La interpretación en los siglos XX y XXI
Jesús Baigorri Jalón (Universidad de Salamanca)
Introducción
Suele convenirse en que el aldabonazo de la pérdida de las colonias en 1898 significó en la historia de España el fin de una época y el comienzo de otra, inicialmente más sombría. Cabe decir que la liquidación del Imperio se produjo en una conferencia de paz que tuvo lugar en aquel año de 1898 en París entre los plenipotenciarios de un país cuyo itinerario colonial estaba echando a andar entonces, los Estados Unidos, y otro, España, que estaba perdiendo lo poco que le quedaba de la época en la que el sol no se ponía en sus confines. Los representantes españoles en aquella conferencia pensaban que las deliberaciones tendrían lugar en francés, el idioma convencional de la diplomacia, pero los estadounidenses vinieron acompañados de su intérprete, Arthur Ferguson, para que las conversaciones se produjeran en los idiomas respectivos. Se podría, pues, afirmar que la pérdida del Imperio se produjo con la mediación del intérprete del enemigo y sin intérpretes propios (Bowen 1994). No deja de ser paradójico que el país que había forjado durante siglos un engranaje de intérpretes diplomáticos, la Oficina de Lenguas, establecida en tiempos de Carlos V (Cáceres Würsig 2004) y también de intérpretes en las Audiencias coloniales, con una legislación laboral y ética muy desarrollada (Ayala 1946), se viera ahora en esa situación de inferioridad lingüística, por no haberse hecho acompañar la delegación de plenipotenciarios de alguien que dominara el inglés. Sea como fuere, la negociación con los estadounidenses significó la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, si bien España conservaba territorios en África: el Protectorado de Marruecos y Guinea Ecuatorial, donde el empleo de intérpretes resultaba necesario.
Hay una amplia investigación desarrollada sobre la historia de los intérpretes jurados (Peñarroja Fa 2000 y 2009), de los intérpretes y traductores en el Protectorado español de Marruecos (Zarrouk 2009, Arias & Feria 2013) y de un tipo de intérpretes que se suele pasar por alto, el de los corredores intérpretes de buques (Santoyo 2008, Pozo 2010). A esos trabajos remito a quien desee información sobre esas tipologías. En cambio, quiero incorporar algunas referencias que pueden servir para ilustrar, aunque sea de forma poco convencional, el variado panorama de la interpretación y de los intérpretes en la España del primer tercio del siglo XX, la protohistoria de nuestra profesión. Para ello me referiré a casos menos habituales en la bibliografía: los guías intérpretes relacionados sobre todo con el turismo, el caso de Guinea Ecuatorial, el uniforme de los intérpretes diplomáticos, una breve referencia al artículo pionero de un español, Jesús Sanz, que investigó sobre las aptitudes de los intérpretes de conferencias en la Ginebra de fines de los años 1920. Después continuaré con algunas observaciones sobre la interpretación y los intérpretes en la Guerra Civil española (1936–1939), con algunas referencias también a la postguerra. A continuación, me centraré en el período de la historia más contemporánea, un tema más estudiado, con hincapié en algunos aspectos que podríamos considerar como de sociología histórica: las asociaciones de intérpretes y las Escuelas y Facultades de traducción e interpretación. Entremezcladas en el texto propiamente histórico habrá algunas referencias a la presencia de los intérpretes en la literatura y en el cine de ficción relacionado con las etapas históricas tratadas.
Guías intérpretes en Toledo (1902)
La legislación que regula a escala nacional el régimen de los guías intérpretes de turismo se remonta a la Real Orden Circular de 17 de marzo de 1909 (San Román 2018: 122), pero existe una legislación local pionera que data de 1902 dictada por el Gobernador Civil de Toledo para las visitas a esa ciudad. No sorprende que la norma que regula la actividad de los guías intérpretes se dicte en una ciudad como Toledo, que representa un ejemplo canónico de la convivencia multicultural, que fue lugar de traducción bajo patrocinio de la Iglesia y de la Corona (Foz 1998) y que, desde que comenzó el turismo cultural y luego el de masas se convirtió en un destino preferente para propios y extraños gracias al inmenso patrimonio artístico e histórico que atesora.
Aun contando con esos precedentes tan tempranos, la regulación de la profesión de «Guía de Turismo» se determina de forma más precisa en el artículo 2 del Real Decreto de 25 de abril de 1928, por el que se creaba el Patronato Nacional de Turismo (Melgosa 2004). Aquella norma también subdividía la profesión de guía–intérprete según el ámbito territorial (local, insular, provincial, regional y nacional) y según los conocimientos lingüísticos (número de idiomas y cuáles), además de regular las condiciones de trabajo y remuneración, es decir, su código deontológico. Desde la perspectiva actual de la profesión de intérprete –asimilada ante todo a intérprete de conferencias– puede parecer insignificante traer a colación este tema. Para empezar, la función de los intérpretes que actuaban en hoteles, monumentos, etc. está plenamente justificada con el desarrollo creciente del turismo a partir de la segunda mitad del siglo XIX. La figura de ese tipo de intérprete, entre guía y lo que hoy se ha llamado fixer, está representada en la literatura en el cuento de Conan Doyle, «The Greek Interpreter» (1893), en el que usa la metáfora de la poliglotía atribuida a los habitantes de los Balcanes como encrucijada de lenguas y culturas. Pues bien, el aumento del número de turistas creó una demanda cada vez mayor de personas que pudieran acogerlos en las recepciones de los hoteles y en las visitas guiadas a los monumentos singulares de los lugares de atracción de visitantes, que a veces conllevaban otras tareas informativas sobre alojamientos, lugares para comer, etc. Esa demanda trajo consigo, entre otras cosas, una proclividad al intrusismo de personas que buscaban del turista algo más que la justa remuneración por un trabajo técnicamente correcto en lo que respecta a la información y a los idiomas. Algún ejemplo se encuentra en documentación de archivo, como el de personas acreditadas que presentan una queja ante el gobernador civil de Sevilla por el intrusismo de «golfos» que despluman a turistas franceses (en el año 1933).
Por otra parte, la aparente separación de funciones entre guías–intérpretes y otros intérpretes se diluye cuando las necesidades lingüísticas son más perentorias. Así, en la Guerra Civil española, algunos de los que estaban asociados a los gremios de intérpretes de hostelería y turismo acabaron siendo reclutados, literalmente, para realizar funciones lingüísticas en entornos bélicos. Huelga decir que la condición de España como país de destino preferente de turismo extranjero de toda laya ha hecho que la presencia de guías–intérpretes, acreditados o no, y de personas que conocen idiomas con más o menos pericia, haya seguido siendo más de un siglo después de la noticia de Toledo un rasgo característico de muchas zonas españolas, incluidos no–lugares, según los llama Augé (1992), tales como aeropuertos, estaciones, recepciones de hoteles, etc.
Intérpretes en Guinea Ecuatorial en 1905: notas sobre la pervivencia de la historia
Conviene subrayar que la colonización de Guinea fue tardía, comparada con la de los territorios ultramarinos en épocas pasadas. Aunque España recibió de Portugal esos territorios en aquella zona del África occidental por el Tratado de San Ildefonso en 1777, a cambio del reconocimiento de la soberanía portuguesa de vastos territorios en el sur de Brasil, no empezó a colonizarlos, y aun así de forma muy somera hasta mediados del siglo XIX. El enfoque seguido por la Corona española no significó demasiados cambios respecto a lo aplicado en otras regiones del mundo en lo que a los mecanismos de colonización respecta. Así, se aborda el contacto basándose no solo en la asimetría entre culturas, sino en la clara superioridad de la cultura e instituciones españolas sobre los nativos del lugar, se procuran intérpretes –en qué medida pueden o no considerarse como cómplices del fenómeno colonizador es un asunto debatido en Lawrance, Osborn & Roberts (2006)– y se tiende a considerar que todos los habitantes de la zona son de la misma etnia y de la misma lengua. En fin, se aplican moldes del pasado como si no hubieran existido en la memoria institucional de los gobiernos de España ejemplos de episodios muy anteriores en los que esas condiciones no se cumplían.
La expedición hacia el interior del distrito de Bata que se narra en una parte de un libro de Luis Ramos Izquierdo (1912) tuvo lugar en 1905, en fechas paralelas a los viajes realizados por el explorador, cartógrafo y naturalista ruso Vladímir Arséniev entre 1902 y 1907 al extremo oriental de Rusia. Esas expediciones rusas se hicieron famosas por el libro que escribió el propio Arséniev, pero sobre todo porque esa obra inspiró al director Akira Kurosawa para su película Dersú Uzalá (1975), cuyo protagonista es el personaje chino de la zona, que hizo de guía y de intérprete, de la lengua y de la naturaleza, para la expedición rusa. Sirva esta digresión como aclaración de que la era de los descubrimientos estaba todavía activa en el siglo XX y que, entonces, como en otras etapas de la historia, la necesidad de intérpretes para poderse comunicar con pueblos más o menos remotos es una constante. También sirve este apunte para recalcar la presencia de simultaneidades semejantes en regiones lejanísimas entre sí, lo que demuestra que la historia tiene muchos relatos paralelos, a veces –pero no siempre– entrelazados en tiempos y espacios diferentes, de modo que no se puede aspirar a una periodización universal ni a una narración unilineal.
Ramos Izquierdo fue subgobernador de Río Muni y consciente de que sin los intérpretes que acompañaban a la expedición esta hubiera resultado inviable: «un intérprete próximo á cada una de las clases blancas que formaban en la columna» (1912: 111). Los cargadores de la expedición eran de una etnia diferente a la de quienes encontrarían conforme se adentraban en el distrito de Bata y sentían miedo de los pamues, los pobladores de esa zona. Los habitantes del primer poblado al que llegaron reaccionaron huyendo hacia el interior del bosque al ver llegar la expedición. El subgobernador se apresuró por medio de los intérpretes a tranquilizarlos y a decirles que no tenían nada que temer, diciéndoles:
que nuestra misión era de paz, y que España poderosa, rica y soberana de estos territorios, ha sido redentora de miles de seres que, morenos como ellos, hoy son cristianos y están civilizados por ella; que ellos son hijos de España, con cuya soberanía tanto han de ganar y que, como tales hijos, deben respetarla y amarla, como asimismo á nuestro Augusto Rey, D. Alfonso XIII, Rey de todos los Reyes de este territorio. Al oír estas palabras los indígenas dan muestra de asentimiento con inflexiones de cabeza y se apresuran á aprobarlas entre todos los demás. (Ramos Izquierdo 1912: 111)
Al llegar al siguiente poblado, Bikuit, en el que acampa la expedición, se iza la bandera con toda solemnidad y el subgobernador se dirige a todos los indígenas (se entiende que mediante intérprete), subrayando las ventajas de someterse a la soberanía española, lo que dio por resultado la concurrencia a aquel pueblo de:
jefes, notables é indígenas pertenecientes á esta tribu de los pueblos próximos, é hicieron todos ellos con su jefe acto de sumisión á España y á la autoridad que la representa, haciéndoles algunos regalos y donativos y entregándoles nombramientos é instrucciones, que les fueron leídas por los intérpretes, banderas y el retrato de nuestro Augusto Monarca, tanto al jefe de la tribu como á los jefes de cada pueblo de la misma. (Ramos Izquierdo 1912: 112)
He querido citar estas referencias a los encuentros para proponer la reflexión que suscitan respecto a cómo se traspasa –en el sentido de la forma que se adopta y también de la dudosa eficacia– el umbral de la comprensión y de la comunicación cuando existe una asimetría cultural abismal entre las dos partes en contacto. Lo que escribe el relator de la expedición se corresponde con su forma de interpretar la primera relación con los miembros de aquellos poblados, que seguramente hablan otra lengua diferente de la de los intérpretes, porque lo que fue Guinea Ecuatorial era un mosaico de idiomas locales al que se añadieron los de los colonizadores de la región. Se nos plantean, pues, las mismas dudas que con los primeros encuentros en el Caribe o en el Yucatán, por mencionar acontecimientos que sucedieron cuatro siglos antes en otra zona del mundo, con lo que se demuestra la continuidad en el tiempo de determinados fenómenos que afectan a la relación entre hablantes de distintos idiomas y pertenecientes a diferentes culturas. Los textos referidos a Guinea son un catálogo de la visión del hombre blanco como civilizador, con todos los ingredientes: la soberanía, la bandera, la Patria, la cristianización, la civilización (que es tanto como la «reducción» que se hacía en las colonias americanas, incluso con nombramientos e instrucciones), la buena voluntad (por ejemplo de pagar los productos, entendemos que en dinero español, que sería totalmente inútil para los que lo recibían; o de proporcionar los servicios médicos a los indígenas enfermos o heridos, como otra muestra del desarrollo frente a la barbarie). Resulta sumamente interesante ver cómo interpreta quien relata los hechos los gestos y lo que ellos significan: la sumisión al monarca al que representan los expedicionarios y la admiración que muestran por la aparatosidad del acto de rendir honores a la bandera.
Aunque desconocemos el origen de aquellos intérpretes, lo importante aquí es que se consideran piezas necesarias para el esfuerzo «descubridor» y «civilizador», porque se presupone que ellos ya han pasado por una fase de formación lingüístico–cultural en su aprendizaje del castellano. Como ejemplo de continuidad de las costumbres arraigadas en la historia, conviene señalar que en una expedición enviada por Isabel II a Guinea en 1857, la propia reina «comunicó además su deseo de que fueran enviados cada año a la península algunos niños de aquellas posesiones para que se educaran en la Obra Pía del Real Sitio de Aranjuez, a fin de disponer de personas que, al mismo tiempo que de intérpretes, pudieran servir para difundir entre sus pueblos el conocimiento del idioma y costumbres españolas, facilitando las transacciones a los buques y establecimientos de nuestra nación que allí se fundaran (AGA. A–G. C 687. E 2. Sobre dar educación en la Península a cuatro negros jóvenes procedentes de dicha Isla)» (Vilaró i Güell 2012: 108). Que se cumplieran o no aquellas instrucciones no excluye el hecho de que tanto los jesuitas primero (1848–1872) como los claretianos después (desde 1883) desempeñaran en Guinea una labor constante de enseñanza y «españolización» en aquellas regiones africanas (Ndongo–Bidyogo 2001: 525), de modo que quienes hicieron de intérpretes en la expedición de 1905 procederían sin duda de la cantera de personas locales españolizadas.
La novela de Luz Gabás Palmeras en la nieve (2012) y la película de igual título dirigida por Fernando González–Molina (2015), aunque se refieren a etapas posteriores pueden servir para recordar el plurilingüismo y el encuentro entre culturas de aquella experiencia colonial española, que concluyó con la independencia de Guinea Ecuatorial en 1968.
El uniforme de los intérpretes diplomáticos (1909)
Por la Real Orden del 6 de agosto de 1909 se fijó el uniforme que debían llevar los intérpretes:
Los individuos de las carreras de la Interpretación de Lenguas del Ministerio de Estado y de Intérpretes en el extranjero, usarán en los actos oficiales y en todos los demás que así lo requieran, un uniforme consistente en casaca y pantalón de paño azul, de forma igual a la adoptada para las carreras Diplomática y Consular. La casaca llevará serreta de oro en todo el borde, excepto para los Aspirantes y jóvenes de Lenguas: cuello de paño igual al de la casaca y bocamangas encarnadas con bordados de palma de oro, según modelo adjunto; carteras sin bordado y con serreta al borde, excepto para las dos categorías antedichas, y escusón de palma de oro, según se indica en el modelo. El pantalón llevará galón de oro con flores de lis. El sombrero y la espada, así como los botones, serán los de reglamento para las carreras Diplomática y Consular.
Los referidos funcionarios podrán usar también, cuando las circunstancias lo aconsejen, un uniforme de campaña, consistente en guerrera con un bordado de palmas de oro en el cuello, según modelo, y botones dorados: el pantalón será de tela igual al de la guerrera, y llevará vivos encarnados. Con este uniforme se usará gorra con bordado de palmas de oro, igual al del cuello, y Corona Real. (Gaceta de Madrid de 8 de agosto de 1909, número 220, pp. 315–316)
Puede parecer, a primera vista, que un documento de contenido normativo como este no encaja como fuente histórica de la interpretación. Sin embargo, creo que puede invitar aquí a la reflexión sobre qué significa un uniforme y sobre todo un uniforme asociado con un empleo, el de intérprete diplomático. Un uniforme sirve para distinguir, en dos de los sentidos que tiene dicho verbo en el Diccionario de la RAE, a saber, diferenciar algo mediante alguna señal o divisa, pero también otorgar a alguien alguna dignidad. La dotación a los intérpretes diplomáticos de un uniforme de protocolo sirve, por un lado, para diferenciarlos del personal propiamente diplomático de la embajada en cuestión, pero también para darles una apariencia externa que ante terceros los haría asimilables a los miembros de la representación diplomática para la que trabajaban. Ese uniforme, vestido en una legación diplomática lejana –incluso en sentido figurado– suponía la imagen de la soberanía del Estado ante personas representantes de otra nación. El uniforme sirve para señalar la función –negociar oralmente y por escrito– y también para marcar la frontera: lo que hay debajo del uniforme pertenece a un Estado y lo que queda fuera es el Estado interlocutor. Por tanto, tal vez se pudiera ver en ese uniforme, solo descrito y no reproducido en imagen, una frontera excluyente, separadora, en lo político pero porosa en lo lingüístico, porque precisamente será el intérprete el único que, al entender los idiomas, estará capacitado para hacer permeable el contacto, para fomentar el entendimiento y quién sabe si la confraternización, es decir, para facilitar la mezcla (Onghena 2014).
El uniforme tan florido que describe la Gaceta de Madrid de 1909 no fue el único elemento distintivo que llevaron los intérpretes en fechas cercanas. Es bien conocida la divisa de la esfinge, por la que optó el ejército napoleónico para sus intérpretes, simbolizando el silencio pétreo y atemporal de la Esfinge egipcia, que conocieron en su expedición a tierras del Nilo y de Siria entre 1798 y 1801. Ese silencio parece contradecir la función vocal del intérprete, pero en realidad significaba el mutismo –el secreto– que se imponía después del acto de interpretar. La esfinge la llevaban los intérpretes militares franceses en la I Guerra Mundial en la solapa y en los botones de la guerrera. Durante la Guerra Civil española, algunos intérpretes, no todos, llevaban un brazalete que decía «intérprete» (en uno u otro idioma), o, en algunos casos, como los de la Legión Cóndor, un distintivo romboidal que portaban cosido en el bolsillo izquierdo de la camisa o de la guerrera o en la parte frontal del gorro cuartelero.
Einstein en la Residencia de Estudiantes (1923)
Albert Einstein visitó Barcelona, Madrid y Zaragoza en febrero y marzo de 1923, invitado por distintos científicos e instituciones como el Institut d’Estudis Catalans y la Junta para la Ampliación de Estudios. Durante su estancia impartió varias conferencias y participó en actos sociales de diverso tipo, incluidas visitas turísticas. Su presencia tuvo un eco espectacular para la época entre la prensa española, demostrando la preparación científica de la que dieron muestra los periodistas que cubrieron los eventos (Elías 2007: 903). Lo que nos interesa desde la perspectiva de la historia de la interpretación es cómo pronunció las conferencias, de cuyo desarrollo nos han quedado diversas referencias. Según Elías (2007: 903):
Einstein dictó sus conferencias en francés y no existía la traducción simultánea. Así que los periodistas de la época escuchaban en francés y en lenguaje matemático y, después, escribían. Tampoco existían gabinetes y comunicados de prensa para facilitar la labor de los redactores. Sin embargo, el resultado de la cobertura de la visita de Einstein fue espectacular.
En la fase preparatoria de la visita de Einstein a España, uno de sus interlocutores fue el matemático Julio Rey Pastor, al que Einstein le manifestó su preocupación por el idioma que tendría que utilizar, habida cuenta de su desconocimiento del español y de su francés deficiente, algo que venía de antes: según Romain Rolland, en 1915 Einstein hablaba francés con dificultad y lo mezclaba con palabras alemanas. Hacia 1923 su francés había mejorado hasta el punto de que parecía fluido, al menos para el observador casual: «El francés de Einstein es claro y preciso, aunque con una cierta rudeza germánica en la pronunciación», aunque el propio físico alemán diría dos años más tarde en su diario de viaje a la Argentina que hablaba como «un francés tartamudo» (Glick 2005: 289). La cuestión de los idiomas, por tanto, estuvo muy presente en las gestiones de Einstein con Rey Pastor para venir a España:
Aceptaré su invitación con la condición de que limite mis conferencias al área de la ciencia y de que me pueda valer de dibujos y fórmulas matemáticas. Dada mi total incapacidad para hablar español y mi deficiente conocimiento del francés, sería incapaz de presentar mis conferencias si sólo tuviera que valerme de palabras. El alemán es el único idioma en el que puedo hablar inteligiblemente acerca de mi teoría. Le comunico que espero con placer verlo a usted de nuevo y conocer por mí mismo su hermoso país. (Carta de Einstein a Rey Pastor. Berlín, 3 de junio de 1920, citada por Turrión Berges 2005: 42)
Es interesante destacar su búsqueda de apoyo en el uso de dos idiomas universales: los dibujos y las matemáticas, si bien las únicas opciones que deja Einstein para hilar su mensaje son en un francés que él considera deficiente o en alemán, que era su idioma natural. Soler Ferrán transcribe las palabras de Julio Palacios, matemático español de prestigio en aquella época, contando la experiencia de la charla de Einstein en la Residencia de Estudiantes, dictada en alemán y traducida oralmente por Ortega y Gasset:
Lo ocurrido en la conferencia de divulgación dada por Einstein en la Residencia de Estudiantes es ya otro cantar. Al público apasionaba el aspecto metafísico de la teoría, lo que Einstein afirmaba acerca del tiempo y del espacio, cuestiones que provocaron división de físicos y filósofos en relativistas y anti–relativistas. […] Además, Einstein hablaba en alemán y a todo señor todo honor, Ortega, que manejaba este idioma tan bien como el nuestro, servía de traductor en la conferencia. Y sucedió lo que era de prever por cualquiera que conociese a nuestro gran pensador y compatriota. Ortega se encontró ante un dilema: o traducía fielmente lo que decía Einstein, con la seguridad de que nadie lo entendería, o sacrificaría la fidelidad a la claridad. Y todos sabemos que Ortega no podía dejar de ser claro por nada del mundo, y así sucedió que actuó a manera de filtro que da siempre agua cristalina. Esto ocasionó una amena discusión entre el conferenciante y el traductor, que puso de manifiesto que Ortega se negaba a entender lo que no podía entenderse. (J. Palacios cit. por Soler Ferrán 2008: 358)
Esta referencia directa de alguien que estuvo presente en la reunión sirve para aclarar, aparte del interés suscitado por el conferenciante, el hecho de que Einstein no siempre intervino en francés, sino también en alemán, así como la forma en que entendía la interpretación Ortega y Gasset, excelente conocedor de los dos idiomas, pero escorado quizá por su formación hacia un enfoque más bien metafísico que matemático y físico de los conceptos de espacio y tiempo. La labor traductora de Ortega y Gasset –Azcárraga (2005: 1) y Soler Ferrán (2008: 57) la definen como «traducción simultánea», pero evidentemente debió de ser consecutiva, quizá de fragmentos cortos y muy probablemente sin toma de notas– no se debió de limitar, por tanto, a ser conducto neutral sino más bien filtro sesgado de la información. Unos años después, en plena Guerra Civil española, Ortega y Gasset escribió desde París una serie de cinco artículos para La Nación de Buenos Aires, titulados «Miseria y esplendor de la traducción», donde dice entre otras cosas que «no cabe faena más humilde» que traducir y que, «[s]in embargo, resulta ser exorbitante», lo que en el fondo lleva a la disyuntiva entre la traducibilidad o la intraducibilidad de los idiomas (véase, por ejemplo, Santoyo 1999, para una crítica desde la Traductología del ensayo de Ortega).
Conviene aquí subrayar el carácter cosmopolita de la Residencia de Estudiantes, cuyas actividades a lo largo de aquellos años del primer tercio del siglo XX la convirtieron en «coro de Babel», como la ha llamado Ribagorda (2011), autor de una tesis doctoral (2010) sobre la vida cultural de la Residencia entre 1910 y 1939, una etapa en la que la ciencia y la cultura en España estaban pasando por una Edad de Plata (Romero López 2016 proporciona una interesante prosopografía de traductoras de esa época). En ese orden de cosas, y en lo que se refiere al conocimiento de idiomas por los profesores españoles de la época, procede señalar las palabras del decano de la Facultad de Medicina de Madrid, Sebastián Recasens en 1920:
Uno de los orgullos de la Facultad es que sus profesores, en su inmensa mayoría, son políglotas. Hablan el alemán y lo traducen bien Cajal, Gustavo Pittaluga, Teófilo Hernando, Bernardino Landete, León Cardenal, Recasens, Manuel Márquez, Antonio Simonena, Manuel Valera, Florestán Aguilar y algunos otros. En el claustro de 23 profesores, 10 por lo menos saben el francés y el alemán; ocho traducen el inglés; algunos hablan seis lenguas. No sé si hay alguno que no sepa francés. El señor Leonardo de la Peña habla el francés como un propio parisiense. Amalio Gimeno habla el francés y el inglés correctamente; dudo que haya solo catedrático que no se sepa traducir francés. (Recasens, 1920, citado por Glick 2005: 37)
Juan Negrín, uno de los científicos españoles pioneros en la investigación fisiológica, formado en Alemania antes de la I Guerra Mundial, instaló en la Residencia de Estudiantes su Laboratorio de Fisiología, que fue una auténtica escuela de futuros investigadores y docentes de la disciplina, desmontando la idea de que en España no hubo iniciativas serias de investigación en el campo de la ciencia en tiempos relativamente tan tempranos. Negrín tendría responsabilidades de ministro y de presidente del Gobierno de la II República durante la Guerra Civil, en la que, como europeo y políglota (Moradiellos 2006), mostró un enfoque continental del conflicto, barruntando la Guerra Mundial, que comenzaría unos meses después de la victoria de Franco. Así pues, aunque muy a menudo se identifica a la Residencia de Estudiantes solo con Lorca, Dalí y Buñuel, también la ciencia tuvo un lugar importante en ella, acogiendo visitas de científicos de talla mundial como el propio Einstein o Marie Curie.
El artículo de Jesús Sanz (1930) sobre los intérpretes de conferencias
Hace casi un cuarto de siglo descubrí por casualidad el artículo que publicó en 1930 Jesús Sanz, profesor en la Escuela Normal de Lérida, sobre los intérpretes de conferencias en las instituciones establecidas en Ginebra después de la I Guerra Mundial, a saber, la Sociedad de Naciones y la Organización Internacional del Trabajo. Me sorprendió que hubiera pasado inadvertido a lo largo de tantos años y por eso lo traje a colación en mi libro sobre el nacimiento de la profesión de intérprete de conferencias (Baigorri Jalón 2000). Visto después en perspectiva le concedo aún más valor por el carácter pionero que tuvo en la investigación sobre una profesión que estaba naciendo mientras él mismo realizaba la investigación. Sanz orientó su trabajo de campo a cuestiones psicológicas, como son las aptitudes y los modos de ejercer el trabajo de aquellos primeros intérpretes de las instituciones ginebrinas, algunos de ellos funcionarios y otros contratados de manera temporal para determinadas reuniones. Publicó su trabajo en un francés que hubiera requerido revisión, pero el artículo demuestra su manejo de la lengua francesa para poder realizar las entrevistas que le sirvieron de base sobre la que cimentar sus hallazgos.
No voy a reproducir aquí ni siquiera un resumen de lo que averiguó Sanz en aquel artículo, porque quien tenga interés por ver cómo se ha analizado, puede encontrar mis observaciones en el libro que publiqué en 2000 y también, de una forma desarrollada, en el trabajo de Pöchhacker (2015) que sintió curiosidad por rastrear la interesante vida de Sanz, apoyándose, entre otros, en mi propio trabajo y en los de Soler Mata (ver el de 2009).
El artículo pionero de Sanz suscita algunas conclusiones de interés. En primer lugar, no fueron los intérpretes quienes lideraron la investigación sobre ellos mismos, algo que sostengo en la obra Routledge Encylopedia of Interpreting Studies (Baigorri Jalón 2015: 184), sino que fueron investigadores de otros ámbitos (desde la arqueología y la antropología hasta la teología) quienes primero sintieron curiosidad intelectual por los intérpretes, a veces pertenecientes a épocas anteriores a las de las investigaciones. Por lo tanto, la protohistoriografía de la interpretación se la debemos en parte a un profesor español. En segundo lugar, el artículo de Sanz significó un primer paso en el descubrimiento no ya de la interpretación en general sino de la interpretación de conferencias en particular y de algunos de sus rasgos profesionales, precisamente en una época en la que la profesión no estaba todavía definida, sino en fase de definición, gracias en buena medida a la actividad desempeñada por varios informantes directos de Sanz. En ese sentido, se trata de una propuesta innovadora en el plano metodológico y en cuanto al tema de estudio elegido, que adelanta observaciones que tardarían mucho tiempo en volver a formularse en los estudios de interpretación. Esto nos lleva a un tercer aspecto: la ruptura que hubo en la investigación en interpretación de conferencias entre el primer tercio del siglo XX y los años posteriores a la II Guerra Mundial, sobre todo después del auge de las Escuelas de Interpretación, en las cuales sus investigadores desconocieron por completo el trabajo realizado por Sanz, al menos, que yo sepa, hasta que lo encontré allá por 1997. Por estas razones, considero que merece un reconocimiento en la historiografía internacional sobre la interpretación, en particular de conferencias, y también en la española.
Comentarios marginales a los intérpretes en la Guerra Civil española y en la postguerra
La interpretación durante la Guerra Civil española ha estado ausente de la historiografía convencional sobre ese tema hasta fechas recientes, a pesar del volumen ingente de obras publicada sobre aquel acontecimiento, solo igualado o superado por el dedicado a la Revolución francesa de 1789 y a la II Guerra Mundial. Sin embargo, en la última década la interpretación ha suscitado un interés considerable entre investigadores de dentro y de fuera, como era lógico esperar, habida cuenta de la naturaleza internacional que tuvo aquel conflicto, heraldo del que estallaría unos meses después de su final con la invasión de Polonia por Hitler. El creciente número de trabajos sobre la interpretación y los intérpretes en la Guerra Civil dimana de la reciente incorporación a los estudios de interpretación de la investigación histórica y en las situaciones de conflicto, cuya confluencia, unida a otros «giros» en el paradigma, permite aprovechar venas poco exploradas hasta los últimos tiempos (véanse, por ejemplo, Rodríguez Espinosa 2003, 2016, 2018 y 2019; Baigorri Jalón 2011, 2012, 2019a y 2019b; Wolf 2017 y 2019; Orlova 2019a y 2019b; Kölbl et al. 2020).
Rusos y brigadistas han sido los que han concitado más atención, a lo que ha contribuido la publicación escalonada en el tiempo de un cierto número de memorias escritas por las propias personas que actuaron como intérpretes. Ahora bien, no hay que pasar por alto que la que se podría llamar «zona de la interpretación» se extendió por ambos bandos, no solo por el leal a la República, y no se agotó con el final oficial de la guerra el día 1 de abril de 1939. En España quedaron prisioneros extranjeros en campos de concentración y fuera de España fueron detenidos, primero en los campos franceses cercanos a la frontera y luego también en campos de concentración nazis, buen número de combatientes de la Guerra Civil, españoles y de otras nacionalidades. Algunos de los niños emigrados durante la guerra, sobre todo a la Unión Soviética, desempeñarían labores de intérpretes de ruso y español en la Cuba de después de la revolución de Fidel Castro (1959) y también en las Naciones Unidas.
El período inmediatamente posterior a la Guerra Civil española corresponde en Europa y en otros lugares del mundo con la II Guerra Mundial, en la que España permaneció como país neutral solo de forma nominal. Más de cuarenta mil soldados españoles, integrantes de la llamada División Azul, combatieron al lado de la Wehrmacht alemana en su campaña contra el comunismo en el este de Europa y en particular en la URSS. El enlace entre las tropas españolas y las alemanas solo se podía hacer mediante intérpretes que conocieran el español y el alemán, insertados en el Estado Mayor a diversas escalas. Además, el contacto bélico con las tropas soviéticas requirió de la presencia de intérpretes conocedores del ruso.
Para darle a esta entrada un toque interdisciplinar, me atrevo a recomendar a los lectores la película La niña de tus ojos de Fernando Trueba (1998), sobre la que puede leerse un trabajo reciente (Mascuñán 2019). La labor del actor Miroslav Táborský, que representa el papel del intérprete Václav Passer, pone de manifiesto las variadas funciones que pudo estar llamado a representar un intérprete real en un entorno como el de los estudios UFA, ayudando a entenderse a una troupe de actores españoles, encantados de ir a la meca del cine nazi y de librarse de paso, al menos durante un tiempo, de la guerra en España.
Visión telescópica de las últimas siete décadas
Remito a lo expuesto en el Diccionario histórico de la traducción en España (Baigorri 2009), donde me refiero a este período. Aquí añadiré algunas observaciones que derivan de lecturas, pero también de experiencia directa como intérprete y como profesor de interpretación.
El final de la II Guerra Mundial supuso en los países europeos el comienzo de una etapa de eclosión de la demanda de interpretación de conferencias, en un entorno de internacionalismo, marcado, por ejemplo, por la creación de las Naciones Unidas en 1945, continuación de la Sociedad de Naciones del período de entreguerras, y de la Unión Europea unos años después. España bajo la dictadura de Franco tuvo necesidad de intérpretes oficiales en el entorno de la ya señalada Oficina de Lenguas adscrita al Ministerio de Exteriores. Además, desde finales de los años 1950 y comienzos de los 1960 se produjeron fenómenos demográficos y sociológicos de consecuencias diferentes y a veces aplazadas para el tema que nos ocupa. Hubo dentro de España un gran éxodo rural, desde el campo a las ciudades, generando un vaciamiento de comarcas enteras, de cuyo concepto se está teniendo conciencia en tiempos presentes a raíz de la saturación a veces insoportable de macrociudades que quienes vivimos en directo aquel éxodo rural conocimos con tamaños más adaptados a magnitudes humanas. Además, después del llamado Plan de Estabilización de 1959, se produjo la emigración de numerosos trabajadores españoles sobre todo a Francia, Alemania, Suiza, Bélgica y Reino Unido, algo que supuso, entre otras cosas, un contacto con otras lenguas y culturas. La película Un franco, 14 pesetas (Carlos Iglesias, 2006) refleja la realidad del padre de su director aplicada al caso de Suiza. Cuando aquella generación de jóvenes, principalmente varones pero también mujeres, salió a trabajar tanto a otras regiones de España como al extranjero no podía prever que su descendencia, nacida entre los años 1960 y 1980, y educada en los idiomas y sistemas respectivos de cada región o país, adquiriría nuevas lenguas además de las de sus padres, con lo cual –sin apreciarlo tal vez al principio– uno de los mayores legados que le dejaron a la generación siguiente fue precisamente la posible herramienta de trabajo de los idiomas, que les permitió ejercer como traductores e intérpretes y por tanto ascender socialmente respecto a sus progenitores hasta alturas a veces elevadas.
El fenómeno contrario, el de la inmigración laboral a nuestro país, sobre todo desde los años 1990 hasta el comienzo de la depresión económica iniciada en torno a 2008, trajo consigo unas consecuencias semejantes en lo que se refiere al contacto de idiomas y culturas. Aunque la depresión económica provocó un repliegue de la inmigración, lo cierto es que nos encontramos en estos momentos ante una España con una población multilingüe, educada en los idiomas de nuestro país y en los de sus países de origen, que reúne unas condiciones oportunas para formarse con vistas a desempeñar tareas de traducción e interpretación, a menudo con idiomas no necesariamente cubiertos en las instituciones educativas españolas, pero igualmente necesarios para la relación con la Administración pública. Ahora, igual que en el pasado remoto y en el pasado más cercano y en todos los lugares y entornos, son los niños y los jóvenes los que a menudo ejercen como intérpretes de facto para sus padres o abuelos. El nivel de conocimientos idiomáticos necesarios para una mediación espontánea y, por tanto, no profesional es el suficiente para hacerse entender y superar el umbral de la comunicación. Ello no obsta para que realicen tareas de mayor especialización, como la de mediar en entornos sanitarios, educativos, policiales y judiciales, cuando no existen intérpretes acreditados de los idiomas de que se trate. Es una realidad con la que convivimos, nos guste o no, aunque el ingente volumen de investigación existente y los consejos de los expertos inviten a adoptar otras soluciones.
A lo largo de todo el período que se cubre en este apartado ha sido constante la entrada de visitantes extranjeros, sobre todo ciudadanos de la Unión Europea, una vez que España se incorporó a dicha organización supranacional. No todos vienen a pasar sus vacaciones aquí, sino que también hay algunos centenares de miles que están trabajando en España. Por cierto, una parte importante de los visitantes se han convertido con el tiempo en turistas residentes, quienes no suelen aprender la lengua local. Esas circunstancias generaron y siguen generando una demanda de servicios lingüísticos de mayor o menor calado según la generación a la que pertenezcan, según que sus estancias sean esporádicas o duraderas y, por supuesto, también según las regiones.
Precisamente la entrada de España a lo que hoy es la UE en 1986 trajo consigo un fenómeno de enorme importancia para la historia de la interpretación y no solo en España. Antes de esa fecha se habían creado tres escuelas universitarias de traducción e interpretación (EUTI), con diplomaturas de tres años, en la Universidad Autónoma de Barcelona (1972, aunque no adquiriera el rango de escuela oficial hasta algo más de una década después), en la Universidad de Granada (que empezó en 1979) y en Las Palmas de Gran Canaria (1988). Esta última se estableció poco antes de la avalancha de Facultades, que surgieron a partir de la legislación que creaba el área de Traducción e Interpretación (1990) y luego los propios estudios con rango de Licenciatura (1991). Dicha legislación dio origen inmediato (1992) a la implantación de esos estudios en varias universidades: Las Palmas de Gran Canaria, Autónoma de Barcelona, Málaga, Vigo y Salamanca, y poco después (1993) Granada. No contento el sistema educativo con tener un número considerable de licenciaturas en Traducción e Interpretación, la supuesta demanda social, ligada al nacimiento de numerosas universidades al calor del desarrollo del Estado de las autonomías, provocó una auténtica eclosión de Facultades de Traducción e Interpretación, dotadas a partir de una cantera semejante a la de las primeras y cuyas titulaciones, orientadas de forma exclusiva –al menos en los comienzos– hacia la interpretación de conferencias no capacitaban directamente a sus egresados para ingresar en las instituciones internacionales o supranacionales ni tampoco en el mercado nacional de conferencias.
Aquella eclosión de los programas universitarios en este ámbito respondió a una demanda percibida, que en 1985 fue real, con motivo de la inminente entrada de España en las Comunidades Europeas. Se previó una necesidad considerable de traductores e intérpretes para el momento del ingreso, sin que las autoridades universitarias se percataran suficientemente de dos cuestiones: que la propia Comisión Europea tenía su programa de pasantías para la formación de intérpretes y que, una vez cubierta la demanda inicial de intérpretes de plantilla, esa salida profesional quedaría bloqueada para los siguientes treinta o cuarenta años según la edad (generalmente joven) de las primeras hornadas de intérpretes funcionarios. La apuesta por la creación de un gran número de centros de formación de intérpretes resultó –y sigue resultando– hipertrofiada.
La creación de las Facultades de Traducción e Interpretación (con denominaciones distintas según las universidades, pero cubriendo esa área de especialización) se pudo llevar a la práctica con relativa facilidad a partir del excedente de profesores de las Facultades de Filología o de los estudios de Lingüística en general, que fueron los candidatos iniciales a cubrir los puestos de los distintos idiomas, siempre enfocados a la interpretación de conferencias (los tres típicos fueron el francés, inglés y alemán, además, claro está, del castellano y de las otras lenguas cooficiales) (ver, por ejemplo Mayoral 1992). Para aquellos candidatos a profesores de Traducción e Interpretación la posibilidad de migrar a unas facultades nuevas les resultó atractiva por lo novedoso de la iniciativa y por la falta de competencia, al ser centros de nueva creación, lo que contrastaba con la sobreabundancia de licenciados e incluso doctores en sus ramas correspondientes de Filología o Lingüística, de modo que las perspectivas de carrera académica eran mucho más prometedoras en las facultades nuevas que en las de su procedencia. Ello significó que, en no pocos casos, los llamados a enseñar traducción e interpretación en aquellas facultades recién creadas tenían conocimientos filológicos y cumplían los requisitos académicos solicitados, pero carecían de práctica profesional. Pronto llegarían a las plantillas de profesores los nuevos licenciados de las propias Facultades, algunos con estudios de máster y alguna práctica profesional en España o en el extranjero, hasta que se completaron las plazas disponibles.
De ahí en adelante se recurrió y se sigue recurriendo a profesores asociados, cuyo cumplimiento de la condición de profesionales en ejercicio es más fácil de encontrar en ciudades donde existe un mercado de interpretación de cierta envergadura. Quienes están en el mercado y se ven obligados a acudir a los encargos profesionales fuera de la ciudad en la que se ubica la universidad correspondiente condicionan los horarios de clases a sus encargos, provocando una obligada flexibilidad de los alumnos. Por otro lado, un gran número de los intérpretes profesionales, agrupados en diferentes asociaciones que fueron surgiendo a medida que se desarrollaba el número de ellos en España, no han compatibilizado su tiempo de trabajo entre la profesión de interpretar y la de ejercer la docencia.
La incorporación de estos estudios a los parámetros convencionales del sistema universitario español –y no solo a este– ha creado disfunciones en los profesores y en los estudiantes. En los profesores, porque se han visto abocados a entrar en el engranaje habitual de la Universidad, que exige, por ejemplo, tesis doctorales, publicaciones periódicas de artículos, capítulos y libros, para ir ascendiendo en el escalafón académico. La pertinencia de dichas publicaciones respecto al ejercicio profesional resulta a menudo, cuanto menos, dudosa, sin que redunden en una mejor transmisión de lo que pasa día a día en el mercado, dentro de la cabina de interpretación, etc. Para los alumnos, la homogeneización que trajo consigo el llamado Plan de Bolonia de los trabajos de fin de grado con otras carreras donde pueden tener más pertinencia significa que dedican en el cuatrimestre anterior a su graduación una cantidad de tiempo considerable a elaborar un ensayo de investigación de una serie de créditos que, en el mejor de los casos, sería de utilidad para quienes aspiraran a puestos en la propia universidad (que se han ido saturando a medida que han ido saliendo promociones nuevas de egresados) y que en cambio desvían la atención de lo que debería ser el ámbito de interés para quien desee de verdad ser intérprete. El llamado plan de Bolonia provocó, pues, de rebote la creación de másteres para suplir en parte ese tiempo que se dejó de impartir en los programas de las licenciaturas anteriores (con asignaturas anuales en vez de cuatrimestrales que cubrían buena parte del terreno que ahora se ha de recorrer con el máster).
La multiplicación de programas, enfocados desde el principio –no lo olvidemos– a la interpretación de conferencias significó la salida al mercado de un número considerable de licenciados o graduados en las facultades españolas, algunos de los cuales siguieron carrera académica (doctorado) y se incorporaron enseguida a las plantillas, con grandes posibilidades de ascenso en la carrera universitaria, en general a costa de sacrificar la carrera profesional propiamente dicha. Cuando se redacta este artículo, son cientos los estudiantes que se gradúan cada año en España, que, con unas treinta titulaciones de traducción e interpretación, es probablemente el país con una proporción mayor de Facultades de Traducción e Interpretación del mundo. La República Popular China ha experimentado en los últimos años un aumento exponencial de programas de formación, llegando a unos doscientos cincuenta, pero, considerando el volumen de población de aquel país, España supera casi en cinco veces la proporción de instituciones que hay en China.
La procedencia social del alumnado de interpretación ha ido evolucionando con los años. Hubo un tiempo, al principio, en el que parte de él procedía de los descendientes de aquellos emigrantes de los años 1960, con un buen dominio de una lengua extranjera y también de la lengua de los padres o abuelos, gracias sobre todo a sus estancias en España durante los períodos vacacionales. Hubo una cantera también procedente de los institutos extranjeros en España, británicos, franceses y alemanes, que proporcionaban así la formación en las lenguas más comúnmente ofrecidas en las facultades españolas. Sin embargo, la inmensa mayoría del alumnado estaba y está constituida por alumnos procedentes en la educación secundaria reglada, con el refuerzo procedente de los cursos en las escuelas oficiales de idiomas, de salidas al extranjero durante las vacaciones a veces desde edades tempranas, a lo que se añadió desde el principio de estos estudios la oportunidad ofrecida por el programa Erasmus, que a menudo servía para que los alumnos adquirieran o reforzaran su llamada lengua C.
Las décadas de los años 1990 y primera de los 2000 no solo vieron crecer el número de centros que imparten Traducción e Interpretación, sino que fueron también los años dorados de la construcción y el desarrollo de las comunidades autónomas y de los ayuntamientos emprendedores. Así, a cada ciudad española de cierto porte le correspondió su palacio de congresos, alguno de ellos con instalaciones de interpretación simultánea. El uso de esos edificios o complejos, algunos de ellos auténticamente faraónicos, ha resultado a la larga tan esporádico como el de las plazas de toros de antaño y en general para actividades nada afines con la interpretación de conferencias. Hay, lógicamente, excepciones en aquellos casos en los que la economía de escala los hacía realmente necesarios para congresos y conferencias multilingües. También fueron los años de la llegada de inmigrantes extranjeros, como ya se ha dicho, muchos de los cuales necesitaban traducción e interpretación desde y hacia sus idiomas en sus relaciones con la Administración y también con las empresas privadas.
Esa demanda de interpretación social, comunitaria, de servicios públicos o de tantas otras designaciones que pudo tener provocó que las universidades empezaran a incluir en sus planes de estudio asignaturas relacionadas, si bien en su mayoría sin añadir otras combinaciones lingüísticas distintas de las de conferencias (véase, por ejemplo, la evolución histórica entre Valero Garcés & Raga Gimeno 2006 y Foulquié–Rubio, Vargas–Urpi & Fernández Pérez 2018). Esa fue una manera de abrir otras oportunidades laborales, aunque en ese caso la competencia procedía bien de las ofertas de voluntariado –que en algunos casos se habían manifestado también en el ámbito de la interpretación de conferencias– o bien de la incorporación espontánea de hablantes de los idiomas requeridos, aunque carecieran de preparación profesional y de acreditación. Ni siquiera la trasposición, tardía, de la directiva 64/2010 de la UE y de otras directivas complementarias ha servido hasta ahora para resolver la situación en la Administración. Se ha recurrido a subcontratas a empresas, cuyo lógico ánimo de lucro hace que las condiciones de trabajo de los intérpretes resulten a menudo muy poco atractivas.
Hay una característica sociológica que cabe destacar en la evolución del alumnado y por tanto de los egresados de las facultades de Traducción e Interpretación en España, a saber, la feminización progresiva de la profesión. A título indicativo, la división por sexos contabilizada en las estadísticas de algunas asociaciones de intérpretes arroja resultados concluyentes: AICE (octubre 2019), 65 mujeres y 24 varones (73% y 27%); AIIC–España (octubre 2019) 69 mujeres y 18 varones (80% y 20%); APTIJ (marzo 2020), 108 socios, de los cuales 87 mujeres (80,55%) y 21 varones (19,44%).
Una de las consecuencias del crecimiento en el número de programas de interpretación en España es la representación cada vez mayor de intérpretes españoles en las instituciones internacionales, concretamente en las Naciones Unidas, que están abiertas a cualquier nacionalidad. Esta realidad puede contradecir la idea expresada más arriba sobre la falta de expectativas por la saturación de puestos, pero en realidad el volumen de plazas es tan pequeño que absorbe un porcentaje mínimo de los egresados. La presencia dominante del español de España en las cabinas de la ONU ha traído consigo incluso una serie de quejas de delegados de América Latina, que reclaman que se escuche más a menudo a través de los cascos otra variedad del español distinta de la que procede de Iberia. En la institución supranacional por antonomasia, la Unión Europea, la presencia de intérpretes procedentes de España es, como lo fue siempre, abrumadora, entre otras razones por estar asociada la presencia de la lengua con la entrada de España en la Unión Europea.
La organización territorial de España en los años posteriores a la aprobación de la Constitución de 1978 y de los diferentes estatutos de autonomía ha promovido una fuente de puestos de trabajo para los intérpretes, a saber, los parlamentos regionales bilingües, en los cuales las sesiones se desarrollan en los dos idiomas por motivos estatutarios. La condición de oficiales de las lenguas de distintas regiones españolas ha traído consigo un refuerzo considerable del uso de los idiomas hablados en ellas con el consiguiente impulso literario y artístico, además de una presencia conspicua de los mismos en todos los niveles de la Administración territorial correspondiente. Ese fortalecimiento de los idiomas autóctonos ha garantizado que cada cual pueda expresarse en uno u otro de los idiomas oficiales, lo que sin duda produce un efecto democratizador y, de paso, un aumento de la demanda de traductores e intérpretes en todas las instituciones oficiales.
Por último, una breve nota sobre la investigación en historia de la interpretación surgida de las Facultades españolas desde su creación. Icíar Alonso Araguás (2005) dedicó su investigación a los intérpretes de los primeros viajes de descubrimiento y exploración españoles en las Antillas. Marta García Gato (2016) dedicó su tesis a los orígenes de la interpretación en la Comunidad Económica del Carbón y del Acero; Angélica Pajarín (2017a, 2017b, 2018) realizó la suya sobre la sociogénesis de la cabina española de interpretación en la Unión Europea, y el mismo año María Gómez Amich defendió la suya sobre los intérpretes al servicio de la misión española en Afganistán.
Sería temerario atribuirle a la historia capacidades predictivas, como si fuera una de las ciencias llamadas «exactas». La historia interpreta la realidad, a partir de documentos, pero siempre con la imaginación narrativa del historiador que reconstruye el relato. Cuando esa realidad se llama interpretación el historiador se encuentra con un tema que no baraja objetos medibles con escuadra y cartabón sino ideas y palabras, que pueden significar muchas cosas a la vez según quién y cómo las pronuncie o escuche. Por lo tanto, lo que se puede prever para el futuro aplicando la plantilla de historiador es que las palancas que hacen mover la historia, claramente impredecibles, vendrán para nuestro entorno de dos tipos de cambios: los tecnológicos y los del mercado de la interpretación. Ambos tipos de cambios dependen de una serie compleja de factores y, desde luego, repercutirán en las condiciones de formación, por un lado, y de trabajo, por otro, de los intérpretes. Es plausible pensar que la multiplicidad de idiomas seguirá siendo una característica de España, tanto por los que hablan los autóctonos como los que aportan los que llegan y se quedan aquí. Las necesidades de interpretación serán, como ahora, diferentes, según que se trate de la comunicación «parlamentaria», por usar la terminología del pionero Sanz, tanto en España como en los centros e instituciones fuera de ella donde se utilice el español como lengua oficial, o la de servicios públicos de todo tipo. Esa demanda influirá en el elenco de lenguas empleadas. Es posible que la lengua hipercentral, el inglés, que previsiblemente continuará siéndolo, sea cada vez más entendida en España y que, por tanto, se produzca un descenso de la necesidad de intérpretes del y al inglés en ciertos entornos, como el de congresos técnicos. Seguirán las grandes instituciones, la ONU, la UE. Seguirán también los parlamentos y las demás instituciones regionales de España, con servicios bilingües. Y seguirán, sin duda, los servicios públicos. Otras actividades que surgirán están por ver. Técnicamente es de esperar un uso cada vez más común de la interpretación a distancia, en días en los que la comunicación a través del ordenador se ha convertido en algo banal, en los que la conciencia ecológica interviene cada vez más a la hora de considerar la huella de carbono y en los que acontecimientos globales pueden poner en jaque reuniones y, por tanto, demanda de intérpretes, entre otras profesiones y empleos.
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