, en 1949 publicó, clandestinamente y con seudónimo, Nuevo diálogo de la lengua, un ensayo donde tres amigos van exponiendo sus ideas sobre el lenguaje político y en cuyo fondo se pueden advertir críticas a la política española del momento.
Sus aportaciones más notables y de mayor repercusión son las traducciones del francés: el Teatro de J. Racine (B., José Janés, 1954), que comprende Británico, Ifigenia y Fedra (ésta fue puesta en escena en el Ateneo de Madrid en junio de 1959); La serpiente y La Parca joven de P. Valéry (M., Adonais, 1956) y una selección de poemas de G. Apollinaire, La canción del mal amado y otros poemas (Adonais, 1960). Su última traducción fue la de su amigo Paul Werrie, El amor a la española (B., Sagitario, 1966). Del catalán tradujo al poeta Tomàs Garcés: en 1927 apareció en La Gaceta Literaria de Madrid una selección de sus primeros libros con el título La rosa y el laurel, y en 1969, se publicó La noche de San Juan (B., Polígrafa). En 1954 tradujo Veinte poemas catalanes, una antología que contaba con la colaboración de Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Vicente Aleixandre y Rafael Alberti.
De sus traducciones más importantes se hicieron eco revistas literarias y suplementos culturales. También se publicaron fragmentos de sus traducciones en Cuadernos hispanoamericanos. Sin duda, la de mayor repercusión fue la traducción de Racine, cuyo estilo era considerado intraducible (opinión que también sostenía Valéry), y que supuso una renovación del verso español. Ortega Costa consiguió ajustar el alejandrino español a la regla de los hemistiquios franceses; de este modo dio un verso de trece sílabas, inusual en español y que comunicaba más fluidez al ritmo y lo asemejaba al efecto que producía el original. En el extenso prólogo que escribió para la edición de las tres tragedias, no sólo hace un minucioso estudio del teatro de Racine sino que también plantea una breve teoría de la traducción en verso. El análisis se centra sobre todo en Fedra, cuya complejidad métrica y la magistral disposición de los versos forman una estructura matemática que Ortega define como «armonía pitagórica». Expone un erudito análisis de las complejidades métricas que en cada lengua se plantean y la difícil, casi artesanal, tarea de transformar el hallazgo original y acoplar el sentido a nuestra propia tradición teatral y poética. Para él la traducción no debe aspirar a producir efectos equivalentes a los que produciría el original de modo que se crean, así, objetos de precisión, sino conseguir «un objeto independiente que se afirme solo y que parezca tener su fin en sí mismo hasta el punto de que nada visible desvirtúe su exterior espontaneidad y su perfecta armonía». Defiende la libertad del traductor a la hora de manipular los textos y hacer de ellos «auténticos injertos».
Bibliografía
José Francisco Ruiz Casanova, «Voces de la razón muda. Dos traductores en el exilio: Agustí Bartra y Juan Ortega Costa», Vasos Comunicantes 27 (2003), 51–59.
M.ª del Carmen Ruiz de Apodaca