Virgilio (Mantua, 70 a. C.–Brindisi, 19 a. C.)
Poeta latino de la época de Augusto, miembro esclarecido del círculo de Mecenas y máximo representante de la poesía romana antigua. Es autor de las Bucólicas (o Églogas), conjunto de diez piezas pastoriles, las Geórgicas, poema didáctico en cuatro libros, y la Eneida, epopeya en doce libros sobre las hazañas de Eneas, antepasado mítico de los romanos. Se le atribuyen otros opúsculos, la mayoría con poco fundamento, recogidos en la colección llamada Apéndice virgiliano.
De 1428 data la primera traducción de Virgilio que se tiene en castellano –primera también completa en lenguas romances–, que es la de la Eneida, en prosa, por Enrique de Villena. La emprendió a instancias de su sobrino el rey de Navarra, Juan II, pero cuando surgieron disensiones políticas entre Navarra y Castilla, siendo don Enrique súbdito castellano, cambió su destino y la difundió entre otros caballeros de su reino interesados en ella, entre los cuales estaba el marqués de Santillana. Lo que iba a ser tan sólo una traducción, se convirtió en proyecto de una traducción con glosas, aunque no le dio tiempo –parece– más que a glosar los tres primeros libros. La obra es hija de su tiempo: interesaba transmitir el asunto del poema más que la forma, y por eso las glosas abundan en interpretaciones alegóricas y evemeristas de los mitos, plenamente medievales como las fuentes en que se basan. El estilo es latinizante al máximo, pero absolutamente lejos de la poesía del original; está llena esta obra de redundancias y expansiones, muy contrarias a la concisión latina. La fidelidad falla en muchos casos por mal entendimiento. Tiene sobre todo el mérito de su carácter pionero, lo que disculpa muchos de sus defectos, y el de haber sido el fundamento de la recepción del Virgilio épico en la literatura castellana del XV y principios del XVI.
Sigue cronológicamente la versión que Juan del Encina hizo de las Bucólicas y que apareció en su Cancionero (Salamanca, 1496). Está dedicada a los Reyes Católicos y en ella los contenidos están aplicados al contexto histórico contemporáneo del traductor, quebrantando de ese modo la fidelidad al original, que se convierte en punto de partida para un producto que tiene tanto de traducción como de recreación. El recurso al simbolismo es rasgo evidentemente medieval, pero el hecho de estar compuesta en verso, como el original, implica una conciencia de la importancia de la forma, más próxima a la mentalidad renacentista. Los versos son de arte menor y se unen en agrupaciones estróficas diferentes; sólo la Égloga iv se vierte en octavas de versos dodecasílabos, en un intento de adecuación métrica al contenido más solemne de esa pieza. Hay frecuentes malentendidos del texto. El tono es habitualmente rústico y coloquial, en consonancia con unos pastores mucho menos idealizados que los de Virgilio. Importa mucho este ensayo de Encina por la repercusión posterior en su teatro original, sus églogas dramáticas, y en los orígenes del teatro castellano. Como en el caso de la de Villena, tiene esta traducción el mérito de la primacía, tanto en la recepción de las Bucólicas en España como en la historia de las traducciones poéticas de los clásicos.
La que revela ya una actitud propia del Renacimiento es la Eneida a cargo del toledano Gregorio Hernández de Velasco (Amberes, 1555), muchas veces reeditada en diferentes lugares. Está compuesta en verso, en la lengua elevada de Garcilaso; emplea mayormente los endecasílabos libres y reserva las octavas reales para discursos y narraciones de los personajes. Después de la reimpresión de Toledo (1574) se añadieron a la traducción de los doce libros de la epopeya la del Suplemento a la Eneida de Maffeo Vegio, llamado también libro decimotercero, así como la de las Bucólicas i y iv. Es bastante fiel al original, teniendo en cuenta su carácter poético, aunque a veces hay amplificaciones desmesuradas que tienen como objetivo el esclarecimiento del texto. Ésta ha sido la versión en la que muchos escritores españoles de la Edad Moderna leyeron la Eneida, entre ellos Cervantes. Incluso modernamente ha sido reeditada con introducción de Virgilio Bejarano (B., Planeta, 1982).
Un propósito de fidelidad material en el cauce de una elegante forma versificada es lo que guía a fray Luis de León en su traslado de las Églogas virgilianas, otro ejemplo aún más modélico de traductor renacentista. Su obra poética, entre la que se cuentan sus traducciones, sólo fue publicada cuarenta años después de su muerte por Quevedo, en 1631. Esta versión crea un poderoso contraste con la anterior de la misma obra por Juan del Enzina: por su mayor fidelidad, sin tergiversaciones; por su lengua y estilo más elevado; por el empleo sistemático del arte mayor (tercetos y octavas reales). Son raras las interpretaciones erróneas del texto, aunque alguna hay. Fray Luis no retrocede, en su afán de traslado sin traiciones, ante el difícil asunto de la égloga ii, el amor de Coridón por Alexis, como hacen otros traductores. Ha sido ésta la versión más divulgada en castellano, y la más apreciada, de la colección bucólica de Virgilio.
Durante los siglos XVI y XVII, aparte de las citadas, se publicaron otras de menor repercusión o im portancia, pero en modo alguno desdeñables. Tradujeron Virgilio al completo Diego López, en prosa (Valladolid, 1601), y Cristóbal de Mesa, en verso (Madrid, 1615, la Eneida; 1618, las Églogas y las Geórgicas), con más éxito aquél que éste. Tradujo las Églogas en verso Juan Fernández de Idiáquez (Barcelona, 1574), y se hicieron versiones parciales, de piezas individuales o pasajes, por Diego Girón, Fernando de Herrera, el Brocense y Juan de Guzmán. Puso las Geórgicas en endecasílabos libres –y ésta es la primera traducción completa del poema– Juan de Guzmán (Salamanca, 1586), discípulo del Brocense. Hay también una traducción completa de dicha obra, apócrifa, atribuida a fray Luis, pero que es claramente posterior, del XVII. Juan de Mallara, el propio fray Luis y Diego Girón la vertieron parcialmente. De la Eneida se cuenta también con la versión poética en octavas reales y estilo gongorino de Juan Francisco Enciso Monzón (Cádiz, 1698), y con traducciones parciales, una de José Pellicer de Ossau, y otra, el pasaje de Dido, atribuida a Diego Hurtado de Mendoza.
Del siglo XVIII puede citarse, de las tres obras canónicas virgilianas, la de José Rafael Larrañaga (México, 1787), en romance endecasílabo, notable sólo, a juicio de Menéndez Pelayo, por ser probablemente la primera que de Virgilio se imprimió en América. Traducciones parciales corrieron a cargo de ilustres literatos como Tomás de Iriarte, que la hizo, también en romance endecasílabo, de los cuatro primeros libros de la epopeya (en Obras; M., B. Cano, 1787), y Cándido María Trigueros, que vertió sólo los tres primeros libros y un retazo del cuarto en alejandrinos pareados (y que él llama «pentámetros» con cierta arbitrariedad), texto que se conserva manuscrito en la Biblioteca Colombina de Sevilla; lamentablemente se perdió la que ya tenía muy avanzada Juan Meléndez Valdés, de la cual queda sólo un fragmento del primer libro, en endecasílabos libres (ahora en Obras completas, ed. de A. Astorgano; M., Cátedra, 2004).
El siglo XIX llevó adelante con más fuerza aún y mejores frutos el afán de ofrecer a Virgilio en castellano. Aparte de versiones fragmentarias de ingenios como Gabriel García Tassara, Francisco Sánchez Barbero, Juan María Maury (con un poema sobre Dido que anda a caballo entre la traducción y la recreación poética), Andrés Bello y Ventura de la Vega, existen las que abarcan completa alguna de las tres obras. Así, de las Bucólicas hay que citar las tres versificadas de Félix M. Hidalgo (Sevilla, Dávila, Llera y Compañía, 1829), Francisco Lorente (M., Imprenta Calle del Amor de Dios, 1834) y Juan Gualberto González (M., Imprenta de Alegría y Charlain, 1844; vol. II de las Obras en verso y prosa), de las cuales la más favorablemente valorada siempre ha sido la primera. De las Geórgicas hay otras tres muestras notables: la manuscrita, en endecasílabos libres, conservada en la Biblioteca Menéndez Pelayo, de Benito Pérez, fechada en 1819 en Oviedo, y las impresas, también en verso, de Norberto Pérez del Camino (Santander, J. M. Martínez, 1876), tachada de afrancesada por Menéndez Pelayo, y de Juan de Arona, seudónimo de Pedro Paz (Lima, El Comercio, 1867), que tradujo también, o más bien recreó a lo burlesco, algunos pasajes de la Eneida. De la epopeya se cuenta con dos versiones completas de este siglo: una, la de Graciliano Afonso en romance endecasílabo (Las Palmas de Gran Canaria, M. Collina, 1854), y otra, la del audaz metricista Sinibaldo de Mas (M., Rivadeneyra, 1852), en pretendidos hexámetros castellanos con los que quiso poner en práctica las teorías expuestas antes en su Sistema musical de la lengua castellana, versión desdeñada generalmente, pero que merece atención como intento de fidelidad rítmica al poema latino. De mayor importancia y relieve que todas las anteriores son las dos traducciones de Virgilio completo: una debida a Eugenio de Ochoa (Rivadeneyra, 1869), en prosa, que a Menéndez Pelayo le parecía poco castiza y bastante afrancesada, a pesar de considerarla un «trabajo concienzudo», y otra, la del colombiano Miguel Antonio Caro (Bogotá, Echeverría Hermanos, 1873–1876), en verso (silvas para Églogas y Geórgicas, octavas para la Eneida), considerada por el mismo crítico como «la mejor que poseemos en castellano» y definida como «tesoro de lengua y versificación».
El siglo XX, marcado por el signo de una filología historicista, buscó en el terreno de la traducción, sobre todo, el traslado preciso y fiel de los contenidos más que su marco artístico. Todavía en verso, en magníficos endecasílabos libres y con apego al texto latino, la de todo Virgilio por el gran virgilianista ecuatoriano Aurelio Espinosa Pólit (México, Jus, 1961), muchas veces reimpresa (y recientemente en Virgilio, Obras completas, ed. de Pólux Hernúñez; M., Cátedra, 2003). Fueron más frecuentes, no obstante, en ese siglo las traducciones en prosa, de marcada fidelidad semántica: la de la Eneida por Dulce Estefanía, muy leída, en un estilo ágil (B., Bruguera, 1968; Zaragoza, Pórtico, 2016); las de las tres obras por Bartolomé Segura (Bucólicas y Geórgicas, M., Alianza, 1981; reed. 2018; Eneida, B., Círculo de Lectores, 1981) y por Alfonso Cuatrecasas (Bucólicas y Geórgicas, B., Planeta, 1988; Eneida, M., Espasa–Calpe, 1998), las de las Bucólicas por Alberto Vaccaro (en Canto y contrapunto pastoril. De Virgilio a Nemesiano; Buenos Aires, Columba, 1974) y Tomás de la Asunción Recio (M., Gredos, 1990; reed. 2010), la de las Geórgicas por Jaime Velázquez (Cátedra, 1994), la del Apéndice virgiliano por Arturo Soler Ruiz (Gredos, 1990, traducción pionera, según parece, de la colección poética completa atribuida a Virgilio). Hay, no obstante, otras versiones que procuran mantener algo del ritmo latino original, como las de la Eneida de Javier de Echave–Sustaeta (Gredos, 1992; varias reed.), la de Rafael Fontán (Alianza, 1986; reed. 2017), muy reeditada, y la de Antonio Alvar, que se va publicando por entregas en revistas y homenajes. Procuran una recreación ajustada del hexámetro latino, queriendo aunar la fidelidad material y formal, las de Manuel Fernández–Galiano de las Bucólicas y algunas piezas del Apéndice virgiliano (Títiro y Melibeo; M., Fundación Pastor, 1984); las de Agustín García Calvo de las Bucólicas, el libro iv de las Geórgicas y el vi de la Eneida (en Virgilio; M., Júcar, 1976); las de Vicente Cristóbal de las Bucólicas (Alianza, 1996) más una breve antología de las otras dos obras canónicas virgilianas (Virgilio; M., Ediciones Clásicas, 2000) y la de Juan Manuel Rodríguez Tobal de las Bucólicas (M., Hiperión, 2008). Conviene finalmente mencionar la edición, con el texto latino y la traducción, de la Eneida, preparada por Luis Rivero, Juan Antonio Estévez, Miryam Librán y Antonio Ramírez de Verger y publicada en cuatro volúmenes por el CSIC (2009–2011).
A pesar de la importante presencia de Virgilio en la literatura catalana clásica, no fue hasta 1808 cuando apareció en Mahón la primera traducción al catalán (en su variante menorquina) de una de sus obras: la realizada por Antoni Febrer i Cardona de las Bucólicas, traduhídas en menorquí ab el tècsto al costad. Más de un siglo habría que esperar para que en Cataluña se siguieran las huellas abiertas tempranamente por el ilustrado menorquín. En 1911 (B., F. Altés Alabart) el poeta y helenista Carles Riba inició con su traducción también del mismo poema la serie de adaptaciones catalanas de los metros clásicos y en particular del hexámetro, uno de los empeños más tenaces de la poesía catalana moderna. Riba volvería sobre la cuarta Bucólica en 1931 con motivo de las celebraciones barcelonesas del bimilenario de Virgilio. Mientras las traducciones de Virgilio comenzaban su camino en la Cataluña estricta, en Mallorca, después de los intentos de Costa i Llobera, Llorenç Riber tradujo entre 1917 y 1918 (B., Editorial Catalana) la obra completa de Virgilio en decasílabos catalanes, versión de indudable valor artístico, aunque Virgilio permanece a cierta distancia. Probablemente es lo máximo a lo que se podía llegar aceptando como punto de partida que eran los clásicos los que debían ser adaptados a las formas de expresión poética habituales de la lengua a la que se los traducía. Pero desde Riba se podía ya contar con un instrumento más noble y apropiado para traducir a Virgilio, el hexámetro de la poesía grecolatina adaptado al sistema de la acentuación intensiva del catalán. Es ése el que, con algunos cambios sobre el modelo de Riba, escogió el poeta y filólogo, también mallorquín, Miquel Dolç para su traducción de la Eneida aparecida en Barcelona en 1958 (Alpha), auténtico hito del virgilianismo en las letras catalanas del siglo XX. Una gran fidelidad al texto original al servicio de una dicción catalana fluida y consistente, fruto de la tensión entre la sólida formación filológica del traductor y su dominio exhaustivo de los recursos de la lengua catalana, constituyen la característica de dicha traducción. El mismo Dolç se ocupó a lo largo de casi treinta años de la edición crítica y traducción (en prosa) de todo Virgilio y de la Appendix Vergiliana en la colección de la Fundació Bernat Metge (Barcelona, 1956–1984, 8 vols.), auténtico monumento filológico y literario; algunas de estas traducciones han aparecido en los primeros años del siglo XXI en otros sellos barceloneses, como Edicions 62 y Altaya. Con la intención de acercar la obra de Virgilio a un público más amplio Joan Bellès i Salent dio una nueva traducción en prosa de La Eneida (B., Empúries, 1998; reed. B., Labutxaca, 2010). De época más reciente pueden mencionarse las versiones de Bucòliques por Jaume Medina (B., La Magrana, 2013) y Antoni Cobos (Vilobí d’Onyar, Palamedes, 2014), así como la edición de la traducción inédita de Joaquim Balcells (B., Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 2009).
Por lo que a traducciones al euskera se refiere, se cuenta al menos con la reciente de Íñigo Ruiz Arzalluz de Bucólicas y Geórgicas, con texto bilingüe (Bukolikak eta Georgikak; Vitoria–Gasteiz, Euskal Herriko Unibersitatea, 1997). Dos traducciones gallegas de Virgilio pueden citarse al menos: la de Avelino Gómez Ledo, que lo incluye en una antología de poetas clásicos grecolatinos (Escolma de poetas líricos gregos e latinos voltos en linguaxe galego; Santiago de Compostela, CSIC, 1973), y la más reciente de las Bucólicas, junto con la obra de los otros poetas pastoriles romanos, de Fernando González Muñoz (Poesía bucólica latina; Santiago de Compostela, Xunta de Galicia, 1993).
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[Actualización por Francisco Lafarga]