La traducción de la narrativa rusa en el siglo XIX1
Roberto Monforte Dupret (Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea)
Introducción
La literatura y la cultura rusas empiezan a ser conocidas relativamente tarde, no sólo en España, sino en todo Occidente. El aislamiento de Rusia (hasta bien entrado el siglo XVIII) explica este retraso. Tan solo con la apertura política y cultural auspiciada por los emperadores de aquel Siglo de las Luces, lleno de profundos y drásticos cambios para Rusia (Pedro I y Catalina II), se consigue crear unos vínculos iniciales entre Rusia y Europa occidental.
La literatura rusa llega a Europa occidental después de que tenga lugar el fenómeno inverso, es decir, que las grandes literaturas de los países occidentales más avanzados (en primera fila Francia, pero también Alemania e Inglaterra) penetren en el gigante eslavo bien por afinidades en sus sistemas políticos (despotismo ilustrado), bien por intereses culturales y tecnológicos (Alemania, Holanda). A pesar de la existencia, aunque de forma intermitente, de relaciones diplomáticas entre España y Rusia (desde la segunda mitad del siglo XVII) y de un intercambio de viajeros (muchísimo más intenso por parte de Rusia), la literatura rusa no tendrá una presencia continuada en España hasta finales del siglo XIX.2
División cronológica
La época objeto de nuestro estudio es susceptible de ser dividida en dos periodos (Monforte 2010). El primero, una etapa preparatoria a la entrada de la literatura rusa en España, abarcaría desde 1821, fecha de la primera traducción española de una obra literaria rusa, hasta 1870. El segundo comenzaría en la década de los 70 y alcanzaría hasta finales del siglo XIX.
El primer periodo se caracteriza por una tímida, titubeante y discontinua penetración y difusión de la literatura rusa en España, en el que las bellas letras rusas que se publican lo hacen, como veremos, en ediciones periódicas españolas de toda índole y condición, a través de revistas y periódicos extranjeros de habla hispana, así como en la prestigiosa Revue des Deux Mondes. Las escasas y difusas publicaciones de la literatura rusa en España hicieron que el lector versado en lenguas, así como la intelectualidad literaria, trabaran conocimiento con la misma ya desde inicios del siglo, a través de ediciones francesas, inglesas y alemanas o mediante revistas francesas que leían tan regularmente como las españolas.
Durante todo el siglo XIX, las revistas literarias y culturales jugaron un papel extraordinariamente importante en la popularización de la literatura rusa. Entre las publicaciones periódicas pioneras que prestaron sus páginas como palestra a la literatura, cultura y actualidad rusas cabe destacar El Censor, Correo Literario y Político de Londres, Semanario Pintoresco Español, Revista Hispanoamericana, Revista Europea y El Correo de Ultramar (publicada en París). A estas revistas hay que añadir la Revue des Deux Mondes, quizás la revista extranjera más leída entre la sociedad culta española, que también desempeñó un papel encomiable publicando artículos de Prosper Mérimée o Melchior de Vogüé sobre la literatura y los escritores rusos.
En España, El Censor publica en 1821, casi con toda seguridad, el primer artículo dedicado a la literatura rusa, así como la primera obra de la literatura rusa traducida al español (Kubyshina 2016). El poeta sevillano Alberto Lista es el autor de la traducción directa del inglés tanto de la introducción de la Specimens of the Russian Poets de John Bowring como de la «Oda al Ser Supremo» de Gavrila Derzhavin incluida en dicha antología. También Valera con su viaje a Rusia en 1856–1857 y sus posteriores Cartas desde Rusia ayudó a atraer la atención de los lectores hacia Rusia, su historia, su sociedad y su literatura.
Durante el segundo periodo, a finales de la década de los 60 y durante los años 70, se dan una serie de circunstancias (libertad de prensa, alfabetización, aumento de publicaciones periódicas) que acelerarán la popularización de la literatura rusa en suelo español y que tendrá su momento álgido con la publicación de La revolución y la novela en Rusia de Emilia Pardo Bazán y la subsiguiente avalancha de traducciones que inundó el panorama editorial español a finales de siglo.
¿Cómo, cuándo y por qué la literatura rusa llega a España?
Los factores que propiciaron la recepción y difusión de la literatura rusa en España durante la segunda mitad del siglo XIX fueron: la mediación de Francia, la figura de Turguénev, la crisis del Naturalismo, las publicaciones periódicas y la intervención de Emilia Pardo Bazán.3 A mediados del siglo XIX, el lector versado en lenguas y la intelectualidad literaria española tenían dos vías principales para conocer la literatura y cultura rusas: las ediciones extranjeras y las revistas francesas que se leían tan regularmente como las españolas. Un nutrido número de escritores españoles, como Pérez Galdós, Clarín o Unamuno conocieron a los escritores rusos por traducciones francesas, muchas de las cuales, ya por entonces, se encontraban en bibliotecas públicas o particulares, como es el caso de la biblioteca de Pío Baroja, de cuyos 113 volúmenes de literatura rusa la mitad aproximadamente eran ediciones francesas. Esta situación también provocó que, en España, la crítica e interpretación literarias precedieran a la aparición de un corpus, realmente significativo, de traducciones españolas.
En consecuencia, Francia, faro cultural europeo, además de imponer su idioma como lengua puente entre las letras rusas y España, exportó sus métodos e interpretaciones de esta literatura, lo que se manifestó también en la elección de las obras, su género y el método traductológico (Obolenskaya 1992). Los escritores románticos rusos ya habían tenido buena acogida en Francia, pero su literatura, «muy rusa», no llegaba a acomodarse al gusto francés. El verdadero triunfo y la verdadera «invasión» de la literatura rusa en Francia tiene lugar en 1885, con la aparición de las traducciones de Turguénev, Dostoievski y, sobre todo, Tolstói. Y España, como una caja de resonancia de las novedades literarias que tenían lugar en el territorio vecino, no tardó en editar y traducir casi todo «lo ruso» que se publicaba en París. La opinión de la crítica literaria acerca de Turguénev y Tolstói, a quienes consideraba como los más grandes e ilustres representantes de las nuevas corrientes literarias que llegaban de Europa oriental, repercutió muy notablemente en que las publicaciones de la literatura rusa en España también se centraran en sus obras. Dostoievski, por su parte, fue descubierto mucho más tarde, pues la crítica le prestó menor atención que a sus compatriotas, ralentizándose de forma ostensible su recepción y difusión en España, lo que explicaría su escasa presencia en editoriales y periódicos españoles durante las primeras etapas.
Estrechamente relacionado con lo expuesto anteriormente, encontramos la figura de Iván Turguénev, quien desde Francia también influyó en la llegada de la literatura rusa a España gracias a su trabajo de propaganda de las letras rusas en el país galo. Francia siempre le granjeó su apoyo y un reconocimiento literario incondicional que lo elevaron a máximo portavoz de las letras rusas allende los Pirineos. A partir de mediados de los 60 y más activamente a partir de los 70, cuando se asienta definitivamente en Francia, Turguénev comienza a difundir de forma incansable la literatura rusa ya sea traduciendo de forma escrita u oral, durante las veladas literarias con famosos escritores franceses del momento, ya sea convirtiéndose en consejero, exégeta o corrector de todo traductor francés que quisiera traducir algo del ruso.
Otro aspecto que facilitó la llegada masiva de la literatura rusa a Francia fue la crisis del Naturalismo. Hacia mediados de la década de los 80 ya había muchos síntomas que señalaban su decadencia. Cierto protagonismo adquirió por entonces el libro de M. de Vogüé, Le roman russe (1886), que descubrió al lector francés el elemento espiritualista de la novela rusa, llena de eclécticas emociones, interés por lo divino y devoción por la humanidad. La sociedad, en plena crisis de la utopía liberal, desengañada por las especulaciones científicas y cansada de tanto materialismo y positivismo, vio en la novela rusa, además de una denuncia de la explotación social y el materialismo de las sociedades modernas, un bálsamo espiritual y una esperanza de regeneración moral y redención civilizadora. Será entonces, desde mediados de la década de los 80, cuando las traducciones de la literatura rusa crezcan exponencialmente en Francia y la tríada de escritores rusos –Turguénev, Dostoievski y Tolstói– se conviertan en los principales paladines del movimiento «espiritualista».
Antonio Machado aludió en 1923 a las elevadas virtudes de las novelas realistas rusas, adulteradas por la pésima calidad de las traducciones, al indicar que en España se conocían por «traducciones no siempre directas, frecuentemente incompletas, defectuosas muchas veces»; y, sin embargo, tenían gran éxito porque transmitían «valores esenciales hondamente humanos» (1957: 138–145). En España, la introducción del realismo ruso, supuso, ante todo, una nueva vía para los escritores de la Península –ya agotados del callejón sin salida al que les había conducido el Naturalismo de Zola– que enlazaba con la corriente espiritualista europea. Tanto la influencia literaria de Tolstói, como la oposición que representaba ante el Naturalismo francés pueden rastrearse en la prensa de la época y tal fue la fascinación de los escritores y lectores por la novela rusa y, en especial, por la de Tolstói, que hizo cambiar de modelo al crítico más lúcido del momento, Leopoldo Alas, o de imprimir un giro decisivo en la evolución del penúltimo Galdós, cuyas novelas (Realidad, Nazarín y Misericordia) constituyen el principal patrimonio del realismo espiritualista español.
También Pardo Bazán, el mismo año de la muerte de Tolstói, al revisar la evolución de la literatura desde mediados del siglo XIX, remarcaba que el factor espiritual era el elemento primordial de la significación literaria del autor. En su artículo exponía que, aunque Francia se hubiera erigido al principio como germen del realismo ruso, las diferencias entre éste y el francés no eran triviales: fundamentalmente en estos escritores destacaba la efusión de caridad humana y cristianismo libre, así como el hecho de que lograban concentrar y revelar en la creación artística la sensibilidad y el espíritu del pueblo. Al oponerlo a Zola, la escritora ponía de manifiesto cómo la literatura rusa había logrado evolucionar por no haber sido encerrada entre cánones y leyes y por no haberse visto reducida ante lo abominable y lo vulgar:
La impresión de la vida es otra: alternativa de lo bueno y lo malo, de la poesía y la vulgaridad; eso es lo que del novelista reclamamos y lo que han sabido darnos los rusos… Y no era sólo la sincera reproducción de la verdad, sin propósito pesimista, lo que nos hizo grata la novela rusa; era algo todavía más profundo, muy dependiente de las íntimas necesidades de nuestra alma; era el fermento espiritualista y religioso. Habíamos encerrado la escuela en una casa baja de techo y sin ventanas; nos ahogábamos; con la novela rusa vinieron las altas bóvedas, las ojivas prolongadas que dejan pasar el aire y a la luz del cielo ¡Qué dilatación de pulmones, qué absorción de sol, qué plácida contemplación de la luna! (1910: 383)
Las publicaciones periódicas que surgieron en España en el último tercio del siglo XIX, de alta calidad y de marcado espíritu liberal, fruto de la ebullición intelectual que antecedió y caracterizó a la revolución de 1868, se convirtieron en vehículo de expresión de las nuevas ideas del pensamiento europeo moderno, así como en cronistas del movimiento científico y literario contemporáneo, ofreciendo al público una amplia orientación en filosofía, ciencias sociales, historia y cultura. Rusia y su literatura no quedaron fuera del ámbito de interés de estas revistas; un ejemplo de ello fueron El Fénix, Revista Hispanoamericana, El Correo de Ultramar, Revista Europea, Revista Contemporánea o Revista de España, que comienzan a publicar de forma asidua tanto obras literarias rusas como artículos sobre la vida política y cultural del gigante eslavo.
Como muestra de la importancia de las ediciones periódicas en la recepción y difusión de la literatura rusa en España solo cabe recordar que –como ya se ha indicado– la primera obra rusa traducida al español, una oda de G. Derzhavin, apareció en la revista madrileña El Censor en 1821. Resulta cuanto menos curioso que, a pesar de la influencia de Francia en la mediación y recepción de la literatura rusa en España, la primera traducción de una obra rusa se realizara del inglés, un idioma que por entonces tenía muchísima menos presencia y peso en España que el francés. Esta misma obra se volvió a publicar en 1838 en la revista La Religión.
La revista La España Moderna (1889–1914) jugó un papel fundamental a la hora de poner en marcha una auténtica invasión de traducciones de los grandes clásicos del realismo ruso. En 1889, José Lázaro Galdiano, gran viajero y avezado lector, fundó esta revista a imagen de la Revue des Deux Mondes, como una publicación cultural con vocación de ser ecléctica, clara, rigurosa, actual y amena, para lo cual contó con un elenco de colaboradores de lujo (Pardo Bazán, Campoamor, Cánovas, Pi y Margall, Núñez de Arce, Galdós, Clarín, Unamuno, etc.), lo que daba clara muestra de las elevadas aspiraciones del editor. La revista nació con un marcado sesgo extranjerizante, pues de sus 624 títulos, sólo 59 fueron escritos originalmente en castellano. Durante sus primeros años de vida se publicó a un ritmo vertiginoso, con una media de sesenta traducciones originales de media por año entre 1891 y 1894.
En la primera etapa de La España Moderna la influencia de Emilia Pardo Bazán resultaba evidente, sobre todo hasta 1894. No cabe duda de que intervino en el acelerado proceso de formación del fondo. Asimismo, su capacidad de gestión y clarividencia para nutrir tanto la revista como la editorial en sus primeros años de vida reflejan el empeño de la escritora en dar a conocer las literaturas francesa y rusa en España. La influencia de la escritora coruñesa durante los primeros pasos de La España Moderna determinó que la literatura rusa en España viviera un lustro dorado (1889–1894); de hecho, las 55 versiones rusas (9% del catálogo), todas de primera novedad en España y escogidas por la Pardo Bazán, se concentran mayoritariamente entre 1891 y 1894, con las figuras de Tolstói, Turguénev y Dostoievski como principales protagonistas.
No obstante, conviene señalar que a partir de 1893 la presencia de los clásicos rusos comienza a menguar fruto de un cambio de orientación y enfoque de la revista, en buena parte promovido por la entrada de nuevos colaboradores como Menéndez Pelayo. En 1894, Lázaro Galdiano se embarca en un nuevo proyecto editorial; se trata de la Revista Internacional, una publicación con la que pretendía dar a conocer en correctas traducciones las obras más notables de la literatura mundial y donde, a pesar de su corta vida de apenas un año, las letras rusas tuvieron una notable presencia, principalmente en las obras de Turguénev (diez) y Tolstói (dos).
En 1891 nació la editorial La España Moderna y con ella la «Colección de Libros Escogidos», principalmente dedicada a escritores rusos y franceses: el primer número de la colección fue La sonata a Kreutzer (1891) de Tolstói. En la mayoría de los casos, las obras de los escritores rusos que veían la luz en la editorial ya habían sido publicadas previamente en las revistas de Lázaro Galdiano; aunque las más voluminosas se publicaron directamente en la colección. También resultaba bastante común reunir en un mismo tomo algunos relatos, mezclando obras de un mismo autor ya publicadas en las revistas con otras inéditas hasta ese momento y cuyo título a veces respondía a cierta unidad temática.
El hecho de que en la difusión de las letras rusas jugaran un papel importantísimo revistas como La España Moderna trajo como consecuencia que no se priorizara la publicación de las grandes obras narrativas, normalmente voluminosas y de impacto indudable, sino la publicación de escritos cortos (relatos, cartas, novela corta, cuentos, ensayos), debido a las dificultades inherentes a este tipo de edición: espacio, reducción de costes, variedad, incumplimiento de plazos, etc. La mayoría de las obras literarias se difundieron siguiendo la misma planificación, en la que Lázaro veía un aliciente para la posterior venta de los volúmenes: un primer estudio crítico que serviría después de prólogo, seguido de la publicación de narraciones breves, de poemas y de capítulos sueltos fragmentados por entregas en la revista. En definitiva, todos los textos se distinguían por estar compuestos en una prosa breve y novelesca, así como por su carácter novedoso en tierras hispanas. La inmensa mayoría de las traducciones se basaban en versiones francesas, a excepción de algunas realizadas directamente del ruso por Ernesto Bark y Demetrio Zorrilla.
Sin lugar a dudas y como se desprende de lo anteriormente dicho, la literatura rusa no habría tenido la acogida que tuvo en España de no ser por Emilia Pardo Bazán, auténtica catalizadora de la recepción y difusión de la novela realista rusa en tierras hispanas y principal artífice de la colocación de las piezas fundamentales para que el engranaje entre ambas culturas echara a andar. Todo ello gracias, principalmente, a sus conferencias en el Ateneo y a su tarea de selección de obras rusas que debían traducirse para La España Moderna. Durante sus estancias en Francia se contagió del entusiasmo por lo ruso, especialmente guiada por su amigo Pavlovski, quien le abrió las puertas de los círculos rusos de París y le presentó a sus compatriotas, entre ellos a Dolinski, más conocido por el pseudónimo de León Tikhomiroff. Gracias a esos contactos, su entusiasmo y sus consecuentes lecturas rusas, la Pardo Bazán se convirtió en la principal portavoz de las novedades literarias que acontecían en Francia y del nuevo rumbo que iba adquiriendo la literatura europea bajo la batuta de la novela rusa. Profundamente impresionada por Crimen y castigo, se sumergió de pleno en la historia y la literatura rusas. Fruto de su aplicado estudio son las conferencias que la escritora dio en el Ateneo de Madrid en 1887 y que después reunió en su libro La revolución y la novela en Rusia. Para sus conferencias se basó en las ideas extraídas de publicaciones francesas como L’empire des Tsars et la Russie de Anatole Leroy–Beaulieu o Le roman russe de M. de Vogüé. Esta obra, en particular, se reveló como el principal hilo conductor de sus opiniones acerca de los grandes novelistas rusos, aunque en ciertas ocasiones la escritora gallega expone aportaciones personales muy interesantes que amplían y enriquecen las concepciones de Vogüé. En conjunto, gracias al libro de Pardo Bazán, la difusión de la literatura rusa en España, hasta entonces prácticamente desconocida, entró en una nueva etapa y el lector español entabló conocimiento con los rasgos más destacados y originales de la novela rusa (humanismo, riqueza espiritual, elevada catadura moral, psicologismo, indisoluble unión entre sociedad y literatura, etc.).
Aleksandr Pushkin
Durante el primer periodo y antes de la llegada del gran aluvión de traducciones rusas de finales del siglo XIX, el autor ruso más traducido fue Aleksandr S. Pushkin.4 Aun cuando es considerado el mayor poeta de la literatura rusa, durante la segunda mitad del siglo XIX tan sólo se publicó en España su prosa, concretamente tres de los conocidos como «relatos de Belkin» y La hija del capitán. El primero de estos relatos que se tradujo fue El turbión de nieve (también conocido como La nevasca), aparecido en 1847 en la revista valenciana El Fénix. Esta misma traducción volvió a aparecer el año siguiente en la Revista Hispanoamericana de Madrid. Ese mismo relato, pero con el título de El torbellino de nieve, apareció en la revista madrileña El Museo Universal en 1863. Una nueva versión del mismo, esta vez con el título La nevada, apareció en 1876 en la Revista Europea. El segundo relato de Pushkin que vio la luz en tierras hispanas fue Un tiro (también conocido como El disparo), publicado en la Revista Europea en 1877. En el siguiente número de la Revista Europea (julio de 1877) se publicó el tercero, El constructor de ataúdes (también conocido como El sepulturero). La novela La hija del capitán apareció en 1855 en El Correo de Ultramar, y más de dos décadas después, en 1879, se volvió a publicar en la madrileña Revista Europea. En 1865, el Diario de Barcelona incluyó en sus páginas los poemas dramáticos de Pushkin Borís Godunov, El caballero avaro, Mozart y Salieri y Rusalka.
Estas traducciones de Pushkin no eran más que versiones en español de traducciones francesas muy romantizadas y ennoblecidas lingüísticamente, que produjeron la pérdida de los rasgos realistas e irónicos de los originales. Todo esto hizo que a Pushkin se le sustrajera su fisonomía literaria y se le desposeyera de su originalidad, pues sus obras perdieron esa equilibrada síntesis de brevedad, concisión, sencillez y claridad a través de la cual el poeta ruso pretendía, despojándose de toda afectación y artificialidad, recrear mundos ficticios que pudieran codearse con la realidad rusa.
Lev Tolstói
Lev Tolstói triunfó en toda Europa al mismo tiempo, a finales del siglo XIX. También en aquella época es cuando España, gracias a Francia, le abrió sus fronteras al gran novelista ruso. Sus obras alcanzaron gran éxito y popularidad y, rápidamente, se convirtió en el máximo exponente de la literatura rusa. Las ideas de Tolstói encontraron eco en la vida política, social y literaria española, y se ha señalado su influjo en algunas obras de Galdós y Ganivet.5 La publicación en 1887–1888 de una obra precisamente de Tolstói, Ana Karénina marca un hito en la entrada de la literatura rusa en España. La obra fue traducida por Enrique L. de Verneuil (Barcelona, Biblioteca Arte y Letras) y, a juzgar por su título, Ana Karenine, el traductor se sirvió de una versión francesa. Un año después se publicó, siguiendo la versión de la editorial francesa de Marbelle, una traducción mutilada y reestructurada de La guerra y la paz (El Cosmos, 1889–1890). 6
En la primera etapa de la recepción de Tolstói tuvieron especial relevancia algunas publicaciones periódicas, como la ya citada revista La España Moderna, en cuyas páginas aparecieron sus obras, no siempre en versión íntegra. La primera en publicarse en La España Moderna y en la prensa en general es Recuerdos de mi infancia (1890), seguida de La sonata a Kreutzer, que apareció en tres partes, entre diciembre de 1890 y febrero de 1891. Ese mismo año se publicó Marido y mujer, que apareció dividida en dos partes en los números de septiembre y octubre.
El año 1892 fue muy pródigo en traducciones de Tolstói, pues se publicaron diez de sus obras: Una corta en el bosque (marzo); La muerte de Nicolai Levin (abril) que incluía en realidad dos capítulos de Ana Karénina (quinta parte, capítulos xix y xx); El sitio de Sebastopol (junio y julio); Iván, el imbécil (septiembre); los cuentos El primer fabricante de aguardiente, Los tres staretzi y Dios está donde hay amor (octubre); Miguel y Los dos ancianos (noviembre) y, finalmente, Malachka y Akulina (diciembre). La frecuencia de aparición continuó en los primeros meses de 1893 con El canto del cisne (enero, versión de Albert), Historia de un caballo (febrero) y ¿De dónde viene el mal? (abril). A partir de 1894 la presencia de Tolstói en La España Moderna desaparece precisamente con la reedición de su Infancia (octubre y noviembre de 1893), pero la editorial homónima se encargó de ampliar la nómina de sus obras: 26 volúmenes entre 1891 y 1894 en la «Colección de Libros Escogidos».7 La mayoría de estas, como era usual en la editorial, ya habían sido publicadas en las revistas de Lázaro Galdiano (La España Moderna y Revista Internacional); aunque otras, más voluminosas, como El príncipe Nekhli o Los cosacos se publicaron directamente en la colección. E incluso resultaba bastante común reunir en un mismo tomo algunos relatos, como por ejemplo En el Cáucaso, Mi confesión o La muerte.
Las limitaciones editoriales inherentes a una publicación periódica hicieron que a la hora de traducir sus novelas más célebres se recurriera a mutilaciones, en ocasiones drásticas. De Guerra y paz, Resurrección y Anna Karénina se publicaron en La España Moderna los fragmentos que se consideraron más interesantes y valiosos, con títulos inventados, como La muerte del príncipe Andréi (dentro del volumen La muerte de la «Colección de Libros Escogidos», 1892), El príncipe Nekhli (en la misma colección, 1892) y La muerte de Nicolás Levin (abril de 1892). Con posterioridad a La España Moderna, otras revistas, como La Novela Ilustrada o Revista Internacional, también publicaron obras (fragmentadas o abreviadas) de Tolstói, tales como Resurrección, La sonata a Kreutzer, Ana Karénina y La guerra y la paz, todas ellas aparecidas en 1900.
En el umbral del siglo XX, Maucci tomó el relevo a La España Moderna en la difusión y publicación de las obras de Tolstói. En un breve intervalo de tres años (1899–1902) la editorial barcelonesa publicó nada menos que doce obras de Tolstói, entre las que destaca la versión de Resurrección que editó en 1900 y que fue prologada por Clarín.8
Fiódor Dostoievski
Una suerte diferente tuvieron otros escritores, como Dostoievski, que a finales del siglo XIX era incomparablemente menos famoso que sus contemporáneos, debido, sobre todo, a que en la primera etapa de difusión y popularización de su obra no gozó del favor de la crítica.9 Aunque Pardo Bazán se inició en la literatura rusa con Crimen y castigo, la obra de Dostoievski no se encontraba entre sus preferidas. Las valoraciones de la escritora gallega, coincidentes con las opiniones de M. de Vogüé, dificultaron en gran medida la difusión y comprensión de Dostoievski por parte de los críticos, lectores y mundo editorial. Independientemente de su grandes virtudes (profundo psicologismo, espiritualismo, cristianismo), las obras del escritor ruso, que era visto más como un penalista y sociólogo que como un hombre de letras, no respondían ni a las exigencias ni a los gustos de las culturas europeas, pues resultaban demasiado perturbadoras, místicas, perversas y cargadas de extensos y fútiles fragmentos que en muchas ocasiones derivaban en una farragosa maraña filosófica que oscurecía el texto y lo hacía insoportablemente tétrico y dilatado, como ocurría con Los hermanos Karamázov.
Las primeras obras de Dostoievski llegan a España en la década de 1890: se trata de relatos incluidos en la revista La España Moderna, como La centenaria (junio de 1890), Cálculo exacto (octubre de 1890) o El mujik Maréi (agosto de 1891). Tras varios años de ausencia, reapareció en las páginas de la revista en 1906 con Alma de niña (o sea, Netochka Nezvanova). La última obra de Dostoievski en esta revista fue La mujer de otro que apareció en febrero y marzo de 1907. En la «Colección de Libros Escogidos» de La España Moderna se publicó Memorias de la casa de los muertos en dos partes: la primera en 1891 con el título La casa de los muertos (Memorias de una vida en la cárcel de Siberia), con estudio preliminar de E. Pardo Bazán, y el año siguiente la segunda, titulada La novela del presidio. En los albores del siglo XX vieron la luz una versión abreviada de Humillados y ofendidos (Alma de niña, Sopena, 1900), así como dos de las obras de Dostoievski que más reediciones y reimpresiones han tenido a lo largo de la historia, Crimen y castigo (Madrid, F. Fe, 1901) y El jugador (Maucci, 1902).
Aunque las obras de Dostoievski ya están presentes en España desde finales del siglo XIX, no fue hasta la década de los años 20 cuando comiencen, con gran esfuerzo, a afianzarse y abrirse paso en el mercado editorial español. Desde ese momento, con el cambio de opinión de la crítica sobre Dostoievski y la aparición de las primeras traducciones directas de su obra, la popularidad del escritor ruso entre los lectores españoles inició un meteórico ascenso que lo llevó a convertirse, a mediados de los 50 y los 60, en el escritor ruso de referencia en nuestro país.
Iván Turguénev
Sin lugar a dudas, la obra literaria de Turguénev vivió su época dorada durante las dos últimas décadas del siglo XIX, siendo el único autor que le pudo hacer sombra a Tolstói. El gran éxito de Turguénev durante su primera etapa de recepción se debió a la temática social que tocaba en sus libros, muy acorde con los tiempos que corrían; a la buena crítica que tenía en Francia; y a la excelente promoción que hizo de él y de sus trabajos literarios Pardo Bazán en La revolución y la novela en Rusia. Si echamos un vistazo a lo traducido a finales del XIX y principios del XX en España y lo comparamos con lo que actualmente se ve en las librerías, nos daremos cuenta de que el lector contemporáneo puede leer bastantes menos obras de Turguénev que hace más de cien años. Este desinterés viene marcado, entre otras razones, por la caducidad de muchos de los temas que reflejaba en sus obras. Esta circunstancia hizo que, desde las primeras décadas del siglo XX, el elenco de sus obras fuera reduciéndose hasta los seis o siete títulos que han conseguido sobrevivir al paso del tiempo y que en la actualidad se observan, en muchas ocasiones, como un reflejo costumbrista y exótico de una época y un lugar muy lejanos.
También en el caso de Turguénev las revistas fueron fundamentales para su difusión en España. Revista Contemporánea, Revista Internacional y La España Moderna fueron las principales, aunque la primera traducción, El espadachín (léase Yakov Pasynkov), apareció en París (El Correo de Ultramar) en 1858. Hasta 1876 no se publicó una obra del autor en una revista hecha en España, la Revista Contemporánea: Toc… toc… toc… (diciembre), dando inicio a otras versiones en la misma publicación, como Humo (julio de 1882–enero de 1883), Lavretzky (Nido de nobles) (febrero–agosto de 1883) y Rudin (agosto de 1883–marzo de 1884).
Durante la década de los 90 y hasta principios del siglo XX, las revistas de Lázaro Galdiano tomaron el relevo de Revista Contemporánea en la publicación y difusión de las obras de Turguénev.10 La España Moderna editó durante la prolija década de 1890 obras como El judío (septiembre de 1890), Mi perro (octubre de 1890), Reliquias vivas (junio de 1891) Las dos hermanas (octubre de 1891), Un incendio en el mar (septiembre de 1891), El insecto (noviembre de 1891), Toc… Toc… Toc… (marzo de 1892), Historia del teniente Yergunov (abril de 1892), Una extraña historia (mayo de 1892), El rey Lear de la estepa (septiembre de 1892), Se oye ruido (octubre de 1892) Un desesperado (noviembre de 1892), Annuchka (Asia) (enero de 1893), El primer amor (mayo de 1893), Aguas primaverales (julio de 1893), Demetrio Rudin (septiembre de 1893), Hamlet y Don Quijote (agosto de 1894), Jor y Kalinych (marzo de 1897), Tierra virgen (de mayo a diciembre de 1899) y El canto del amor triunfante (diciembre de 1911). Muchas de estas obras se publicaron casi al mismo tiempo en La España Moderna y Revista Internacional y, posteriormente, aparecieron en forma de libro en la «Colección de Libros Escogidos» de la editorial La España Moderna.11 En la misma también se incluyeron tres de las novelas más insignes del autor: Humo (1893), reedición de la traducción de la Revista Contemporánea con un prólogo de E. Pardo Bazán; Nido de hidalgos (1892) y Padres e hijos (1895), que ya se había publicado con anterioridad en la Revista Internacional, entre agosto y diciembre de 1894.
A finales del siglo XIX aparecieron en forma de libro otros títulos, como Aguas primaverales y El gentilhombre de la estepa (ambas editadas por Alejandro Martínez de Barcelona en 1899), El espadachín y Los tres retratos (las dos en Barcelona, Ramón Sopena, 1901), y la recopilación Hamlet y Don Quijote (Barcelona, Antonio López, 1903).
Otros autores
Si bien es verdad que la literatura rusa en España durante la segunda mitad del siglo XIX está ligada casi exclusivamente a Tosltói, Turguénev y Dostoievski, no es menos cierto que a finales de siglo tanto editoriales como revistas aumentaron la nómina de autores rusos traducidos al español con publicaciones esporádicas de escritores como Gógol, Korolenko y otros.
Gógol fue uno de esos grandes clásicos de la literatura rusa que, aunque llegó a España ya en la década de los 80 del siglo XIX, tardó bastante tiempo en afianzarse, pues tuvo que esperar casi 50 años para ver publicada en nuestro país una obra que no fuera Tarás Bulba. Fue precisamente Tarás Bulba la primera obra de Gógol que llega a España. Se publicó en 1880, en Madrid, en la Biblioteca Universal y a juzgar por la ortografía del título (Taras Boulba) parece que el traductor se basó en una versión francesa. La siguiente traducción de esta obra la editó la barcelonesa Maucci en 1900. A partir de principios del siglo XX, dicha obra se siguió publicando de forma regular y exitosa, ya sea individualmente o compartiendo portada con alguna otra, normalmente relatos. Hay que señalar que a mediados del siglo pasado Tarás Bulba fue sometida a adaptaciones y abreviaciones, alguna de ellas supervisadas por la censura eclesiástica, para poder ser leída por un público juvenil.12
A finales de siglo, La España Moderna incluye entre el elenco de autores rusos a nuevos nombres, como Vladímir Korolenko o Mijaíl Saltykov–Schedrín. Del primero, que viviría su época dorada durante las primeras décadas del siglo XX, aparecieron tres relatos entre 1898 y 1899: El desertor de Sajalín (octubre–noviembre de 1898), El sueño de Makar (diciembre de 1898) y La víspera de Pascua (abril de 1899). Por su parte, del escritor realista Saltykov–Schedrín se publicó el relato Los generales y el mujik (1893).
Del poeta y teórico del simbolismo ruso D. Merezkovski se tradujo su novela histórica La muerte de los dioses (Barcelona, Rodríguez Serra, 1900). Como curiosidad diremos que la misma editorial publicó también en 1900, traducido de su versión original en inglés, el ensayo autobiográfico del gran teórico del anarquismo comunista Piotr Kropotkin Memorias de un revolucionario.
Conclusiones
En general, Rusia y su cultura se hacen conocidas para el público español a partir de la segunda mitad del siglo XIX. En cuanto al ámbito literario, el género que más se difunde, y el que realmente influye entre los intelectuales, los novelistas y el público español, es la prestigiosa novela realista rusa de la segunda mitad del siglo XIX, con la triada compuesta por Tolstói, Turguénev y Dostoievski a la cabeza. Con estos autores llegó la literatura rusa a España y con ellos se asocian, casi exclusivamente, las letras rusas. De los escritores rusos mencionados, Tolstói fue, sin duda, el preferido de los lectores españoles. De hecho, su Anna Karénina fue la obra que marcó la llegada oficial de la literatura rusa a España. Por otro lado, el único autor que pudo competir en popularidad con Tolstói fue, muy al contrario de lo que en estos momentos nos pueda parecer, Turguénev y no Dostoievski. Las obras poéticas de Pushkin, Lérmontov y otros autores rusos románticos, aunque citadas de vez en cuando y publicadas a mediados de siglo no prosperaron en España hasta mucho después.
No cabe duda de que Francia jugó un papel primordial en la etapa más temprana de la recepción de los realistas rusos en España. A pesar de que la primera traducción de una obra rusa en España se realiza desde el inglés, será el francés la lengua puente que conectará los mundos hispánico y ruso. En Francia las traducciones del ruso se multiplicaron entre 1885 y 1887 y en España no tardó en traducirse casi todo lo que se publicaba en París. Pero Francia, además de imponer su idioma como mediador entre las letras rusas y España, también exportó sus opiniones y criterios sobre la literatura rusa durante un buen espacio de tiempo.
En la llegada y difusión de la literatura rusa en España, resultaron cruciales las revistas culturales. Entre las españolas las que más destacaron en esta labor fueron La España Moderna, Revista Contemporánea y Revista Internacional. Obviamente, las revistas se decantaron primordialmente por narraciones breves, por lo que las primeras traducciones de los grandes escritores rusos como Turguénev, Tolstói y Dostoievski fueron ensayos, cuentos y novelas cortas. También se publicaron obras más voluminosas, pero en su mayor parte aparecieron abreviadas o mutiladas y muy alejadas estilísticamente del original ruso. El relevo de las revistas culturales lo tomaron a finales del siglo XIX y durante las dos primeras décadas del siglo XX editoriales como: Sopena, Lezcano y Cía y, sobre todo, la barcelonesa Maucci.
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