Leopardi, Giacomo (Recanati, 1798–Nápoles, 1837)
Escritor italiano, máximo poeta del romanticismo. Dotado de vivo y precoz ingenio, antes de cumplir los quince años había compuesto tragedias de asunto clásico, disertaciones filosóficas, traducciones y ensayos de notable erudición. De gran mole fueron los dos tratados Storia dell’Astronomia (1813) y Saggio sopra gli errori popolari degli antichi (1815), mientras que sus primeros trabajos publicados se centraron en estudios de carácter filológico y en traducciones de textos antiguos, sobre todo griegos (1816). Su pericia como helenista le reportó el reconocimiento de círculos eruditos italianos y extranjeros por él frecuentados durante una estancia en Roma (1822). Por entonces ya se había producido lo que llamaría su «conversión literaria», cuyos frutos poéticos empezó a dar a conocer en 1818 mediante la publicación de dos canciones: All’Italia y Sopra il monumento di Dante, luego reunidas con otras ocho en el volumen Canzoni (1824). A esta recopilación hizo seguir en 1826 una segunda formada por seis idilios y diversas traducciones del griego (Idilli), y una tercera de Versi con piezas añadidas. En 1827 aparecieron sus Operette morali, consistentes en veinte prosas satíricas de carácter a la vez fantástico y filosófico, a las que más tarde añadiría otras.
El editor Stella de Milán le encargó la edición de las obras completas de Cicerón, aunque el encargo fue luego sustituido por el de una edición comentada de las Rimas de Petrarca (1826) y dos antologías de la literatura italiana, una de prosa (1827) y otra de poesía (1828). De Milán pasó a Bolonia, Florencia y Pisa, donde reanudó la composición de sus cantos, que continuaría en Recanati tras el regreso forzado a su tierra natal. La ayuda económica de un grupo de amigos toscanos le permitió regresar a Florencia, donde en 1831 apareció la primera edición de sus poesías con el título Canti. Una segunda edición, corregida y aumentada, vio la luz en 1835 en Nápoles, ciudad a la que se había trasladado poco antes y que sería su última residencia. Los años napolitanos le permitieron reunir aún ciento once Pensieri, componer los poemas satíricos Paralipomeni della Batracomiomachia e I nuovi credenti, y añadir a los Cantos dos nuevas poesías de extraordinaria fuerza, Il tramonto della luna y La ginestra o il fiore del deserto (1836–1837).
La muerte interrumpió la tercera edición de los Canti, por él preparada con la ayuda de Antonio Ranieri, que la publicó póstumamente en 1845 junto con la versión definitiva de veinticuatro Operette morali, suspendida en 1835 a causa de la censura (una 2.ª con veintidós prosas había aparecido en 1834). Tras la muerte del poeta, Ranieri publicó también los Paralipomeni (1842), mientras que Giordani y Pellegrini reunieron los Studi filologici (1845). Más tarde P. Viani dio a la luz el Saggio sopra gli errori popolari degli antichi (1848) y el Epistolario (1849). Otros inéditos siguieron publicándose hasta mediados del siglo XX (de 1957 es la ed. del Discorso intorno alla poesia romantica, de 1818), pero el más importante de ellos fue el imponente diario de apuntes filosóficos, lingüísticos, literarios, histórico–sociológicos y antropológicos, escrito por el poeta entre 1817 y 1832 y por él titulado Zibaldone di pensieri, cuyo primer editor fue G. Carducci (1898–1900); a este se debió también la publicación en 1898 del himno inacabado A Arimane (1833).
La recepción de Leopardi en España se vio enseguida marcada por la dificultad de ensamblar su pensamiento materialista con la dulce musicalidad de los cantos más admirados (los llamados «idilios», entre los que la crítica ha tendido a incluir, además de L’infinito y el grupo por él encabezado en el compendio de 1826, otras elegías posteriores de ambiente rural: A Silvia, Le ricordanze, La quiete dopo la tempesta, Il sabato del villaggio). Ello explica no solo el hecho de que las primeras traducciones españolas de la lírica y de la prosa leopardianas se fraguasen en ambientes contrapuestos (antinaturalistas los primeros, naturalistas los segundos), sino también que durante largo tiempo su poesía sufriera una selección favorable a la vertiente idílica en detrimento de las demás. La regla tuvo, sin embargo, ya algunas excepciones en época temprana: la de José Alcalá Galiano, primer traductor del Canto notturno y autor de un amplio artículo que situaba Amore e Morte en la cúspide de los Canti (Revista de España, 1870) y, sobre todo, la de Miguel de Unamuno, que tomó como modelo su poesía filosófica hasta el punto de realizar en 1898 una versión de La ginestra («La retama»), que incluyó en su primer volumen de Poesías (Bilbao, Rojas, 1907).
El primero en dar noticia de la obra de Leopardi en España fue Juan Valera, quien, gracias a una misión consular en Nápoles, había podido conocer en 1847 la reciente edición de los Canti. Ello lo impulsó a dedicarles un largo artículo en la Revista de Ambos Mundos (1855), donde definió al autor como un «místico ateo» ante la difícil conjunción de su alto vuelo lírico y su filosofía desoladora. De modo menos matizado Marcelino Menéndez Pelayo declaró en diferentes escritos su admiración por el lírico de la forma pura y la armonía clásica, rechazando a la vez sin paliativos su pensamiento materialista, aunque ello no impidió que en 1881 tradujera una de las poesías más descarnadas de los Cantos, la Palinodia. Será en el ambiente de ambos literatos en el que cuajará el primer intento de ofrecer una amplia selección de versiones poéticas, la Antología de poetas líricos italianos traducidos en verso castellano de Juan Luis Estelrich (Palma, Diputación de Baleares, 1889), que le asignó «el primer puesto de la humanidad como poeta lírico subjetivo».
Allí confluyeron traducciones aparecidas antes aisladamente (de Joan Sardà, Mateu Obrador, J. Alcalá Galiano, Juan O’Neille, Menéndez Pelayo y del mismo Estelrich), a las que se añadieron otras publicadas fuera de España (del argentino Calixto Oyuela), y sobre todo un número conspicuo encargado ad hoc a diferentes traductores (entre ellos, Jerónimo Rosselló, Federico Baráibar, Juan Palou, Miguel Sánchez Pesquera, Felipe Arrese, traductor al euskera de La quiete dopo la tempesta). Resultó un conjunto de veintitrés composiciones de valor muy desigual, doce de las cuales pasarían luego al grueso volumen que en 1911 publicó Carmen de Burgos (Giacomo Leopardi. Su vida y sus obras; Valencia, Sempere), donde se sumaron a otras nuevas hasta completar los cuarenta y un cantos. Entre los traductores convocados por la editora se contaron Rafael Cansinos Assens (Nelle nozze della sorella Paolina, Alla primavera, Sopra un bassorilievo antico sepolcrale), Enrique Díez–Canedo (Il sogno), Carlos Fernández–Shaw (Canto notturno) y Juan Ramón Jiménez (Alla luna). El segundo tomo acogió las traducciones de la prosa, todas realizadas por C. de Burgos: Operette morali, divididas en «Diálogos» y «Estudios», Pensieri, y una selección de obras menores.
A los años 70 del siglo XIX se remontaban las primeras traducciones de las Operette morali, que se limitaron a dos, publicadas en sendas revistas: el diálogo Copernico (1876, trad. de J. O’Neille), y el Dialogo di Malambruno e di Farfarello (1878, trad. de F. Baráibar). Siguió en pleno triunfo del naturalismo una recopilación de diecisiete piezas (Diálogos filosóficos; M., Librería Gutemberg, 1883), cuyo traductor, Luis Cánovas, añadió un prólogo sobre «Leopardi y el pesimismo» y una breve selección del epistolario. El interés por la prosa leopardiana creció en el siglo XX y se extendió a los Pensamientos, primero con la antología de Ciro Bayo (M., Vda. de Rodríguez Serra, 1904), donde a cuatro Operette morali se sumaron el Manuale di Epitteto, la Comparazione delle sentenze di Bruto minore e di Teofrasto vicini a morte y los Pensieri. En 1914 siguieron tres versiones catalanas de Josep Maria de Sagarra (Elogio degli uccelli, Dialogo di Federico Ruysch e delle sue mummie y Dialogo di Torquato Tasso e del suo genio familiare), una cuarta de Joan Estelrich (persona distinta de Juan Luis Esterlich): Detti memorabili di Filippo Ottonieri (1920), y una quinta del poeta Josep Carner: el Dialogo di Federico Ruysch (1923). En 1931 Álvaro Martín reunió dieciocho «operette» en una nueva antología castellana (Diálogos; M., Espasa–Calpe; varias reed.). Ni esta ni las anteriores respetaron el orden original de los textos, todas prescindieron de las piezas más eruditas y abstractas (Proposta di premi fatta dall’Accademia dei Sillografi, Il Parini ovvero della gloria y Frammento apocrifo di Stratone di Lampsaco), y en conjunto predominó el interés por las más degustables teatralmente: Dialogo di Malambruno e Farfarello, Dialogo di Torquato Tasso, Dialogo di Federico Ruysch e Il Copernico. Mientras tanto, los Pensieri habían tenido una versión íntegra en catalán debida a Albert Aldrich (Pensaments; B., L’Avenç, 1912), que se editó nuevamente en 1937.
No obstante, después de la Guerra Civil transcurrió largo tiempo antes de que se reanudara el interés por la prosa de nuestro autor. Un cambio de tendencia se advirtió en los años 80 con la traducción castellana de las Operette llevada a cabo por Jordi Teixidor (Prosas satíricas y poéticas; B., Fontamara, 1981), y con una selección de Pensieri y Operette preparada por Rafael Argullol con el título Infelicidad y titanismo (B., Montesinos, 1985, con trad. de Jordi Marfà). En el decenio siguiente vieron la luz tres nuevas traducciones íntegras de los Pensieri: una al castellano por César Palma (Valencia, Pre–Textos, 1998), y dos al catalán, por Júlia Benavent (Valencia, Albatros, 1992) y Assumpta Camps (B., Columna, 2000), y dos versiones distintas, también en catalán, de las Operette morali, la primera incompleta (Operetes morals; B., Diari de Barcelona, 1990, obra de Albert Pejó), la segunda íntegra y acompañada de un estudio introductorio (Obretes morals; B., Destino, 1996, por Rossend Arqués). Este nuevo clima propició asimismo el interés por el Zibaldone di pensieri, que tuvo en 1990 su primera antología (Zibaldone de pensamientos; B., Tusquets, varias reed.) con textos seleccionados por R. Argullol y traducidos al castellano por Ricardo Potchar. En 1998, la coincidencia del bicentenario leopardiano dio pie para que se intentara otro tanto en catalán, aunque los resultados fueron decididamente inferiores (El Zibaldone dels pensaments; B., Columna, 1998, trad. de A. Camps). El bicentenario fue ocasión, en fin, para que viese la luz por primera vez en castellano el Discurso de un italiano en torno a la poesía romántica (Pre–Textos, 1998; trad. e introd. de Carmelo Vera Saura).
La obra de Leopardi más traducida en el siglo XX siguió siendo, con todo, los Canti, bien con versiones aisladas (algunas inéditas, como las del gallego Antón Losada; otras dispersas en revistas y periódicos, como las diecisiete publicadas por Josep Carner entre 1922 y 1924; otras, en fin, insertas en libros, como los fragmentos «Sobre la luna» traducidos por Jorge Guillén en Homenaje), bien en compendios o en traducciones completas. A la recopilación de C. de Burgos siguió otra más reducida publicada por el poeta Fernando Maristany (Leopardi, B., Cervantes, s. a., ¿1921?, en la col. «Las mejores poesías líricas de los mejores poetas»), que a ocho piezas recabadas del volumen de Estelrich, sumó siete realizadas por él mismo e insertas ya antes en florilegios de la lírica universal. Una estrategia semejante adoptó el poeta sevillano Miguel Romero Martínez, que a partir de 1919 reunió traducciones propias y ajenas, hasta formar un volumen mayor de Poesías (M., Compañía Ibero–Americana de Publicaciones, 1928), cuya fortuna entre la generación del 27 queda atestiguada por Luis Cernuda. De este embrión, formado por 26 poemas que incluían por vez primera el Canto a Arimán y reproducían aún la Palinodia de Menéndez Pelayo y la Aspasia de Rosselló (1911), nació en 1945 un volumen con pretensiones de exhaustividad: Obras. Cantos, pensamientos, opúsculos morales (M., Aguilar), suma heteróclita de traducciones, la mayor parte debidas a Romero Martínez, diez recabadas del volumen Cantos de Giacomo Leopardi (Roma, 1929), publicado a su costa por el colombiano Antonio Gómez Restrepo, más la Palinodia de Menéndez Pelayo y la Aspasia de Rosselló. En cuanto a la prosa, las operette reproducían con algún cambio la antigua traducción de Cánovas, mientras que los Pensieri se vertieron ex novo.
La primera traducción completa de los Canti como obra de un solo traductor fue la catalana que Alfons Maseras publicó en plena Guerra Civil (Cants; B., Oasis, 1938), cuya primicia había sido un opúsculo en homenaje al poeta (Primer centenari de Giacomo Leopardi; B., Casal de la Cultura, 1937), donde A Silvia e Il sabato del villaggio iban precedidos por un prólogo que contraponía el espíritu libre de Leopardi a los bombardeos fascistas sobre la ciudad de Barcelona, idea repetida luego en el volumen Cants. Para la lengua castellana, hubo que esperar, en cambio, a 1951: ese año el editor José Janés de Barcelona publicó la primera traducción homogénea y completa, debida a Diego Navarro, en cuyo apéndice figuraron varios paratextos del poeta: notas, prefacios, dedicatorias, esbozos y suplementos. Con su mezcla de aciertos y errores, esta versión siguió editándose durante largos años, a veces sin el nombre del traductor, y fue incluida por Antonio Prieto en el segundo tomo de su antología Maestros italianos (B., Planeta, 1971), que también recuperó los Pensieri de Romero Martínez, aunque añadió una nueva versión de las Operette a cargo de Encarnación Dini, y una breve muestra del Zibaldone vertida por Ferdinando Rosselli. El esfuerzo de D. Navarro fue emulado con menor fortuna por Ramón Sangenís (Cantos; B., Fama, 1956), que redujo la selección a veintidós poesías; por Juan Bautista Beltrán (B., Ediciones 29, 1978) y por Loreto Busquets (B., Bosch, 1980), estos dos últimos con traducción íntegra pero marcadamente prosaica.
Un caso singular lo constituye el poeta Antonio Colinas, autor de una biografía novelada sobre Leopardi (Hacia el infinito naufragio, 1988), y de sucesivas antologías de versos y prosas (Leopardi; M., Júcar, 1974: catorce cantos y una breve selección de prosas varias), Poesía y prosa (M., Alfaguara, 1979, con versión completa de los Cantos, más el Diario del primer amor, Diálogos y Pensamientos), y, por fin, Obras (B., Círculo de Lectores, 1997; publicado luego como Cantos. Pensamientos, B., Galaxia Gutenberg, 2006), esta última formada por los Cantos y los Pensieri. También la lengua catalana ha tenido un caso de poeta–traductor con larga fidelidad a Leopardi, Narcís Comadira, quien en 1985 incluyó una selección de once cantos en Poesia italiana. Antologia del segle XII al XIX (B., Edicions 62), y culminó la traducción de los cuarenta y uno dos décadas después (Cants; Edicions 62, 2004).
Como cabía esperar, el bicentenario, en 1998, concitó nuevas iniciativas de antólogos y traductores, propiciando la primera recopilación en gallego, debida a Suso Pensado (Cantos; A Coruña, Espiral Maior, limitada a veinte poemas), y tres en castellano: de Luis Martínez de Merlo (Cantos escogidos; M., Hiperión, con veintiuno), de Eloy Sánchez Rosillo (Antología poética; Pre–Textos, con dieciocho), y la casi completa del mexicano José Luis Bernal (Cantos; Granada, La Veleta), que excluyó las «Imitaciones» y «Fragmentos». La traducción íntegra se debió, en cambio, a M.ª de las Nieves Muñiz (Cantos; M., Cátedra, ed. revisada en 2009), primera en llevar un sistemático aparato de notas filológicas e interpretativas, además de un perfil crítico de cada poema. A las novedades del bicentenario se añadió, en fin, la prosificación catalana de un fragmento del poema satírico zoomórfico Paralipomeni della Batracomiomachia (vii, 24–51), realizada por Lola Badia (El viatge del comte Escurafons a l’illa de l’infern, publicado en la revista Senhal de Girona).
Como herencia de esa etapa, en 1999 aparecieron aún dos recopilaciones de Canti: una de diez versiones antiguas y recientes (de Estelrich, Morales, Rosselló, O’Neille, Unamuno, Busquets, Navarro, Sánchez Rosillo y Colinas), al cuidado de Milagros Arizmendi (Poemas elegidos; M., Adonais); otra de traducciones a distintas lenguas (de Borfoot, Bonnefoy, Elliot, Enzensberger, entre otros), cuatro de las cuales en castellano (L’infinito y A se stesso de Alejandro Duque Amusco, L’infinito y La ginestra de M.ª de las N. Muñiz) con el título de Canti (Bolonia, Centro di Poesia Contemporanea). Todavía se añadió ese mismo año una nueva versión de La sera del dì di festa, realizada por Ángel Luis Prieto de Paula e incluida en el volumen misceláneo Relaciones culturales entre Italia y España. Leopardi y España (Alicante, U. de Alicante).
Del reciente interés por facetas menos conocidas de la prosa leopardiana es signo la traducción de dos escritos incompletos, uno de ellos juvenil, el otro tal vez de 1824, conocidos respectivamente como Diario del primo amore (Recuerdos del primer amor, trad. de Juan Antonio Méndez; B., Acantilado, 2018) y Discorso sopra lo stato presente de’ costumi degli italiani (Discurso sobre el estado presente de las costumbres de los italianos, trad. de Cristina Coriasso; M., Pigmalión, 2013). Cierto es que, pese a ello, las traducciones españolas de Leopardi no abarcan todavía la totalidad de sus obras, y que en particular se advierte la ausencia de versiones al euskera, un vacío tal vez de no larga duración, visto el interés que sigue suscitando entre filósofos, filólogos y escritores de España.
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M.ª de las Nieves Muñiz Muñiz