Euskera, Traducción al
En cifras globales, la literatura vasca traducida representa en torno al 35 % de la producción literaria total en lengua vasca. Este porcentaje asciende hasta el 50 % en el período comprendido entre el inicio de la literatura vasca escrita, 1545, y el final del siglo XIX. A lo largo del siglo XX, la literatura traducida se sitúa alrededor del 20 %, si bien entre 1900 y 1968, fecha en la que se acordó la unificación de la lengua vasca literaria, esa cifra desciende por debajo del 10 %, y en los últimos años del siglo raya el 25 %. En cuanto a las lenguas de procedencia de las obras traducidas al euskera, la principal fuente es la lengua inglesa, con cerca de un 30 %, seguida de las lenguas que rodean al euskera: el francés y el castellano, con porcentajes por encima del 15 % cada una. Estos datos varían notablemente si nos ceñimos a la literatura antigua, donde latín y francés acaparan, prácticamente a partes iguales, el 80 % de la literatura traducida.
Las primeras traducciones al euskera datan de 1571, y son obra de Joanes Leizarraga, a quien la reina de Navarra, Juana III de Albret, encomendó la tarea de traducir los textos canónicos de la Reforma calvinista, tras haberla abrazado en 1560. Los textos en cuestión son Iesus Christ Gure Iaunaren Testamentu Berria (o sea, el Nuevo Testamento de Nuestro Señor Jesucristo), acompañado de varios apéndices; ABC edo Christinoaen Instructionea othoitz eguiteco formarequin, catecismo calvinista creado en 1542; y Kalendrera, almanaque lunar perpetuo para situar la Pascua y demás fiestas del culto. Estas traducciones se encontraban constreñidas por dos fuerzas contrapuestas: por una parte, la vocación proselitista de la Reforma, y, por otra, el sometimiento a la literalidad de los textos sagrados. Por si fuera poco, Leizarraga carecía de tradición literaria alguna en lengua vasca, por lo que hubo de partir prácticamente de la nada. Por desgracia, el fracaso del movimiento protestante, la posterior represión y la consiguiente destrucción de la gran mayoría de los ejemplares de estas obras truncaron el interesante camino abierto por Leizarraga, que bien podría haber servido como base para una temprana unificación de la lengua vasca.
El concilio de Trento sentó las bases de la Contrarreforma, y sus efectos se dejaron sentir en forma de traducciones de diversos textos religiosos enmarcados en la rigidez y en la estricta observancia de los preceptos católicos. La obra religiosa más traducida entre los siglos XVII y XIX fue la Imitación de Cristo, atribuida al monje alemán del siglo XV Thomas de Kempis, de la que se cuentan al menos cinco versiones en este período. La primera de ellas, Iesusen Imitacionea, fue obra de Silvain Pouvreau; otra de las versiones, Jesu Christoren imitationea, del sacerdote labortano Jean d’Arambillaga, data de 1684. A lo largo del siglo XVIII se conocen las versiones del sacerdote de San Juan de Luz Michel Chourio, Jesus–Christoren Imitacionea (1720), y la del párroco suletino Martin Maizter, Iesu–Kristen Imitacionia (1757). En el XIX, el conocido autor y traductor Jean Pierre Duvoisin dejó inacabada una versión más, Jesu Kristoren imitazionea, completada y publicada en 1896.
Otras obras religiosas traducidas durante el siglo xvii fueron Guiristionoaren Dotrina (1656), traducción de Instruction du Chrétien de Richelieu; Philotea (1664), translación de Introduction à la vie dévote de san Francisco de Sales; y Gudu Espirituala (1665), versión del Combattimento spirituale de Lorenzo Scupoli; las tres traducidas por el citado Silvain Pouvreau. Asimismo, cabe mencionar la traducción o paráfrasis en verso de los oficios de la Virgen, titulada Ama Virginaren hirur officioac latinean bezala escaraz (1660), llevada a cabo por Cristóbal Harizmendi. La traducción de textos religiosos continuó a lo largo del siglo XVIII. En lo que al norte del País Vasco se refiere, el sacerdote de San Juan de Luz Joanes Haraneder reescribió las traducciones de Pouvreau Philotea (1749) y Gudu Espirituala (1750), además de ser el primer traductor católico del Nuevo Testamento, a partir de la Vulgata, JesuChristo gure Iaunaren Testament Berria, llevada a cabo en 1740 y publicada en 1855. El pastor protestante, paisano del anterior, Pierre d’Urte, fue asimismo traductor del Génesis y de un fragmento del Éxodo. Y Bernard Larreguy, párroco de Ustaritz, tradujo una obra de M. de Royaumont, con el título de Testament çaharreco eta berrico historioa (1775–1777), que contiene, además de los dos testamentos, diversos exempla, vidas de santos y sermones.
En el lado peninsular del País, el jesuita Sebastián Mendiburu adaptó una obra devota del P. Croiset con el título de Jesusen Bihotzaren devocioa (1747), y es autor de una traducción del catecismo de Astete; otro jesuita, Agustín Cardaveraz, adaptó la Vida christiana (1710) del jesuita pamplonés Jerónimo Dutari, con el título de Cristauaren bicitza, edo bicitza berria eguiteco bidea, bere amabi pausoaquin (1744), obra muy popular. Otro traductor de catecismos, en este caso del Catéchisme historique de Claude Fleury, fue el franciscano Juan Antonio Ubillos: Christau Doctriñ Berri–ecarlea (1785). Entre las escasas traducciones no religiosas de este período hay que mencionar dos versiones de sendas obras técnicas: un breve libro sobre el cuidado del ganado, Laborarien abissua, de 1692, del labortano Mongongo Dassança, versión indirecta del Praedium rusticum (1554) de Charles Estienne; y un libro de navegación, Liburu hau da ixasoco nabigacionecoa, de 1677, traducción de Piarres d’Etcheverry «Dorre» de la obra de Martin de Hoyarzabal Les voyages aventureux du capitaine Martin de Hoyarsabal (1633).
Si hasta finales del siglo XVIII el sesgo de la literatura vasca fue básicamente religioso, a partir de entonces cambió para adquirir una orientación educativa y moralizante, fundamentalmente por medio de la traducción de los repertorios fabulísticos clásicos y neoclásicos. El espíritu de la Ilustración penetró desde Francia principalmente mediante la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País, fundada en 1765 por Xabier María Munibe, conde de Peñaflorida, aristócrata formado con los enciclopedistas franceses, impulsor de las artes y de las ciencias. Mediante sus actividades culturales, creó el caldo de cultivo necesario para la introducción en el país de una conciencia educativa que fue encauzada, entre otras cosas, por medio de la creación y traducción de fábulas. De esta época datan también las Fábulas morales del autor alavés Félix María de Samaniego, sobrino de Munibe. En la misma zona geográfica, los Moguel también cultivaron el género de la fábula, en este caso en lengua vasca. El más conocido de ellos, Juan Antonio Moguel, además de su famoso diálogo Peru Abarka, había escrito un centenar de fábulas y también había traducido los pensamientos de B. Pascal (Pascalen Gogamenak).
Pero fue su sobrina Vicenta Mogel quien publicó en 1804 la primera traducción de fábulas, titulada Ipui onac (Los cuentos buenos), que recoge cincuenta fábulas de Esopo, traducidas gracias a los conocimientos del latín que le había enseñado su tío, bagaje cultural inusitado entre las mujeres de la época. Otro traductor de fábulas fue el bilbaíno Juan Mateo Zabala, quien, en su obra Fábulas en dialecto vizcaíno, recogió, además de veintiuna composiciones propias, otras fábulas de Esopo, La Fontaine, Samaniego y Juan Antonio Moguel. El escritor y pedagogo guipuzcoano Agustín Pascual Iturriaga también hizo su aportación a la fabulística en lengua vasca, en su obra Ipuyac eta beste moldaera batzuec (Fábulas y otras composiciones en verso bascongado), publicada en 1842. La mayoría de las fábulas que contiene están traducidas de la obra de Samaniego, y recoge, además, las églogas primera y tercera de Virgilio. En el País Vasco francés, la recuperación de la tradición fabulística llevada a cabo por La Fontaine llegó de modo más directo: Jean Baptiste Archu publicó en 1848 una selección titulada La Fontainaren aleghia berheziak, traducida al euskera suletino versificado; asimismo, el sacerdote labortano Leonce Goyhetche publicó en 1852 la traducción en verso de 150 fábulas de La Fontaine, con el título de Fableac edo aleguiac Lafontainenetaric berechiz hartuac.
Al margen de la literatura didáctica, continuó la actividad traductora de textos religiosos: dos nuevas versiones del catecismo de Astete, una de ellas en dialecto altonavarro a cargo del franciscano Pedro Antonio Añibarro (Cristau dotriña, 1802–1803); y la otra, obra de Juan Antonio Moguel (Cristinauaren jaquinvidea). El navarro Joaquín Lizarraga tradujo el Evangelio según san Juan al dialecto altonavarro meridional, hoy desaparecido. Asimismo, el médico guipuzcoano Juan José Oteiza es autor de una traducción protestante del Evangelio de san Lucas: San Lucasen ebanjelioa. En el capítulo de vidas de santos, puede citarse la obra del navarro Frantzizko Laphitz Bi saindu heskualdunen bizia: San Inazio Loiolacoarena eta San Frantzizco Zabierecoarena (o sea, Vida de dos santos vascos: la de San Ignacio de Loyola y la de San Francisco Javier), publicada en 1867 y traducida de varias fuentes (Ribadeneira, Bouhours, Rohrbacher, Daurignac) con una brillante prosa. Gregorio Arrue también es autor de una vida de san Ignacio (Aita San Ignacio gloriosoaren bicitza, 1866), pero la traducción que le dio más popularidad fue la de la vida de santa Genoveva: Santa Genovevaren vicitza (1868), obra del sacerdote alemán Christoph Schmid. El citado Arrue dio otras muchas traducciones más, entre ellas una nueva versión de Kempis: Kristoren imitazioa (1887); Mariaren Gloriak (1881) de san Alfonso María Ligorio, y la Oración mental del jesuita Villacastín.
El espíritu romántico llevó a numerosos investigadores extranjeros a interesarse por el País Vasco, atraídos por su extraña lengua y sus costumbres. Uno de ellos fue impulsor indirecto de la actividad traductora; se trata del príncipe LouisLucien Bonaparte, quien encargó a una serie de colaboradores diversas traducciones de un mismo texto al dialecto de cada uno, con objeto de estudiar los dialectos vascos. Los textos que aparecen más repetidos son el Evangelio según san Mateo, el Cantar de los Cantares, el Apocalipsis, la Biblia completa y el catecismo de Astete. Los traductores, por su parte, fueron Intxauspe para el dialecto suletino, Uriarte para el vizcaíno y el guipuzcoano, Etxenike para el baztanés, Salaberri para el bajonavarro, Otaegui para el guipuzcoano y el altonavarro y Mendigatxa para el roncalés. Mención aparte merece Jean–Pierre Duvoisin, encargado del dialecto labortano, debido a su brillante traducción de la Biblia: Bible Saindua edo Testament Zahar eta Berria, publicada en Londres entre 1859 y 1865.
Por último, en este apartado hay que citar algunas traducciones relacionadas con la literatura militante de la época, concretamente con la de los opositores a las ideas liberales, en forma de traducciones de folletos y libros franceses, entre las que se pueden citar Aphezen dretchoac eta eguinbideac eletzioetan (Derechos y deberes de los sacerdotes en las elecciones), traducido por Laurent Diharassarry en 1890; Zer izan diren eta zer diren orain Framazonak munduan (Qué han sido y qué son todavía los francmasones en el mundo), también de 1890, y Framazonak, bigarren edizionea, eta Frantziako hirur Errepubliken istorioa laburzqui (Los francmasones, segunda edición, y breve historia de las tres Repúblicas de Francia), de 1891, todos ellos adaptados por Michel Elissamburu. Liberalen dotrina pecatu da (La doctrina de los liberales es pecado) y Bai, pecatu da liberalquerija (Sí, el liberalismo es pecado) son traducciones del jesuita José Ignacio Arana, publicadas en 1887 y 1896 respectivamente, a partir de El liberalismo es pecado de Félix Sardá y Salvany. Para cerrar el relato de este período, cabe ser citada la traducción de la crónica de José Colá y Goiti de la emigración navarra, llevada a cabo por el dramaturgo donostiarra Marcelino Soroa: Euskal Naparren joaera edo emigrazioa (1885).
El siglo XIX se cerró bajo el signo de la pérdida de los fueros y del surgimiento del nacionalismo vasco, empeñado en crear una base cultural sólida para la expansión de su ideología, que pronto se materializó en lo que fue la generación de escritores más brillante conocida hasta entonces: Lizardi, Lauaxeta, Aitzol… Junto a ellos, un autor algunos años mayor, Orixe (Nicolás Ormaetxea), se convirtió en un laborioso e incansable agente cultural. En esta última faceta, frente a las propuestas idiomáticas puristas propugnadas por Sabino Arana, Orixe fue defensor y practicante de la traducción del sentido. Llevó a cabo su labor traductora en diversos ámbitos: en 1928 ganó un certamen de traducción de Pamplona, que proponía la traducción del capítulo noveno de Don Quijote; en 1929, se publicó su traducción de El lazarillo de Tormes (Tormes’ko itsu–mutilla). Al año siguiente, en 1930, publicó la traducción del poema épico nacional provenzal Mirèio, de Frédéric Mistral. Tras la Guerra Civil continuó su labor traductora con versiones de textos religiosos como el misal y vesperal bilingüe latínvasco titulado Urte Guziko Meza–Bezperak, de 1949; una versión de las Confesiones de san Agustín: Agustin Gurenaren aitorkizunak (1956); o el Nuevo Testamento: Itun Berria (1967).
Aparte de la labor de Orixe, en el período de preguerra hubo otras aportaciones interesantes en el campo de la traducción literaria. En 1927, Joseba Arregui «Txingudi» publicó una traducción de poemas de Heine, Heine’ren Olerkiak. Ese mismo año, Joseba Altuna reunió varios cuentos de Oscar Wilde bajo el título de Ipuñak, y dos años más tarde, en 1929, el propio Altuna publicó una traducción de catorce cuentos de los hermanos Grimm, de nuevo con el título de Ipuñak, siguiendo los preceptos de pureza lingüística. A su lado, la traducción de J. A. Larrakoetxea «Legoaldi» de cincuenta cuentos de los hermanos Grimm, Grimm Anaien Berrogeitamar Ume–Ipuin, publicada también en 1929, destila un aire mucho más popular. Hay que citar, además, la adaptación de la narración infantil de Charles Dickens A Christmas Carol, publicada en 1931 en el diario donostiarra El Día por el traductor y dramaturgo Ander Arzelus «Luzear», con el título de Eguarri Abestia.
El teatro en lengua vasca recibió un espaldarazo mediante la instauración del Día del Teatro Vasco durante los años 1934–1936, que impulsó la traducción y representación de multitud de obras, tanto contemporáneas como clásicas: en 1926 el dramaturgo Toribio Alzaga ya había realizado la de Macbeth, con el título de Irritza; en 1933, Jokin Zaitegui publicó Antigone, de Sófocles; en 1934 el capuchino Bonifacio de Ataun tradujo Amal, de Rabindranath Tagore; Iñaki Goenaga publicó por entregas, en los años 1934–1935, una traducción de Wilhelm Tell de F. Schiller; y J. Altuna realizó dos versiones de sendas obras del mecenas vizcaíno Manuel Sota: Buruzagijak (1935) y la pieza infantil Urretxindorra (1934). Además, la revista Antzerti publicó otras obras de teatro traducidas del castellano, francés y alemán. Por último, cabe mencionar al jesuita Raimundo Olabide, traductor de la Biblia: el Nuevo Testamento, Itun Berria (1931), y la edición completa, Itun Zar eta Berria, publicada en 1958. Además, tradujo los Ejercicios espirituales de san Ignacio, Loyola–tar Eneko Deunaren Gogo–Iñarkunak (1914), y el Kempis, Josu–Kristoren Antzbidea (1920), todas ellas en la línea purista propugnada por Sabino Arana.
La Guerra Civil española y la larga dictadura provocaron la drástica suspensión del excelente ambiente literario precedente. En el interior del país, la estricta censura que imperó durante las décadas de los 40 y los 50 sólo permitió el desarrollo de una tímida, aunque importante, labor vascófila por parte del clero. Junto a esto, la colonia vasca en el exilio se esforzó por mantener viva la llama cultural mediante diversas publicaciones que miraban con nostalgia hacia la época de preguerra. La traducción literaria se nutrió principalmente de obras de autores clásicos. Además de la ya citada labor de Orixe, hay que destacar, dentro de la escasa producción en el propio País Vasco, la colección pionera «Kuliska Sorta» de la editorial Itxaropena, que se inició con una traducción del jesuita Plazido Mujika: Noni eta Mani. Islandiar mutiko biren gertaldiak, traducción de la obra original en alemán Nonni und Manni (1914), del también jesuita islandés Jon Svensson. Algunas otras traducciones recogidas en esta colección fueron Itxasoa laño dago (1959), traducción de Jon Etxaide de Las inquietudes de Shanti Andia de P. Baroja; o Agurea ta itxasoa (1963), versión de Anjel Goenaga de El viejo y el mar de E. Hemingway.
Uno de los traductores más prolíficos de este período fue el sacerdote y profesor vizcaíno Juan Anjel Etxebarria (1934–1996). Tradujo a los poetas clásicos Catulo, Horacio y Marcial; a varios poetas catalanes; cuentos de Perrault; fábulas de Fedro y Esopo, y diversas obras religiosas. El carmelita Santiago Onaindia tradujo las obras completas de Virgilio, en colaboración con Ibinagabeitia, las Odas de Horacio, tres poemas de R. Tagore, la Divina Comedia de Dante y, ya en 1985, la Odisea, de Homero. El jesuita Gaizka Barandiaran (1916) es autor de una traducción de la Iliada de Homero: Iliarena, publicada en Vitoria–Gasteiz en 1956. Otro religioso, Luis Jauregi «Jautarkol», tradujo Pascual Duarte’ren sendia de Camilo José Cela.
En cuanto a la actividad literaria en el exilio, hay que referirse al poeta, ensayista y traductor jesuita Jokin Zaitegui (1906–1979), ya mencionado a propósito de su traducción de Antígona antes de la guerra. Tras la contienda se exilió en varios países, entre ellos Guatemala, donde en 1950 fundó la revista Euzko–Gogoa, que se nutriría de trabajos de escritores vascos en el exilio. En 1945 ya había publicado Ebanjeline, traducción de la obra homónima de H. W. Longfellow, que precisamente plantea una situación de guerra y exilio, en la línea de otras traducciones reivindicativas anteriores a la guerra, tales como Mirèio o Wilhelm Tell. También tradujo las tragedias de Sófocles, publicadas en 1946 y 1958, en México y Bayona respectivamente; Medeia (1963) de Eurípides y, ya de vuelta en el País Vasco, de las obras de Platón entre 1975 y 1979. Otro traductor del exilio americano fue el vizcaíno Andima Ibinagabeitia. Colaborador de la revista Euzko–Gogoa, publicó en ella la traducción de las Bucólicas de Virgilio (Bergili’ren Unai–Kantak, 1954), que más tarde, junto con la de las Geórgicas (Alor–Kantak), se añadirían a la de S. Onaindia de la Eneida para ser publicadas en 1966 como Birgili’ren idazlanak osorik (Obras completas de Virgilio). Además, es autor de otras versiones, como Maitebidea (1952), procedente del Ars amandi de Ovidio, y la pieza teatral Abere–indarra (1953), traducción de La fuerza bruta de Jacinto Benavente, ambas publicadas en Euzko–Gogoa. El sacerdote Bedita Larrakoetxea (1894–1990), hermano menor del traductor de los cuentos de Grimm apodado Legoaldi, conoció el exilio en Inglaterra y Sudamérica. Es autor de varias traducciones de obras dramáticas de Shakespeare, algunas de ellas publicadas en Euzko–Gogoa en los años 50. Ya de vuelta en el País Vasco, publicó entre 1974 y 1976 la traducción de la obra dramática completa de Shakespeare. El político vizcaíno Bingen Amezaga (1901–1969), exiliado en Inglaterra, Argentina y Venezuela, también fue traductor de una obra de Shakespeare: Hamlet. Danemark’eko Erregegaya, publicada en Buenos Aires en 1952. Además, tradujo a Juan Ramón Jiménez, Plinio, Esquilo, Cicerón, Wilde, Goethe y otros.
La estructura conformada por comunidades autónomas de la que se dotó el Estado español tras la muerte de Franco llevó a la aprobación en 1979 del Estatuto de Autonomía del País Vasco y, en 1982, a la del Estatuto de Navarra. Los correspondientes desarrollos de estas leyes orgánicas fueron dotando a estas comunidades de diversas infraestructuras culturales para la recuperación y normalización de la lengua vasca: el decreto de bilingüismo, la enseñanza en euskera, radio y televisión en lengua vasca, instituciones de euskaldunización y alfabetización, etc. Asimismo, durante los años 80 se intensificó la labor normativa de la Real Academia de la Lengua Vasca (Euskaltzaindia). En esos mismos años nacieron las asociaciones de escritores y de traductores vascos. En la década de los 90, el Gobierno Vasco dio inicio a la convocatoria anual del premio Euskadi de Traducción. En cuanto a los estudios de traducción, en 1980 se fundó en Donostia la Escuela de Traductores de Martutene, plataforma de lanzamiento de las primeras promociones de traductores con una preparación específica. Más tarde se pondrían en marcha los posgrados o másteres de traducción de la Universidad de Deusto (1990) y de la Universidad del País Vasco (1991). Pero hubo que esperar hasta el año 2000 para ver hecha realidad la tantas veces demandada licenciatura en Traducción e Interpretación, puesta en marcha en la Universidad del País Vasco.
Durante estos años destaca la labor de la editorial Lur, fundada por Gabriel Aresti. El catálogo de traducciones de dicha editorial incluye obras muy diversas, como la Metamorfosis de F. Kafka (Itxura aldaketa, 1970), a cargo de Xabier Kintana y Arantxa Urretabizkaia; Bai mundu berria de Aldous Huxley, en versión de Xabier Amuriza (1971); Kandido de Voltaire, traducido por Ibon Sarasola (1972); o Lau gartzelak, del poeta turco Nazim Hikmet, a cargo del propio Aresti (1971). A pesar de que la tendencia a traducir obras contemporáneas era cada vez mayor, se seguían traduciendo obras clásicas como Don Kixote Mantxa’ko (1976) de Cervantes, a cargo de Pedro Maria Berrondo; Boccaccioren Dekamerone tipi bat (1979), de Aresti; o las ya citadas obras dramáticas completas de Shakespeare, a cargo de B. Larrakoetxea. La puesta en marcha en 1981 de la segunda época del Servicio de Teatro del Gobierno Vasco, Antzerti, trajo consigo la publicación de un buen número de obras teatrales tanto originales como traducidas, de autores como Goldoni, Castelao, Sastre, Fo, J.-P. Sartre, A. Strindberg o Shakespeare.
Por otra parte, se desarrolló una intensa labor editorial que pretendía dar respuesta al incremento de la demanda de materiales de lectura en lengua vasca. Como quiera que fuera imposible responder a ella en su totalidad con materiales originales, la literatura traducida cobró gran importancia dentro de un sistema literario vasco todavía muy débil. La editorial bilbaína Gero–Mensajero publicó para los jóvenes obras de Verne y Melville, y reediciones de las traducciones de Plazido Mujika Noni eta Mani y Mendiko Argia; la editorial Hordago también publicó un gran número de clásicos de la literatura juvenil: Twain, Lewis Carroll, J. London, R. L. Stevenson, W. Scott, Emilio Salgari, H. B. Stowe, L. Frank Baum, Henry W. Longfellow… Y Elkar hizo lo propio, añadiendo a la lista anterior autores como Rudyard Kipling, Gianni Rodari, George Orwell, René Goscinny, Peter Härtling, Erich Kästner, etc. La gran mayoría de los textos citados fue traducida utilizando versiones en castellano como textos puente, y muchos de ellos tienden a simplificar los aspectos estructurales y las complejidades sintácticas y retóricas.
La labor de traducción sistemática de obras clásicas de la literatura universal finalmente se pudo llevar a cabo en los últimos años del siglo XX gracias, sobre todo, a dos ambiciosos proyectos de traducción: «Literatura Unibertsala» y «Pentsamenduaren Klasikoak». El primero de ellos, que se proponía la traducción de cien obras literarias clásicas, empezó a materializarse en 1990 con la publicación de los siete primeros títulos, y culminó en 2002. La segunda etapa del proyecto supuso la publicación de 52 títulos más entre 2002 y 2010; aun una tercera etapa se propuso traducir otras 50 obras a partir de 2011, de las cuales en 2018 se habían publicado veintitrés. De forma paralela, se comenzó a editar la colección «Urrezko Bilduma» (Biblioteca de oro), que pretendía recuperar y actualizar una selección de títulos de la primera etapa. El segundo de los proyectos se inició en 1991 y tenía un objetivo similar al del primero, la traducción de cien títulos, pero, en este caso, pertenecientes al campo del pensamiento, incluyendo autores desde la antigua Grecia hasta la actualidad. Los temas de las obras traducidas van desde la filosofía hasta la economía, pasando por la psicología, la lingüística, la antropología, la historia, la pedagogía o la teología. Haber atesorado en tan pocos años un patrimonio de tal calidad y dimensiones no ha pasado desapercibido entre los principales autores de este período, algunos de los cuales han reconocido su deuda con el importante caudal de traducciones literarias.
En dicho proceso de creación de lenguaje literario no hay que dejar pasar el hecho de que, además de la labor de los traductores propiamente dichos, un buen número de autores vascos se ha implicado en la traducción de algunos de sus autores predilectos, como una forma de reescritura en lengua vasca de sus obras de culto. Por ejemplo, Gabriel Aresti, Jon Juaristi y Joseba Sarrionandia reunieron en un mismo volumen sus versiones de la obra poética de T. S. Eliot (Eliot euskaraz, 1983); y el propio Sarrionandia tradujo The Rime of the Ancient Mariner de Coleridge (Marinel zaharraren balada, 1995), y poemas del brasileño Manuel Bandeira (Antologia, 1999), tras haber publicado una selección de poemas de sus autores favoritos bajo el título de Izkiriaturik aurkitu ditudan ene poemak (1985), además de la obra dramática de Pessoa Marinela (1985). Mikel Lasa tradujo a A. Rimbaud (Denboraldi bat infernuan, 1991; Poemak, 1993), a J.–P. Sartre (Paretaren kontra, 1980), a Marcel Schwob (Mimoak, 1985) y a Alfonso Sastre (Bazterrean utzitako panpinaren ixtorioa, 1984). Otro poeta, Koldo Izagirre, hizo lo propio con varias obras de Castelao (Zirtzilak. Kristalezko begia, 1986), Uxío Novoneyra (Bazterrak/Os Eidos, 1988), Maiakovski (Poemak, 1993), Salvat–Papasseit (Antologia, 1995) y V. Hugo (Idi orgaren karranka, 2002).
En el terreno de la narrativa, Joxe Austin Arrieta tradujo a M. Yourcenar (Hadrianoren oroitzapenak, 1985), a Jaume Fuster (Beirazko giltzak, 1997), a W. Golding (Eulien ugazaba, 1990) y a M. Frisch (Homo Faber, 2001). Juan Kruz Igerabide tradujo a C. Baudelaire (La Fanfarlo, 1991), además de ser autor de versiones de las Metamorfosis de Ovidio y de la Odisea, de Homero. Por lo demás, diversas colecciones literarias han recogido varias obras traducidas; por ejemplo, la editorial Elkar incorporó, a partir de 1983, traducciones de Mercè Rodoreda, C. Pavese, G. de Maupassant, Yourcenar, H. Böll, Robert Laxalt, A. Gide, Georges Bataille, E. A. Poe, J. Steinbeck, G. Apollinaire, W. Golding, J. D. Salinger, Isak Dinesen, etc. La editorial Igela comenzó a especializarse en obras del género negro a partir de 1989, con autores como Arthur Conan Doyle, J. London, P. D. James, Horace McCoy, F. S. Fitzgerald, T. Capote, Jim Thompson, Chester Himes, James M. Cain, Bill S. Ballinger, Raymond Chandler, Patricia Highsmith, Dashiell Hammett y otros. En los últimos años la editorial ha abierto su abanico de oferta y ha comenzado a publicar obras de autores como S. Márai, N. Ginzburg, A. Baricco, J. Roth, etc. En 1991, la editorial Erein puso en marcha la colección «Bartleby», que ofrecía textos breves y atractivos que pretendían crear el hábito de lectura de traducciones. Se inició con Bartleby izkribatzailea, de Melville, y publicó una decena de títulos de autores como Rimbaud, Sheridan Le Fanu, J. London, Baudelaire, O. Wilde, E. T. A. Hoffmann, N. Gógol, F. Dürrenmatt, J. W. Polidori o M. Twain. En cuanto a Alberdania, se ha rodeado de un interesante grupo de traductores para incluir en su catálogo a autores como C. Levi, A. Kristof, S. Zweig, D. Thomas, G. Grass, etc. Desde 2002 se convoca anualmente una beca que lleva el nombre del traductor Jokin Zaitegui, para la traducción de una obra del autor galardonado con el premio Nobel de cada año, gracias a la cual se han traducido obras como Sin destino, de Imre Kertesz; Nieve, de Orhan Pamuk; Canta la hierba, de Doris Lessing; Desierto, de Jean-Marie G. Le Clézio; La guerra no tiene nombre de mujer, de Aleksievich; o Los restos del día, de Kazuo Ishiguro, entre otras.
En el campo de la poesía, en 2014 inició su andadura la colección «Munduko Poesia Kaierak» (Cuadernos de poesía del mundo), que ofrece antologías de autores como Georg Trakl, Maria Mercè Marçal, A. Césaire, E- Dickinson, Carlos Drummond de Andrade, Miguel Hernández, Anne Sexton, P. Celan, Miroslav Holub, etc. Por último, resulta reseñable el dinamismo mostrado en lo referente a las traducciones en géneros periféricos, como la literatura infantil y juvenil. En dicho sector se invierten las cifras habituales, y la literatura traducida supera los dos tercios de su producción total. Asimismo, hay un certamen de traducción de literatura infantil y juvenil al euskera, convocado anualmente por el Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz.
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