Lucrecio Caro, Tito

Lucrecio Caro, Tito (¿?, ca. 94–¿?, ca. 55)

Poeta latino, nacido en algún lugar de Italia en el primer decenio del siglo I a. C. Una carta de Cicerón indica que en febrero del 54 o 53 a. C. tiene entre sus manos la obra acabada y que el poeta, probablemente, ha muerto. Se sabe muy poco de su existencia, sobre la que se ha tejido la fábula, alimentada, entre otros, por san Jerónimo, de haber vivido entre períodos de sensatez y locura, la cual le habría llevado finalmente al suicidio. Es autor del largo poema De rerum natura (Sobre la naturaleza), que recoge la visión epicúrea del mundo en seis libros, en los que aborda los átomos y el cosmos (i–ii); el alma y sus operaciones (iii–iv); los movimientos celestes, la historia del mundo y la humanidad, los fenómenos meteorológicos y las epidemias (v–vi). Algunos detalles internos y la falta de un epílogo han hecho creer que el poema está inconcluso. Aun cuando contiene divagaciones líricas y cada par de libros acaba con un cuadro de disolución (fin del mundo, desvaríos de la pasión amorosa, peste de Atenas), el autor conserva el mismo tono vigoroso y entusiasta en toda la obra. El De rerum natura es el más antiguo e insigne ejemplar de poesía de la ciencia que se conserva completo, y pretende ser el receptáculo de un mensaje que provoca en el lector un profundo cambio de mentalidad y conducta, en un tono epicúreo que hizo que se mirara a Lucrecio con recelo. Hubo un momento en que la corriente de copias del De rerum natura quedó reducida a delgado hilillo: un manuscrito del siglo IV o V, que fue vuelto a copiar alrededor del año 800; la transcripción efectuada por el humanista Poggio Bracciolini produjo un conjunto de manuscritos realizados en Italia (codices Itali) a partir de 1418, que salvó el texto de su desaparición.

La riqueza poética e ideológica ha hecho que Lucrecio haya tenido en los humanistas apasionados lectores: la primera edición (Brescia, hacia 1473) se debe a Thomas Ferrandus. La difusión europea de Lucrecio, pese a toda clase de reparos, lo erigen en un clásico. En el Siglo de Oro hispano hay ecos de varios pasajes en Diego Hurtado de Mendoza y fray Luis de León. Sus principios irreligiosos no impidieron que fuera estimado e imitado como poeta sublime y, así, en los florilegios renacentistas se recoge un buen número de pasajes del De rerum natura, seleccionados sobre criterios morales o puramente estéticos, que colocan a Lucrecio entre los autores dignos de ser imitados. En el siglo XIX la edición de C. Lachmann se presenta como modelo del método moderno de crítica textual. En España, como fuera de ella, el destino de Lucrecio ha sido verse troceado y antologizado. Ningún traductor se atreverá con todo él hasta finales del siglo XVIII. Todavía un personaje de la novela de Clarín La Regenta lee el poema de Lucrecio en francés. Esta escasa presencia de Lucrecio y la tardía aparición de traducciones completas se pueden achacar tanto a la endeblez del humanismo hispano como al riguroso control católico de la cultura.

Gabriel de Ciscar y Ciscar en unos Ensayos poéticos (Gibraltar, Librería Militar, 1825) tradujo cuatro pasajes (i 1–58; i 63–102; i 251–305 y ii 1–60) no sin encabezarlos con la habitual excusa de que en los versos «nada hay contra la religión ni contra la moral»; Ciscar fue asimismo autor de un Poema físico–astronómico (M., Rivadeneyra, 1861) en siete cantos, lleno de reminiscencias lucrecianas. El peruano Pedro Paz Soldán y Unanue, que usó el seudónimo de Juan de Arona, tradujo algunos fragmentos en una antología de poesía latina (Lima, 1883). El colombiano Antonio José Restrepo, con el título de «Los dioses», hizo una recreación muy liberal de v 1160–1239 (en Poesías originales y traducciones poéticas; Lausana, G. Bridel et Cie, 1899). Marcelino Menéndez Pelayo tradujo en un castellano trufado de latinismos el proemio (i 1–101), donde destaca el himno a Venus y la escena del sacrificio de Ifigenia (en Estudios poéticos; Santander, C. de V. Saiz, 1878). El mismo Menéndez Pelayo cita un epigrama de Andrés Bello, que es traducción del famoso amari aliquid lucreciano (iv 1134); Alberto Lista tradujo el canto a Venus (i 1–23) con fidelidad y gallardamente, según Menéndez Pelayo, que lamenta que el poeta sevillano no hubiera dedicado sus ocios a la versión del poema entero. El afrancesado Javier de Burgos vio perderse su versión de Lucrecio en la requisa de libros y papeles que sufrió tras la derrota napoleónica.

La primera versión completa conocida fue la de José Marchena; una copia manuscrita lleva la fecha de 1791, aunque no fue publicada hasta finales del siglo XIX por Menéndez Pelayo (Sevilla, E. Rasco, 1892–1896). La versión de Marchena, compuesta en endecasílabos blancos, se ha reeditado innumerables veces (M., Hernando, 1897; M., Espasa–Calpe, 1946; M., Ciencia Nueva, 1968; M., Cátedra, 1983; B., Folio, 2002; B., RBA, 2003). La reproduce sin reconocimiento de autoría un manuscrito inédito (ms. II 646 Real Biblioteca) que Matías Sánchez dispuso ya en 1832 para una posible edición con comentarios, si bien el pretendido plagio no se publicó. Tampoco vio la luz una traducción en prosa de Santiago Sáez (ms. 5828 Biblioteca Nacional de España) que data de 1785, siendo anterior por tanto a la de Marchena. Algún estudioso ha puesto en duda que Marchena sea el autor de la ya popularizada versión.

Una menor difusión ha tenido la verdadera primera traducción impresa en castellano, que es la de Manuel Rodríguez–Navas (M., Agustín Avrial, 1892; la 2.ª ed., de 1893, con un prólogo de F. Pi y Margall). Numerosas reediciones, en cambio, obtuvo la de Eduardo Valentí Fiol, que editó el libro i (B., Escuela de Filología de Barcelona, 1948) y luego la obra completa (B., Alma Mater, 1961; M., CSIC, 1983). También de esta traducción hay una edición acompañada con el texto latino y revisada por José I. Ciruelo (B., Bosch, 1976 y reed. posteriores) y otra reciente prologada escuetamente por S. Greenblatt (B., Acantilado, 2012). Una selección de pasajes ofrece la traducción de Ángel L. Prieto de Paula (Alicante, Aguaclara, 1992). Una riqueza literaria fiera y extravagante (aunque hablen un idiolecto tan esquivo a veces como el latín del original) tienen los hexámetros acentuales de la versión que acompaña el texto de Agustín García Calvo (Zamora, Lucina, 1997), que al lado de la de J. Marchena habrá de ser monumento de la poesía castellana. De última hora son las de Ismael Roca Meliá (M., Akal, 1990), la de Miquel Castillo Bejarano (M., Alianza, 2003) y la de Francisco Socas (M., Gredos, 2003), que por vez primera introduce un útil índice temático.

En tierras americanas han aparecido la selección traducida en hexámetros acentuales por Gabriel Méndez Plancarte (México, Bajo el Signo del Ábside, 1946), las versiones completas de Lisandro Alvarado (Caracas, Monte Ávila, 1950, 1958, 1982 y 1988), Carlos A. Disandro (La Plata, Andes, 1959) y René Acuña (México, UNAM, 1963 y 1981). Un trabajo notable es la versión rítmica del poeta mexicano Rubén Bonifaz Nuño (UNAM, 1984). Al catalán la tradujo en los años 1920 Joaquim Balcells en la colección de la Fundació Bernat Metge (Barcelona, 1923–1928). Más reciente es la de Miquel Dolç (B., Laia, 1986). Modernamente ha aparecido una traducción al euskera de Xabier Amuriza, que sin duda debe de ser la primera completa (Gauzen izaergaz; Bilbao, Klasikoak, 2001).

 

Bibliografía

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Francisco Socas