Marcial, Marco Valerio (Bílbilis Augusta, ca. 40–Bílbilis Augusta, ca. 103)
Poeta latino. Desarrolló su carrera en Roma, a la que llegó en el año 64. Allí permaneció más de tres décadas y vio desfilar en el poder a tres dinastías, de Nerón a Trajano. Su trayectoria poética se inició en el año 80, bajo el reinado de Tito, con un libro de epigramas conocido como Liber spectaculorum o De spectaculis, compuesto con motivo de la inauguración del anfiteatro Flavio (el Coliseo). Compuso también dos colecciones de breves epigramas que describen de forma ingeniosa objetos y regalos relacionados con el banquete y con la fiesta de las Saturnales (Xenia y Apophoreta). El grueso de su obra lo forman doce libros de epigramas, compuestos entre el año 86 y el 102 d. C. Aunque la tradición literaria del epigrama se remonta muy atrás en el tiempo y entronca con la poesía lírica griega, los poetas romanos lo habían cultivado siempre como una mera forma de entretenimiento culto. Fue Marcial quien logró consagrar esta forma definitivamente como género literario. El epigrama se caracteriza por ser un poema breve, ingenioso, y tener inspiración en la inmediatez de la vida; no obstante, es un género proteico, en el que caben infinidad de temas, de tonos (desde el modo satírico al lírico) y de recursos, y en el que el humor es uno de sus rasgos fundamentales. Marcial tuvo éxito en vida e influyó en poetas coetáneos y posteriores, como Juvenal, Ausonio y los poetas de la Antología latina.
No dejó de leerse e imitarse en la Edad Media en Europa, si bien en España su auge comenzó con la difusión de las primeras ediciones impresas y el desarrollo del humanismo. Lo citan los gramáticos y eruditos, lo imitan los poetas, pero no se encuentran traducciones de su obra completa: una de las razones habría que buscarla en la abundante temática sexual de los epigramas. No obstante, algunos escritores afirman haberlo traducido, aunque no aclaran si toda la obra o parte de ella: así hacen Juan de la Cueva en su Viaje a Samnio (1585) y el humanista Juan de Mal Lara en su Philosophia vulgar (1568). Es cierto que en dicho compendio de sentencias y refranes traduce casi cuarenta epigramas de Marcial, pero hubo traducciones de epigramas sueltos anteriores, como la traducción poética del epigrama x 47, sobre la vida feliz, que hizo Juan de Arce de Otárola en sus Coloquios de Palatino y Pinciano (hacia 1550). Entre las versiones ocasionales de epigramas sueltos cabe destacar el soneto xxix de Garcilaso de la Vega y la versión de Herrera en sus Anotaciones a Garcilaso (1580) –ambos del poema 25 del Libro de los espectáculos–, la versión del epigrama v 74 por Diego Hurtado de Mendoza, los sonetos de Juan de Arguijo inspirados en Marcial o los epigramas de Marcial traducidos por Bartolomé Leonardo de Argensola.
El ingenio de Marcial fue muy apreciado en el siglo XVII, tanto por los culteranos como por los conceptistas. Quevedo, gran conocedor de la obra del bilbilitano, cuya vena satírica tiene presente incluso en su prosa, compuso algunos sonetos inspirados en él: algunos son traducciones muy fieles; en otros se traducen los primeros versos y se adapta el resto de la composición. Se conserva, además, un grupo de composiciones manuscritas (B. Menéndez Pelayo de Santander), llamadas «Imitaciones de Marcial», cincuenta y una adaptaciones de otros tantos epigramas. En ellas, Quevedo muestra su preferencia por las composiciones más escabrosas, especialmente aquellas en las que el tema sexual se relaciona con el ataque misógino. La autoría de estas composiciones no ha estado exenta de dudas. Recientemente se ha descubierto un nuevo manuscrito (Palma, Biblioteca March, ms. 87/V3/11) con muchas de esas composiciones. Otro traductor sistemático de Marcial fue el sevillano Rodrigo Fernández de Ribera, que escribió una Centuria de epigramas (B. Nacional de España, ms. 17524). Fernando de la Torre Farfán tradujo algunos epigramas en su Templo Panegírico (Sevilla, 1663). José Morell, en sus Poesías selectas de varios autores latinos, traducidas en verso castellano (Tarragona, 1683), vertió ciento cuarenta y dos epigramas de Marcial, incluyendo el Libro de los espectáculos casi completo.
Por su parte, Baltasar Gracián, paisano de Marcial y admirador de su obra, incluyó en su Agudeza y arte de ingenio (1648) las traducciones de Manuel Salinas y Lizana. Como es lógico, Gracián no fue el único aragonés que se sintió identificado con Marcial: Miguel Martín Navarro tradujo unos ciento veinte poemas suyos. Una de las traducciones más completas de los epigramas de Marcial –aunque es también una antología– es la anónima conservada en el manuscrito 3911 de la Biblioteca Nacional de España (editada por A. Bresadola en 2008). No faltan en el siglo XVII traductores ocasionales, como el culto poeta Juan de Jáuregui, enemigo de Quevedo, Góngora y Lope, que tradujo epigramas en forma de soneto, lira y canción, o el conde Bernardino de Rebolledo, que vertió algunos de sus poemas en sus Ocios (1650–1660).
Los escritores del siglo XVIII ensayaron la forma epigramática solo de manera ocasional y sobre todo por influencia francesa, pero en la nómina de autores que la cultivaron –Juan y Tomás de Iriarte, Félix Samaniego, José Iglesias de la Casa, Juan Pablo Forner o Nicolás y Leandro Fernández de Moratín– se nota la presencia de Marcial, a quien traducen o en quien se inspiran. Hay dos temas muy recurrentes en los epigramas de inspiración marcialesca de este siglo: la crítica literaria y la crítica moral. Especial mención merecen los epigramas de Juan de Iriarte y León de Arroyal, entre los que pueden leerse muchas traducciones literales y adaptaciones libres. Tampoco en este siglo hay una traducción completa de los epigramas al castellano –hay que recordar que las ediciones que se publican en España están expurgadas, siguiendo una larga tradición inaugurada por los jesuitas– pero sí se conservan traducciones parciales, que no siempre vieron la luz. Muchas de las traducciones de epigramas sueltos de Marcial mencionadas las recogió Víctor Suárez de Capalleja en tres volúmenes (M., Librería de la Viuda de Hernando y Cía., 1890–1891; reimpr. 1919–1923); les añadió las suyas propias, pero dejó sin traducir los epigramas que consideró obscenos. Estos los tradujo M. Romero y Martínez (Valencia, Sempere, 1910; reimpresos en M., Alderabán, 2001).
En efecto, hubo que esperar al siglo XX para ver a Marcial traducido al completo, actividad que se ha llevado a cabo fundamentalmente en el ámbito académico y filológico. De las muchas traducciones que se han hecho de Marcial, hay que destacar las de José Guillén (Zaragoza, CSIC, 1986; nueva ed. revisada por Fidel Argudo, 2003), Dulce Estefanía (M., Cátedra, 1991), Juan Fernández Valverde y Antonio Ramírez de Verger (M., Gredos, 1997), Enrique Montero (M., CSIC, 2004–2005), así como la de Rosario Moreno Soldevila y Alberto Marina Castillo (M., Akal, 2019). La aparición de nuevas traducciones responde tanto al interés que despierta el poeta entre los lectores como a los avances en su estudio y las dificultades intrínsecas de su obra. La extensión de esta –quince libros de epigramas– ha favorecido la publicación de antologías, como la de Tomás Hernández (Granada, Universidad de Granada, 2003), J. Fernández Valverde y Francisco Socas (M., Alianza, 2004) o la más reciente de Pedro Conde Parrado (Gijón, Trea, 2014). A veces la selección ha sido temática, y con frecuencia se ha elegido el tema erótico, como en el caso de Antonio Cobos Fajardo (Los higos de Quíos; Girona, A. Cobos Fajardo, 2002) o la traducción de Albert Mestres al catalán (Rere el vi i les roses; B., La Magrana, 1996).
Otras traducciones al catalán dignas de mención son la edición bilingüe de Miquel Dolç, gran estudioso de la obra de Marcial (B., Fundació Bernat Metge, 1949–1960) y la antología anotada de Cobos Fajardo (La Magrana, 1994). Amable Veiga Arias los ha traducido al gallego (Santiago de Compostela, Xunta de Galicia, 1999, con introducción de D. Estefanía). Tampoco han faltado traducciones a la lengua vasca (J. G. Etxebarria; Gernika, 1965).
Se han hecho ocasionalmente traducciones poéticas o rítmicas de su obra, como las de E. Covarrubias de la Peña y Manuel Fernández–Galiano (1987) o A. Sierra de Cózar (1987). La inspiración del bilbilitano se deja sentir en las obras de poetas como Enrique Badosa, Jaime Gil de Biedma y Víctor Botas, que tradujo algunos de sus epigramas en Segunda mano (1982), Aguas mayores y menores (1985) e Historia Antigua (1987); otras de sus traducciones se publicaron póstumamente.
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