Viera y Clavijo, José de (Realejo Alto, 1731–Las Palmas de Gran Canaria, 1813)
Escritor y traductor en lengua castellana, uno de los principales exponentes de la Ilustración en las islas Canarias. Ordenado sacerdote, participó activamente en la vida cultural de Tenerife en la tertulia del marqués de Nava. Desde sus primeros años cultivó casi todos los géneros literarios. Para seguir de cerca la edición de su obra más conocida, Noticias de la historia general de las Islas Canarias, se trasladó a Madrid (1770–1784). Allí fue preceptor del hijo del marqués de Santa Cruz, en cuya casa permaneció durante esa etapa de su vida y con el que viajó por Francia, Flandes, Italia y Alemania, experiencia que trasladó a sus diarios de viajes europeos. Fue censor y académico de la Historia. De regreso a Canarias, como arcediano de Fuerteventura, desarrolló diversas actividades en la perspectiva ilustrada, relacionadas con la docencia, la ciencia, la Sociedad Económica de Las Palmas (de la que fue director), la poesía o las traducciones. Entre otras obras, destaca su Diccionario de historia natural, terminado en 1799 aunque no impreso hasta 1866 (Las Palmas, Sociedad Económica) y el poema científico Los aires fijos (M., Blas Román, 1780).
Viera y Clavijo realizó traducciones de los tres géneros literarios mayores. Un aspecto que lo vincula con la práctica traductora del siglo en España es que en un alto grado todas las obras proceden de la literatura francesa y, en menor medida, de la latina, la italiana o la inglesa, ésta por mediación de la francesa. La mayoría de sus traducciones, sin embargo, no llegaron a publicarse, y se conservan en el Museo Canario de Las Palmas y otras bibliotecas. De todos los géneros, la poesía ocupa una posición hegemónica en su obra traducida. A Viera le sedujo la poesía de carácter descriptivo, que recrea los temas de la naturaleza, de la moral o de la filosofía, de la elocuencia o la épica.
En este sentido, seleccionó para sus traducciones los nombres de poetas representativos de los siglos XVII y XVIII, como Nicolas Boileau, Charles Perrault, Louis Racine o Jacques Delille. Dada la pervivencia de las formas clásicas en la literatura del siglo XVIII, muestra sus preferencias por géneros como la sátira (La sátira v sobre la nobleza de Boileau, 1776), el poema épico (La Enriada de Voltaire, 1800) o los poemas descriptivos de la naturaleza, Las Geórgicas de Virgilio y Los jardines y El amador de los campos de Jacques Delille. También son relevantes sus traducciones latinas en verso de poemas y textos religiosos. Otro aspecto llamativo es el lugar que ocupan la lengua y la cultura francesas en sus preferencias, y como filtradora de una tercera, como cuando traduce a A. Pope a través de Du Resnel, los poemas de Salomon Gessner o la poesía de Virgilio a través de Delille. En conjunto, Viera cultiva los nombres y las obras que tienen proyección en la España del momento.
En orden cuantitativo en su producción, tradujo tragedias, francesas en su mayoría: de Jean–François de La Harpe vertió Les Barmécides (1795) y Le comte de Warvick (1795); de Sébastien–Roch–Nicolas de Chamfort, Mustapha et Zéangir (1800); Brutus de Voltaire (Junio Bruto, 1800); la Mérope (1801) del italiano Scipione Maffei; de J. Racine, Bérénice (1807) y Mithridates (1812). La inclinación por la tragedia puede explicarse por el prestigio de un género que sirvió de cauce para la difusión de ideas y valores en los que Viera estaba interesado, como la tiranía o la estructura política monárquica. En prosa su obra traducida se reduce al libro iv de la conocida obra de T. Kempis Imitación de Cristo.
Los juicios de Viera sobre la traducción pueden rastrearse en los prólogos de sus obras y en algunas de sus cartas. Tenía ideas muy precisas acerca de las funciones del traductor y de la utilidad de las traducciones en el contexto de la literatura española del XVIII. Conviene matizar que Viera participa de la confusión propia de la centuria entre traducción e imitación. A pesar de estos frágiles límites, sus obras van precedidas del correspondiente término alusivo a la naturaleza de la actividad literaria ejecutada. Por otra parte, le preocupaba la calidad de las traducciones que se llevaban a cabo entre sus contemporáneos. Por ello critica en sus prólogos –en el de La religión de L. Racine, por ejemplo– cómo se inunda la España literaria con el flujo de las desafortunadas traducciones del francés. Un aspecto que suele subrayar es la exigencia de nacionalizar los textos que traduce y la necesidad que hay en España de las producciones foráneas para el progreso de las letras. En los poemas La elocuencia o Los jardines apunta a la obligación del traductor de adaptar al gusto español los pensamientos o las frases, para evitar el aire de patente extranjera. Parece sostener las tesis de Antonio de Capmany, cuando declara que no se debe trasladar palabra por palabra, sino conservar la calidad de las lenguas, siguiendo muy de cerca las figuras, las imágenes o el número. Defiende una libertad que afecta tanto al estilo como a los conceptos. Otro aspecto que subraya es su propósito de modificar los textos para adaptarlos al gusto de la cultura receptora, en los pasajes en que criticara el gobierno o la religión, como reza en el prólogo a La Enriada. En sintonía con la teoría de la traducción contemporánea, cree que el traductor debe tomarse ciertas licencias en aras de adecuar el texto foráneo a la cultura receptora.
Bibliografía
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Victoria Galván González