Manzoni, Alessandro

Manzoni, Alessandro (Milán, 1785–Milán, 1873)

Escritor italiano. Su madre, Giulia Beccaria, era hija del célebre autor del tratado De los delitos y las penas, unido por amistad con otro prestigioso ilustrado, Pietro Verri. Parece seguro que Alessandro fue fruto de una relación de Giulia –casada sin amor con el conde Pietro Manzoni– con el hermano menor de los Verri, Giovanni; sea como fuere, la convivencia entre la joven y su marido, rico hacendado de ideología conservadora, concluyó en 1790 cuando Manzoni contaba apenas cinco años, tras lo cual cursó estudios en varios colegios de Milán, ciudad donde conoció a los liberales exiliados de Nápoles y a los poetas Monti y Foscolo. En 1805 se trasladó a París para reunirse con su madre, que vivía con el noble Carlo Imbonati y cuyas relaciones con Sophie de Condorcet abrieron al joven Manzoni el círculo de los ideólogos, herederos del enciclopedismo francés. A este crucial influjo se sumó la lectura de los moralistas franceses del XVII, que lo fue aproximando a la fe religiosa. Su conversión en 1810 lo llevó a regularizar por el rito católico el matrimonio contraído dos años antes por el rito calvinista con Henriette Blondel. Mientras tanto, fallecidos C. Imbonati (1805) y P. Manzoni (1807), Alessandro se había trasladado a Milán junto con su madre y su esposa, que murió prematuramente en 1833 después de darle nueve hijos. A partir de esa fecha, los lutos familiares se sucedieron con rapidez: primero la hija Giulia Claudia, casada con el escritor Massimo D’Azeglio; luego Cristina, Sofia y Matilde, por fin la madre, Giulia, en 1839. Casado en segundas nupcias con Teresa Borri Stampa, asistiría aún a la muerte de otros hijos y de su propia esposa mientras crecía su fama en Europa y el gobierno de la Italia unida lo distinguía con cargos de alta responsabilidad: senador vitalicio (1861), presidente de la comisión para unificar la lengua italiana (1862).

La actividad de Manzoni coincidió con el auge del romanticismo europeo y el proceso del Risorgimento italiano. En su producción suelen distinguirse tres épocas: la primera, marcada por ideas ilustradas y neoclásicas, tuvo como frutos más destacables la oda A Carlo Imbonati (1806) y el poema mitológico Urania; la segunda, que siguió a la conversión, coincidió con su madurez creativa y con su proximidad al grupo de la revista romántica Il Conciliatore. Este período fecundo produjo cinco Inni sacri, compuestos entre 1812 y 1819 (La Risurrezione, Il Nome di Maria, Il Natale, La Passione, La Pentecoste), dos poesías patrióticas (Proclama di Rimini de 1815 y el fragmento Marzo 1821), la célebre oda a la muerte de Napoleón (Il Cinque Maggio [1821]), dos tragedias históricas (Il conte di Carmagnola [1820] y Adelchi [1822], esta última acompañada por un discurso sobre La historia longobárdica en Italia), y su obra cumbre: I promessi sposi, esbozada entre 1821 y 1823 con el título de Fermo e Lucia, y publicada entre 1825 y 1827 con el de I promessi sposi. Storia milanese del secolo XVII scoperta e rifatta, para volver a editarse en versión lingüísticamente reformada entre 1840 y 1842, con ilustraciones de Francesco Gonin y enriquecida con el relato–ensayo Storia della Colonna Infame, concebido en origen como un capítulo de Fermo e Lucia. A esta larga lista de obras creativas han de sumarse otros escritos de carácter teórico: las inacabadas Osservazioni sulla morale cattolica (1819, con versión revisada en 1855); en fin, la carta Sur l’unité de temps et de lieu dans la tragédie dirigida al crítico francés Chauvet (1819, ed. en 1823), y otra a Cesare d’Azeglio Sul Romanticismo (1823). La tercera fase supuso la renuncia a la creación literaria y el incremento de ensayos sobre diferentes temas: la relación entre historia y novela en Del romanzo storico (1850); los diálogos Dell’invenzione (1850) y Del piacere (1851), La rivoluzione francese del 1789 e la rivoluzione italiana del 1859 (escrito en 1860–1872), así como numerosos escritos sobre la cuestión de la lengua: la Sulla lingua italiana (1845), Dell’unità della lingua italiana e dei mezzi per diffonderla, Lettera intorno al libro «De vulgari eloquio» di Dante Alighieri y Lettera intorno al vocabolario (1868), un tema al que dedicó otros trabajos destinados a formar un libro, pero que quedaron inéditos o en estado fragmentario.

La fortuna de Manzoni fue desde un comienzo tan grande como controvertida: admirado por Goethe y por Scott, su riguroso respeto de la realidad histórica en detrimento de la libre invención enturbió ya los primeros elogios prodigados a sus obras; en lo sucesivo la crítica laica deploró la excesiva religiosidad de su novela, y la Iglesia católica vio con desconfianza el retrato negativo que había trazado del clero en algunos episodios y personajes. En España se añadió a las causas de suspicacia la representación negativa del dominio español en el Milanesado. Con todo, la recepción española de Manzoni fue notable y temprana. Entre sus intermediarios se contaron tanto liberales como conservadores, si bien este último frente terminó por imponerse hasta la segunda mitad del siglo XX. El primer canal de entrada fue el romanticismo catalán, que emuló Il Conciliatore con la revista El Europeo y promovió la traducción de I promessi sposi a instancias de Bonaventura Carles Aribau, en cuya oda A la patria resuena el adiós de Lucia a sus montes (cap. VIII): «A Dèu siau, turons, per sempre a Dèu siau, O serras desiguals…». Otro catalán, Manuel Milà i Fontanals, elaboró la línea interpretativa según la cual el Manzoni pensador y poeta superaba al artista, mientras que la mayor virtud de la novela se cifraba en aquello que la distinguía del modelo «moderno», a saber la omisión de «pasiones muelles o perversas» y «emociones desordenadas», y la feliz contemperación del realismo con profundos ideales cristianos. En esta misma línea se había movido el sacerdote menorquín José M.ª Quadrado, autor del primer análisis crítico de la novela (1841), y seguiría moviéndose Menéndez Pelayo. En cuanto al influjo ejercido por Manzoni sobre otros escritores, la huella de los Inni sacri se advierte en la lírica de Manuel de Cabanyes, mientras que la de I promessi sposi se aprecia en Enrique Gil y Carrasco, en Amós de Escalante y, de forma difusa, en los primeros Episodios Nacionales de Galdós.

La historia de las traducciones manzonianas en España arranca de I promessi sposi. El clérigo Félix Enciso Castrillón fue el primero en castellanizar la obra con el título Lorenzo, o Los prometidos esposos. Suceso de la historia de Milán del siglo XVII (M., Cuesta, 1833), pero su total falta de respeto al original, parafraseado y censurado sistemáticamente, la despojan de valor; le siguió la versión mucho más fiel del liberal Juan Nicasio Gallego (B., Bergnes de las Casas, 1836–1837), realizada a instancias de Aribau, y cuya larga fortuna –debida a la agilidad y elegancia del estilo– se prolongó hasta todo el siglo XX, a menudo bajo forma de plagio (a este último tipo pertenece, entre otras, la firmada por Javier Olondriz en 1956, mientras que son meras reelaboraciones suyas las de Florencio S. Yarza y Javier Costa Clavell, respectivamente de 1931 y 1972). La primera traducción basada en el texto definitivo de 1840 fue la de José Alegret de Mesa (Los prometidos esposos), que incluyó también la Historia de la Columna Infame (M., Cabello y Hermano, 1850), aunque, al igual que las anteriores, omitió la Introducción ideada por Manzoni para presentar la obra como reescritura personal de una crónica anónima. Su excesiva literalidad impidió que tuviera nuevas ediciones (salvo dos plagios aparecidos anónimamente en París, en 1852, y en Sevilla, en 1876), cosa distinta a lo ocurrido con otra versión, castiza y parafrástica, de Gabino Tejado, aparecida en 1859 (Los novios; Valencia, Imprenta Católica de Piles), y objeto de reediciones hasta los años 60 del siglo XX bajo el patrocinio de la Iglesia (Viada i Lluch refundió el texto para la editorial barcelonesa La Hormiga de Oro en 1933). En el año de la muerte del escritor, Manuel Aranda y Sanjuán tradujo nuevamente la novela, incluyendo por vez primera la Introducción y añadiendo grabados de diversos artistas (Los novios; B., La Ilustración, 1873–1874); sin embargo, pese a su pulcritud, nunca llegó a reimprimirse, y otro tanto ocurrió en el siglo XX con dos nuevas versiones ligadas a la letra original, la de Ramón Sangenís (Los novios; B., Fama, 1952) y la de Amando Lázaro Ros (Los novios; M., Aguilar, 1961; editorial que había venido reimprimiendo la versión de Gallego).

Las primeras décadas del siglo XX, en cambio, habían visto aparecer la única y excelente traducción catalana de la obra debida a Maria Antònia Salvà (Els promesos. Història milanesa del segle XVII; B., Editorial Catalana, 1923–1924, revisada por Francesc Vallverdú en 1981), mientras que las últimas aportaron dos nuevas traducciones en castellano atentas al estilo y al ritmo de la prosa original, la de Esther Benítez (M., Alfaguara, 1978) y la de Nieves Muñiz (M., Cátedra, 1985), ésta acompañada por amplio estudio introductorio y aparato de notas. A ellas se ha sumado en 1996 la versión gallega de Xavier Rodríguez Baixeras (Vigo, Galaxia), mientras que falta aún una traducción al euskera.

La suerte corrida por las otras obras manzonianas resulta mucho más irregular. Un ejemplo significativo lo constituye la extraordinaria pero breve fortuna del Cinque Maggio. De ella Gasparini llegó a reunir veintitrés versiones en castellano, de las que varias se debieron a hispanoamericanos. La primera fue la paráfrasis en silvas de Tomás Rodríguez Rubí, publicada en 1844 por el exiliado liberal italiano Salvatore Costanzo, que reunió en sus Opúsculos literarios (1847) otras de Manuel Cañete, del venezolano Heriberto García Quevedo (dedicada a Zorrilla) y de Juan Eugenio Hartzenbusch, ésta más ajustada a metro y letra, a la que en 1863 el propio Hartzenbusch sumó una nueva versión aún más literal. En los años 60 se añadieron también las traducciones de Francisco Navarro Villoslada, José Risel, Leandro Mariscal y Ramón Sanz y Rives, y en la década siguiente, las de Nicolás Suárez Cantón, Josep Martí i Folguera y Josep Llausàs i Mata, esta última superior a las demás aunque de valor desigual, acompañada por extensas notas en un bello opúsculo que reproducía en apéndice la de Martí i Folguera, la última de Hartzenbusch y las ya publicadas por Costanzo (B., J. Jepús, 1879). Las postrimerías del siglo vieron medirse torpemente con el texto a Micaela de Silva y Collás (1881) y a Eduardo de la Barra (1898), mientras que el siglo XX produjo la versión más llana y lírica de Fernando Maristany, que la incluyó, junto con un fragmento del Adelchi («Sparse le trecce morbide») en Las cien mejores poesías (líricas) de la lengua italiana (Valencia, Cervantes, 1920).

La fortuna de los Himnos sagrados se entrelazó al comienzo con la de las Observaciones sobre la moral católica. La primera traducción completa de ambas obras, debida respectivamente a J. M. Quadrado y a Bartolomé Muntaner, vio la luz por entregas el mismo año (1871) y en la misma revista mallorquina (La Unidad Católica). Los Himnos tuvieron sólo otra versión métrica completa, publicada anónimamente por Antonio García Vázquez Queipo en 1876 (Santiago, Manuel Mirás y Álvarez), a lo que cabe añadir algunas traducciones aisladas de piezas sueltas, de Milà i Fontanals (La Pasión, 1859), Miquel Victorià Amer (Il nome di Maria, 1874, en catalán y en castellano), Gabino Tejado (Pentecostés, 1886) y M. Antònia Salvà (La Passió, 1922; Nadal, 1925). La moral católica, en cambio, tuvo el privilegio de aparecer en volumen el año 1882 en otra traducción del canónigo Francisco Navarro y Calvo, que la destinó a su «Biblioteca Clásica». Ello favoreció su difusión hasta bien entrado el siglo XX: una edición con prólogo de Mario Penna vio aún la luz en 1944, época favorable a los clásicos católicos, como demuestra la publicación en 1945 por la editorial barcelonesa Símbolo de un florilegio de la obra con el título Pensamientos de Alejandro Manzoni, al cuidado de Antonio C. Gavaldá.

En cuanto a las tragedias, se apreció primero el coro del acto II del Conte di Carmagnola («S’ode a destra uno squillo di tromba»), publicado como La guerra civil por su primer traductor, José Rodríguez González, en 1869. Ese mismo año vio la luz la traducción completa debida a Telesforo Corada, incluida en el volumen VII del Teatro selecto antiguo y moderno de C. Vidal y Valenciano (B., Salvador Manero), mientras que la segunda y más afortunada versión, obra de Federico Baráibar y Zumárraga, hubo de esperar a 1891, cuando reunió en dos tomos los escritos menos divulgados de Manzoni con el título Tragedias, poesías y obras varias (M., Viuda de Hernando). En efecto, además de incluir allí la traducción del Carmagnola y del Adelchi, Baráibar incorporó la carta a Chauvet, el discurso sobre la novela histórica, y el diálogo De la invención, así como la oda a Imbonati, los fragmentos líricos para una Primera Comunión, las poesías políticas y la Urania (un poema que Juan Valera había deseado traducir, sin llevar a cabo nunca su proyecto), mientras que para el Cinco de Mayo y los Himnos sagrados se atuvo, respectivamente, a las versiones de Hartzenbusch y Quadrado; todo ello precedido por una extensa introducción. De este importante mosaico sobrevivieron en el siglo XX sólo dos esquirlas: la selección de Poesias líricas cuidada por Ruggiero Palmieri para la editorial Calpe con ocasión del cincuentenario de la muerte del escritor (1923), y el Conde de Carmagnola, que la propia Calpe siguió editando separadamente hasta 1950. Después de esa fecha, el interés académico creciente por Manzoni, iniciado en 1965 por Antonio Prieto con su prólogo a la síloge Maestros italianos de Planeta (colección que reunió la Carta al marqués Cesare D’Azeglio y el Adelquis, ambas vertidas por Giuseppe Di Stefano, además de Los novios en la traducción de Gallego revisada por Alfonso Nadal), contrastaría con la reducción del número de obras traducidas, cuyo espectro ha terminado por limitarse a I promessi sposi y a la Historia de la Columna Infame, ésta con un auge creciente tras su revalorización por parte de Leonardo Sciascia, como demuestran las tres versiones castellanas aparecidas entre 1984 y 2008 (de Elcio di Fiori para Bruguera en 1984; de Eugenio Gallego para Alianza en 1987; de Elena Grau para Barataria en 2008), y la catalana de Isabel Cervelló (Girona, Curbet, 2007) con prólogo de Giovanni Albertocchi.

 

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M.ª de las Nieves Muñiz Muñiz