López de Ayala, Pero (Vitoria, 1332–Calahorra, 1406)
Político y traductor en lengua castellana. Posiblemente muy joven aún, fue enviado por sus padres a Aviñón, bajo latela de su tío el cardenal Pedro Gómez Barroso, miembro de la curia papal. A su muerte en 1345 regresó a Castilla y fue paje de Pedro I y escudero del infante Fernando de Aragón. Su formación intelectual y, sobre todo, su familiaridad con la vida de la corte, le permitieron desempeñar importantes cargos en una época de grandes conflictos. A pesar de la guerra que enfrentó a Pedro I y Enrique II, Ayala no perdió su rango en la corte y prosiguió su ascenso. Llevó a cabo numerosas misiones diplomáticas en Aragón y, sobre todo, en Francia, donde procuró mantener la alianza con Castilla en plena guerra de los Cien Años. Fue miembro del Consejo de Regencia (1390) durante la minoría de Enrique III, logró paces estables con Portugal e intervino en asuntos de la Iglesia en ocasión del Cisma y la elección de Benedicto XIII. Sus muchos servicios a la Corona le valieron el cargo de canciller mayor de Castilla (1398).
Ya de avanzada edad se dedicó a la traducción de las Décadas de Tito Livio y del De casibus virorum illustrium de Boccaccio. Estas versiones son el resultado del influjo que ejercieron Carlos V de Francia y su hermano Juan de Berry, y por eso no se trata de traducciones directas, sino hechas a partir de los correspondientes textos franceses de Pierre Bersuire y de Laurent de Premierfait. No se puede olvidar el papel de crisol que desempeñaron la corte francesa y la curia pontificia en Aviñón. En la corte de Carlos V y Carlos VI, debió de conocer a los autores franceses más destacados de la época, como Christine de Pisan, Honoré Bouvet o Jean Gerson, y en alguno de los siete viajes que realizó a Francia debió de entrar en relación con Juan de Berry. Por otra parte, en Aviñón se encontró con el gran maestre Juan Fernández de Heredia, impulsor del humanismo aragonés y traductor. En todo caso, el canciller Ayala destaca sobre los nobles de su época por la afición a los libros y por el conocimiento de obras hasta entonces desconocidas en Castilla. Y aunque Ayala fue autor de cuatro crónicas que rompían con la tradición alfonsí por sus planteamientos, de un libro de caza y de un importante Rimado de Palacio en cuaderna vía, interesa ahora su labor como traductor.
Según las informaciones que transmiten su sobrino Fernán Pérez de Guzmán y un genealogista anónimo, también del siglo XV, el canciller Ayala es responsable de varias traducciones. En primer lugar, de la Historia troyana, de la que no se conserva el texto, aunque se pone en duda la participación de López de Ayala en esta versión. También se ha sugerido la hipótesis de que Ayala fuera el traductor de una de las versiones de La consolación de la filosofía de Boecio, aunque no hay nada seguro al respecto; se trataría de una versión hecha para Ruy López Dávalos, transmitida por tres manuscritos, uno de los cuales (B. Nacional de España, 10220) perteneció probablemente al marqués de Santillana. En dos de los testimonios se conserva una carta de Ruy López Dávalos dirigida a un amigo, cuyo nombre no se conoce, en la que se lamenta de las molestias que suponen las glosas con sus continuas interrupciones de la lectura. Se ha identificado al desconocido con Pero López de Ayala, a quien su sobrino Fernán Pérez de Guzmán atribuye la introducción en Castilla de la Consolatio de Boecio, lo que situaría esta versión antes de 1407, fecha de la muerte del canciller; pero no hay unanimidad en la identificación del desconocido interlocutor de López Dávalos. Generalmente se suele considerar una atribución errónea la del De summo bono del seudo–Isidoro de Sevilla, aunque nada impediría que este tratado se asociara –y llegara a las manos de Ayala– con la obra de san Gregorio Magno, dada la relación existente entre el papa y el obispo hispalense. Los Morales de san Gregorio Magno son, en realidad, una paráfrasis incluida en el Rimado de Palacio, de cuya paternidad no se puede dudar, a pesar de que no figura su nombre como traductor en ningún sitio. En el «Prólogo» afirma que «por guardar el color de la retórica y la costunbre […] de los sabios, que dificultaron sus escrituras y las posieron en palabras difiçiles y aun obscuras» ha seguido la «costunbre de los sabios antiguos filósofos y poetas; los quales syenpre guardaron en sus palabras y en sus dichos la virtud de los vocablos y la significaçión dellos segunt la realidad. E guardaron syenpre este estilo de llevar la sentençia suspensa fasta el cabo, y de anteponer los casos del verbo, del qual han regimiento, los quales segunt la arte de la gramática, en costruyendo, deven ser pospuestos».
En cuanto a las Décadas de Tito Livio, gozaban de un indudable prestigio entre los escritores medievales. Distintos avatares hicieron que el texto se fragmentara o se perdiera en las bibliotecas o que desapareciera definitivamente; tras una serie de vicisitudes, reaparecieron 39 de los 142 libros que formaban el conjunto de la obra, y el contenido fue apreciado, entre otros, por Petrarca, que se esforzó en cotejar varios manuscritos para conseguir una versión fidedigna del original. El interés del poeta laureado es, quizás, el testimonio más claro de la atracción que suscitaba la obra de Tito Livio en el siglo XIV. Fue en Aviñón donde el benedictino Bersuire llevó a cabo la traducción de las Décadas (entre 1354 y 1356); en Aviñón estuvo López de Ayala en varias ocasiones, y allí –o en la corte del rey de Francia– pudo entrar en contacto con la obra de Tito Livio. Comenzó su versión de las tres Décadas después de 1396 y la dedicó a Enrique III en 1401. Fue muy fiel al original de Bersuire, lo que no quiere decir que no se apartara en ocasiones del texto que le servía de base o que no cometiera algunos errores.
Algo similar se puede decir de la traducción del De casibus de Boccaccio: por las informaciones que suministra Juan Alfonso de Zamora en el prólogo, se sabe que López de Ayala dejó sin acabar la traducción, concluida en 1422 por Alfonso García de Santa María (o sea, Alonso de Cartagena), sucesor de Ayala como canciller de Enrique III, y por el mismo Zamora. Según éste, el canciller vertió al castellano la mayor parte (ocho de los diez libros), y se ignoran las causas del abandono, aunque bien pudo ser su propia muerte. Conviene señalar, además, que cuando Alfonso García y Juan Alfonso de Zamora quisieron concluir la labor, no encontraron en Castilla el texto original (obviamente, buscaban un Boccaccio en latín), por lo que lo tuvieron que conseguir en el reino de Aragón. Poco se puede deducir de este hecho, si no es la penuria bibliográfica castellana, pero los quince años transcurridos desde la muerte del canciller hasta la embajada a Portugal en la que los dos traductores emprendieron la continuación del trabajo de Ayala parecen poco tiempo para la pérdida de un libro considerado de carácter moralizante y útil para todos. Cabe la hipótesis de que Ayala hubiera llevado a cabo su versión fuera de Castilla, a la vista de un ejemplar que no era suyo, y que no podía copiar ni llevarse; si eso fuera así, la interrupción no se debió, posiblemente a la muerte del canciller, sino a su marcha del lugar en el que estaba realizando el trabajo; pero esto son sólo hipótesis. Está claro, también, que los continuadores ignoraban la existencia de la versión de Premierfait.
En cuanto a la traducción del Livro da falcoaria de Pero Menino, halconero de Fernando I de Portugal, baste recordar que el canciller lo incorporó casi literalmente en su Libro de la caça de las aves, escrito en los meses que estuvo prisionero en Obidos tras la batalla de Aljubarrota (1386–1388). En la biblioteca de Alvar Pérez de Guzmán, señor de Orgaz, muerto a comienzos de 1482, se encontraban La caída de príncipes, la Consolación de la filosofía y los Morales de san Gregorio, significativa concentración de obras citadas por Fernán Pérez de Guzmán como traducidas por el canciller Ayala.
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