Ariosto, Ludovico

Ariosto, Ludovico (Reggio Emilia, 1474–Ferrara, 1533)

Poeta italiano, uno de los primeros del Renacimiento. En 1504 entró al servicio del cardenal Hipólito de Este, que le encomendó delicadas misiones diplomáticas, y en 1517, al de su hermano, el duque Alfonso, que en 1522 le encargó el gobierno de la Garfagnana. A partir de 1525 residió en Ferrara, donde pasó sus últimos años junto a Alessandra Benucci (con la que se había casado en 1528), y a su hijo Virginio, fruto de una relación anterior; se dedicó a corregir el poema en octavas Orlando furioso, ya publicado en dos redacciones distintas de cuarenta cantos (1516 y 1521), mientras compaginaba esta labor con la organización de espectáculos teatrales para la corte y con el desempeño de misiones diplomáticas. Durante una de ellas conoció a Tiziano, que pintó un retrato suyo: signo de la fama adquirida que también impulsó a Alfonso de Ávalos a asignarle una pensión anual de cien ducados de oro. Ariosto murió al año de publicar la tercera y definitiva edición del Orlando furioso (1532), aumentada hasta alcanzar 46 cantos, y profundamente revisada en su estilo y en su lengua. Inéditos dejó otros cinco cantos que verían la luz póstumamente. El poema, encuadrable con dificultad dentro de los géneros aristotélicos por la multiplicidad de acciones que en él se entrelazan, suscitó un intenso debate sobre épica y novela que, inaugurado por Pigna y Giraldi Cinzio en 1554, prosiguió hasta Tasso y aún después. Con todo, el Orlando furioso fue consagrado como un clásico ya por los primeros comentaristas: Ludovico Dolce (1542), Fausto da Longiano (1542), Simone Fornari (1549), Girolamo Ruscelli (1556), y se convirtió casi de inmediato en la obra más emblemática del espíritu renacentista. Ariosto fue, además, autor de otras obras dotadas de fuerte impronta original: las Rimas, publicadas póstumas, que imprimieron una vena más sincera y emotiva al petrarquismo dominante; las Sátiras en tercetos (siete, compuestas entre 1517 y 1525), y las comedias, de las que arrancaría la restauración renacentista del modelo clásico: La Cassaria (1508), I Suppositi (1509), Il Negromante (1520), La Lena (1528), la incompleta I Studenti (1518), continuada por su hermano Gabriele con el título de La Scolastica.

En España la fortuna del Orlando furioso fue tan temprana como intensa, y dejó sentir su influjo especialmente en la épica culta del Siglo de Oro. Pionero fue Garcilaso de la Vega con la profecía genealógica de los Alba en su égloga ii, mientras que el último y más original heredero fue Cervantes con Don Quijote. Entre estas dos puntas extremas se sitúa una amplia serie de continuaciones más o menos expresas (la Segunda parte del Orlando de Nicolás Espinosa; el Roncesvalles de Garrido de Villena, traductor del Innamorato de Boiardo, ambas de 1555; el Bernardo del Carpio de Agustín Alonso, de 1585), y de emulaciones propiamente dichas, la más antigua de las cuales fue el Carlo famoso de Luis Zapata (1566), a la que siguieron otras mucho más logradas: La Araucana de Ercilla (1569–1589), Las lágrimas de Angélica de Barahona de Soto (1586), La hermosura de Angélica de Lope de Vega (1602), sin olvidar La Austríada de Juan Rufo (1584), El Montserrate de Cristóbal de Virués (1587) y El Bernardo de Bernardo de Balbuena (1602, 1ª ed. 1624). Pero la onda expansiva del poema alcanzó también los más diversos géneros: el romance, el teatro (en especial Tirso de Molina y Calderón con su Jardín de Falerina), la narrativa (El Crótalon de 1555; el Patrañuelo de Timoneda de 1567) y la poesía lírica. El hecho más relevante en el ámbito de la traducción fue la versión métrica del poema publicada por Jerónimo de Urrea en 1549 (Amberes), donde figuran 111 octavas añadidas para celebrar glorias y personajes nacionales a imitación de las galerías de Ariosto, mientras que se omiten 52 estrofas del original, la mayoría referidas a la genealogía de la casa de Este del canto iii, un hecho justificado por Urrea por «la confusión y tinieblas que la aspereza y desgusto de nombres antiguos e ignotos allí contenidos engendrava», mientras que las demás supresiones afectaron a temas religiosos por el fundado temor de que «en España [no] serían tan acertas», como, en efecto, demostró la Inquisición.

La labor de Urrea, elogiada en el siglo XVI por Alonso de Ulloa, Hernando de Hoces, Luis Zapata y Juan de Mal Lara, pasó a ser objeto de duras críticas en el siglo XVII, la más célebre de las cuales se debió a Cervantes, que en el escrutinio de los libros de don Quijote hace decir al cura acerca del Orlando furioso: «si aquí le hallo, y que habla en otra lengua que la suya, no le guardaré respeto alguno, pero, si habla en su idioma, le pondré sobre mi cabeza», añadiendo: «y aquí le perdonáramos al señor capitán [Urrea] que no le hubiera traído a España y hecho castellano, que le quitó mucho de su natural valor». Sucesivamente la crítica moderna ha valorado de forma más equilibrada las virtudes y defectos del trabajo de Urrea, que –salvo las supresiones y añadidos reseñados– mantiene una fidelidad al texto poco común en su tiempo, aunque queda a gran distancia del original por lo que hace al estilo, a la riqueza del lenguaje y a la armonía del verso. Se trata de una de las traducciones más divulgadas e influyentes del siglo XVI, no sólo porque tuvo doce distintas ediciones entre 1549 y 1583 (dos de ellas con rico paratexto: la veneciana de 1553 con subsidios de L. Dolce y de Alonso de Ulloa; la de Bilbao de 1583, enriquecida por la Vida de Ariosto de Pigna, y por comentarios de G. Ruscelli, L. Dolce, T. Porcacchi y N. Eugenico), sino porque fue la puerta de acceso al poema en la época de su mayor influencia en España.

Muy distinta fortuna tuvieron otras dos traducciones del siglo XVI: la de Hernando Alcocer, en octavas de pésima calidad (Toledo, 1550), que sirvió de base al anónimo autor de El Crótalon, pero no tuvo reediciones, y la realizada en prosa por Diego Vázquez de Contreras (Madrid, 1585), cuyo espíritu contrarreformista afectó gravemente al texto mutilándolo y moralizándolo en exceso. A esta rama central de la fortuna de Ariosto en el Renacimiento ha de añadirse la versión latina de las comedias I Suppositi, Il Negromante y La Lena, llevada a cabo hacia 1540 por el humanista toledano Juan Pérez (Petreius o Petreyo) para representarlas en la universidad de Alcalá, donde enseñaba retórica, y publicada póstumamente junto con la de Gli Ingannati por su hermano Antonio (Comoediae quatuor; Toledo, 1574). A mediados de siglo Gutierre de Cetina tradujo dos composiciones poéticas: el soneto «Se senza fin son le cagion ch’io v’ami» y el capítulo xix: «Piaccia a cui place, e chi lodar vuol lodi», ambas editadas póstumamente en las Obras de Cetina al cuidado de Joaquín Hazañas (Sevilla, 1895).

Una traducción en octavas del Furioso que se creía perdida, la de Gonzalo de Oliva, firmada en Lucena el 2 de agosto de 1608, y de la que sólo había dado noticia Diego Clemencín en su edición del Quijote, ha sido encontrada gracias a la donación de un particular hecha en 2009 a la Biblioteca de la Universidad de Navarra. El manuscrito que la conserva ha sido descrito por Martín Zulaica: compuesta en octavas con la adición de paratextos tomados de Dolce (argumentos) y Porcacchi (alegorías), puede considerarse íntegra salvo la supresión, en el canto xliii de las octavas 67–143, correspondientes al relato de Anselmo (episodio cuya huella se advierte en el Curioso impertinente de Cervantes).

Tras esta abundante presencia de Ariosto en la España del Siglo de Oro, no volvió a ser traducido hasta el siglo XIX, cuando el nuevo interés romántico por el mundo caballeresco y por la épica propició el retorno a los grandes poemas italianos. Resultado de ello fueron algunas versiones fragmentarias: la debida a José de Espronceda de las tres primeras octavas del canto ii, la del canto xvi realizada por José Somoza, ambas largo tiempo inéditas, y la de dos octavas del canto xiii, publicada por Vicente de Arana con el título «A Lucrecia Borgia» en la Revista Contemporánea (1883); pero el fruto más conspicuo lo constituyeron seis traducciones completas del poema, sin contar la que Benito de Cereceda comenzó a publicar en fascículos en 1841: una en silvas por Augusto de Burgos (B., Juan Oliveres, 1846–1847; reed. en 1850), dos en octavas, la primera de Vicente Medina y Hernández (B., Salvador Manero, 1878–1879), la segunda de Juan de la Pezuela, conde de Cheste (M., A. Pérez Dubrull, 1883–1885, texto reutilizado en la versión española del Orlando furioso narrado en prosa por Italo Calvino, B., Muchnik, 1984), tres en prosa, una de ellas anónima (M., Gaspar y Roig, 1851), otra debida a Manuel Aranda y Sanjuán (B., La Ilustración, 1873), la tercera de Francisco J. Orellana (B., Font y Torrens, 1883–­1885) con expresa censura de las octavas «licenciosas». Fuera de esta eclosión, que produjo resultados oscilantes entre la manifiesta infidelidad de las versiones métricas y el adocenamiento de las prosificaciones, las restantes obras de Ariosto fueron ignoradas, salvo cinco sonetos traducidos por Juan Luis Estelrich en sus dos antologías: «o sicuro, secreto e fido porto», «Avventuroso carcere soave» y «Chiuso era il sol da un tenebroso velo» (en Antología de poetas líricos italianos traducidos en verso castellano; Palma, Diputación de Baleares, 1889), y «mal si compensa, ahi lasso! un breve sguardo» y «madonna, sète bella e bella tanto» (en Poetas líricos italianos traducidos en verso; Palma, Amengual y Muntaner, 1891).

El siglo XX asistió a un nuevo eclipse de Ariosto –salvo la adaptación del Orlando furioso para niños preparada por M.ª Luz Morales hacia 1914 para Araluce–, hasta que la tendencia cambió en las últimas décadas sustituyendo la cantidad por la calidad. Así, M.ª Teresa Navarro Salazar vertió al castellano El nigromante (B., Bosch, 1976; ed. bilingüe), Bonaventura Vallespinosa publicó una excelente versión catalana con rima perfecta (Orland furiós; B., Edicions 62, 1983) y Ana Olmos Puig ofreció una correcta prosificación en castellano (M., Editora Nacional, 1984). A las puertas del nuevo milenio vio la luz la primera traducción castellana de las Sátiras, realizada por José María Micó en endecasílabos sin rima (B., Península, 1999; ed. bilingüe) y, ya en el siglo XXI, una nueva traducción en verso del Orlando furioso debida al propio Micó, que, para garantizar una mayor fluencia, resuelve las octavas en endecasílabos sin rima salvo el pareado final (M., Espasa–Calpe, 2005), una empresa galardonada con el Premio Nacional de Traducción. Signo de la remontada aquí descrita fueron asimismo dos ediciones modernas de la traducción de Urrea, la primera basada en la quinta estampa de 1556, con texto profusamente manipulado por Francisco Alcántara (B., Planeta, 1988), la segunda en la Editio princeps de 1549, con texto italiano al frente, amplio estudio introductorio de Cesare Segre y reproducción en nota de las principales variantes de las restantes ediciones (M., Cátedra, 2002). Hoy día, pues, el lector español puede acceder a la obra de Ariosto con una variedad de opciones y unas garantías de fiabilidad considerables.

 

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M.ª de las Nieves Muñiz Muñiz