Eddas, poesía escáldica y sagas

Eddas, poesía escáldica y sagas

Las Eddas son colecciones de poemas en metro tradicional germánico (semejante al de Beowulf y otros poemas anglosajones o al del Hildebrandslied alemán), y de orígenes geográficos y cronológicos muy diversos. Algunos son exclusivamente nórdicos, otros parecen pangermánicos, como los referentes al mito de Sigurd (Sigfrido) y el oro del Rhin. Algunos son posiblemente muy antiguos, otros debieron de ser compuestos casi contemporáneamente con la recopilación misma. Ésta se puso por escrito en Islandia a mediados del siglo XIII, y seguramente varios de los poemas se compusieron directamente en la isla, igual que se sabe que alguno procede de las islas Feroe o Groenlandia, que formaban parte por entonces del ámbito lingüístico y cultural islandés. Naturalmente, es posible imaginar que los poemas «matriz», que podían tener siglos de antigüedad, se habían ido modificando con el paso del tiempo, como es habitual en los textos tradicionales, aunque la perfecta conservación de los metros tradicionales en Islandia hizo que la lejanía respecto a los originales fuera relativamente escasa. No debe olvidarse, a este respecto, que hasta hoy mismo pervive en Islandia una forma idiosincrática de poesía popular cantada, llamada rímur («rimas»), que tanto por el metro como por el vocabulario y las formas de sintaxis poética dislocada, pero también por las formas musicales utilizadas, es una clara continuación de la tradición de Eddas.

Con excepción de algún fragmento incluido en novelas contemporáneas, como Gente independiente, de Halldór Laxness, no existe traducción de ninguno de los numerosos y a veces larguísimos ciclos de rímur, ni una antología de estos poemas tradicionales y actuales. Sea como fuere, la primera obra islandesa, o nórdica, de auténtica importancia literaria y suficiente trascendencia internacional es la Edda, llamada también Edda mayor o Edda poética. En otras lenguas europeas, sobre todo en el norte del continente, se tradujeron en su totalidad a lo largo del siglo XIX, aunque hubo versiones anteriores, parciales. Los poemas de la Edda son en parte de tema mitológico, en parte heroico, aunque la diferencia no siempre es fácil de establecer de modo coherente y sistemático. Lo cierto es que ambos grupos de poemas tenían interés indudable para folcloristas e historiadores, así como para los mitologistas del siglo XIX, sobre todo en países que, como Alemania y el Reino Unido, querían establecer firmes cimientos históricos sobre bases germánicas. España no fue una excepción en ese interés generalizado, y en 1856 se publicó en Madrid (Imprenta La Esperanza) una versión de ambas Eddas que se presenta como «traducida de la antigua lengua escandinava» por Ángel de los Ríos, aunque su análisis deja ver demasiadas intoxicaciones de alguna versión francesa. De modo que la traducción de la literatura del norte comenzó con la utilización, plena o parcial, de una lengua intermedia, problema que no se solucionó hasta la segunda mitad el siglo XX y que es suficientemente conocido también en otras áreas lingüísticas poco usuales en el ámbito hispánico; por desgracia, no ha desaparecido todavía este tipo de traducción de segundo orden.

Otra obra que recibe el nombre de Edda es de un carácter muy distinto a la Edda mayor, aunque está estrechamente relacionada con ella. Para distinguirlas, en este caso se habla de Edda de Snorri o de Edda menor. Es obra de Snorri Sturluson (1174–1241), uno de los personajes más importantes de Islandia, tanto en el ámbito político como en el literario. Este libro pretendía ser un manual para poetas que quisieran comprender el estilo antiguo o componer en él; recopila, por tanto, los distintos tipos de metro, con sus nombres y peculiaridades, proporcionando numerosos ejemplos de multitud de poetas; explica las metáforas poéticas, denominadas kenningar, y proporciona una base de conocimiento sobre la antigua mitología, parte que suele llamarse La alucinación de Gylfi y que es la más traducida, tanto al castellano como a otros idiomas. El libro de Snorri, como los demás que compuso, está en prosa, una innovación fundamental en Islandia a partir de fines del siglo XII: a diferencia de lo que sucede en casi todo el continente europeo en la época, donde predomina la poesía en todo lo que pudiera considerarse «literario», Islandia prefiere la prosa como herramienta para la narrativa. Lo cierto es que si la Edda mayor se tradujo (de la lengua o lenguas que fuera) ya en el siglo XIX, la Edda de Snorri tuvo que esperar hasta principios de los años 80 del siglo XX, cuando aparecieron casi simultáneamente tres ediciones, dos de ellas en la misma editorial, aunque con distintos títulos: Jorge Luis Borges (La alucinación de Gylfi; M., Alianza, 1983), Luis Lerate (Edda menor; Alianza, 1984, reed. en 2008) y Enrique Bernárdez (Textos mitológicos de las Eddas; M., Editora Nacional, 1982, con nueva ed. en M., Miraguano, 1988) sacaron al mercado casi el mismo texto. En un caso (Bernárdez), en compañía de los textos de la Edda mayor con contenido mitológico; en los otros dos casos, por sí sola: muy pronto, sin embargo, Lerate publicó una edición completa de la Edda mayor (Alianza, 1986), que ha tenido varias reediciones. Más recientemente (2014), Rafael García Pérez publicó una nueva versión del primer poema de la colección éddica, Völuspá. La profecía de la vidente (Miraguano). Contamos, así, con tres versiones distintas del poema (Lerate, García Pérez y Bernárdez), multiplicidad que se encuentra habitualmente en otros entornos lingüísticos y que no es caso único para la literatura islandesa medieval.

La poesía escáldica es otro género poético fundamental, Sus practicantes, los escaldas (o escaldos) eran poetas cortesanos, guerreros, raras veces enamorados y en muchas ocasiones vikingos, que escribieron entre los siglos IX y XIV complejos poemas en los que las formas tenían más importancia que el contenido: tanto la métrica, estrictamente regulada, como el uso de complejísimas metáforas (kenningar), palabras anticuadas y de exclusivo uso poético, denominaciones metonímicas, sintaxis dislocada, etc. Estos poemas, muchas veces dotados de considerable interés histórico, pero que a veces pueden parecer simples demostraciones de maestría técnica, han llegado a nosotros, en su mayor parte, integrados en las sagas. En unos casos, porque se trata de vidas de poetas, precisamente; en la mayoría, porque los poemas, que en buena parte se pueden datar con bastante precisión, pues sus autores son personajes históricos conocidos, servían de referencia histórica, como si de documentos oficiales se tratase.

De ahí que los poemas escáldicos hayan aparecido en castellano dependiendo de las sagas en las que se encuentran; por ejemplo, las composiciones de Egill Skallagrímsson, ciertamente el más grande de estos poetas, y el que más claramente se adentró en la lírica, aparecen todas ellas en su espléndida saga, una de las mejores, traducida por E. Bernárdez (Editora Nacional, 1983; nueva ed. Miraguano, 1996). Existe, sin embargo, una colección de poemas nórdicos antiguos, debida a L. Lerate, en la que encontramos también poemas de este tipo (Poesía antiguo–nórdica; Alianza, 1993). Otra cuestión es cómo traducir los kenningar por su extraordinaria complejidad: si se traducen los componentes del kenning (que, además, suelen estar desperdigados por uno o dos versos, no como unidad), el lector difícilmente comprenderá nada y la nota a pie será la única solución. Verter simplemente el referente general hace que se pierda la mayor parte del elemento propiamente literario del verso. La situación se agrava si se considera el conjunto de la estrofa escáldica, con su extraordinaria complejidad formal. Nadie ha conseguido solucionar adecuadamente, para ninguna lengua, el problema de la traducción de las estrofas escáldicas. En general, al traductor se le ofrecen dos opciones: la simplificación formal, aunque manteniendo, en ocasiones, un texto suficientemente anómalo sintáctica y léxicamente como para que el lector se dé cuenta de que la lengua que se está utilizando no es la misma que la del texto en prosa que lo rodea; o la conservación de tantos elementos formales propios de este tipo de poesía como sea posible. La falta de una tradición suficientemente prolongada en el tiempo de versiones de sagas y poemas escáldicos no ha permitido aún alcanzar un consenso general. Lo cierto es que, como el número de sagas aparecidas en castellano es ya admirablemente grande, se cuenta al mismo tiempo con versiones de muchos de estos poemas.

Las sagas representan el género más genuinamente islandés en la literatura medieval. Se trata de relatos en prosa, de longitud muy variable, que suelen contar la vida de personajes de especial importancia. Seguramente, su origen se encuentra en los relatos de vidas de santos, por un lado, y en las narraciones históricas, por otro. Se escribieron fundamentalmente entre los siglos XII y XIV. Parece que los islandeses comprendieron muy pronto que, si podían contar en prosa la vida de un santo extranjero, podían hacer lo mismo con personajes de la iglesia nacional, tratárase de santos o de los primeros obispos, o de los reyes noruegos que tuvieron significación especialmente destacada en la vida de los islandeses. Se pasó también, enseguida, a contar la historia de personajes islandeses, por ejemplo, poetas guerreros como Egill Skallagrímsson, o simplemente personas sobre las que corrían historias orales porque habían sido actores y protagonistas de hechos memorables. En ocasiones se trataba solamente de un hecho único en la vida de un personaje no muy destacado, y entonces se escribían los llamados þættir (literalmente, «eslabones»), como si una historia estuviese formada por eslabones independientes, aunque guardando una unidad de conjunto, como una cadena. Esta forma de composición se mantendrá en la novela islandesa hasta el mismo siglo XXI, fundida con los procedimientos literarios modernos. J. L. Borges comparó el sistema de composición mediante episodios con el lenguaje narrativo cinematográfico; comparación que, indudablemente, parece acertada. Otro rasgo de las sagas es la observación objetiva de los personajes: el narrador es externo, conoce a las personas por sus acciones y no por sus pensamientos, que son inaccesibles, y solamente contará aquello que tenga visos de realidad en el mundo de su relato. Al tiempo, como es propio de una forma de narrar con claras bases en lo oral, existe una combinación –incluso indiferenciación, podría decirse– de estilo directo e indirecto y, con enorme frecuencia, de tiempos verbales para poner de relieve en presente un hecho que forma parte de un decurso narrativo más extenso, en pasado. El vocabulario y la construcción sintáctica suelen ser sencillos y fácilmente accesibles.

Estos elementos tan típicos de las sagas han servido también para conformar la prosa islandesa de siglos posteriores, hasta hoy mismo, y no dejan de plantear problemas de traducción, precisamente por su inesperada sencillez, tan poco habitual en las letras medievales y por sus huellas del relato oral. Sin embargo, en el conjunto de las traducciones de sagas al castellano, se ha coincidido en conservar todos esos aspectos característicos del género, sin proceder a introducir elementos «literarios» ajenos, ni adornar la prosa para «disfrazar» su simplicidad. Puede decirse que en la breve pero ya amplia tradición traductora de las sagas en lengua castellana se ha creado un «estilo de saga» reconocible por los lectores y que hace justicia a los rasgos más peculiares de estos textos. Sin lugar a dudas, la traducción de sagas islandesas medievales es el campo más amplio y desarrollado en castellano. La historia de la traducción de sagas en España es muy corta. Mientras en otros idiomas europeos hay abundancia de traducciones ya en el siglo XIX (hasta el punto de que un novelista de la importancia de Walter Scott reconoce su deuda con ellas para la creación de su propia novela histórica de tema medieval), en España o Latinoamérica no existe nada, con excepción de algún pequeño fragmento (por ejemplo, en Antiguas literaturas germánicas de J. L. Borges), hasta principios de los años 80, coincidiendo con el renacido interés por los temas medievales.

Las primeras sagas traducidas lo fueron del inglés: Saga de los groenlandeses y Saga de Erik el Rojo (en un mismo volumen, en versión de Antón y Pedro Casariego; M., Siruela, 1993). Pero enseguida empezaron a aparecer otras, vertidas directamente del islandés: Saga de Njáll por E. Bernárdez (M., Alfaguara, 1986; nueva ed. revisada Siruela, 2003), diversas sagas breves y þættir, como los contenidos en la antología Sagas islandesas de E. Bernárdez (M., Espasa–Calpe, 1984) y luego otras a cargo de diferentes traductores, entre ellas las sagas de personajes legendarios recopiladas y traducidas en su integridad por Santiago Ibáñez Lluch como Sagas islandesas de los tiempos antiguos y otros títulos de los diversos volúmenes y publicadas por Miraguano y Gredos a partir de 2007. No en todas las grandes lenguas de cultura están recogidas las 34 sagas de este tipo.

Existen diversos tipos de sagas, y el que con mayor frecuencia se traduce a cualquier lengua es el de las conocidas como «de islandeses» porque hablan de personajes de esta nacionalidad que vivieron entre finales del periodo pagano y principios del cristianismo islandés. A este grupo pertenecen las mencionadas hasta aquí. De ellas se han traducido al castellano las más importantes desde el punto de vista histórico y literario, más recientemente la Saga Laxdoela o «Saga de las gentes del Valle del Salmón», aparecida en traducción del islandés por R. García Pérez en Miraguano (2016) y en traducción del inglés, como Saga de Laxdæla por María José Sesma Nuez para Madrilenian (2015). La Saga de los habitantes de Eyr apareció traducida directamente del islandés por Pilar Fernández Álvarez y Teodoro Manrique en el año 2000 (Valencia, Tilde). Del inglés, en cambio, se tradujeron Saga de los confederados y Saga de Glum el asesino, a cargo de M. Ángeles Morales Soto (Madrilenian, 2013). La Saga de Gunnlaug, que había aparecido en Sagas islandesas (1983), fue traducida otra vez, ahora del inglés, por Enrique Conde Álvarez, para esta misma editorial (2013), acompañada de la Saga de Kormak, aparecida muchos años atrás (B., Teorema, 1985), en versión de Agustí Dimas.

Otro tipo de sagas es el conformado por los relatos sobre «tiempos antiguos», es decir, sobre la época vikinga (más o menos desde principios del siglo VII hasta principios del XI), cuya acción se desarrolla las más de las veces sin conexión (directa) con Islandia, y que contienen frecuentemente más elementos legendarios que históricos, a diferencia de lo habitual en las sagas de islandeses o las de reyes. Curiosamente, en castellano han aparecido bastantes de estas sagas, vertidas con menor frecuencia a otras lenguas. Entre ellas puede contarse la Saga de los Volsungos, que narra las historias en torno a Sigurd (Sigfrido), los nibelungos, el oro del Rhin, etc., que aparecen también parcialmente en el alemán Cantar de los Nibelungos. Esta saga tiene la interesante peculiaridad de utilizar numerosas estrofas de los poemas correspondientes de la Edda mayor. Existen al menos dos traducciones: la de Javier Díaz Vera (Gredos, 1998) y la más reciente de Macià Riutort y J. A. de la Nuez (Historia de los descendientes de Volsungr. El relato de Volsi; Miraguano, 2017).

Las «sagas de reyes» forman otro grupo de singular interés. Los islandeses veían en Noruega su patria de origen, no en vano buena parte de los primeros colonos llegaron de allí, y los reyes noruegos eran vistos como propios (lo que, ciertamente, cambió cuando Islandia perdió su independencia en el siglo XIV y pasó a formar parte directa y subsidiaria del reino de Noruega). Buena parte de las historias de reyes más importantes y literariamente más valiosas integran el libro llamado Heimskringla («Círculo del mundo»), debido al ya mencionado Snorri Sturluson. De esta espléndida colección de biografías reales, que abarca desde los orígenes míticos hasta los tiempos del propio autor, sólo una se ha publicado en castellano: la primera, precisamente, la Saga de los Ynglingos (Tilde, 1997; obra de S. Ibáñez Lluch). Recordemos que las dos primeras que se tradujeron eran las que narraban los intentos de colonizar Vinlandia, esto es, América, junto a los acontecimientos que llevaron a ello, como es la ajetreada y violenta vida de Erik, llamado el Rojo (Saga de Eirík el rojo, traducción del islandés, por E. Bernárdez para Nórdica, 2011).

El valor de estas sagas es sobre todo histórico y cultural, a diferencia de la Saga de Njáll, por ejemplo, considerada una joya de la literatura medieval, no sólo islandesa, y en la que queda relegado a un nivel secundario su valor como fuente de conocimiento histórico. Otras sagas eminentemente históricas son la Saga de las Islas Orcadas, traducida por J. Díaz Vera (Gredos, 1999) y Saga de Teodorico de Verona, traducida por Mariano González Campo (M., La Esfera de los Libros, 2010), que trata un tema europeo, como las Sagas artúricas del mismo traductor, en Alianza. Llama la atención asimismo que se cuente en castellano con una saga rara vez traducida, la Saga de Bósi, obra de M. González Campo (Tilde, 2003), que es uno de los poquísimos ejemplos de relato con elemento erótico. Es un indicio, sin duda, de que la traducción de la literatura nórdica medieval posee ya una clara entidad en castellano.

Un género peculiar de toda la Europa medieval, y que tiene también su gran papel en el Norte, son las baladas. Las islas Feroe son el único lugar donde han permanecido vivas hasta hoy: no sólo los textos antiguos, sino también las melodías, la forma de bailarlas en grupo e incluso la composición de baladas de tema nuevo, además de las que se fueron componiendo a lo largo de los siglos desde finales de la Edad Media. El castellano es casi la excepción al contar con una cuidada versión de bastantes de ellas: M. González Campo editó y tradujo Baladas épicas feroesas, además de la Saga de los feroeses (ambas en Miraguano, 2008). Una fase tardía de las sagas está conformada por las de tema caballeresco; contamos con la versión de R. García Pérez de Sagas caballerescas islandesas (Miraguano, 2017). Existe, además, una amplia selección de sagas breves (þættir) a cargo de L. Lerate (Sagas cortas islandesas; Alianza, 2015).

No se ha podido presentar aquí un inventario completo de las obras islandesas medievales traducidas. Pero de lo expuesto se puede comprobar que el trabajo ha sido, y sigue siendo, muy amplio, y que se debe a la actividad de un puñado de traductores (J. Díaz Vera, M. González Campo, L. Lerate o R. García Pérez son especialmente activos) y editoriales (Gredos y Miraguano). Recientemente, además, se ha comenzado a publicar también en Latinoamérica, como atestigua el volumen Tres relatos medievales nórdicos, por Santiago Barreiro (Buenos Aires, Conicet, 2018).

 

Bibliografía

Enrique Bernárdez, «Acerca de la traducción de los kenningar, y algunos otros aspectos de la traducción de la poesía escáldica», Filología Moderna 68–70 (1980), 223–240.

Enrique Bernárdez, «Jorge Luis Borges y el mundo escandinavo», Cuadernos Hispanoamericanos 505–507 (1992), 361–370.

Enrique Bernárdez, Los mitos germánicos, Madrid, Alianza, 2002.

Jorge Luis Borges & Delia Ingenieros, Antiguas literaturas germánicas (1951), México, FCE, 2003.

Jorge Luis Borges & María Esther Vázquez, Literaturas germánicas medievales (1966), Madrid, Alianza, 2008.

Mariano González Campo, «Algunos datos en torno a la historia de la traducción de la literatura nórdica medieval en español», 1611 11 (2017).

 

Enrique Bernárdez