Scío de San Miguel, Felipe (Segovia, 1730–Valencia, 1796)
Clérigo y traductor en lengua castellana. Fue hijo de Sebastián Cristiano de Scío, maestro de danza en la corte de Felipe V, y de Lorenza Isabel de Riaza. Ingresó en los Escolapios, donde profesó con el nombre de Felipe de San Miguel. Realizó estudios en la Universidad de Alcalá y viajó luego por diversos lugares, ampliando estudios teológicos en Roma, donde permaneció hasta 1768. Posteriormente fue provincial de la Orden de los Escolapios y rector del colegio de Getafe. A su pluma se debe un Método uniforme para las Escuelas Pías y sendas traducciones del griego de Los seis libros sobre el sacerdocio de san Juan Crisóstomo y de la vida de Cicerón de Plutarco.
Sin embargo, la obra por la que es más conocido es la traducción de la Biblia, tarea que le había encomendado en 1780 Carlos III y que, tras las preceptivas autorizaciones y el impulso también de Carlos IV, vio la luz en Valencia, en la imprenta de José y Tomás de Orga, con el título La Biblia vulgata latina traducida en español y anotada conforme al sentido de los Santos Padres y expositores cathólicos. Constaba esta primera edición de diez volúmenes que se publicaron entre 1790 a 1793. Era una edición bilingüe y muy lujosa, sin láminas, que se vendían aparte, al alcance de gentes adineradas y que pronto se agotó. A esta primera edición siguieron luego otras muchas. La segunda, «revista, corregida y aumentada por su mismo traductor» fue publicada en Madrid, por Benito Cano en 19 volúmenes entre 1794 y 1797, de la cual se hicieron dos tiradas, una con el texto latino y castellano y otra solo con este último. En el siglo XIX, la Biblia de Scío conoció también otras ediciones –algunas de ellas fueron realizadas por las Sociedades Bíblicas protestantes– que ayudarían a la difusión de la misma, como la que llevó a cabo el teólogo José María Blanco Crespo con la colaboración de Andrés Bello para la Sociedad Bíblica Británica, que permitió su introducción en Sudamérica.
La traducción de Scío fue la primera que se hiciera completa de la Biblia en España desde 1280, fecha de la publicación de la Biblia alfonsina, de lo cual el propio Scío da cuenta en la dedicatoria a Carlos IV; cabe decir que las otras biblias completas, como las llamadas Biblia del Oso (1569) o la Biblia del Cántaro o Biblia Reina–Valera, primera corrección de la Biblia del Oso (1602), fueron publicadas en el extranjero. Hay que considerar que el Concilio de Trento había prohibido la lectura de las versiones de las Sagradas Escrituras en lengua vulgar, si bien el Tribunal de la Inquisición en su Decreto de 20 de diciembre de 1782 toleraba estas versiones siempre que vinieran acompañadas de notas históricas y dogmáticas.
La excesiva literalidad de la traducción, en el intento de ajustarse lo máximo posible al texto de la Vulgata, y la erudición caracterizan esta primera edición, a la que acompañan apartados diversos para el mejor entendimiento del texto sagrado, especialmente notas a pie de página con variantes del texto traducidas de los textos hebreo y griego. Cada libro iba precedido de una introducción con comentarios, algunos de tipo espiritual, acompañado todo de cronologías, genealogías e índices de nombres y lugares.
Pese a ello, se criticó la poca sujeción que esta versión tiene con respecto al texto latino de Jerónimo y la consideración que presta a los textos hebreos, por lo que la segunda edición fue aún más literal si cabe. Fue revisada por los escolapios Calixto Hornero, ex provincial de las Escuelas Pías, Hipólito Lereu, calificador del Santo Oficio, Luis Mínguez y Ubaldo Hornero, si bien en ella seguramente participaría Scío.
Una «Disertación preliminar sobre la traslación de los libros sagrados a la lengua castellana» acompaña la primera edición, donde se tratan variados aspectos, especialmente para justificar el método que desarrolla, destacando de paso la excelencia que se logra al leer los Libros Sagrados para aprovechar el tesoro que se contiene en ellos. Demuestra conocer las versiones anteriores que se habían realizado en diversos idiomas, también en castellano, lengua de gran importancia para que se vierta en ella la palabra de Dios, más apropiada que otras lenguas vulgares por su magnificencia, decoro y gravedad, y de la que, además, se destaca su fuerza y energía para trasladar palabra por palabra los textos originales, incluso lo escrito en griego y hebreo.
Plantea Scío, además, la dificultad que existe en general en toda traducción, dificultad que se acrecienta en la versión que se hace de los Textos Sagrados por el uso que el traductor puede hacer del contenido de mismos. Intenta, por ello, no faltar un ápice a la fidelidad que se ha propuesto, algo que entonces se exigía en la traducción de obras religiosas o morales, evitando introducir voces nuevas e intentando emular la pureza y perfección de la lengua castellana del siglo XVI con el uso de voces de los mejores escritores de esa centuria. Ese respeto a la palabra de Dios, que es en esencia lo que se transmite, hace que siga escrupulosamente «la letra» del texto de la Vulgata, conservando cuando es necesario la palabra en su forma original, aunque en algunos lugares el sentido del texto pudiera ser confuso, y siguiendo la mayoría de las veces el mismo orden que existe en el original. Su intención final era que se pudiera leer sin el menor tropiezo y riesgo, incluyendo para este fin infinidad de notas que ilustran y aclaran esta traducción literal.
Sin embargo, esta literalidad no le impide omitir determinadas voces que cree innecesarias o que se sobreentienden fácilmente. Deja también sin tocar determinadas palabras y expresiones hebreas y griegas que se conservan en la Vulgata. Ello es algo que no siguieron otros traductores, especialmente los que realizaron versiones de la Biblia al francés, donde casi todo es paráfrasis. Pese a ello, consulta traducciones en esta lengua que le permitieron entender muchos lugares oscuros y aprovecharse de sus notas y observaciones. De la misma manera se sirve de traducciones manuscritas de los siglos XIII y XIV, hechas en castellano, de los textos originales hebreos y griegos y de la Vulgata que se conservaban en la biblioteca de El Escorial.
Bibliografía
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Francisco SALAS SALGADO